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Diálogos en la izquierda anticapitalista

Fuentes: Rebelión

Una política electoral no significa llevar candidatos a una elección de Presidente ni a otros niveles de dirección del Estado.



Carlos Lafferte C.

No solamente en tiempos de elecciones sino en todo tiempo, no es posible pensar que una elección reemplace la revolución. Tampoco que resuelva los temas propios de ésta.

Sin embargo, este es uno de los puntos centrales de la crítica que se hace desde las pequeñas agrupaciones de la izquierda anticapitalista a quienes, desde el mismo sector y tamaño, plantean políticas electorales.

Ello ocurre principalmente en el ámbito de las convocatorias constituyentes a través de las cuales el neoliberalismo fundacional – Republicanos, UDI, RN –  y el neoliberalismo transformista – DC, PS, PPD, Frente Amplio – han buscado neutralizar las fuerzas inestabilizadoras que emergían desde las movilizaciones y luchas de las masas populares por sus derechos. Luchas que vinculaban las reivindicaciones y demandas sociales con la lucha antineoliberal y por ello democrática, cuya máxima expresión se alcanzó en las jornadas de octubre.

Por cierto, desde 1988, el plebiscito con que se materializó el acuerdo del imperio con el pinochetismo y las dos nueva representaciones políticas del neoliberalismo, en cada elección realizada con posterioridad a aquel, las elecciones han sido el vehículo principal que aquellas representaciones políticas han utilizado para dividir, manipular y finalmente disciplinar a la vieja izquierda tradicional, y por su vía a las masas, a las condiciones económicas, sociales y políticas de profundización, legitimación y reproducción a escala ampliada el modelo impuesto por la dictadura cívico militar. Esta situación no podría sino generar una clara aversión de la izquierda anticapitalista a la consideración de las coyunturas lectorales como una posibilidad de acumulación de fuerzas para un proyecto revolucionario.

Sin embargo, fuera del trauma electoral que han generado los 34 años  en que se ha repetido el anterior proceso,  en la historia político social  de la Izquierda Anticapitalista en el país, se ha mostrado que las coyunturas electorales han generado momentos y espacios  de sensibilización, de visibilización de sus problemas por el propio pueblo  – las elecciones no resuelven los problemas; los plantean, decía Miguel Enríquez –  y han constituido una oportunidad para  la agitación de las propuestas de los revolucionarios, su internalización en la mente de las masas y junto con ello, su organización en la dirección de acumular fuerzas desde la perspectiva estratégica de la revolución.

Una política electoral no significa llevar candidatos a una elección de Presidente ni a otros niveles de dirección del Estado.

La política electoral del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) antes de la elección del compañero Salvador Allende se especificó en la suspensión de las acciones armadas, a la vez que en un  discreto apoyo político a su campaña, generando a partir de allí una relación política tal, que llevó a que el primer grupo de seguridad personal (GAP) de Allende lo compusieran exclusivamente compañeros y compañeras del MIR.

Más allá de eso, la elección del compañero Presidente Salvador Allende significó poner a la cabeza del Estado de la burguesía, en el poder ejecutivo, una representación política de carácter de clase antagónica al carácter de clase del Estado, generando lo que el MIR llamó la crisis del Estado de la burguesía. Misma argumentación que, sobre la base de las limitaciones del gobierno para realizar su programa de profundas transformaciones, llevó a concluir al MIR la necesidad de fundar una política de masas orientada hacia la generación de las condiciones de conciencia, organización y lucha del pueblo, que aseguraran la construcción de un poder paralelo, independiente y alternativo al poder burgués: el Poder Popular. Otra parte de la Izquierda Revolucionaria de la época, organizada en torno a la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), asumió la continuidad de las acciones armadas, restándola así de aportar al período pre –  revolucionario que se abría.

Más tarde, en la elección complementaria de diputados en Linares, del 16 de enero de 1972, el MIR desarrolló una política electoral de apoyo activo a la candidatura de María Eliana Mery, movilizando más de 300 militantes principalmente desde los regionales de Talca y Concepción. Como resultado de esta política electoral se fortalecieron y  legitimaron contenidos de la política campesina de lo que sería el Pliego del Pueblo, que el MIR levantaría ese mismo año como instrumento de conducción de la lucha revolucionaria en el período. En toda la zona, se generaron bases del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR) y se incrementaron las tomas de fundos, fortaleciendo la organización y las luchas campesinas. Además, se fortalecieron las relaciones políticas con la Izquierda Cristiana y con ello la perspectiva de la construcción del Polo Revolucionario, como alternativa a la conducción reformista y antesala del Partido de la Revolución.

