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En homenaje a la dignidad del pueblo heleno

Desengáñate, Yanis: el capitalismo se niega a ser salvado

Fuentes: Rebelión

Amigo Yanis. Gracias por el coraje y la constancia con que has tratado de defender hasta el final el honor y el bienestar de tu pueblo y, con él (como muy bien sabían tus adversarios), el de muchos otros pueblos de Europa, no sólo del Sur de este viejo (¿senil?) continente. Por eso y porque […]

Amigo Yanis.

Gracias por el coraje y la constancia con que has tratado de defender hasta el final el honor y el bienestar de tu pueblo y, con él (como muy bien sabían tus adversarios), el de muchos otros pueblos de Europa, no sólo del Sur de este viejo (¿senil?) continente. Por eso y porque no todos tus compañeros de partido (empezando por tu jefe de filas) han tenido el coraje del que tú has hecho gala, has acabado fuera de juego: los buenos ejemplos resultan insoportables para quienes no son capaces de seguirlos. Espero que sobrelleves el abandono de los tuyos con el mismo orgullo con que llevas el odio de los adversarios.

Adversarios que te honran. Porque ¿qué mayor honor que tener por adversario a ese lechuguino con pinta de broker que preside el Eurogrupo, ese holandés aberrante con nombre de flor y consistencia de cardo? ¿O a la banca alemana y su palafrenera ossie, reencarnación teutónica de Margaret Thatcher? ¿O al frustrado aspirante español (casi na) a presidir el Eurogrupo? ¿O a esos «socialistas» alemanes que harían sonrojarse a Bismarck y que una y otra vez, y todas la veces que haga falta, firman y rubrican los créditos de guerra, sea para dar luz verde a los cañones de agosto o a los memorandos de julio?

No debes sentirte frustrado por haber perdido esa guerra, amigo Yanis. A tal señor, tal honor. El estigma de haber vencido contra la razón y la justicia lo arrastrarán para siempre tus vencedores. Y aunque muchos seamos cortos de memoria, siempre habrá quien nos recuerde la infamia cometida por esos lacayos de la codicia. Y nosotros o nuestros hijos celebraremos con regocijo el día de su caída. Día que llegará, no te quepa duda.

Tu única falta ha sido un exceso de generosidad: has querido, como dijiste al principio de este drama, «salvar al capitalismo de sí mismo». Pues ya ves: no se deja. Es un vehículo al que, si alguna vez los tuvo, se le han suprimido los frenos. No puede parar. Lo pilota una tripulación formada por necios, drogadictos y cobardes. De hecho, la mayoría de ellos posee a la vez todas esas cualidades: ciegos a la realidad del sufrimiento ajeno, adictos a la droga del dinero fácil e incapaces de soportar el más mínimo sufrimiento propio.

Ese vehículo, amigo Yanis, no tiene salvación posible, porque ha rebasado ya hace tiempo, como los aviones en maniobra de despegue, el punto de no retorno. Sólo se detendrá cuando se estrelle. Con nosotros dentro, claro: por eso tantos de nosotros nos ponemos de parte de los pilotos y les rogamos que sigan adelante. Por eso tantos de tus compatriotas (y de los míos) prefieren seguir en la cárcel volante de la Unión Monetaria Europea (ese epítome del capitalismo contemporáneo) antes que saltar fuera de ella sin saber si se les abrirá el paracaídas. El capitalismo, querido Yanis, esa maquinaria de explotación cuyos engranajes explotadores están hechos con la propia carne de los explotados, es, por su propia naturaleza, masoquista.

Así que no le des vueltas, Yanis: tus ofertas de ayuda le suenan al monstruo como monsergas. ¿No has oído sus carcajadas durante estos seis meses últimos de «negociaciones» sin salida? No debió de ser muy diferente lo que sintió Goliat cuando vio frente a él al pequeño David. Pero cuidado con esta comparación, Yanis, porque David era poca cosa frente a Goliat, pero tenía una honda. ¿Con qué honda te mandaron a ti a enfrentarte con el monstruo? Parece que con ninguna. Parece que la alternativa a la negociación era más negociación. Quizá confiasteis en el hecho de que vosotros, los griegos, fuisteis los creadores de la dialéctica y la retórica. Pero de eso hace mucho tiempo, Yanis, y entretanto el monstruo se ha dotado de nuevas modalidades, altamente «convincentes», de dialéctica y retórica. En mi país, por ejemplo, hubo hace años unos servidores del monstruo que inventaron la «dialéctica de los puños y las pistolas». Y un tal Mario Draghi parece haber inventado la dialéctica, mucho más suave en apariencia, del control de la liquidez: te abre o te cierra el grifo del euro según lo bien o mal que le caigas. Y tú, Yanis, le caíste fatal. Orgulloso puedes estar de ello, sin duda. Pero esa sutil variante de mamporrerismo os ha dejado a ti y a tus compatriotas la cara como un mapa.

En fin, lo dicho: el monstruo, como Polifemo, tiene un solo ojo con el que sólo ve aquello que hace crecer la lana de su ovejuno rebaño de financieros. Lo demás le tiene sin cuidado. Tú ya puedes advertirle de que cada día que pasa está más cerca de su isla el Odiseo que cegará su único ojo y lo dejará inerme y aullando de dolor. Él sigue acariciando la lana de su rebaño sin pensar en nada más. Así que no te esfuerces, Yanis. En lugar de seguir advirtiendo a Polifemo, ayuda a Odiseo a afilar la estaca y ponerle la punta al rojo vivo. Ésa será tu mejor venganza y en esa empresa seremos cada vez más los que te ayudaremos.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.