Para algunos políticos y sociólogos, habría que ir pensando en celebrar unos funerales para la clase obrera. Según sus teorías, el proletariado estaría condenado a desaparecer en los países capitalistas desarrollados como consecuencia del crecimiento del sector servicios o terciario a costa del industrial y de la actual revolución técnica, en la que la microelectrónica […]
Para algunos políticos y sociólogos, habría que ir pensando en celebrar unos funerales para la clase obrera. Según sus teorías, el proletariado estaría condenado a desaparecer en los países capitalistas desarrollados como consecuencia del crecimiento del sector servicios o terciario a costa del industrial y de la actual revolución técnica, en la que la microelectrónica desempeña un papel decisivo. Y si la clase obrera se estuviese extinguiendo, también se esfumaría la perspectiva del socialismo, o sea, que tendríamos capitalismo para largo.
En realidad se trata de un argumento que indica la ignorancia de quien lo emplea, o su interés por convencernos de que es inútil luchar contra el actual orden social, o ambas cosas a la vez, pues la clase obrera no sólo no disminuye, sino que sigue creciendo. Desaparecen unas categorías de trabajadores, y otras las reemplazan como ocurre con las propias herramientas de trabajo: tractoristas en lugar de jornaleros, especialistas de fotocomposición en lugar de linotipistas. Es decir, la composición de la clase obrera va variando con arreglo a los cambios que sufre la economía capitalista y la misma burguesía.
UNA NUEVA CLASE OBRERA.
Así tenemos, por ejemplo, que hasta 1950 los jornaleros eran el componente más numeroso de nuestra clase por ser la España de entonces un país principalmente agrario. Sin embargo, la rápida industrialización que tuvo lugar más tarde hizo que en 1970 uno de cada dos trabajadores asalariados fuese obrero de la industria, la construcción o el transporte. Y a partir de aquella fecha el mayor crecimiento se da en el sector terciario: administrativos, vendedores, trabajadores de la hostelería, etc., que perteneces a la clases obrera, del mismo modo que el propietario de un banco, un supermercado o un hotel forma parte de la burguesía.
Ocurre, además, que un sector de técnicos y científicos se va proletarizando, debido a la presencia cada vez más directa de la ciencia en varias ramas de la producción y a la consiguiente necesidad de contar con gente muy calificada para realizar determinadas tareas productivas. Paralelamente a esos cambios, la demanda de mano de obra de mayor calidad, aunque sea muy desigual de una rama a otra, de un tipo de empresa a otra, da pie a que surjan sectores de servicios encargados de elevar esa calidad. Por último, el desarrollo mundial del capitalismo, o sea, el imperialismo, provoca que en los países ricos se multipliquen los servicios encargados de tareas financieras, de venta, gestión, organización, investigación, etc. Mientras una parte de la producción directa tiende a irse a otros países donde los salarios son más bajos. En España, en cambio, el gran peso que el sector servicios adquieres desde 1970 no se explica tanto por esta última razón ni tampoco por la revolución técnica en curso, sino más bien por el despegue industrial, que trae consigo la necesidad de incrementar ciertos servicios (financieros, ventas, etc.); y por la especialización turística dentro de Europa occidental.
LA TÉCNICA NO TIENE LA CULPA
El proletariado, y sobre todo el del sector servicios, crece y va a seguir creciendo. Pero muchos se preguntan si la microelectrónica y todas sus aplicaciones, como la robótica o la informática, más que cambiar la pertenencia de clase de los que manejan esas técnicas, no va a crear un permanente y gigantesco ejército de parados. Nada indica que esto vaya a pasar. Bajo el capitalismo hemos conocido ya varios cambios técnicos, y cada uno de ellos eleva la productividad y tiende a reducir el trabajo humano directo, con lo que aumenta el grado de explotación, pero al mismo tiempo que suprime oficios, crea una infinidad de nuevos. El problema no está en el cambio técnico en sí mismo, sino en el sistema capitalista, que al efectuar esas reconversiones, trata a los obreros como si fuesen máquinas en desuso. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XIX, más de un tercio de los trabajadores textiles catalanes perdieron el puesto de trabajo como consecuencia de la mecanización de este sector, pero al cabo de un tiempo, el empleo volvió a crecer. El problema del paro en estos momentos no está causado tanto por la microelectrónica como por otros factores que agravan la total incapacidad del capitalismo monopolista español de lograr un nivel de pleno empleo con estabilidad laboral, incluso en una situación de auge económico. Sólo hay que fijarse en que en los «felices» 60 o comienzos de los 70, de no haber sido por la emigración, nos hubiésemos encontrado aquí con cerca de tres millones de parados.
MÁS POBREZA.
Por lo demás, sería algo fantástico suponer que, en España, se están desdibujando las fronteras entre las clases, cuando un en año de prosperidad como fue 1970 el ingreso del 90% de los obreros agrícolas y sus familias, del 70% de los industriales o del 60% de los servicios era más bajo que el ingreso familiar promedio; cuando se comprueba que desde 1977 la parte de los salarios netos (ver enlace) en la llamada renta o ingreso nacional no hace más que bajar, mientras sube la parte de los beneficios empresariales; o cuando se ve el empeño que pone la patronal en lograr una mayor flexibilidad laboral entendida sobre todo como aumento del empleo eventual, lo que permite rebajar salarios.
Lo anacrónico, lo destinado a desaparecer, más pronto o más tarde, no es la clase obrera, sino el sistema que la oprime.
http://ffulla.blogspot.com/2007/05/para-algunos-polticos-y-socilogos-habra.html