El gran Hubertus Mynarek terminó de escribir este mismo año, preparando el 500 aniversario de la publicación de las famosas 95 tesis por Lutero en la iglesia del castillo de Wittenberg, el libro «Luther ohne Mythos», Lutero sin mitos, diríamos Lutero sin maquillaje. Un libro de poco más de 100 páginas y 11 breves capítulos. […]
El gran Hubertus Mynarek terminó de escribir este mismo año, preparando el 500 aniversario de la publicación de las famosas 95 tesis por Lutero en la iglesia del castillo de Wittenberg, el libro «Luther ohne Mythos», Lutero sin mitos, diríamos Lutero sin maquillaje. Un libro de poco más de 100 páginas y 11 breves capítulos. Un libro bien fundamentado y que, como él dice, presenta aspectos olvidados, dejados de lado, unas veces para no bajar de pedestal al mito y otras a fin de no molestar. Pero lo cierto es que Lutero fue también un muy mal bicho, sobre todo para los campesinos y el gran Thomas Müntzer.
El 2017 será para la Iglesia evangélica y también para los representantes políticos de la República Federal de Alemania un año importante. Antes, durante y después de esta fecha celebrarán ambos conjuntamente con una serie de actos -como corresponde a una Iglesia estatal y a un estado eclesial- el 500 aniversario de la proclamación de la tesis de Lutero.
Posiblemente es más leyenda que realidad el aserto de que Lutero colocó sus 95 tesis contra el poder mágico-encantador de las indulgencias, que repartía y vendía la Iglesia católica romana, en la iglesia del castillo de Wittenberg (probablemente iban acompañando a una carta a sus jefes). Y ya en esa fecha comienza «el mito Lutero», su elevación a figura de culto, a la épica como hombre valiente y audaz, monje que en solitario se enfrentó al poderoso aparato de dominio del papado y del emperador. En el cine y la televisión todavía no hace mucho se nos ha presentado también como hereje osado vestido de monje.
Se sabe que contra la mitificación, la mistificación y la sacralización no hay remedio grande. La masa quiere héroes, estrellas, santos…, y las Iglesias suelen apoyar en silencio o guardar silencio ante los lados obscuros de sus gentes y más en los puestos más altos. Callan los obispos, los superintendentes y aquellos que en la Iglesia evangélica-luterana tendrían que manifestar algo sobre aquella profunda fuerza demoníaca inserta en la personalidad y carácter de Lutero, que le impulsó a redactar discursos y encendidas prédicas devastadoras y muy criminales, llamadas y apelaciones contra un número de personas y grupos que con toda seriedad e insistencia pedía su destrucción y su exterminación.
Lo que Lutero manifestó sobre el papa y el papado (sobre todo en un escrito «Wider das Papstum zu Rom, von Teuffel gestiftet» -Contra el papado de Roma, instituido por el demonio), lo que redactó y dio a conocer mediante imágenes espantosas, preñadas de rabia contra esta institución, supera y deja como benévola cualquier polémica de los actuales críticos hacia su Iglesia, por dura que ésta sea. Dejó el listón muy alto. El veneno que Lutero lanzó contra las mujeres, los herejes, los sectarios, los esclavos que se negaban a seguir siendo, contra los judíos, las prostitutas, contra la filosofía, los filósofos y humanista… es muy pernicioso, los demás fundadores de religiones y reformadores no le llegan ni a la suela del zapato. El mismo Corán y el Talmud, en sus manifestaciones negativas sobre y contra los no creyentes no se pueden comparar con el ímpetu y pujanza marmórea, con los discursos incitadores y asesinos de Lutero.
No resulta extraño que Friedrich Nietzsche le catalogara «desgracia de un monje», y el filósofo neomarxista Ernst Bloch le enumerara entre los «grandes odiadores de sí mismos», para quien él y la humanidad eran reflejo de su desesperación existencial y ética. Hay críticos todavía más duros en su enjuiciamiento a Lutero. La imagen del hombre que tiene Lutero y sus tesis sobre la sexualidad son una «perversión nociva, un crimen contra la persona y un delirio proliferante» sentencia W. Ronner, autor del clásico libro «Die Kirche und der Keuschheitswahn» ( la Iglesia y la manía de la castidad). Los abogados C. Sailer y G.-J. Hetzel fundamentan en su escrito sobre determinadas maquinaciones anticonstitucionales con todo detalle, de modo que en la concepción actual del derecho Lutero era un criminal, a quien los representantes del ministerio público le deberían detener rápidamente y, una vez detenido, acusado por instigación al pueblo, provocación al asesinato, por instigación a la ruptura de la paz y por instigación al incendio (naturalmente caso de que la fiscalía partiera del principio de igualdad ante la ley, que es lo que debiera hacer).