En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la política electoral del MIR se definió en torno al apoyo y la convocatoria a votar por dirigentes y dirigentas de partidos del Polo Revolucionario que hicieron sus campañas electorales sobre la base del Pliego del Pueblo. Dadas las tensiones internas en cada partido de la Unidad Popular, entre reformistas y revolucionarios, la convocatoria a votar por partidos debilitaba la emergencia del ala revolucionaria de los mismos y con ello, del Polo Revolucionario. De ahí la precisión de su política electoral a apoyar y convocar a votar por dirigentes específicos de partidos de la UP que asumieran el Pliego del Pueblo.

Siendo el MIR un partido revolucionario, se mantenía fuera de la institucionalidad burguesa. Su política electoral nunca se construyó sobre la elección de candidatos propios. Sin embargo, reconocía que las coyunturas electorales eran espacios ampliados de agitación, de aprendizaje de las masas, de incremento de las posibilidades de llegar a ellas con las propuestas del partido, de masificar su política, de acrecentar la conciencia democrática, anticapitalista, revolucionaria de estas, de construir las alianzas políticas de acuerdo con su plataforma de lucha, de fortalecer la organización de las masas como poder. En fin, de avanzar en la acumulación de fuerzas estratégicas: el frente político de la revolución, la fuerza social revolucionaria, el partido revolucionario y la fuerza material del pueblo.

Es posible decir hoy día, que a lo largo del período de estabilización de la dominación burguesa – de 1988 en adelante – la izquierda anticapitalista ha venido estableciéndose en las coyunturas electorales desde un doble error.

Por un lado, quienes han entendido el espacio electoral como una posibilidad de institucionalización, “para forzar los cambios desde adentro”, en los hechos, con discursos más o menos radicales, se han ido sumando a la neutralización de las intenciones transformadoras del viejo reformismo, la vieja izquierda tradicional convertida al neoliberalismo. A los que se han agregado los engaños flagrantes de la generación de las y los jóvenes libertarios, democrático revolucionarios, autónomos, convergentes, comunes y otras / otros cuantos más, que hoy gestionan el modelo del capitalismo neoliberal, dejan abandonadas  a las masas empobrecidas y desestructuradas, potenciando el fenómeno fascista que se avizora en la realidad chilena.

Por otro lado, quienes, sobre la base de objetivos trasladados mecánicamente del período pre revolucionario anterior, como el Poder Popular, sin estrategia ni táctica que permita articular la acumulación de fuerzas desde la realidad actual con aquella otra realidad que se pretende. Por lo demás, la realidad actual está llena de confrontaciones electorales a las que las masas populares son obligadas sin políticas que las articulen. Así, mientras las masas se desestructuran, fragmentan, lumpenizan, fascistizan, en confrontaciones electorales con alternativas obligadas desde el poder neoliberal y sus representaciones políticas, este sector de la izquierda anticapitalista rechaza el uso de las coyunturas electorales, negándose a  ofrecer una política a las masas en estos espacios. En algunos de sus discursos sus argumentos se basan en el carácter burgués de la Constitución Política, lo que es obvio, pero que nos es óbice para levantar una política al respecto, como se ha mostrado en los desarrollos anteriores.

Más aun, la propia lucha por una Asamblea Constituyente Originaria le parece a este sector un artilugio burgués que los sacaría de las tareas centrales en los territorios, en torno a la construcción del poder popular. Ello aunque en la lucha  por la Asamblea Constituyente Originaria se concentren las potencialidades de carácter profundamente transformadoras, democráticas y revolucionarias que encarna la realización de las reivindicaciones económicas y las demandas sociales y políticas del 18 0, ante las rigideces del modelo del capitalismo neoliberal.

Debiera ser una preocupación de quienes se sienten revolucionarios el considerar que es la constitución del 80, con sus leyes orgánicas y toda su institucionalidad político – jurídica, la que ha mantenido sometido, fragmentado y envilecido a nuestro pueblo por 42 años. O sea, que es un tema que debemos considerar. No basta para ello el discurso fácil de que «son burguesas», de lo que se colige, entonces es un asunto de burgueses. Y que, bueno, “ellos verán”. Nosotros “a lo nuestro”. Como si no se tratara de un único espacio de confrontación de clases.

