El signo de los tiempos que corren es la incertidumbre y la incapacidad de las sociedades para atemperar sus efectos y riesgos. La desbocada carrera por la construcción de las estructuras de poder en el mundo contemporáneo, no solo se torna disruptiva y hasta destructiva, sino que redefine la vida cotidiana de las naciones y los individuos.
Dos décadas transcurridas del nuevo milenio y las tendencias marcan un agravamiento de la crisis y la reconfiguración de las estructuras que le dieron forma al mundo del siglo XX, con la consustancial ideología liberal que rigió sus relaciones políticas y económicas, y que también tendió a eclipsarse. No solo se desvaneció la creencia en el Estado y en la praxis política como dispositivos para gestar transformaciones sociales profundas y duraderas y para resolver los problemas sociales, sino que también fueron entronizados la iniciativa privada y el mercado como los mecanismos centrales de las relaciones sociales. Se afianzó el capitalismo como modo de producción y proceso civilizatorio incuestionables, y –con ello– fueron dinamitadas las seguridades y los derechos ganados por la fuerza de trabajo.
Tomando en cuenta estas tendencias, suscitadas cuando menos desde hace cuatro décadas, bien vale ponderar con sobriedad los escenarios que depara la realidad mundial para el año 2020.
Hacia el final de la segunda década del siglo XXI, se radicalizaron posturas neoaislacionistas a raíz del temor de ciertas sociedades nacionales (Estados Unidos y algunas europeas como el Reino Unido) ante los flujos masivos de migrantes y los mismos efectos desestructurantes de la globalización en lo que históricamente se definió como identidad nacional (el “American dream”, la britanidad, por ejemplo). Los síntomas de ello son el vuelco masivo de poblaciones que apoyaron el ascenso al poder político de Donald J. Trump, así como la salida de la Unión Europea por parte de Gran Bretaña (Brexit). Estas tendencias neoaislacionistas no cesarán, sino que se profundizarán a medida que aumenten los miedos de las poblaciones nativas ante oleadas migratorias y se acentúen los efectos negativos de la desindustrialización y de otros riesgos y acechanzas.
Propiamente, hacia el año 2020, la economía mundial resentirá la desaceleración del crecimiento económico, así como los efectos del predomino de las finanzas (90 billones de dólares) y el endeudamiento público (70 billones de dólares) sobre la producción. La crisis económica que se fragua desde la financiarización –arrastrando las secuelas del desastre suscitado en el 2008/2009– y desde la retracción de la demanda externa por parte de una economía china que crece a tasas menores que las experimentadas durante la primera década del siglo.
En este contexto de desaceleración, las disputas comerciales y tecnológicas –principalmente entre Estados Unidos y China– surcarán el escenario del presente año y se intensificarán a medida que se acerque el proceso electoral del país norteamericano. No menos importantes serán los conflictos geopolíticos escenificados en Medio Oriente, como eje de las disputas interimperialistas en el propósito de controlar los recursos naturales y las rutas comerciales. El posible ingreso de Arabia Saudita y Turquía a la carrera nuclear puede exacerbar este escenario.
