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Entrevista al historiador Jacques Pauwels

“Descubrir la verdad histórica es una forma de liberación”

Fuentes: Investig'Action

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

“Si no tenéis cuidado, los periódicos os harán odiar a las personas oprimidas y querer a quienes las oprimen”, afirmaba Malcom X. Esta idea se podría aplicar también a los manuales de historia. En efecto, en su último libro Les mythes de l’Histoire moderne [Los mitos de la historia moderna] el historiador Jacques Pauwels estudia algunos de los grandes acontecimientos que han marcado los dos últimos siglos. Analiza cómo las revoluciones han hecho avanzar el proceso democrático mientras que las guerras lo han detenido e incluso hecho retroceder. Llega a una conclusión demoledora: la historia convencional se ha escrito para criminalizar a quienes defendieron los derechos de la mayoría y elogiar a unos caudillos que nada tenían de democrático. ¿Por qué se manipula la historia de este modo, por qué hay que mirar detrás de la cortina de los mitos y cómo informarnos correctamente? Jacques Pauwels nos ofrece sus pequeños secretos.

Pregunta: En su libro examina diferentes mitos de la historia moderna. Hay uno, tenaz, que se repite cada año: las guerras mundiales fueron una lucha por la democracia y los soldados cayeron para que nosotros pudiéramos vivir libres. La realidad es un tanto diferente, ¿no?

Respuesta: De hecho, el hilo conductor que he seguido en el libro a través de todos los acontecimientos que analizo es la democratización progresiva de nuestra sociedad. La democracia que conocemos hoy está lejos de ser perfecta. Sería más justo hablar de oligarquía ya que el poder se concentra en manos de unos pocos privilegiados. Pero, aun así, ha habido avances. Este proceso democrático atraviesa la historia contemporánea, que ha estado marcada por guerras y revoluciones. He querido destacar la relación dialéctica entre ambas. En los medios de comunicación y en la historiografía convencional generalmente se nos presenta a los revolucionarios como personajes malos y peligrosos. Podemos pensar en Robespierre o Lenin. En cambio, se presenta como héroes a los grandes caudillos, como Napoleón o Churchill.

La realidad es diferente. En efecto, defiendo la idea de que el proceso democrático ha avanzado sobre todo gracias a las revoluciones y que la guerra ha sido una forma de detener e incluso de hacer retroceder la democracia. Para llegar a esta conclusión he estudiado varios grandes acontecimientos de la historia moderna, desde la Revolución francesa a las dos Guerras Mundiales, pasando por la Revolución rusa. Y sistemáticamente me he planteado la siguiente pregunta a modo de balance: ¿estos acontecimientos han hecho avanzar o retroceder la causa de la democracia? En general han sido las revoluciones las que ha hecho avanzar esta causa. Quienes no tenían interés en una verdadera democracia trataron de detener este proceso y lo hicieron sobre todo por medio de la guerra.

P: ¿Algunos ejemplos?

R: Cuando se nos habla de la Revolución francesa, pensamos en la guillotina, en la sangre derramada, en la violencia, etc. Es cierto que hubo terror en la Revolución, pero también hubo un terror de los contrarrevolucionarios, un “terror banco”. Lo mismo ocurrió durante la Revolución rusa. Pero no hay que olvidar que la Revolución francesa hizo mucho por la democracia. Por ejemplo, fue con Robespierre cuando se instituyó el sufragio universal, el derecho al voto para todos, que hoy se considera uno de los pilares de nuestra democracia. Igualmente, la Revolución francesa en su fase más radical, bajo Robespierre, abolió la esclavitud en 1794. Fue un avance enorme para la democracia en aquel momento porque millones de personas recuperaban cierta forma de libertad. En aquel momento Estados Unidos, que ya se presentaba como un campeón de la libertad, no había pensado ni por un momento en abolir la esclavitud.

P: Sin embargo, se considera que la fecha en que se abolió la esclavitud es 1848…

R: Exacto. La esclavitud se había abolido bajo Robespierre, pero Napoleón la volvió a instaurar. Después de la Revolución francesa también se arrinconó la idea del sufragio universal y se sustituyó por el sufragio censitario: solo podían votar quienes tenían dinero. Además, Napoleón emprendió muchas guerras. Hubo que esperar de nuevo a una erupción revolucionaria en 1848 para que el sufragio universal se instaurara definitivamente y la esclavitud fuera abolida para siempre. Pero, ¿qué recordamos hoy? Se elogia a Napoleón en los manuales de historia y hay estatuas de él por todas partes. En cambio, la idea de dedicar una calle o una plaza a Robespierre provoca regularmente polémicas en París.

