El largo compromiso de Cuba con la salud ha llevado a una exitosa respuesta a la pandemia de COVID-19, pero está amenazada por problemas financieros y de proveedores.
Al cierre de la edición de The Lancet Infectious Diseases, Cuba debía lanzar un ensayo de fase 3 de su vacuna de subunidades conjugada contra la COVID-19. Soberana-2 es una de las cuatro vacunas candidatas contra el COVID-19 que se están desarrollando en Cuba. La produce el Instituto Finlay de La Habana. Sobre la base de los resultados aún no publicados de los ensayos clínicos en fase inicial, Vicente Verez-Bencomo, director general del Instituto Finlay, espera que la vacuna muestre una eficacia en torno al 80-95%. «Somos muy optimistas», dijo. Si todo va según lo previsto, Cuba podría iniciar un programa de vacunación masiva para sus 11-2 millones de ciudadanos en algún momento del verano.
Tras mantener a raya el SARS-CoV-2 durante la mayor parte de 2020, Cuba ha experimentado un aumento de las infecciones en 2021. Hasta el 8 de marzo, el país había notificado 55 693 casos de COVID-19 y 348 muertes (a 27 de marzo: 70.364 casos y 413 muertes). Sólo en febrero se produjeron 23 093 nuevos casos, casi el doble de los ocurridos en todo el año 2020. Cuba sigue estando mucho mejor que la mayoría de los países de la región, pero se necesita urgentemente una vacuna.
Está previsto realizar un segundo ensayo de fase 3 de Soberana-2 en Irán, como parte de una asociación entre el Instituto Finlay y el Instituto Pasteur de Irán. Se ha programado un ensayo de fase 2/3 para Soberana-1, que también fue desarrollado por el Instituto Finlay. El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (La Habana, Cuba) está detrás de los otros candidatos a vacuna. Abdala y Mambisa, un spray nasal, entraron en ensayos de fase 1/2 a finales del año pasado.
Soberana significa en castellano que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente. Abdala es el título de un poema de un revolucionario cubano, y Mambisa lleva el nombre de los guerrilleros que lucharon contra los colonialistas españoles en el siglo XIX. Todo ello indica que la campaña de vacunación es una cuestión de orgullo nacional. El presidente Miguel Díaz-Canel ha visitado el Instituto Finlay tres veces en el transcurso de la pandemia de COVID-19. Dentro y fuera del país, la identidad cubana posrevolucionaria siempre ha estado ligada a la salud. En 1960, Cuba se unió al esfuerzo de ayuda tras el terremoto de Chile. En 1963, envió personal sanitario para ayudar al nuevo Estado independiente de Argelia.
La Brigada Henry Reeve de Cuba se creó en 2005. Ha enviado cuadros de profesionales sanitarios a todo el mundo para combatir catástrofes y epidemias. Los médicos cubanos estuvieron en Haití durante el brote de cólera que siguió al terremoto de 2010; llegaron a África occidental durante la crisis del ébola de 2013-16. Y cuando COVID-19 se extendió a Europa, dos equipos de Henry Reeve aterrizaron en Italia. A finales de abril de 2020, más de 1000 trabajadores sanitarios cubanos estaban ayudando a los países extranjeros a responder a COVID-19.
«El programa de salud internacional tiene que ver con la solidaridad; Cuba cree que las poblaciones sanas son la base de la sociedad global y quieren apoyar eso de cualquier manera que puedan», dijo Clare Wenham, profesora asistente de política de salud global en la London School of Economics and Political Science (Londres, Reino Unido). El paludismo, la poliomielitis, el tétanos y el sarampión han sido erradicados en Cuba. La exitosa respuesta de la isla a la COVID-19 fue en gran medida el resultado de años de inversión en atención primaria y de una asidua atención a la salud de la población. El país cuenta con una atención sanitaria universal integral y una de las mayores proporciones de médicos por paciente del mundo.
Los equipos de médicos y enfermeras están integrados en la comunidad local. «Todo el mundo tiene una revisión rutinaria anual, y si no vas, el médico vendrá a buscarte», dijo Wenham a The Lancet Infectious Diseases. «Significa que los médicos identifican los problemas de forma proactiva; hay un verdadero énfasis en la prevención». Los brotes de enfermedades pueden detectarse de forma más o menos inmediata. Según un modelo conocido como CARE, los pacientes se estratifican en cuatro categorías: aparentemente sanos, con riesgo de enfermedad, enfermos y en rehabilitación o recuperación. Entre los que corren riesgo de enfermar se encuentran las personas con sobrepeso, diabetes o hipertensión. Cuando Cuba registró su primer caso de COVID-19 el 11 de marzo de 2020, ya conocía el paradero de sus ciudadanos más vulnerables.
