El capitalismo en el mundo, ese que llamamos «acumulación por desposesión, por despojo o por robo» -categoría creada por el geógrafo teórico marxista David Harvey-, es una actualización del colonialismo. Hoy el capitalismo funciona de esa misma manera, apropiándose del agua y de la tierra, y expulsando comunidades enteras mediante megaproyectos, grandes obras de infraestructura […]
El capitalismo en el mundo, ese que llamamos «acumulación por desposesión, por despojo o por robo» -categoría creada por el geógrafo teórico marxista David Harvey-, es una actualización del colonialismo. Hoy el capitalismo funciona de esa misma manera, apropiándose del agua y de la tierra, y expulsando comunidades enteras mediante megaproyectos, grandes obras de infraestructura hidroeléctrica, minería a cielo abierto, monocultivos de soja y una feroz especulación inmobiliaria urbana. Los capitalistas ya no tratan de integrar a la población a sus proyectos, sino que la ven como un obstáculo para su concreción: para construir un megaproyecto, expulsan o aniquilan.
Tradicionalmente, la historia de América latina se centró en el sindicato, el partido y el Estado, instituciones que hoy difícilmente pueden encarar un proceso de cambio profundo.
El poder conserva un formato colonial donde las formas comunitarias de los pueblos indígenas y las comunidades urbanas empobrecidas se mantienen como verdaderas resistencias a la descomposición de la vida provocada por el modo de producción capitalista.
El régimen político para imponer el despojo no puede ser el mismo que en el período en el que se apostó a la integración de los trabajadores como ciudadanos. Se está, hoy, ante el final de un período.
Hay quienes hablan de una nueva transformación sistémica que incluye al menos tres cambios trascendentes, y que debe tener su correlación en el ajuste de las tácticas y estrategias de los movimientos populares, antisistémicos: el fin del estado de bienestar, el fin de la soberanía nacional (el margen de acción del Estado-Nación es mínimo) y el fin de las democracias, fuertemente vinculado al fin de la soberanía nacional.
Repasando la historia reciente, se observa que las revoluciones reproducen la cultura política de las clases dominantes, por lo que se hace necesaria una transformación en esa cultura -que no se logra de un día para el otro-, en la que participen nuevos sujetos colectivos, y donde la mujer tenga un papel relevante.
Cuando el 1% de la población secuestró la voluntad popular y el 62% se somete a ese 1% (como en Grecia), es porque la democracia (que no significa votar cada cuatro años) no funciona. Y ese algo que no funciona se llama «democracia» (formal, declamativa). En América latina se avanzó en algunos modelos de democracia participativa, donde el ciudadano se convierte en sujeto (y no mero objeto) de política.
La democracia no es la antítesis de la dictadura, porque hoy se vive en la dictadura del capital financiero, de pequeños grupos que nadie eligió. Este tipo de democracia (hoy codificada en derechos) funciona desarmando los poderes de clase de trabajadores, mujeres pobres, indígenas, negros y mestizos, sectores populares y campesinos sin tierra, los habitantes de las periferias, todos los de abajo.
Este tipo de democracia está sometida a las técnicas de mercadeo: la voluntad popular nunca alcanza a expresarse en las instituciones estatales, en los términos y códigos que las clases populares emplean en sus espacios, sino mediada y tamizada hasta ser totalmente neutralizada.
Fuente: http://www.miradasalsur.com.ar/2015/09/20/revista/miradas-descolonizar-el-pensamiento-critico/