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Desarmar el tercer episodio de la doctrina del shock

Fuentes: Rebelión

Vuelvo a traer el término propuesto por Naomi Klein en 2007 porque, a mi juicio, es el que mejor describe lo que está ocurriendo en nuestro entorno en los últimos meses. Aunque la pensadora, escritora y activista social canadiense acuñó este concepto antes de la Gran Recesión de 2008, resulta especialmente útil para explicar lo sucedido desde entonces: las políticas impuestas desde 2008 bajo la aplicación de la Doctrina del Shock.

Ya antes de 2008, el capitalismo atravesaba una de sus múltiples crisis profundas: las tasas de ganancia del capital bajaban de forma sostenida; para mantener la economía productiva se impulsaba la financiarización y crecía la deuda, tanto pública como privada; la distribución de la riqueza se volvía cada vez más injusta; las rentas del trabajo disminuían sin cesar y el poder adquisitivo sufría una pérdida considerable; la demanda y el consumo se ralentizaban, y los mercados entraban en una nueva fase de saturación.

La lógica ilimitada del lucro en las economías financieras y la insaciable sed de acumulación del poder económico desencadenaron la crisis de 2008. Si bien al principio se escucharon voces que hablaban de refundar el capitalismo, de limitar el poder financiero o incluso de avanzar hacia su publificación, las medidas adoptadas fueron en la dirección contraria: se «rescató» el sistema financiero que provocó la crisis y se reforzaron los bancos privados, las grandes entidades financieras y los gigantescos fondos de inversión, sin introducir apenas controles o límites. A través del uso de dinero público y el aumento de la deuda de los Estados, se alimentó al capital privado y al negocio financiero, mientras se imponían severos recortes a las clases populares: recortes y privatización de servicios públicos, bajadas salariales, reformas laborales y de pensiones y demás recortes.

En la Unión Europea se movilizaron 1,6 billones de euros públicos para rescatar y revitalizar el sistema bancario y financiero privado. Como explica Naomi Klein, se impusieron medidas que, en otro contexto, difícilmente habríamos aceptado, y lo hicieron sin ningún tipo de aval democrático, aprovechando el estado de shock. Así se fraguó el primer episodio de la Doctrina del Shock contemporánea.

El segundo episodio lo conforman las medidas adoptadas frente a la crisis provocada por la pandemia del Covid-19. En la primera fase de la emergencia, se multiplicaron los aplausos al personal sanitario; las tareas de cuidados cobraron un protagonismo inédito; se visibilizó el trabajo imprescindible de quienes limpian; se subrayó la necesidad de controlar la producción y distribución alimentaria; se puso en valor la importancia de lo local y de la soberanía productiva.

Sin embargo, apenas se adoptaron medidas para reforzar las necesidades puestas de manifiesto durante la crisis y, aprovechando el estado de shock provocado por la pandemia y el pretexto de impulsar la transición ecológica y digital, se destinaron enormes cantidades de dinero a las grandes transnacionales. Aunque los fondos Next Generation EU canalizaron 750.000 millones de euros, en total se movilizaron 1,8 billones en el contexto de la crisis sanitaria. Empresas como Iberdrola, Repsol, Siemens, Total Energies, Volkswagen, Telefónica o Indra figuran entre los principales beneficiarios de estos fondos, financiados con dinero y deuda pública.

Mientras no se quiera acometer una profunda reforma fiscal que haga pagar más a los grandes capitales y a los beneficios empresariales, esa deuda se seguirá pagando —como ya ocurre— mediante recortes en los presupuestos públicos y en los servicios básicos de los diferentes gobiernos; con reformas laborales y de pensiones, y con nuevos recortes sociales de diversa índole.