Por lo mismo, las acciones que hoy emprende el amplio bloque neoliberal para validar y legitimar la Constitución de Pinochet & Lagos por medio de un proceso esencial y estructuralmente fraudulento, al que las masas populares son obligadas a participar, no debiera ser considerado por la izquierda anticapitalista como un problema burgués, en el que no debiera malgastar sus pocas energías.

Además, de este problema político de envergadura para la izquierda anticapitalista no se puede salir por la vía simple de que los y las militantes, como personas, vayan a votar “nulo” o “en contra”, mientras sus orgánicas se niegan a levantar una política electoral a las masas.

Es complejo entender la fractura entre el ser individual, que decide votar “nulo” o “en contra”, y el ser social y político que considera que las elecciones son temas de burgueses y que su grupo no debiera meterse. Faltan unas piezas ahí. Ojalá pudiéramos rearmarlas en estos diálogos.

Ahora bien, si aceptamos que toda coyuntura desencadenada por el pueblo o impuesta por la burguesía, electoral o no, es un espacio que posibilita avanzar en y con las masas en la posibilidad de acumular fuerzas estratégicas – Partido, Frente Político, Alianza Social Revolucionaria, Fuerza Material del Pueblo -,  entonces podríamos ver cómo hacerlo, de manera de ser consistentes con el discurso de la acumulación de fuerzas estratégicas.

Para actuar desde una perspectiva estratégica en la convocatoria constitucional burguesa, sería central revincularnos profundamente en las masas populares, dejando de ser sólo la delgada franja radical que hemos sido, tanto en los territorios como en la lucha de autodefensa de masas, en las actividades más centrales, como la Plaza Dignidad.

Para actuar desde una perspectiva estratégica es central comprender que los dos millones y trecientos mil votos en la pasada elección de convencionales, representan por primer vez en 33 años una respuesta social clara de rabia y rechazo al capitalismo neoliberal, a pesar y por sobre la manipulación y sumisión de las masas ocasionadas por el viejo reformismo histórico y el engaño flagrante de la generación de las y los jóvenes libertarios, democrático revolucionarios, autónomos, convergentes, comunes, entro otras, hoy en el gobierno. Y que esa respuesta social debe ser transformada en organización y fuerza social.

Para ello es tarea fundamental ubicar las comunas en que se ha manifestado esta respuesta social de rabia acumulada y rechazo al capitalismo neoliberal, para agitar, convocar y organizar en esos territorios los Comités Territoriales y Sectoriales por el Rechazo a la Constitución Renovada de Pinochet & Lagos.

En estos espacios amplios, ciudadanos, al que se integre el pueblo en los territorios, en el sindicato o en la federación sindical, será necesario articular en el discurso las demandas específicas del territorio y el sector – demandas del 18 de octubre –  y su negación por el modelo y el mundo politiquero neoliberal, con la convocatoria a votar en contra en el plebiscito de diciembre, relacionándolas con la lucha por una Asamblea Constituyente Originaria como posibilidad de realización de tales demandas, agitándolas en las marchas locales, regionales y en las acciones directas de masas.

El objetivo político inmediato será dotar al proceso constitucional del neoliberalismo, de gobierno y de oposición, del máximo de ilegitimidad posible, aumentando fuertemente el voto en contra como objetivo central, y los nulos en segundo nivel de importancia. En ese contexto y con las fuerzas sociales y políticas acumuladas en el pueblo, será posible, a una escala mayor, continuar las luchas populares, democráticas y revolucionarias tras las demandas populares y la Asamblea Constituyente Originaria.

Finalmente, respecto de la relación mutuamente excluyente que establece una parte de la izquierda anticapitalista en la que indica que tener una política electoral impediría el poder del pueblo o que, de modo contrario, levantar una política de poder del pueblo impediría el desarrollo de una política electoral en la coyuntura, es necesario argumentar que, construyendo el Voto en Contra desde los Comités Territoriales y Sectoriales y apoyando en estos la lucha por las demandas del 18 O, y su realización plena en una Asamblea Constituyente Originaria, es la manera de construir el poder del pueblo, con una cada vez más amplia y profunda realización en las masas como exigencia estratégica.