Imaginamos, quienes no hemos estado en una guerra, que somos la inmensa mayoría, los horrores de la guerra y también el mayor horror, si cabe, que pueda haber en una guerra civil, una guerra entre hermanos… Sabemos asimismo, del horror de la posguerra española y los más de un centenar de miles de fusilados por […]
Imaginamos, quienes no hemos estado en una guerra, que somos la inmensa mayoría, los horrores de la guerra y también el mayor horror, si cabe, que pueda haber en una guerra civil, una guerra entre hermanos…
Sabemos asimismo, del horror de la posguerra española y los más de un centenar de miles de fusilados por los ganadores una vez terminada. Sabemos que una vez muerto el dictador, un ministro versátil suyo tomó las riendas de la reorganización del Estado para convertirlo de la dictadura vitalicia que fue a Estado sometido al derecho y no al capricho del tirano (luego se ha ido viendo otra cosa). Personaje éste que convocó a seis personas a las que llamó padres de la Constitución, las cuales habrían de elaborarla en parte a voluntad del dictador empeñado en restaurar la monarquía y al monarca elegido por él, y en otra parte a la suya propia. Sabemos que la voluntad de ese exministro franquista seguía siendo marcadamente autoritaria por actos políticos que le identificaron en su momento con el dictador. Y sabemos por eso mismo que, al no ser posible que perdiese su condición envenenada, la constitución y leyes orgánicas que fueran luego promulgándose habrían de vigilar estrechamente los intereses materiales y morales de los herederos de los ganadores de esa guerra civil. Sabemos, en fin, que en España, hasta hoy, 2017, por estos antecedentes y por la ausencia absoluta de voluntad, tanto política como ordinaria, no ha habida reconciliación entre los hijos, los nietos y los biznietos de los ganadores y los perdedores.
Que no ha habido voluntad política de reconciliación lo prueba el hecho de no haber habido nunca manifestación explícita al respecto, pero también la negativa permanente a dicha reconciliación por parte de quienes han ido desfilando por los partidos políticos que en otro país podrían llamarse conservadores y que entre nosotros son el espíritu vivo del inmovilismo; voluntad que se hubiera puesto de manifiesto simplemente con cumplir taxativamente una ley, la de memoria histórica, para superar el traumático sentimiento de millones de españoles que no sólo perdieron aquella guerra sino que hubieron de vivir después, a lo largo de toda la dictadura, marcados por la «ignominia» de haberla perdido o ser descendientes o familiares de perdedores…
Pues bien, han ido pasando los años, y no sólo no ha habido gesto alguno que hiciese pensar en el deseo de reconciliación por parte de los políticos que han representado el pensamiento mal llamado aquí conservador porque es en realidad el de la mayoría franquista, si no que quienes han gobernado la mayor parte del periodo convencionalmente democrático o no la han cumplido o no han permitido que se cumpla la ley de memoria histórica. Y no sólo eso, es que en cuantas ocasiones han tenido de responder ante lo previsto para ese cumplimiento que han hecho imposible, su actitud y comparecencias públicas han sido tan hirientes como lo son siempre la del bravucón y el desalmado frente al débil… que en este caso son los hijos, los nietos y biznientos de los perdedores de aquella estremecedora guerra civil, la última habida en la vieja Europa.
Así las cosas, una pregunta que no cesa a medida que aumentan los abusos y el desprecio hacia quienes no son de ellos de esa porción indeseable de españoles… Una pregunta a esos desechos de político, a esos pervertidos por la prepotencia, a esos miembros de un partido que desde el nacimiento de esta parodia democrática cuentan con las instituciones, con la mayoría de los medios de información, con el ejército, con las policías, con la banca, con el fruto de sus rapiñas y con una porción importante de la «fuerza» judicial que interpreta leyes urdidas al gusto de los ganadores: ¿qué imaginan habrán todos ellos de sembrar en los ánimos de la población común?
El último escarnio, que es al mismo tiempo una ofensiva social en toda regla, de esa gentuza es la decisión del ayuntamiento de Guadalajara, manejado por el partido del gobierno, de pasar factura a la hija nonagenaria de un fusilado ya terminada la guerra, por los gastos (por otro lado ya liquidados) de exhumación; conminándola, por motivos peregrinos, por si fuera poco el agravio a devolver los restos de su padre a la fosa de la que han sido exhumados.
Es tal el abuso, es tal el desprecio hacia las clases populares y desfavorecidas; es tal el desafío de esa canalla, que el odio hacia ella que va acumulándose en las capas altas y bajas de la atmósfera ya de por sí enrarecida de este país va a terminar percutiendo una reacción en cadena equivalente a la que genera la fisión del átomo en una deflagración nuclear…
Jaime Richart. Antropólogo y jurista.
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