Claro está, el Estado no emprende nada contra la Iglesia evangélico-luterana porque los responsables políticos son ignorantes voluntarios frente al conjunto de las doctrinas de Lutero, su imagen de Lutero está hermoseada, han eliminado los aspectos negativos, ni saben ni quieren saber de Lutero más que lo que se les instruye en la escuela sobre la confesión religiosa; además muchos puestos importantes e influyentes del Estado y la sociedad están ocupados por hombres y miembros de la Iglesia evangélico-luteranos y a quienes hay que verles como aliados con la actual Iglesia del papa de Roma en contra de comunidades religiosas menos entrelazadas y comprometidas con el Estado.
A la vista de la extendida ignorancia de los políticos y de amplias capas de la sociedad respecto a la fatal negatividad y capacidad destructiva de las enseñanzas de Lutero, los obispos evangélicos no van a encontrar problema alguno en su tarea de loar la herencia de Lutero. Así, por ejemplo el obispo evangélico von Loewenich en un mensaje por Internet dice: «Queremos conservar la herencia histórica de la tradición luterana como patria cultural y espiritual nuestra». La herencia de Lutero está realmente presente por doquier: Hay calles, monumentos, escuelas, iglesias… dedicadas a él. Su retrato cuelga en los despachos administrativos de los obispos y párrocos luteranos. Nadie se escandaliza por ello aun cuando estaría perfectamente justificado que así fuera.
Tampoco hay escándalo y protesta por parte de la Iglesia católica.
El papa Ratzinger, en su anterior puesto como jefe de la Congregación de la Fe, eliminó a la Confesión evangélica el atributo de ser Iglesia. Pero en esta descalificación no jugó papel alguno el lado oscuro en la vida de Lutero, la inhumanidad de sus actuaciones, la doctrina y escritos, y sí en cambio las diferencias substanciales en las concepciones de ambas Iglesias respecto a la autoridad papal, a la misión de obispos y párrocos y al papel de la eucaristía. ¡Qué les importa a los señores de la Iglesia las condenas a muerte y las matanzas de grupos enteros de personas por Lutero cuando lo que está en juego es algo mucho más importante como es decidir sobre el beneficio a la hora de entender la codecisión en la función o en la forma de entender la eucaristía de la única Iglesia verdadera. Y es que a la Iglesia le interesa y se preocupa por la salvación de las almas y no por la del cuerpo, también la Inquisición católica, y no sólo Lutero, por mor de la salvación de las almas mandó a la muerte a cientos de miles. El interés por dogmas y parágrafos, por la pureza de la doctrina y el derecho de la Iglesia desde siempre fue mayor en la Iglesia que el hombre de carne y hueso.
También es verdad que la Iglesia católica romana siempre supo confundir a la gente con grandes gestos, poses y boatos, simular ante ellos bondad, amor y espíritu de reconciliación. A ello contribuyó esta vez y de modo admirable la actuación del papa Benedicto, alias Ratzinger, en el convento de los agustinos de Erfurt con motivo de su visita a Alemania en septiembre de 2011. Lutero en julio de 1505, y en cumplimiento de una promesa hecha con motivo de una horrible tormenta, se cobijó en este convento, y también aquí en este convento fue consagrado sacerdote en abril de 1507.
De modo que los protestantes se mostraron contentos y agradecidos por este gesto del papa, abrigando nuevas esperanzas de futuros avances en la reconciliación ecuménica de ambas Iglesias. Pero se equivocaron de plano. El papa, que a este respecto se mantiene frío y duro como el acero, no hizo concesión alguna a la Iglesia evangélica.
Al contrario: corro zorro listo y astuto Ratzinger quizá quiso pretender algo completamente distinto: «Mirad vosotros, protestantes apóstatas, yo visito este convento de agustinos de Erfurt porque aquí vuestro Lutero, todavía un bravo monje católico y sacerdote -bien entendido que consagrado sacerdote con rito católico, rito que vosotros habéis liquidado y ya no lo reconocéis como sacramento-.
Jamás el papado, ni el Vaticano ni el papa Ratziger, que vive y actúa bajo el eslogan «right or wrong, my church», bien o mal, mi Iglesia; ni han olvidado ni han perdonado que a ellos la Reforma les arrebató de su dominio casi la mitad de Europa. Y jamás los señores del piso del jefe de la jerarquía católica entenderán el ecumenismo sino como una vuelta y regreso de la oveja perdida al redil de la madre Iglesia, que es la única verdadera, tras reconocer sin condición alguna la soberanía legislativa, ejecutiva y judicial del papa.
Hans Küng ya puede seguir mendigando y pidiendo desde décadas que el papa baje algún peldaño y se dedique como continuador de Pedro a una actividad más pastoral, libre de competencias y compromisos jurídicos; para los responsables del Vaticano Küng es tan solo un bufón sin ningún influjo en la política curial y a quien sencillamente le permiten sin especiales consecuencias negativas para él. De todos modos oficia como «idiota aprovechable para la Iglesia», como le catalogó una vez un colega de la facultad de teología católica de Tubinga porque mantiene a los intelectuales dentro de la Iglesia, que hacen la siguiente reflexión: «Si el erudito Küng sigue estando dentro todavía debe tener sentido estar dentro y pertenecer a la Iglesia».
