Jacques Derrida, el filósofo de la deconstrucción, lector privilegiado del alma de nuestro tiempo, murió el sábado anterior, a los 74 años, víctima de cáncer pancreático. Autor de más de 80 obras, entre las que destacan La gramatología, La escritura y la diferencia, La diseminación, Espectros de Marx y sus últimos libros sobre el 11 […]
Jacques Derrida, el filósofo de la deconstrucción, lector privilegiado del alma de nuestro tiempo, murió el sábado anterior, a los 74 años, víctima de cáncer pancreático. Autor de más de 80 obras, entre las que destacan La gramatología, La escritura y la diferencia, La diseminación, Espectros de Marx y sus últimos libros sobre el 11 de septiembre.
Una de las ventanas para interiorizarse en su pensamiento es la différance. El lenguaje no se limita o circunscribe a un fenómeno físico (un conjunto de cadenas sonoras o un conjunto parasitario de marcas gráficas) que simplemente se corresponde con el mundo o con unos significados que los hablantes poseen en su interioridad; la actividad de leer y escribir -y los textos mismos- dejan de ser la búsqueda, la entrega o el respaldo de un significado unívoco.
Desde el momento en que se separa la emisión de la palabra de la palabra misma, ésta queda bien separada del significado »ideal», diferida de su propia enunciación, se convierte en un signo de otro signo anterior. El tiempo diluye el lenguaje; la refiguración del signo y la pluralidad del texto; el texto como constancia y deconstrucción, la escritura como afirmación. »Es siempre la afirmación de algún otro, para el otro, dirigida al otro, afirmación al otro, a algún otro».
El análisis de Jacques Derrida se ubica en la problemática de la escritura, la cual ha sido entendida dentro de la metafísica logocéntrica como derivada, como suplementariedad, como secundaria y como exterioridad dependiente de una interioridad primordial. El tratamiento que se le ha dado a la escritura, la desvalorización que ha sufrido es la misma que la del plano material. Es la concepción del ser escrito, del orden del significante, del cuerpo como dependiendo de un sentido pleno, de una razón trascendental a priori o de cualquier otra forma que pueda adoptar esta estructura metafísica.
Es, según Derrida, esta jerarquización, esta imposición despótica de uno sobre lo otro, lo que explica el carácter subversivo de todas las teorías y de todas las prácticas que intentan transgredir aquello que constituye el ser mismo del logos occidental. Es lo que explica el carácter peligroso que tiene el oriental, el »salvaje», el Otro desplazado y el marginado, el artista, la escritura.
En la experiencia deconstructiva hay que poner el acento en la différance, este neografismo, este no concepto que indica un doble sentido: de distinción o diferencia y de dilatación, tardanza o demora. La différance no es esto ni aquello, sino más bien esto y aquello. Esa A que introduce Derrida en la différance, es muda, no es audible lo cual implica una prioridad de la escritura, de la grafía sobre la phoné, es decir, que se ha operado una transgresión al logofonocentrismo onto-teológico característico de la historia de la cultura occidental. Implica una ruptura con la sumisión de la escritura, de la grafía a la phoné, a la voz, la cual habita en las cercanías de la idea, de la presencia plena del Eidos.
De la différance no se puede decir que »es», pues no implica un ser presente, una presencia y por eso es precisamente lo que la différance no es, no existe, ni presente ni ausente; rompe definitivamente con la categorización onto-teológica. Irrumpe y disloca todo el esquema de pensamiento que rige nuestro logos. De ahí la resistencia e impresionante dificultad que existe para abordar esta dimensión terrible, donde se interrumpen las seguridades y comienza el juego, donde se acepta la invitación nietzscheana a decirle adiós al »cielo protector» platónico-aristotélico. Pensamiento de lo aleatorio como devenir, derrocamiento del modelo ideal, destronando toda forma de certidumbre. La huella-originaria sin origen, la diferencia es la que permite el habla y la escritura.
»La huella es, en efecto, el origen absoluto del sentido en general, lo cual equivale a decir una vez más que no hay origen absoluto del sentido en general. La huella es la différance que abre el aparecer y la significación.»