El amor hacia el pueblo, como consecuencia de la inocencia oprimida, ultrajada y expoliada por las clases gobernantes, es una forma de manifestarse la ternura. No solamente entre griegos, sino también entre bárbaros. (Miguel Espinosa. Asklepios, el último griego) Cuando los españoles llegaron a América había 70 millones de habitantes. Un siglo y medio […]
El amor hacia el pueblo, como consecuencia de la inocencia oprimida, ultrajada y expoliada por las clases gobernantes, es una forma de manifestarse la ternura. No solamente entre griegos, sino también entre bárbaros. (Miguel Espinosa. Asklepios, el último griego)
Cuando los españoles llegaron a América había 70 millones de habitantes. Un siglo y medio después, la población se redujo a 3,5 millones, dice Eduardo Galeano en «Las venas abiertas de América Latina», monumental obra que debería enseñarse en todos los colegios e institutos para estimular la con-ciencia social.
Somos muchos los que pedimos desde hace décadas que escojamos otro día para celebrar la hazaña de Cristóbal Colón, para que sea una verdadera fiesta de hispanos e indígenas o tal vez el inicio de una nueva etapa histórica. Se podría empezar por «indemnizar», de verdad, en todos los aspectos, tanto económicos como morales, a los pocos descendientes de los millones de hombres y mujeres que «descubrimos en taparrabos y adorando a dioses falsos» en lo que en un principio se confundió con India.
En vez de un 12 de octubre con tanto desfile militar, incluyendo pájaros de acero, tanta bandera y tanta patria, deberíamos reflexionar sobre lo que decía Nietzsche, en su análisis Las Tres Caras de Clio, acerca de la Historia Crítica que es, a su juicio, «aquella que trata de ajustar cuentas con el pasado y poner cada cosa en su lugar».
Podríamos festejar el Día de la Hispanidad ahorcando, aunque sea simbólicamente, sendos muñecos de los Reyes Católicos, sobre quienes el filósofo alemán, el asesino más celebre de Dios, escribió comparando la cultura árabe de aquel entonces con la nuestra:
Los (fundamentalistas) cristianos rechazaban los placeres de la carne y la limpieza (ya que ésta es provocativa y sensual). La primera medida cristiana después de la expulsión de los moros españoles fue la clausura de todos los baños públicos. En Córdoba sólo había 270.
Cuentan los cronistas que Hernán Cortés y Moctezuma tuvieron una terrible conversación poco antes del 29 de junio de 1520, cuando el emperador azteca murió a causa de las pedradas que le lanzó su propio pueblo por traidor o tras recibir varias puñaladas de los hombres del «conquistador», lo que todavía es objeto de discusiones académicas. Dicen que así fueron sus palabras:
Hernán Cortes: Los españoles tienen una enfermedad del corazón que sólo se cura con oro.
Moctezuma: Ya os habéis comido todo el oro. Aunque la nieve de todas las montañas del mundo fuera de oro y os lo entregara, no tendríais bastante.
Tal vez podríamos celebrar El Día de la Hispanidad con inmensas mascaradas intercontinentales. Vestidos todos de indígenas y diciendo al mundo entero que, si no sale de su armadura oxidada, lo atrapará el mal karma y los lugares por donde navegamos ahora serán tragados por las Gargantas de El Dorado.
O tal vez no hay nada que celebrar. O quizás lo mejor que podemos hacer el 12 de octubre es permanecer 24 horas en silencio para recordar, con todo el respeto que se merecen, a los 70 millones de hombres, mujeres y niños que fueron borrados del planeta cuando los centauros sedientos de oro, los dioses montados a caballo, clavaron hasta el fondo, una y mil veces, la cruz-espada en el grandioso y mágico corazón de América.
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