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Deslegitimación de la institucionalidad y educación cívica

Fuentes: Rebelión

«Daremos un lugar central a la Educación Cívica, en valores y actitudes, a lo largo de la formación escolar» Michelle Bachelet Jeria Presidenta de Chile mayo 2015 Después de largos 25 años de «democracia», salvo los 4 años de Piñera, un lapsus sociológico. A 21 años de Concertación y hoy Nueva Mayoría vuelve la «educación […]

«Daremos un lugar central a la Educación Cívica, en valores y actitudes, a lo largo de la formación escolar» Michelle Bachelet Jeria Presidenta de Chile mayo 2015

Después de largos 25 años de «democracia», salvo los 4 años de Piñera, un lapsus sociológico. A 21 años de Concertación y hoy Nueva Mayoría vuelve la «educación cívica» a nuestra educación, como si su ausencia fuese la causa de la mayor desconfianza en las instituciones del Estado, del desprestigio y baja credibilidad de que goza la clase política, de la alta abstención a la hora de ir a sufragar. Y no a los actos de corrupción, al desprestigio de las instituciones, a la política convertida en negocios, a la parentela en el poder, a la segregación social, a la explotación de una clase que se desenmascara y busca en otros, en el pueblo, aminorar sus desvergonzadas e impúdicas prácticas.

Después de 25 años ¿Para qué necesitan de la educación cívica si tienen la fuerza?, o ¿lo que realmente les preocupa es la deslegitimación de la institucionalidad? Me parece que están más preocupados de esto último. Para esta democracia todo debe marchar bien y al unísono, sino peligra la gobernanza y la imagen externa. Según el Instituto Internacional para la Democracia IDEA, Chile ocupa la mayor abstención electoral en todo el mundo. En la primera elección (1990) votó un 90%, en la última elección (2013) solo un 42%. ¿Por qué?, y eso si pensamos que la «educación cívica» se reduce sólo con ir a votar cada cuatro años. La Educación Cívica es más que eso.

La Educación Cívica jamás ha estado ausente, lo que se instaló en los más crueles años de la dictadura fue el terror, el miedo a reclamar por todos los derechos conculcados por la fuerza. Después de esa parálisis cívica, los chilenos vencimos el miedo a los fusiles, a los agentes de CNI infiltrados en el trabajo, en nuestras poblaciones. Y salimos a exigir nuestros derechos cívicos, igual como hoy lo hacen nuestros estudiantes y trabajadores. Durante el período de las protestas la educación cívica estuvo muy presente. Un pueblo que no está consciente que sus derechos están siendo vulnerados, pisoteados no podría haberse organizado como lo hiso en su momento Chile (1981-1987). Pero, restablecida la democracia pluripartidista de los acuerdos, la gente se dio cuenta que lo que había cambiado en Chile era el gobernante, y que tendría que conformarse con reformas tibias, «en la medida de los posible» dijo el presidente Aylwin ante el llamado de justicia. Reformas que no terminen dañando la «macro economía»; es decir, no tocar la delicada epidermis de los que se apoderaron sin pudor cívico del país.

El pueblo ha tenido que conformarse con reformas suficiente para desenvolverse con cierta tranquilidad y para que otros hagan negocios. La Educación Cívica había mutado en un «peor es nada».

21 años de democracia, durante los cuales la Concertación por la Democracia y hoy Nueva Mayoría re direccionó el sentido de la educación cívica oficial. El énfasis estuvo puesto para sostener al sistema político, económico y social impuesto por la dictadura militar y los chicagos boy a partir de 1973. Había que desmovilizar a los movimientos sociales, los mismos que venciendo el miedo fueron capaces de arrinconar a la dictadura. Una repetición burguesa del Tercer Estado durante la Revolución Francesa, «con el pueblo, pero sin el pueblo». Había que sacrificar la libertad de información en pro del duopolio El Mercurio-Copesa, desapareció El Fortín Mapocho, La Época, Apsi, Análisis entre otros medios escritos y radiales. Mientras tanto se profundizaba la privatización de la economía y se entregaba al mercado la vida de las personas. Había que evitar que la misma sociedad que se enfrentó a Pinochet y a su modelo, no extrapolara sus expectativas a los nuevos inquilinos de la Moneda. Había que consensuar los acuerdos políticos parar darle viabilidad al modelo