Y ahora, en el contexto de la feroz competencia global por la hegemonía y los recursos estratégicos, con la guerra de Ucrania y la supuesta amenaza rusa como excusa, pretenden meternos el miedo a la guerra hasta los tuétanos. Aprovechando de nuevo esta situación de shock, se plantea destinar otros 800.000 millones de euros a la financiación de la industria armamentística. La mayor parte de ese dinero acabará engrosando los bolsillos de fondos buitre y grandes accionistas vinculados a empresas como Rheinmetall, Indra, Airbus, Leonardo o Boeing. Y de paso también las cuentas de los acciones de las enpresas vascas que participan en la industria militar como Sener, Aernova, ITP Aero o SAPA. Una vez más, se pretende utilizar recursos públicos para reforzar intereses privados, mientras se recortan los fondos destinados a cubrir necesidades esenciales y a sostener sistemas públicos de protección.

Las decisiones adoptadas por las élites políticas durante las últimas décadas, así como el empobrecimiento progresivo que están provocando en la clase trabajadora —y la falta de acceso a necesidades básicas como vivienda, cuidados, sanidad, educación, alimentación, información o cultura— están impulsando en gran medida el ascenso de la extrema derecha.

Es imprescindible desenmascarar las mentiras que alimentan este estado de shock, identificar las causas profundas y a sus responsables, y promover soluciones y alternativas reales. No necesitamos invertir en armamento, y mucho menos para enriquecer a gigantes del sector y a sus accionistas multimillonarios. Basta ya de poner el dinero público al servicio de entidades financieras, fondos buitre y grandes corporaciones transnacionales.

Lo que necesitamos con urgencia es reforzar nuestro sistema sanitario y educativo público; implantar un sistema de cuidados universal y de calidad; ampliar el parque de vivienda pública de alquiler asequible; erradicar la pobreza; mejorar de forma significativa las pensiones y prestaciones sociales; dignificar salarios y condiciones laborales; avanzar hacia la soberanía económica y del trabajo; dejar de explotar a otros pueblos, garantizar la acogida digna de las personas migradas y fomentar la convivencia; relocalizar la economía y transitar hacia un modelo productivo sostenible que responda a las necesidades sociales; fortalecer la agricultura y alimentación agroecológica; promocionar la generación y difusión de información de calidad; impulsar una cultura que nos ayude a librarnos del sometimiento al capital; proteger y promover nuestra lengua; o desarrollar infraestructuras e instrumentos tecnológicos libres, entre otras muchas medidas.

Se trata de grandes y numerosas necesidades. No es sensato —ni justo— seguir destinando recursos públicos a la industria armamentística y a grandes corporaciones privadas.

Y, por supuesto, para poder impulsar este cambio necesitamos poner límites a quienes se han enriquecido a costa de la mayoría, y a quienes se han apropiado de los recursos básicos y de los frutos de nuestro trabajo. Límites a sus privilegios, y redistribución efectiva de la riqueza acumulada. Para ello, resulta imprescindible avanzar hacia un sistema fiscal justo, que nos posibilite financiar todas las necesidades señaladas.

Tenemos que desarmar el miedo que nos han inoculado a través del shock y avanzar en libertad, democracia y soberanía. Ante este panorama, puedes empezar por militar en algún sindicato de tu entorno que trabaje por la transformación social, en el grupo feminista de tu barrio o en un colectivo LGTBI, en el movimiento juvenil, en un sindicato de vivienda, en movimientos ecologistas o en organizaciones que defiendan los derechos de las personas migradas, en grupos antimilitaristas, en las movilizaciones de pensionistas, en proyectos de economía social y transformadora, en iniciativas por el euskera, en el AMPA de la escuela de tus hijos e hijas, en grupos de consumo o en proyectos de alimentación agroecológica. Explica y defiende todo esto en los grupos deportivos o culturales en los que participes, entre tus amistades, en tu militancia política o en el partido que sientas más cercano, e interpela para que se tomen medidas concretas en esta dirección.

No es cuestión de falta de opciones. Frente a la lógica capitalista rígida y oligopólica, tenemos multitud de opciones, y todas ellas mejores que las que nos proponen en estas situaciones de shock. Construyamos nuestro futuro.

Xabier Irastorza Garmendia, Fundación Manu Robles-Arangiz.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.