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Dialéctica histórica (I). La segunda arista de la concepción marxista del mundo: la dialéctica (décimotercera aproximación).

Fuentes: Rebelión

Este Marx crepuscular, todavía insuficientemente conocido hoy en día, estaba ya muy lejos de aquel otro Marx que escribió, en el Manifiesto y en el primer volumen de El Capital, el canto (funerario sí, pero canto) al progreso capitalista. Muy lejos ya de aquel Marx que había justificado, citando a Goethe, la destrucción de viejas […]

Este Marx crepuscular, todavía insuficientemente conocido hoy en día, estaba ya muy lejos de aquel otro Marx que escribió, en el Manifiesto y en el primer volumen de El Capital, el canto (funerario sí, pero canto) al progreso capitalista. Muy lejos ya de aquel Marx que había justificado, citando a Goethe, la destrucción de viejas culturas que acompañó, en la India y en otros lugares, la expansión del capitalismo colonial británico. Tan lejos estaba de aquella glorificación del progresismo que, a finales de los años setenta, llegó a presentar como ejemplo, para los europeos occidentales cultos, el pensamiento de Nikolai G Chernichevski, un hombre, admirado por los populistas rusos del movimiento Tierra y libertad, que había escrito. «La historia es para nosotros como una vieja abuela que siente un gran amor por sus nietos más pequeños. A los que a ella llegan tarde no les da los huesos (para romper los cuales la Europa Occidental tuvo antes que desollarse las manos), sino medullam ossium«, lo mejor de lo que tiene.

Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), pp.219-220.

Salvo incomprensión por mi parte, con la expresión «dialéctica histórica» o «dialéctica de la Historia» se ha querido apuntar en la tradición marxista a la existencia de una Filosofía de la Historia que ubicaba el acento, el eje central de su mirada, en la existencia de contraposiciones sociales y luchas históricas. La historia, la prehistoria de la prehumanidad en el lenguaje de la propia tradición, no era una casa en la que habitara la paz perpetua ni la justicia ni mucho menos una razonable igualdad. Más allá de la lucha de clases, más allá de la metáfora social arquitectónica, más allá de la conflictividad entre relaciones de producción que encorsetaban el entonces deseado crecimiento y el desarrollo creciente y tumultuoso de las fuerzas productivas, incluso más allá de la reconsideración y renovación en clave no ingenuamente benefactora de la noción ‘fuerzas productivas’ por el matizado concepto de fuerzas productivo-destructivas, y la vindicación anexa de una política científica de orientación y finalidades socialistas y una racionalidad completa no cientificista ni socialmente ciega alejada de toda tentación de productivismo a ultranza e impía eficacia competitiva neoliberal, se ha sostenido que era posible edificar plausiblemente, y justificar con razones atendibles, una Filosofía de la Historia que señalara leyes, ritmos y arriesgara transformaciones de carácter general, de ámbito universal y de marchamo transhistórico.

No fue ésa la posición de Sacristán; sobre todo no fue ésa una tesis próxima a las reflexiones del último Sacristán.

De hecho, ya a mediados de los setenta, en una interesante (y extensa) nota a su traducción de Marxismo y ‘antropología’, un breve ensayo de György Màrkus [1] que Sacristán valoró positivamente [2], el traductor de El Capital señalaba

