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Deshacer votos

Fuentes: Página 12

UNO Los domingos son esos días en que muchas personas hacen votos al Señor y, de tanto en tanto, dan votos a los señoritos. El domingo pasado muchos hicieron lo primero y pocos hicieron lo segundo. Me explico: los primeros fueron a misa a arrodillarse frente a su dios y los segundos -en España, en […]

UNO Los domingos son esos días en que muchas personas hacen votos al Señor y, de tanto en tanto, dan votos a los señoritos. El domingo pasado muchos hicieron lo primero y pocos hicieron lo segundo. Me explico: los primeros fueron a misa a arrodillarse frente a su dios y los segundos -en España, en Europa, en las elecciones continentales al Parlamento europeo- pusieron de rodillas a simples mortales con una peligrosa propensión a creerse divinos. Así, la participación más baja en la historia de los comicios (apenas un 43,39 por ciento del electorado europeo se acercó a urnas casi funerarias, en Cataluña hubo record de abstención, un 62,5 por ciento), hundimiento de los socialistas, avance de la derecha y de euroescépticos y de ultranacionalistas, y la inequívoca sensación de que el gran sueño europeo se parece cada vez más a un insomnio del que se culpa a los ruidos que hace el vecino en el país de al lado, ése que no te deja dormir en paz.

Las playas, por supuesto, se llenaron.

Y ganó -sigue ganando- Il Cavaliere.

DOS Y lo que ocurre es que por aquí la gente -sonambulando la peor crisis de la que se tiene memoria- está muy cansada de los políticos y de eso a lo que se dedican y que, a falta de un nombre mejor, ha dado en llamarse política. Los quince días de campaña -donde, se supone, hay que informar a la ciudadanía toda de cómo van las cosas por los Balcanes, de si Turquía entra o no entra, de las medidas generales contra la crisis a cocinarse en Bruselas, de qué va a pasar con el gas ruso el próximo invierno- fueron utilizados tanto por el PSOE de Zapatero como por el PP de Rajoy como una prolongación conventillera de las habituales acusaciones internas. Así, se insistió en los trajes que le regalaron a un caudillo del PP en Valencia (los «expertos» califican a España de país «relativamente corrupto»), se acusó al presidente de gobierno por utilizar aviones militares para trasladarse de un mítin a otro, salió a la luz que Aznar tiene a su disposición más de cincuenta guardaespaldas para garantizar su seguridad, la sombra de Franco volvió a ser invocada por aquí y por allá, y la hagiógrafa zapateril Leire Pajín -número tres del PSOE- nos sugirió que «estemos atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta» para enseguida informarnos que se trataba de «la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico»: la de Obama en Estados Unidos y el turno de Zapatero (en realidad de España) al frente de la Unión Europea. En fin… Pero lo que verdaderamente preocupa es que alguien piense que con semejante anuncio va a conseguir capturar algún voto que ande mojándose las patitas a la orilla del mar o viendo en casita cómo ganaba Federer o volvía a no ganar Alonso.

Días después de tan oracular anuncio, luego de dos semanas de tortazo torpe de comité de pueblo chico y de país pequeño («La campaña más frívola», tituló La Vanguardia. «Todo listo para echar Europa por la borda», concluyó un editorialista de El País; y para cuando los partidos supieron por encuestas de la abstención que se venía y comenzaron a llamar al voto con encendidas consignas europeístas ya era demasiado tarde), la poca gente fue a votar y la mucha gente no fue a votar.

Y, a la noche, ya saben: el PP festejando que había ganado por mucho y el PSOE celebrando que no había ganado por poco. Y ambos contentos con la participación por debajo del 50 por ciento.

Y los verdaderos perdedores viéndolo por la televisión. Y cambiando de canal para ver House, serie donde, al menos, los profesionales se preocupan por dar con el diagnóstico exacto y el tratamiento correcto para curar las enfermedades de los impacientes pacientes.

TRES Y de algún modo poco y nada me extraña que aumente la tasa de nacimientos y avance la influencia de sectas y derivados en España. La gente necesita creer en algo, la Iglesia de por aquí es de las más retrógradas del mundo, y acostarse para moverse sigue siendo (si se tiene la suerte de hacerlo con la persona correcta y amar a esa persona y que esa persona nos ame) una de las actividades gratuitas más agradables y rendidoras. Después, es cierto, llega la hora de pagar pañales y juguetes y colegios; pero para que eso no cueste tanto tenemos magníficos políticos velando por nuestro bienestar. Ya saben: el louisdefunesco Sarkozy, las ojeras de Gordon Brown, el entretejido sátiro-satírico de Berlusconi, los aires de celadora de reformatorio de señoritas de la Merkel y todos ésos que cada tanto se juntan para sacarse una foto en las puertas de un palacio y luego informarnos de que se han alcanzado siempre «acuerdos de mínimos».

Y está claro que no son tiempos de buenas noticias y que hasta las buenas nuevas son malas noticias encubiertas (se frenó el paro debido a las multimillonarias cantidades de euros que el gobierno ha inyectado para obras públicas que tarde o temprano se concluirán y se redujeron las muertes por accidentes de trabajo porque, bueno, hay menos trabajo y menos posibilidades de morir trabajando), pero lo mínimo que uno pide es un poco más de clase a la llamada clase política.

El pasado viernes -en su contratapa de El País- el escritor Juan José Millás se refería a «una campaña que ha competido en zafiedad, incultura y mal gusto con los programas más tirados de la tele», a «la agresión intelectual de que he sido víctima durante las dos últimas dos semanas» y a que «unos por vacación y otros por torpeza, todos se han aplicado a la tarea de evitar la creación de un escenario donde fuera posible el trabajo del encéfalo. Da miedo asomarse al campo de batalla». Y concluía escribiendo lo que muchos pensamos y finalmente hicimos; porque el voto aquí no es obligatorio por ley pero sí es obligatorio según esas leyes que uno redacta para cumplir con uno mismo: «Yo votaré, claro, pero al borde del desaliento, quizá por cobardía por aquello del mal menor, pero también porque en la abstinencia percibo a veces cierta suficiencia, cierto sentimiento de superioridad que no comparto. Ahora bien, al día siguiente de las elecciones habría que hacer algo, porque esta mierda no puede continuar así».

Aquí seguimos -sabemos cómo deshacer votos pero no cómo deshacer esta mierda- y bienvenidos al día siguiente.

¿Y ahora qué hacemos?