Propiamente, en los Estados Unidos, el 2020 definirá la reelección o no del actual mandatario. Sujeto a un juicio político (impeachment), es muy probable que el señor Trump no solo libre esta aduana, sino que salga fortalecido y con un vigor mayúsculo para enfrentar al caduco establishment fundamentado en las castas y dinastías beneficiarias del complejo militar/bancario/tecnocientífico/financiero/cinematográfico/comunicacional, que –desde el 2016– se aferran a un ataque demencial que, una vez más, desquiciará el tejido social estadounidense en aras de preservar sus intereses y privilegios de clase. En esa lucha entre facciones de la clase plutocrática, las actitudes y posturas xenófobas y racistas del señor Trump reincidirán y acrecentarán el cerco de odio que también se cierne sobre su proyecto e intereses creados. Pese al declive de la hegemonía de los Estados Unidos, el Señor Trump tiene a su favor el crecimiento económico estable y la caída del desempleo, esculpidos entre principios del 2017 y finales del 2019. Sin embargo, el gran reto de Trump, en estas disputas, será resistir el anzuelo lanzado por el complejo militar/industrial en sus intentos por disuadir las posturas antibelicistas del mandatario. El secreto del hechizo que posa sobre sus seguidores radica en la habilidad para cumplir sus promesas: prometió retirar a Estados Unidos de guerras largas, lesivas y costosas para su economía y, al mismo tiempo, evita mostrarse como un Presidente débil ante los desafíos geopolíticos; prometió contener los flujos migratorios provenientes del Triángulo del Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador), y ante los recursos presupuestales que no le fueron aprobados por el Congreso, “arrodilló” al gobierno mexicano para erigir un muro policiaco/militar en las fronteras, pagado con el erario de los mexicanos, a cambio de «renegociar» un tratado comercial que era lesivo para la misma economía norteamericana tras no contener reglas que evitasen la entrada masiva de los intereses empresariales chinos.
800 millones de chinos salieron de la pobreza desde las reformas económicas adoptadas en ese país en la década de los setenta. Los retos de China en sus esfuerzos por alcanzar la hegemonía del sistema mundial son externos y, sobre todo, internos; sin dejar de lado el brote epidémico suscitado desde el pasado diciembre. En la lógica de ampliar el mercado interno a partir de la demanda (el consumo), el principal reto de China para el 2020 consiste en erradicar por completo la pobreza extrema, sobre todo en el medio rural. Esta traslación de la demanda externa (las exportaciones) a la masificación del consumo interno, se postula –en conjunto con la partida ganada en la carrera tecnológica por la posesión de la llamada 5G; la consolidación de las alianzas geoestratégicas con Rusia; el posicionamiento en África y en sus recursos naturales; y la materialización de la Nueva Ruta de la Seda– como el fundamento de la expansión de su riqueza nacional en aras de rebasar el PIB de los Estados Unidos.
Por su parte, las luchas de la Unión Europea rondarán, en este 2020, con la necesidad de absorber los costes de la salida de este bloque regional decidida y emprendida por el Reino Unido. El nuevo año será atravesado por un débil crecimiento económico. Las tensiones entre los nacionalismos (“no más Europa”) y las voces europeístas arreciarán, pese al Brexit. Ello será terreno fértil para el avance de los movimientos políticos reaccionarios y neoconservadores. Ante la retracción de su modelo social de bienestar, su mediocridad y retirada tecnológica, el estancamiento económico de la última década, y las tentaciones imperialistas germanas, el único faro que le resta a la región son sus esfuerzos por vertebrar el llamado Green New Deal.
Justo en materia ambiental, la tendencia indica que el patrón de producción y consumo no será modificado a fondo, ni en el corto ni en el mediano plazo. La voracidad del capitalismo, no solo induce los incendios y la deforestación en la Amazonía con miras a la apropiación ganadera e inmobiliaria, sino que abre nuevos espacios de acumulación y guerras en torno a recursos naturales como el litio (Bolivia, por ejemplo), el coltán y el agua. La economía verde no solo no es una alternativa, sino que se erige en uno más de los mecanismos generadores de ganancia y de acumulación por despojo, sobre todo en el mundo subdesarrollado.