«En esta carta (probablemente de noviembre de 1877) [la carta a la redacción de Otestchestwennyi Sapiski], Marx afirma su coincidencia con la tesis de Chernichevski de que, contra lo que dicen «los economistas liberales», Rusia puede no destruir la comunidad aldeana, no proletarizar su población campesina y «sin pasar por las torturas» del sistema capitalista, «apropiarse de todos los frutos de éste por el procedimiento de desarrollar los presupuestos históricos dados» en Rusia (Todas las expresiones entrecomilladas son de Marx, no de Chernichevski, al que Marx no cita literalmente). Luego escribe Marx «El capítulo Capital I> sobre la acumulación originaria no se propone más que describir el camino por el cual ha nacido en la Europa del Oeste el orden económico capitalista a partir del seno del orden económico feudal». Y como aplicación a Rusia, escribe en condicional: «Si Rusia aspira a convertirse en una nación capitalista al modo europeo occidental -y en los últimos años se ha esforzado mucho en ese sentido- no lo conseguirá sin transformar antes en proletarios buena parte de sus campesinos; y entonces, una vez absorbida por el torbellino de la economía capitalista, tendrá que soportar las implacables leyes de ese sistema, exactamente igual que los pueblos profanos . Eso es todo». Por último, hacia el final de la carta, Marx da plasticidad a su visión no fatalista ni eurocéntrica de la determinación histórica con el célebre ejemplo de la  plebs romana: «En varios lugares del Capital he aludido al destino de los plebeyos de la antigua Rusia. Éstos eran originariamente campesinos libres que cultivaban sus predios, cada cual por su cuenta y riesgo. Fueron expropiados en el curso de la historia romana. El mismo proceso que los separó de sus medios de producción y subsistencia acarreó no sólo la constitución del latifundio, sino también de los grandes capitales monetarios. Y así, un buen día, hubo, por una parte, hombres libres desprovistos de todo lo que no fuera su fuerza de trabajo y por otra, lo necesario para la explotación de ese trabajo, los poseedores de las riquezas así adquiridas estructural económica que en la acumulación originaria europea-occidental, particularmente en la británica, posibilitó el capitalismo generalizado>. ¿Qué ocurrió? Que los proletarios romanos no se convirtieron en trabajadores asalariados sino en un populacho parasitario aún más despreciable que los poor whites [blancos pobres] de los estados sureños de Norteamérica y que a su lado se desarrolló no un modo de producción capitalista, sino un modo de producción basado en el trabajo esclavo».

A esa ejemplificación del carácter no fatal de las posibilidades abiertas por las relaciones estructurales sigue inmediatamente la conclusión metodológica de Marx, afirmación del predominio de la concreción histórica: «Así pues, unos acontecimientos de llamativa analogía, pero desarrollados en diferentes medios históricos, desembocaron en resultados por completo diferentes. Si se estudia cada uno de los procesos por sí mismo y luego se compara unos con otros, se encuentra fácilmente la clave del fenómeno; pero nunca se conseguirá abrir sus puertas con la ganzúa de una teoría histórico-filosófica general cuya mayor excelencia consista en ser supra-histórica».

Estas consideraciones sobre el «carácter no fatal de las posibilidades abiertas» fueron tenazmente defendidas por el último Sacristán. De igual modo se manifestaba en el editorial que escribió en 1983 para el mientras tanto dedicado a Marx con ocasión del primer centenario de su fallecimiento [3]. Lo hacía en los términos siguientes:

«[…] Exactamente igual se equivocaron los bolcheviques, que creyeron también en todas aquellas necesidades y determinaciones infalibles. Si el error de los primeros [de los grandes burgueses rusos] se inscribió principalmente en los hechos, pues ellos nunca pudieron presidir un capitalismo inglés en Rusia, el de los segundos tiene además documentación autógrafa de Marx: las cartas hoy célebres pero entonces desconocidas, a Otetschestwennyje Sapiski y a Vera Sassulich, en las que Marx relativiza lo más especulativo de su sistema, limitándolo a los países de la Europa Occidental, y, sobre todo, renuncia explícitamente a la filosofía de la historia. Al final de su vida, Marx no pronosticaba nada «necesario» ni «determinado» ni a los primeros ni a los segundos; por lo que se puede suponer que su pensamiento acabó desembocando más allá de las confortadoras seguridades con que lo exorcizaron burgueses y déspotas».

Renuncia marxiana a la filosofía de la historia, ámbito especulativo reducido al ámbito de los países de Europa occidental. Igualmente, años atrás, en un célebre texto de 1970, surgido de conferencias en torno al tema, sobre «La Universidad y la división del trabajo», señalaba: «[…] La clave dialéctica resolutoria de esa contradicción se encuentra apuntada en la última frase del párrafo de Marx: «Pero el desarrollo de las contradicciones de una forma histórica de producción es el único camino de su disolución y recomposición». Esas palabras han sido muchas veces citadas en la historia del movimiento obrero, pero casi siempre con una intención parcial: la refutación de las degradaciones «izquierdistas» del pensamiento marxista. Efectivamente, el sentido más directo de la frase es que ninguna formación histórica sucumbe si no se han desarrollado sus contradicciones. Pero este sentido directo no alude a un mecanismo fatal de desarrollo de las contradicciones, como parece en la interpretación socialdemócrata de Marx -presente también en algunos izquierdismos clásicos, señaladamente el de Bordiga-, que espera pasivamente el momento revolucionario, pensando que su maduración es un proceso ajeno a la acción consciente de clase; ajeno, en suma, a la subjetividad revolucionaria».