P: Últimamente se oye hablar a menudo de fake news, pero con su libro vemos que, a fin de cuentas, no es nada nuevo y que la historia está repleta de fake news.

R: A menudo se cree que nuestra historiografía es una ciencia neutra y objetiva. No lo es. Nuestra historiografía está plagada de mitos. En la mitología griega siempre había una pequeña parte de verdad histórica. Por ejemplo, la odisea de Ulises aborda los primeros grandes viajes hacia Italia y la explotación del Mediterráneo. En el mito se oculta una pequeña parte de verdad histórica. Hoy ocurre lo contrario, ¡en la historia tal como se enseña y se presenta en los medios de comunicación se ocultan muchos mitos!

P: ¿Qué interés tiene manipular así la historia?

R: La historia de los dos últimos siglos ha estado marcada por luchas a favor y en contra del proceso democrático. No hay que creer que todos los grandes personajes que ilustran los manuales de historia eran fervientes defensores de la democracia. La reina Victoria, por ejemplo, la detestaba. Para los monarcas lo ideal era el absolutismo de Luis XIV. Todo el poder se concentraba en sus manos. Lo mismo ocurre con los empresarios, ellos también detestaban la democracia. Desde el punto de vista demográfico la élite solo representa una minoría muy pequeña, por eso nunca le ha gustado el sufragio universal, porque en esas condiciones no tenía ninguna posibilidad de ganar elecciones. Así que luchó contra el proceso democrático e incluso buscó cómo hacerlo retroceder.


P: ¿Cómo logran las pequeñas minorías en el poder bloquear los intereses de la mayoría?


R: Siempre hay esa relación dialéctica entre guerra y revolución. Ya hemos visto que el proceso democrático conoció unos avances muy importantes en 1848. Pero después, como destaco en mi libro La Grande Guerre des classes [La Gran Guerra de clases], la Primera Guerra Mundial fue una vasta operación a la vez contrarrevolucionaria y antidemocrática. En efecto, en tiempos de guerra algunos jefes dan órdenes y todos los demás deben obedecer. Durante la guerra no hay democracia. En Bélgica, por ejemplo, en cuanto estalló la Primera Guerra Mundial los parlamentarios ya no tuvieron nada más que decir, el rey Alberto era quien tenía todos los poderes. En Francia Clemenceau resultó ser un verdadero dictador y lo mismo ocurrió en Inglaterra con Lloyd George o en Alemania con Ludendorff.

Cuando afirmo que la guerra pone fuera de juego a la democracia no hablo solo de democracia política, sino también de democracia social. Las revoluciones y los movimientos de protesta permitieron conquistas importantes, como los servicios sociales, la limitación de las horas de trabajo, las vacaciones y las pensiones para los obreros o incluso la prohibición del trabajo infantil. En cuanto estalló la guerra se suprimieron muchas ventajas sociales o se dejaron en suspenso. Ya no se permitía hacer huelga, los obreros tenían que trabajar más y ganar menos, había que sacrificarse por la patria porque el país estaba en guerra. Los grandes capitalistas se aprovecharon de la guerra para neutralizar a los sindicatos y a los movimientos obreros que cada vez les parecían más amenazantes. Además, ganaron mucho dinero con la guerra, no solo gracias a los encargos de material de guerra, un negocio muy rentable, sino también porque podía pagar salarios más bajos. Por eso demuestro en el libro que si hoy en nuestros países tenemos más democracia que en los siglos pasados es gracias a los revolucionarios y no gracias a los grandes caudillos.

P: Sin embargo, algunos avances democráticos se obtuvieron con gobiernos que no eran particularmente revolucionarios.

R: Se concedieron cuando las élites tenían miedo de la revolución. Así, muchas reformas democráticas se introdujeron desde arriba después de la Primera Guerra Mundial. En Bélgica, por ejemplo, se introdujo el sufragio universal y la jornada de ocho horas. En Francia, los Países Bajos, Inglaterra e incluso en Suiza hubo reformas similares. No era en absoluto una forma de agradecer al pueblo sus esfuerzos, sino que las élites occidentales temían verdaderamente las revoluciones al estilo de la rusa. El objetivo de esas reformas era apaciguar al pueblo.


P: ¿Por qué es importante saber qué pasó realmente?