En una entrevista con MEDICC Review, la médica de familia Marta Gálvez expuso las ventajas del sistema cubano: «Lo primero que debe conocer cualquier médico que se precie es la situación sanitaria de la población a la que atiende», explicó. «El principal objetivo de un médico de atención primaria es la promoción de la salud y la prevención de enfermedades, por lo que hay que conocer a la comunidad para diseñar una estrategia que se adapte a sus necesidades. El cuidado es una herramienta vital: por eso sé que tengo 658 adultos mayores en una población total de 1093 personas, y 42 de los ancianos viven solos.» Aproximadamente uno de cada cinco cubanos tiene más de 60 años.
«La red de salud pública es muy fuerte en Cuba, pero se hace a costa de las libertades civiles», dijo Wenham. «Cuba es un contexto muy específico; no muchos países van a aceptar ese tipo de vigilancia médica estrecha, y la mayoría de los gobiernos no tienen un control tan estricto sobre sus ciudadanos». Después de que el SARS-CoV-2 entrara en la isla, más de 28.000 estudiantes de medicina dirigieron un activo programa de cribado que en pocas semanas había llegado a 9 millones de cubanos. Cuba había empezado a prepararse con mucha antelación a su primer caso de COVID-19. Rápidamente cerró sus fronteras y estableció centros de aislamiento y un eficaz sistema de prueba y rastreo. Pero poco después de que Cuba se abriera a finales del año pasado, los casos empezaron a aumentar.
La pandemia ha sido extremadamente costosa. El producto interior bruto se redujo un 11% en 2020. En lugar de los 4 millones de turistas habituales, Cuba recibió sólo 80.000. El prolongado bloqueo económico impuesto por EE.UU. se ha cobrado un alto precio. «Los centros de salud y las clínicas se enfrentan a un desabastecimiento regular de medicamentos básicos, como el paracetamol, y de otros equipamientos, como vendas», señala Fiona Samuels, investigadora principal y profesora asociada honoraria de la London School of Hygiene & Tropical Medicine (Londres, Reino Unido). «El personal está muy bien formado, pero las infraestructuras sanitarias están deterioradas y a menudo carecen de lo básico para poder hacer su trabajo con eficacia».
La industria biotecnológica cubana surgió como respuesta al bloqueo estadounidense. Está formada por más de 30 instituciones de investigación y fabricantes, bajo la égida del conglomerado estatal BioCubaFarma. A finales de los años 80, Cuba desarrolló la primera vacuna meningocócica B del mundo. Produce ocho de las diez vacunas que se utilizan habitualmente en el país y envía cientos de millones de dosis al extranjero. Pero la obtención de materias primas es una lucha constante, especialmente tras el endurecimiento de las sanciones estadounidenses durante la presidencia de Donald Trump. «Se dan situaciones en las que proveedores de componentes importantes para nuestra industria durante varias décadas se han visto obligados a parar de repente; se encarece y complica todo, y es una verdadera preocupación», ha dicho Verez-Bencomo. El turismo aporta un flujo de divisas muy necesario, sobre todo porque a los cubano-americanos se les ha prohibido enviar remesas, pero con los turistas llega el virus. El Gobierno cubano calcula que más del 70% de los casos actuales de COVID-19 están relacionados con los recién llegados al país.
Si Soberana-2 tiene éxito, Cuba planea exportarla a bajo coste una vez finalizados los esfuerzos nacionales de vacunación. El sistema sanitario centralizado hace que el despliegue nacional no sea problemático, aunque algunas zonas de la isla son de difícil acceso. Verez-Bencomo calcula que para el final del verano el país tendrá la capacidad de producir 10 millones de dosis de vacunas al mes. Los cubanos están entusiasmados con el proyecto. «Cuando pedimos voluntarios para los ensayos clínicos, siempre se presentan dos o tres veces más personas de las que necesitamos», dijo Verez-Bencomo. «En la calle, allá donde voy, todo el mundo pregunta por la vacuna».
Fuente: The Lancet Infectious Diseases
Traducción Viento Sur