En su opinón, la realidad social nunca había encajado en ese esquema mecánico, antidialéctico, «[…] de «necesidad» histórica (necesidad naturalista) que explica tanto el abandono socialdemócrata de la perspectiva revolucionaria cuando la fatalista inhibición izquierdista en la lucha cotidiana e intermedia que es la «normalidad» de la lucha de clases materialmente revolucionaria. Se puede, sin duda, practicar el juego teórico -no inútil, por lo demás-de analizar qué pasaría si las contradicciones de la formación capitalista se desarrollaran autónomamente, «espontáneamente». Pero en la realidad, casi toda la acción del poder capitalista -incluido el trabajo de sus ideólogos y, cosa más importante, el de sus científicos, esto es, no sólo el de Ropke, por ejemplo, sino también el de Keynes- está destinada a frenar y desviar el desarrollo de las contradicciones, y la mayor parte de la acción obrera tiende -ha de tender-, consiguientemente, a agudizarlas. Nada más peligroso para el movimiento obrero que olvidar esta situación. Pues las posibilidades de frenar o decelerar, con efectos de duración acaso grandes, las contradicciones de una formación no son nada despreciables».

El profesor de Fundamentos de la Filosofía, entonces expulsado de la universidad barcelonesa, llamaba la atención sobre un escrito que no había recibido la atención que merecía, en el que el filósofo Georg Klaus había construido a inicios de los sesenta: «[…] un modelo político de cristalización o momificación de las contradicciones del capitalismo contemporáneo, basado en una reedición del panem et circenses romano, para toda la época en que el imperialismo pueda mantener unas condiciones de explotación sustanciosa de los pueblos dependientes e incluso, tal vez, para más tarde».

Por lo demás, y en torno al positivismo histórico, y con tonos neta y sorprendentemente heideggerianos, Sacristán se manifestaba del modo siguiente en el capítulo dedicado a la disputa del método en las ciencias sociales en las clases de Metodología del curso 1982-1983: «(…) En historia de todas maneras no se suele hablar de «historicismo» porque parecería ridículo decir que «es un historiador historicista» e intuitivamente la lengua ha preferido hablar de otro modo, y (…) en historia a la escuela historicista se le suele llamar positivismo, positivismo histórico del siglo XIX, que es una escuela que dio monumentos imponentes de Historia empezando por lo que ellos mismos llamaban «monumentos». A los historiadores positivistas se debe, en efecto, la publicación de albúmenes admirables que todavía hoy verdaderamente da gusto ojear, de transcripciones literales de los viejos documentos históricos. Esta es la época, por ejemplo, en la que Mommsen publica los «Monumenta germaniae historica», es decir, una reunión en albúmenes de reproducciones literales, a menudo en grabado de todos los documentos existentes de la historia antigua germánica, de los primeros reinos germánicos»

Por la misma senda, apuntaba algo más adelante: «La inspiración del positivismo histórico es -según una célebre frase de Ranke,que es la principal figura del positivismo histórico alemán- «contar la historia como fue», que la Historia sea historia y no filosofía. Con esta frase, esa especie de bandera, los historiadores positivistas en realidad se estaban oponiendo a la tendencia del siglo XVIII (del progresismo del siglo XVIII) a ver la historia como explicable sobre la base del principio filosófico del progreso, ver la historia como un progreso «in decline». El historiador positivista sospecha que eso es falso. Quiere contar la historia como fue, sin suponer que hay un esquema dinámico de progreso en la historia de la humanidad. Este es el sentido de la frase «que la historia sea historia y no filosofía» y ‘contar las cosas como han sido».

La ideología netamente conservadora de la escuela histórica no era obstáculo para reconocer el interés de algunas de sus consideraciones: «[…] Las reflexiones de este tipo son características de este positivismo histórico francés, y son reflexiones muy agudas. Efectivamente, nunca antes se había pensado en una relación entre el formato de una pintura y el tipo de cultura económica a la que responde. Este es el tipo de literatura. Estos historiadores positivistas son, como sus colegas juristas, prácticamente siempre de tendencia política e ideológica conservadora. Ellos han abandonado la creencia en el progreso, expresan eso a veces maravillosamente. Por ejemplo, de Ranke es la frase -que a mí me parece muy admirable- según la cual «no hay progreso porque todos los pueblos están igual de cerca de Dios», que es una manera de expresar muy poética y eficazmente la idea de que todas las épocas son moralmente iguales, no hay cortes. Estemos o no de acuerdo, la expresión misma es muy notable. En ella se refleja esa creencia conservadora fundamental, o por lo menos antiprogresista, como entre los juristas historicistas».