América Latina cerró el año 2019 al calor de las protestas sociales suscitadas en el contexto del reacomodo y las disputas entre las élites políticas. La abierta guerra mediática, diplomática y económico/financiera (pérdidas por sanciones que ascienden a los 30 mil millones de dólares) contra Venezuela no cesará, hasta desmontar la organización y el apoyo popular de un petro-Estado sin otras alternativas para reflotar, que el gasto social destinado a los sectores populares (3 millones de viviendas de interés social entregadas y más del 75% del PIB dedicado a la política social). El golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia fue, en sí, un golpe de Estado contra las élites progresistas sudamericanas, asediadas –sobre todo en Brasil– por el ultraconservadurismo neopentecostes que controla los medios masivos de difusión. Se trata de una revuelta protagonizada por las élites para recuperar el terreno cedido por el capital financiero y los rentistas nativos durante los tres lustros anteriores y cejar la formación de las clases medias en esas naciones. Esta lucha entre las élites se libra en distintos frentes, incluido el judicial. Por su parte, Chile, Ecuador y Colombia, en los últimos meses, fueron escenario de movilizaciones sociales que cuestionan el sistema político y el patrón de acumulación imperantes. Estará por verse si ello inclina o equilibra la correlación de fuerzas al interior de esas naciones. El eje progresista que eventualmente se geste entre Argentina y México no solo lidiará con el lastre de la deuda de 50 mil millones de dólares que el país austral necesita renegociar con los organismos financieros internacionales, sino con la herencia de la desigualdad, la pobreza, la polarización sociopolítica, los éxodos migratorios, la economía criminal y la violencia –en el caso de la nación azteca. En buena medida, las disputas por el control del poder en América Latina –durante este 2020– continuará en el terreno mediático, bajo el supuesto de que las élites –o las facciones de éstas– que controlen la palabra y sus significaciones, se llevarán el gato al agua y afianzarán, endurecerán o relajarán el vigente patrón de acumulación extractivista, rentista, desnacionalizador y depredador, que opera desde la década de los ochenta en la región.
Tomar el pulso a los acontecimientos mundiales y aprender a leer sus tendencias y escenarios es fundamental para desentrañar los derroteros que deparan –en el corto o mediano plazos– la serie de transformaciones que se ciernen sobre las sociedades nacionales. Atender las crisis nacionales, supone estudiar con rigor las crisis del mundo contemporáneo y asumir que esto último no es ajeno al entorno inmediato, sino que existen ciertas sincronizaciones que interconectan con lo ajeno y lo distante. En especial cuando múltiples problemas públicos nacionales tienen resortes globales, que es necesario diseccionar para reorientar las decisiones públicas. Solo de esa forma, será posible contener el vértigo de la incertidumbre y enfrentar los desafíos de una realidad mundial que se torna incierta y que intensifica sus efectos negativos en las sociedades nacionales.
Post scriptum: Este texto fue, originalmente, redactado durante los primeros días de enero del 2020 y difundido a mediados del mismo mes. Ello sin conocer aún el azote de la actual pandemia y la radicalización de sus efectos sociales negativos. Esta crisis epidemiológica global –tal como lo relatamos en ensayos anteriores publicados en Rebelión– vino a trastocar radicalmente las condiciones y contradicciones del mundo contemporáneo, así como los posibles escenarios trazados desde distintas ideologías y desde múltiples posturas de pensamiento. La recuperación del presente ensayo tiene como finalidad reivindicar la relevancia del pensamiento anticipatorio y del ejercicio prospectivo, sin omitir que el despliegue de ambos adolece de fallos (sobre este tema véase https://afly.co/7tg3; https://afly.co/cgj3 y https://afly.co/cgk3). Esos fallos se acentúan de cara a una pandemia que acelera la crisis sistémica y ecosocietal contemporánea –una crisis multidimensional envuelta en una maraña de otras crisis traslapadas, entreveradas, interdependientes y sincronizadas. Al tiempo que dicha pandemia irrumpe inesperadamente como un hecho social total (término introducido desde la sociología y la antropología) que cuestiona los fundamentos de la reflexión y abre los senderos de la impotencia de la ciencia en sus propósitos de brindar respuestas en torno a los problemas públicos contemporáneos y ante el rumbo incierto que adoptan las relaciones económicas y políticas internacionales.
Isaac Enríquez Pérez, Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.