Pero regresemos a nuestro tema: Tras lo dicho, en su actuación en Erfurt el papa tampoco pudo tener interés en hablar de los rasgos demoníacos e inhumanos en la manera de ser de Lutero.
¿Y los obispos alemanes? Se encuentran en un dilema. Nadie osa protestar contra el papa, pero por otra parte tampoco quieren estropear el clima ecuménico. Así que tampoco se puede esperar de ellos una palabra sobre el antihumanismo en la doctrina y vida de Lutero. Siempre celebran con más o menos entusiasmo los jubileos en honor de Lutero
¿Y qué hacen los teólogos, sobre todo Hans Küng y Drewermann? Ahora que Küng presenta su último libro, tratando de salvar a la Iglesia, protestantizándola en cierta manera. Por lo que no tiene interés alguno en criticar a Lutero y sí interés por el lector evangélico de tenerle de su lado. Él alaba en su libro aparecido en el 2011 a Lutero exageradamente como aquel que hubiera podido salvar a la Iglesia católica si ésta hubiera escuchado a Lutero: «La principal responsabilidad no es del reformador Lutero (…) sino de la Roma enemifga de reformas, por eso se llegó a una división entre (dicho de modo poco refinado) entre la mitad norte y sur del imperio, que prosiguió con la expansión colonial de los poderes europeos también en el norte y sur de América
Küng sigue loando de forma hímnica el «ímpetu personal y reformador de Lutero así como su increíble efecto explosivo en la historia». No pierde ni una palabra en comentar que Lutero mediante sus discursos cargados de odio y sus escritos incitadores contribuyó en gran manera a la muerte de miles de personas. Si Küng hubiera pensado en esta pobre gente, víctimas de la fuerza demoníaca de Lutero, no hubiera despachado el comportamiento de Lutero con una simple frase secundaria e inexacta: «También cometió errores» en su discurso de poco fuste sobre el mismo.
Y también Drewermann, si bien abandonó la Iglesia católica a los 65 años, en modo alguno ha dejado como antiguo pastor de la Iglesia lo católico, lo universal, todo lo ganable para Cristo, cuando en salas de conferencias llenas de gente sigue recomendando a todos los creyentes y no creyentes al gran salvador, al terapeuta más importante de todos, es decir a Jesús. Todavía hace poco alabó públicamente en cierta ocasión el inmenso acto liberador de Lutero. Y para ganarse puntos ante los protestantes no vierte crítica alguna contra Lutero.
Y llegamos al tercer crítico prominente, a Gotthold Hasenhüttl, que fue tan «valiente» de celebrar una cena ecuménica con los evangélicos. En circunstancia así lo que menos fue pensar en sacar a relucir las perversiones y obsesiones de Lutero, aprovechando los periódicos eclesiales y revistas que le exaltaban por su osadía; Hasenhüttl sí hubiera podido mostrar un gran coraje si antes de jubilarse hubiera sido capaz no solo mediante la celebración de la cena con los hermanos de credo protestante sino por ejemplo declarando que ha quebrantado la ley del celibato, antinatural y vulneradora de los derechos humanos, uniéndose a una mujer y procreando un hijo.
Todas las exposiciones teóricas contra la ley eclesial del celibato por parte de Drewermann, Hasenhüttl y Küng no han significado nada, no han movido a la jerarquía eclesiástica a ningún paso adelante. Si los tres hubieran salido y públicamente reconocido que tienen mujer, compañera o amante y que ellos quieren que su postura se entienda como protesta contra la ley antinatural del celibato y para quitar el miedo a muchos otros párrocos ante una salida así, entonces hubiera resultado valiente la propuesta y quizá hasta efectiva. El hecho de que los sacerdotes de la Iglesia evangélica puedan casarse y los de la católica no supone también una dificultad para la reconciliación de las Iglesias.
En todas partes todo progreso depende en casi todas las circunstancias humanas del potencial de coraje civil de una comunidad. El servilismo no crea (por ejemplo mis libros «Señores y siervos de la Iglesia» y «Críticos contra arrastrados»), lleva solo a la deslealtad y a la postración.
Este libro desmitifica, desmistifica y desdiviniza a Martín Lutero sin cortapisas ni enmascaramientos; muestra sus aspectos olvidados, dejados aparte, tabuizados y de los que nadie habla para tener una visión global y en conjunto de Lutero como maestro, actor y de su forma de ser. Ya es hora de sacar y mostrar a la luz después de 500 años toda la verdad de este personaje; de presentar al público a un Lutero sin maquillaje, ni hermoseado, en su realidad desnuda y sorprendente, de devolver a la figura luminosa y de culto del reformador, promocionada estatalmente y fabricada eclesialmente, a su verdadera dimensión, una mucho menor.
Ninguna sociedad puede vivir a la larga sin graves daños con y de la mentira (keine Gesellschaft kann ohne schweren Schaden auf die Dauer mit und der Lüge), aun cuando esta mentira se alargue durante siglos.
¡Sólo la verdad nos hace libres!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.