Del mismo modo, de varias carpetas depositadas en Reserva de la BC de la UB, y de fichas comentadas de conferencias de 1983, vale la pena recoger estas observaciones en torno a «Apuntes de Karl Marx, F. Engels: Escritos sobre Rusia. II: El porvenir de la comuna rusa (traducción de Félix Blanco; preparación, revisión y notas de José Aricó. Ediciones de pasado y presente, México, 1982).

I. Boris Nicolaievski [BN], «Marx y el problema ruso» («Marx und das russische Problem»), Die Gesellschaft [La sociedad], año I, julio de 1924, pp. 359-366.

1. Nicolaievski observa que hasta ahora se conocían de Marx sobre Rusia la carta a Otechestvennie Sapiski (OS)  de 1877 y el prólogo a la 2ª edición rusa del MC [Manifiesto comunista], y que ahora también la carta a V. Z [Vera Zasulich, posterior (21.1.1882 el MC y 8.3.1881 V.S.). Planteamiento de B.N: «La cuestión a la que trataban de dar respuesta Marx y Engels era la siguiente: ¿debe Rusia, en su camino hacia el socialismo, pasar necesariamente por el estadio del desarrollo capitalista o puede, apoyada en los restos de la propiedad común conservados en la aldea rusa, llegar al «estado del futuro» sin pasar por el capitalismo? Y si éste fuera el caso, ¿cuáles serán las condiciones en que resultaría posible tal salto?» (p. 10). Este también en la polémica con Piotr Tkachov de 1875.

2. «Las dos explicaciones (*) muestran en su conexión interna que tanto Marx como Engels rechazaban las ideas, representadas por los revolucionarios rusos denominados narodniki, de que Rusia podría por sí sola, sin ayuda de la revolución de los trabajadores europeos, realizar ese salto» (p. 10).

(*) Prólogo al MC ruso y, seis años antes, la polémica de Engels con Tkachov. Pero a continuación reconoce, sin darse cuenta de lo que implica por las fechas. Sin embargo, registra que la tesis ortodoxa no está en Marx: «Esta concepción precisa no se halla todavía en el escrito marxiano de 1877, donde Marx se contenta con alusiones generales a la posibilidad de que Rusia pudiera obviar el estadio del capitalismo» (p. 11). No son alusiones generales: son afirmaciones claras, pero sin justificación por su propia teoría -ni siquiera la justificación posterior, lo que molesta a B.N. y lo que hizo tal vez que Marx no enviara la carta (como tampoco, luego, la teoría escrita para V.S. Marx no estuvo nunca satisfecho de su razonamiento al respecto).

3. «La carta de Marx [MSL: a Vera Sassúlich] muestra que en su primitiva formulación de la cuestión del desarrollo social en Rusia había un nuevo matiz. Como esta carta no estaba destinada a su publicación, naturalmente no influyó en ella consideración de ningún tipo relacionada con la censura. Sin embargo, no hay en ella ni una palabra acerca de la revolución de los trabajadores en Occidente» (pp. 12-13). La observación es importantísima, pese al error del «nuevo matiz»: era nuevo para Engels 1875, no para Marx 1881. Por lo demás, en los borradores ignorados por B.N. la cosa es muy complicada: la revolución europea aparece enérgicamente en el 2º., pero no en el 1º ni en el 3º. La mala interpretación de B.N. se traiciona en el absurdo de hablar de matiz nuevo en una formulación primitiva. Por su incapacidad de admitir la tesis de Marx, B.N. tiene que construir la fantástica explicación que refutaría Riazánov.

