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Desigualdad y Exclusión: el lugar de la ciudadanía

Fuentes: Rebelión

Colectivo de Investigación «El llano en llamas»

Cuando los grupos excluidos, subalternos u oprimidos comienzan a enfrentar a un daño, pueden invocar al Hombre, al Ser Humano o la ciudadanía, pero la universalidad no está en esos conceptos sino en la forma de demostrar las consecuencias que se derivan de allí (Rancière, 2006: 147) [1] . De allí que en el esquema lógico de las luchas sociales lo que se pone en cuestión es exactamente lo que se desprende de ese ser hombre o ciudadano. Lo que ellas permiten es que los sujetos especifiquen la brecha -discursiva y prácticamente- que existe, entre estas categorías y su condición, esto es que se visibilicen las distancias que separan a los individuos o grupos de ese estatus, es decir que se haga presente lo que se les niega o lo que falta. De allí que articulen esa brecha como una relación, el no-lugar como lugar, como lugar para una construcción polémica.

La construcción de tales casos de lucha no es el acto de una identidad -como proponen las políticas de la diferencia-, ni los valores de un grupo -como quiere el comunitarismo-; sino un proceso de subjetivación política.

Un proceso de subjetivación es la formación de un «uno» que no es un yo -una identidad- sino una relación con un otro. Se trata, más bien, de un proceso de desidentificación con los nombres y lugares que el orden le impone a los sujetos y grupos. Por lo tanto refiere a un sujeto que no pertenece, que está entremedio de varios nombres, categorías, identidades, entre humanidad y no humanidad, ciudadanía y su negación, etc. La subjetividad política es el planteamiento de una igualdad por parte de gente que está junta en la medida que desafía los lugares y los nombres que el orden les asigna. El mejor ejemplo de esto han sido los piqueteros, nombre que no apela a nada, no nombra nada específico, solo una acción, un modo particular de «protestar». Piqueteros es el nombre de una exclusión, y una desidentificación, eso permite que cualquiera pueda inscribir en él. La novedad de esta forma de protesta fue exactamente esta condición de heterogeneidad, los individuos reunidos bajo ese nombre muestran trayectorias vitales muy disímiles, el único punto en común es que se definen como víctimas de un daño, que no es ni más ni menos que ser víctimas de alguna forma de exclusión. Piqueteros reúne por igual a: marginales y pobres estructurales y nuevos pobres, obreros industriales y trabajadores del sector servicio ahora desocupados, trabajadores informales, mujeres solas con hijos a cargo, etc.

Las resistencias adquieren esta forma heterónoma, frente a un orden que se afana en la construcción de un orden transparente donde cada uno tenga un lugar y un nombre asignado. La fuerza política de esta dislocación, su modo de subjetivación, recupera la antigua perspectiva de la ciudadanía y/o los derechos del hombre, entendidos como una práctica y una tarea que no es otra que la conquista colectiva de la autonomía de los individuos, es decir su emancipación. En definitiva esta noción de ciudadanía es la que inauguró la historia moderna de la sujeción a partir de concebir al sujeto como nodo de resistencia al sometimiento.

La ciudadanía es una relación siempre polémica con el orden y en consecuencia es una forma activa, frente a las perspectivas que la definen como un estatus político-jurídico y su forma institucionalizada. Concebida así la ciudadanía es exactamente el acto inverso a las lógicas del Estado. Mientras este trata a la exclusión a través de reconocimientos y/o programas como un gesto articulante, que configura identidades y limita los comportamientos posibles, o bien circunscribe con ellos espacios y ámbitos de expresión de esta diferenciación, la ciudadanía como acto polémico y político es la posibilidad, misma, de subvertir el orden significante y las cristalizaciones que este impone.