R: ¿Qué importancia tiene la historia en general? Es una buena pregunta. Muchas personas piensan que no es importante, están más preocupadas por lo que pasa hoy, cuando no están simplemente absortas por la necesidad de ganarse la vida. El pasado, pasado está. Pero la historia, la verdadera, la que no cuenta mitos, es muy importante. Una sociedad que no conoce su historia es como una persona que ha perdido la memoria. La historia nos ayuda a entender dónde estamos hoy y por qué estamos ahí, por qué tenemos cierto grado de democracia que, sin ser perfecto, es mayor que hace cien años. Así pues, hay que conocer la historia para entender el presente. Y hay que entender el presente para poder avanzar hacia el futuro, lo que no es posible sin conocer todas estas luchas democráticas y antidemocráticas.

P: ¿Qué aconsejaría para informarse correctamente sobre la historia?

R: ¡Leer mi libro, por supuesto! (Risas) También hay que estudiar la historia, interesarse por ella, pero con ojo crítico. Hay que poder mirar tras la cortina de los mitos, buscar a los historiadores y los libros que tratan de hacerlo. Hay muchos. Estoy lejos de ser el único. Cuando estudiaba en Bélgica y después en Canadá yo mismo fui tomando conciencia poco a poco de que todo lo que me contaban podía no ser verdad. Cuando estudiaba en Canadá en la década de 1970 descubrí que había una corriente de historiadores en Estados Unidos llamados revisionistas. No tenían nada que ver con quienes niegan el Holocausto. Eran historiadores críticos gracias a los cuales aprendí por primera vez, por ejemplo, que el objetivo del bombardeo de Hiroshima no era detener la guerra, sino intimidar a Stalin. Estaba impactado, investigué el asunto y descubrí que era totalmente cierto.
Lo mismo ocurría con lo que se afirmaba de que Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania en 1914 para proteger a la pequeña Bélgica. No fue así, los británicos entraron en guerra para apoderase del petróleo de Mesopotamia, un territorio que pertenecía al Imperio otomano, aliado del Reich alemán. Pero en los manuales de historia nunca se habla de ello. Afortunadamente, existen libros que se centran en ese tipo de problemas y entonces los acontecimientos nos resultan más claros. Una vez que se comprende eso, también se comprende por qué todavía hoy se libran guerras como la de Irak. Por el petróleo, por supuesto.

P: Tanto en los manuales de historia como en los medios de comunicación las cuestiones económicas suelen brillar por su ausencia.

R: En efecto, la mayoría de los historiadores evitan hablar de los intereses económicos que estaban en juego en las guerras. Nos dan todo tipo de información, sobre todo acerca de las batallas, pero al actuar así no explican nada sobre las razones de los conflictos. Descubrir la verdad histórica, empezar a entender verdaderamente lo que ha ocurrido, es una especie de liberación. Por lo tanto, es muy importante estudiar historia con una mirada crítica.

P: Finalmente, cuando se ve cómo las revoluciones y las guerras han empujado o detenido el proceso democrático, ¿no constituyen las relaciones de clase un buen enfoque para entender la historia?¿No explican también estas relaciones por qué se manipula la historia?

R: Es verdad. La mayoría de la gente, la masa del pueblo quiere la democracia. A quien no le interesa es a la pequeña minoría en el poder porque sabe que una verdadera democracia implicaría perder sus privilegios. Si la mayoría tuviera verdaderamente el poder, ¿aceptaría que 26 personas posean tanta riqueza como la mitad más pobre del planeta? Quienes tienen el poder y las riquezas luchan para conservarlos, luchan contra la democracia, aunque al mismo tiempo simulan que les gusta. Después de la Primera Guerra Mundial muchos partidos conservadores que representaban a la aristocracia y a los ricos empresarios empezaron a utilizar apelaciones como “partido popular”, en absoluto popular en el sentido de tener al pueblo detrás y querer darle el poder. En realidad querían animar al pueblo a apoyar su forma de actuar. Por consiguiente, la pequeña minoría que posee las riquezas lucha por conservar sus privilegios y se puede permitir escribir la historia, sobre todo a través del control que ejerce sobre los medios de comunicación.

P: Por lo tanto, ¿la lucha de clases es, efectivamente, el motor de la historia?

R: Siempre lo ha sido, es cierto, aunque no gusta hablar de ello, se prefiere hablar de los belgas o los franceses contra los alemanes, de guerras contra naciones, aunque la realidad es mucho más compleja.

(1) “If you’re not careful, the newspapers will have you hating the people who are being oppressed, and loving the people who are doing the oppressing” (N. de la t.).

Fuente: https://www.investigaction.net/fr/jacques-pauwels-decouvrir-la-verite-historique-est-une-forme-de-liberation/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.