4. «Más todavía, el tono general de la carta contiene cierta gravedad polémica contra quienes ponían en duda la evolución socialista de la comunidad campesina rusa. Al contrario de sus anteriores declaraciones al respecto [MSL: ¿Cuáles?] observa firmemente Marx a finalizar su carta que su especial estudio de esta cuestión le había llevado a la convicción de que «esa comuna es el punto de apoyo para la regeneración social en Rusia». Para entender este matiz en la respuesta de Marx debemos examinar brevemente su posición respecto del movimiento revolucionario ruso. Esta posición varió con el tiempo. En los sesenta Marx no creía en la seriedad del movimiento ruso» (p. 13). La observación es muy importante: no creía [en la seriedad del movimiento ruso], por antieslavismo y por la fuerza de su modelo de filosofía de la historia.

5. Que intenta explicarse con una fabulación, tanto le padece inadmisible lo que dice Marx. Asombrosa ceguera para lo que dice Marx, con la clave al final: «En estas circunstancias tenía que ser particularmente cuidadoso al tratar cuestiones en que sus ideas de apartaban de las de los revolucionarios rusos (*). No cabe ninguna duda de que en el estudio de la forma que daría a la carta a Vera Sassúlich influyó mucho el escribirla en un momento en que la lucha terrorista en Rusia alcanzaba un punto culminante y los ojos de todo el mundo estaban fijos en el movimiento revolucionario ruso. También Eduard Bernstein en sus recuerdos señala que en sus últimas conservaciones con Engels había sacado la impresión de que tanto éste, como Marx, por respeto a la ideología de la revolucionaria rusa», disimulaban de momento su escepticismo acerca de las posibilidades de evolución socialista de las comunidades campesinas rusas. La misma impresión produce varias observaciones de Engels en su advertencia final a Soziales...» (p. 15). (*) Pero sí se opone a los marxistas!

Engels produce esa impresión en todo su escrito. Los ortodoxos tuvieron que sentirse traicionados por Marx. Por lo demás, Nicolaievski puede creer honradamente en la completa falsificación porque ignora los borradores.

6. La especulación [policíaca] que refutará Riazánov: Vera Zasúlich, Axelrod y Plejánov, como miembros del Cherny Perediel, escindido de la Naródnaia Vólia, son para Marx enemigos (ver refutación por Riazánov): «Todas estas circunstancias determinan la actitud de Marx en su carta a Vera Sassúlich. No podía dejar sin respuesta a Vera, que había atraído hacia sí la atención del mundo entero con su atentado contra el general Trepov, capitán de la guardia urbana de San Petersburgo. Pero le contestó con suma reserva, lacónica y cautelosamente; al parecer temía dar argumentos a aquellos que consideraba sus contrarios, contra las personas que entonces eran sus íntimos. Estas son las causas, hasta donde se puede asegurar actualmente, que hicieron a Marx responder como lo hizo a Vera Sassúlich. Para otra explicación, como por ejemplo, que Marx estaba entonces dispuesto a hacer concesiones esenciales a las concepciones de los narodniki, no hay ninguna razón» (p. 16). Con la ortodoxia fijada, el pensamiento de Marx puede parecer concesión a concepciones no marxistas. Claro que ésa era una línea de desarrollar una tradición.

Nicolaievski, aunque muy interesante, se salta [ignora] todo lo decisivo: ¿por qué no envió Marx la carta a O. S y desechó los borradores a V.? ¿Qué pasa con la necesidad interna dialéctica?, ¿Cómo reconstruir la inconsecuencia teórica? ¿Cómo estimar el zurcido de la inconsecuencia teórica?

7. Tres cartas de Marx importantes para el contexto: carta a Kugelmann, 12/10/1868; carta a Sorge, 27/9/1877; carta a Jenny Longuet, 11/4/1881.

II. F. Engels, «Acerca de la cuestión social en Rusia», Der Volksstaat, 1875; reproducido con epílogo en Internationales aus dem «Volksstaat», Berlin, Verlag der Expedition des Vorwats, 1894, pp.47-60.

1. «La revolución a que aspira el socialismo moderno consiste, brevemente hablando, en la victoria del proletariado sobre la burguesía (*) y en una nueva organización de la sociedad mediante la liquidación de las diferencias de clase. Para eso se precisa, además de la existencia del proletariado, que ha de llevar a cabo esta revolución, la existencia de la burguesía, en cuyas manos las fuerzas productivas de la sociedad alcanzan ese desarrollo que hace posible la liquidación definitiva de las diferencias de clase» (p. 71). (*) Con eso se coloca en un plano diferente del de Marx. a) Mantenimiento estricto del modelo. b) Verdad literal historicista por «moderno». c) En cambio, si se amplia «socialismo», sofisma: supone que un efecto sólo puede tener una gestación.

