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Derechos y democracia, dos productos comerciales

Fuentes: Rebelión

Sería infundado entender que en la sociedad de mercado las dos grandes ofertas del capitalismo a nivel de masas, derechos y democracia, son una realidad y no simples productos para animar a comprar. Su significado convencional, en muchos casos, es pura apariencia. Sin embargo, comercialmente, su valor es incuestionable, en cuanto otorgan seguridad y confianza a los consumidores y, sobre este entendimiento, consumen sin demasiados miramientos para prolongar el auge del empresariado. El tema tiene su atractivo, fundamentalmente para que el personal crea en sus virtudes y para que los defensores ocasionales obtengan beneficios, o sea los políticos progresistas, ya que esto de los derechos y la democracia además da mucho prestigio. Por eso, resulta obligado embarcarse en su promoción. Sin embargo, en un sistema dominado por la apariencia, no puede permitirse que el desarrollo efectivo de unos y otra vengan a suponer obstáculo para los intereses del sistema. De ahí que haya que eludir auténticos compromisos y baste con airear los supuestos logros alcanzados en ambas materias, dejando que la realidad vaya por otro lado.

Los derechos individuales, en su más amplio sentido, están ahí para dar visos de progreso al sistema, y cualquier gobierno que se precie de serlo tiene la obligación de darles aire mediático, pero sin comprometerse. Lo que, si se observa con atención, quiere decir que, si su aplicación no coincide con sus intereses, se bordean o simplemente se ignoran. Ejemplos hay de cómo cada día se trasgreden derechos humanos, sobre lo que los medios de comunicación, el gran aliado para la difusión de los intereses del mercado, guardan silencio o tratan de no convertir en noticia, pasando de puntillas en lo que se refiere a su difusión. Estos son los que protagonizan los buenos de la película, los que, no obstante, vulneran derechos impunemente, dada su condición de defensores del sistema y de sus propios intereses. Aunque reprimen en nombre de la verdad capitalista ortodoxa, en estos casos, la maldad sin paliativos no puede estar justificada. Pese a todo, basta con invocar el interés general, que no es otro que el suyo, para justificar lo injustificable. Sin embargo, cuando los malos del sistema, o sea, los que no están alineados en el círculo internacional del poder dominante del gran capital, son los que cometen tales tropelías, la propaganda, auxiliada por la publicidad, actúa sin piedad dando bombo y platillo a sus crueldades y los medios se ensañan publicitariamente con el sufrido usuario, ausente de culpa, para dejar constancia del loable hacer de los que se autoetiquetan como buenos. Inicialmente, las masas no se paran a pensar, porque no piensan y solo actúan por impulsos sentimentales promovidos por el marketing. En el primer caso, se muestran tolerantes o simplemente guardan silencio, mientras que exponen su irritación en el segundo. Pese a tal actitud, hay poca ingenuidad en su postura, simplemente se trata de estar en línea con el pragmatismo de mercado, que coincide con seguir el juego al poder dominante, en tanto procure de alguna forma mantener el ritmo que impone el consumo.

El caso de la democracia al uso, goza de un gran atractivo para el colectivo de masas, ya que por el hecho de introducir el voto en el cajón electoral permite creer que, en lo de gobernarse, está todo resuelto. Políticamente tiene sus efectos, porque los votantes consideran que incluso tienen capacidad para influir en los gobiernos, señalando al partido favorecido, aunque este luego solo atienda a la defensa de sus intereses. Desde la perspectiva de la seguridad y la confianza parece que la partitocracia avanzada es un revulsivo frente a la dictadura, lo que imprime al personal sensación de libertad y, fundamentalmente, de que pinta algo en el panorama general de su respectivo Estado. Esta consideración, siguiendo las reglas de la mercadotecnia, se traduce en ventas para el mercado. Pero la apariencia del protagonismo ciudadano es difícil de guardar, ya que es público que, usando de los avances tecnológicos, el voto es fácilmente manipulable. Con lo que, al amparo del nombre democracia, la dictadura del sistema está servida, puesto que, a través de los distintos medios de influencia, la ciudadanía participante usa la papeleta electoral del color que al más astuto de los manipuladores interesa. Si a eso se añade que votar a nivel nacional carece de valor en el panorama partitocrático, porque quien rige el funcionamiento de los Estados es el poder internacional, el engaño está servido. Votar en la llamada democracia representativa es un ejercicio totalmente inútil, puesto que se vota a un partido con expectativas de gobernar a su aire, ya sea solo o con intereses afines, resultando que son otros los que gobiernan desde fuera del país, marcando las pautas a seguir conforme a los intereses del mercado global.

La manipulación mediática, haciendo que lo malo de unos parezca bueno y lo de votar una especie de panacea política, permite hacer creer al usuario que la libertad, sujeta con cadenas, está presente. Mas simplemente se trata de libertad como usuario del mercado, donde la mayoría de los consumidores camina como un burro con anteojeras, siguiendo la senda establecida en los carriles marcados, a la espera de la ración de pienso diaria. Por tanto, si se mira desde el punto de vista utilitario, a pesar de los derechos dictados a conveniencia del que manda y esa democracia de mercado, resulta que la gente va ganando en calidad de vida, sus necesidades están mejor atendidas, el acoso de la explotación laboral afloja y el ocio institucionalizado ha aparecido para quedarse, las cosas no van tan mal. Algunos piensan que, aunque lo de la libertad tenga mucho de leyenda, mientras se siga avanzando, aunque sea por este camino, parece oportuno dejar que lo de los derechos y la democracia se queden en publicidad de mercado.