Tomemos un ejemplo -podría ser cualquiera de los programas vigentes desde los noventa-: el programa mi «Mi casa, Mi vida» [2] presentado como una propuesta de rehabilitación ambiental para zonas inundables que ha devenido en su implementación una estrategia sistemática de erradicación de villas miserias del centro de la ciudad. Visto desde su diseño puede entenderse – y de algún modo lo es- como un reconocimiento del derecho a la vivienda digna y las demandas que al respecto desde fines de los años ochenta vienen haciendo sectores como la Organización de base por los derechos sociales (UOBDS). Sin embargo, esa propuesta de satisfacción se realiza a través de una operatoria que refuerza la segregación espacial, y procede desde la identificación y categorización de grupos e individuos. Con lo cual el mismo gesto satisfactorio, crea una particular forma de exclusión y de suburbio, y con ello un nuevo modelo de contrato social y de ciudadanía, edificados en el punto mismo en que la malla del tejido social se disgrega. Es a partir de esa invisible línea demarcatoria que los pobres salen del campo de una ciudadanía efectiva, y en lo sucesivo sólo cuentan en la estadística de los asistidos, cada uno constituye una amenaza para la sociedad. Es más, la nueva visibilidad del otro -el pobre – en la desnudez de su diferencia intolerable, es el resto de la operación consensual por el que se da la extensión de la diferencia a una amenaza.

Como afirma Ranciére «la lucha contra la exclusión es también el vínculo conceptual paradójico en que se manifiesta que la exclusión no es sino el otro nombre del consenso» (1996, 145) [3] . Esto no es más que reconocer que el pensamiento conceptual representa cómodamente lo que llama exclusión en la simple relación de un adentro y un afuera, pero lo que está realmente en juego no es ese estar fuera sino el modo particularísimo en el que estar adentro o estar afuera pueden conjugarse.

En definitiva, las formas de reproducción y paz social que esta forma de Estado prioriza, se dirigen a neutralizar el componente polémico de la democracia y su dispositivo político por excelencia, la ciudadanía. La exclusión como dinámica misma del nuevo orden económico y político, es reforzada por los modos de intervención del Estado destinados a la compensación y el reconocimiento.

Si la ciudadanía no vuelve a considerarse como el componente activo y polémico, si ya no puede pensarse como el dispositivo privilegiado de la actuación política y de la resistencia al poder, entonces tampoco es ya, el lugar donde la igualdad y la solidaridad pueden realizarse.

Porque como dice Ranciere (1996, 128) «la democracia no es un régimen o modo de vida social, es la institución de la política misma, el sistema de formas de subjetivación por las cuales resulta cuestionado, devuelto a su contingencia, todo orden de la distribución de los cuerpos».

 



[1] RANCIÈRE, J. (2006). El odio a la democracia. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.

[2] «Mi casa, Mi vida» Operatoria Nuevos Barrios, implementado por el gobierno de la Pcia. de Córdoba, cuyo objetivo es la construcción de 12.000 viviendas como una estrategia de relocalización de asentamientos marginales. La particularidad del mismo consiste en el diseño de «un barrio cerrado para pobres», esto es el terreno está circundado inicialmente por un muro perimetral, cuenta con escuela, dispensario, posta policial, centro de recreación y se halla en las afueras de la ciudad de Córdoba. En total el número de barrios construidos es de 14 y son los siguientes: Ciudad de Mis Sueños, 565 viviendas (14-02-2006); Ciudad Obispo Angelelli, 564 viviendas (27-09-2004); Barrio 29 de Mayo Ciudad de los Cuartetos, 202 viviendas (16-11-2004); Ciudad de los Niños, 412 viviendas (21-02-2005); Barrio Renacimiento, 233 viviendas (24-02-2005); Ciudad Evita, 574 viviendas (19-05-2005); Barrio San Lucas, 230 viviendas (28-09-2005); Barrio Villa Retiro, 264 viviendas (29-09-2005); Ciudad Juan Pablo II, 359 viviendas (17-10-2005); Ciudad Parque Las Rosas, 312 viviendas (26-07-2006); Ciudad Ampliación Ferreyra, 460 viviendas (17-10-2006); Barrio Villa Bustos, 197 viviendas (21-12-2006); Ciudad de Mi Esperanza, 380 viviendas (06-06-2007); Ciudad Ampliación Cabildo, 570 viviendas (09-06-2007).

 

[3] Rancière J. 1996. El desacuerdo. Política y Filosofía, Buenos Aires: Nueva Visión.