2. Oposición a Marx respecto del artel y las cooperativas europeas: «(…) el artel es una forma primitiva y por ello poco desarrollada, de asociación cooperativa, sin nada exclusivamente ruso o eslavo. Estas asociaciones se forman en todas partes donde son necesarias: en Suiza, en la industria lechera; en Inglaterra, entre los pescadores y aquí reviste las formas más diversas. Los peones de pala de Silesia (los alemanes, no los polacos), que tantos ferrocarriles alemanes construyeron en la década de los cuarenta, estaban organizados en auténticos arteles. El predominio que esta forma tiene en Rusia prueba, naturalmente, que en el pueblo ruso alienta una acusada tendencia a la asociación, pero no demuestra, ni mucho menos, que este pueblo pueda saltar, ayudado por esta tendencia, del artel a la sociedad socialista. Para este salto se precisaría ante todo que el propio artel fuera capaz de desarrollarse, que se desprendiese de su forma primitiva -en la cual (…) es más beneficioso para el capital que para los obreros- y que se elevase, por lo menos, al nivel de las asociaciones cooperativas de Europa Occidental» (pp. 76-77). Contradicción con Marx: a) en la estimación del artel; b) en la valoración de instituciones de las instituciones de la economía capitalista adelantada, como las cooperativas; c) razonamiento por demostración, en vez de por posibilidad. Es interesante que este texto, de 1875, se debe confrontar con Marx 1877. Y el post-scriptum de 1894 con Marx 1881.

3. Imprescindibilidad de la revolución europea para la obschchina (p. 80). Versión más eurocéntrica de la tesis conjunta con Marx de 1882.

III. F. Engels, Post-scriptum de 1894 a «Acerca de la cuestión social en Rusia».

1. La tesis «ortodoxa», incluso con acentuación del eurocentrismo: «Si es que se puede, en general, plantear la cuestión de saber si a la comunidad rusa le espera un destino mejor (*), la causa de ello no radica en ella misma, sino únicamente en que en un país europeo ha conservado cierta fuerza vital hasta una época en la que en la Europa Occidental la producción mercantil y su forma última y superior -la producción capitalista- ha entrado en contradicción con las fuerzas productivas creadas por ella misma, una época en que resulta incapaz ya de dirigirlas y perece a consecuencia de dichas contradicciones internas y los conflictos de clase condicionados por estas últimas. Ya sólo eso prueba que la iniciativa de semejante transformación de la comunidad rusa únicamente puede partir del proletariado industrial de Occidente, y no de la comunidad misma» (pp. 87-88). (*) Cuestión que Marx no sólo planteaba, sino que resolvía afirmativamente

Esa es la versión ortodoxa hecha coherente de las respuestas de heterodoxo y oscuro Marx inconsecuente. Muy lejos de Marx.

2. Reafirmación de la filosofía de la historia: «(…) es históricamente imposible que una sociedad que se halla en un grado de desarrollo económico inferior tenga que resolver problemas y conflictos que surgen y pueden surgir sólo en una sociedad que se halla en un grado de desarrollo mucho más alto» (p. 89). Recuperación contra el Marx viejo del Marx clásico y el fatalismo del modelo filosófico-histórico o dialéctico.

Contra este fatalismo filosófico-histórico se manifestaba Sacristán con total nitidez en una carta de 1985 dirigida a la profesora Mónica Guitián, a quien había conocido durante su estancia en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1982.

Notas:

[1] 1974, páginas 85-86. nota 13. Fue uno de los ensayos publicados en la colección Hipótesis de Grijalbo que codirigieron Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey.

[2] Puede verse la carta de Màrkus en una de las carpetas de correspondencia depositadas en Reserva de la BC de la UB, fondo Sacristán.

[3] «Carta de la Redacción», mientras tanto, nº 16-17, pp. 5-6 (Ahora en Manuel Sacristán, Escritos sobre El Capital (y textos afines). El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2004, edición de Salvador López Arnal; prólogo de Alfons Barceló y epílogo de Óscar Carpintero.

[4] Manuel Sacristán, «La universidad y la división del trabajo», Intervenciones políticas, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 130-131.

Referencia Prólogo:

El prólogo de Sacristán en la red: http://archivo.juventudes.org/node/114

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.