Al parecer, aún no llegan las bondades de esta modernidad neoliberal. No creo que sea la educación cívica la que vaya a mejorar los siguientes índices: la OCDE en su último informe ubica a Chile en el puesto 26 entre 27 países con el peor salario mínimo, México está en el último lugar. Chile se ubica apenas por sobre Brasil y México en la peor distribución de la riqueza en América Latina. El Relator especial sobre Derechos Humanos y Pobreza Extrema de la ONU, Philip Alston de visita en Chile (CEPAL 16 de marzo del 2015) señaló que «las reformas emprendidas en Chile no son suficientes para terminar con la desigualdad», que «…la respuesta del Estado de Chile a los problemas de exclusión, marginalización y discriminación ha sido poco sistemático y tibia». Somos primeros en el mundo en el consumo de marihuana y de alcohol entre los jóvenes mayores de 15 años. Solo el 3% de los trabajadores están sindicalizados. Las Juntas de Vecinos no convocan a nadie, se ha convertido en otra oficina del Alcalde de turno. Los espacios públicos se han intervenidos, ahora son solo de paso a los Mall. Algo no está bien.

¿Es innecesaria revivir una educación cívica para que nuestros muchachos se aprendan de memoria y sin cuestionar la constitución política de Chile, o la Declaración Universal de los Derechos Humanos? Todos hacemos política, la sociedad entera, incluidos nosotros los profesores cuando estamos frente a tantos niños y jóvenes carenciados, vulnerados, muchas veces excluidos, discriminados. Eso es civismo.

A nuestros jóvenes no les interesa y no sienten apego por la política del estatus quo. El rechazo es, a como se hace la política.

¿No es acaso un acto cívico?, que los estudiantes durante la Revolución de los Pingüinos del 2006 hayan sido capaces de poner sobre la mesa el tema sobre la calidad de la educación, y el 2011 donde secundarios y universitarios demandaban el fin al lucro, la educación pública y gratuita. La porfía de organizarse en sus Centros de Alumnos, salvo aquello que algunos sostenedores de colegios particulares subvencionados manipulan groseramente, o los Consejos de Curso, para muchos de nuestros jóvenes la verticalidad de mando sea una lata ideológica, y para muchos profesores, el momento para cumplir con la sacrosanta burocracia de los papeles. Pero, ahí están. ¿Cuántos son los espacios que les dejamos para que tomen resoluciones? O ¿no nos dan acaso ejemplos de civismo, justicia y solidaridad cada vez que recurrimos a ellos?

Ellos si saben cómo convocarse; tienen variadas formas de participación y múltiples canales de comunicación; usan el twitter, el facebook, el whatsapp, googlean. Se movilizan a través de sus variadas tribus urbanas, casa ocupa, talleres de arte, de teatro, de titiriteros, de música, están los grafiteros, el arte popular, las redes sociales. Disienten sin tapujos, protestan cuando se sienten atropellados, toman variadas posiciones políticas, todas legitimas, basta que presientan algún grado de injusticia o engaño para demandar cambios «ahora y ya», como el mayo del 68 en París. Eso es el más puro ejercicio cívico, mucho más sólido que un buen discurso desde la Academia, mucho más potente que el anuncio presidencial. Civismo como lo entiende el establishment no es sinónimo de culto al orden, al Estado y a las leyes.

La educación cívica no se enseña, se aprende. No se necesitan decretos, grandes anuncios ni sesiones especiales para aprender a ser feliz, a no perder el sentido de la contemplación, a respetar, a exigir derechos, a participar, a tener una actitud y un comportamiento ético.

Finalmente, si el reestreno de la «educación cívica» pretende recuperar en los niños y jóvenes-ciudadanos la confianza y el interés por el tipo de política que se les ofrece, es que nada se ha aprendido de ellos.

Si la Educación cívica también es pertenencia, entonces lo que nuestro país necesita es comenzar todos a pensar en el país que queremos y por qué. Si el Estado quiere hablar seriamente de educación cívica debe devolverle la plena soberanía al pueblo para que sea éste el que decida cómo y de qué forma darse su carta fundamenta. Ese es el principio y no otro.



[i] Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Egresado de Magister en Educación, Gestión y Cultura U. Arcis

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.