Parto para mi primer viaje a China, a un seminario que conmemora los 30 años del comienzo de la política de Reforma y Apertura, iniciada en 1998, al que fueron invitados 17 intelectuales extranjeros, casi todos de los Estados Unidos y de Europa. Los chinos conmemoran, en gran estilo, el éxito de un proceso que […]
Parto para mi primer viaje a China, a un seminario que conmemora los 30 años del comienzo de la política de Reforma y Apertura, iniciada en 1998, al que fueron invitados 17 intelectuales extranjeros, casi todos de los Estados Unidos y de Europa.
Los chinos conmemoran, en gran estilo, el éxito de un proceso que ya lleva mas tiempo en la historia de la Revolución China que el período anterior – 1949-1998 -, marcado por la dirección de Mao-Tse-Tung. Claro que la figura de Mao se proyecta siempre muy por encima de las de los otros dirigentes posteriores, tanto porque dirigió el proceso revolucionario chino desde la Gran Marcha, en el comienzo de los años 30, como, además de eso, porque dirigió al pueblo chino en las luchas que llevaron a la derrota de los ocupantes japoneses y norteamericanos, desembocando en la victoria revolucionaria de 1949.
Pero, dos años después de la muerte de Mao, Deng-Ziao-Ping asombraba al mundo – y especialmente a la izquierda, mucho más a la maoísta – con la declaración que abría este período: «No importa el color del gato, mientras que él cace al ratón». La referencia era claramente al uso de la tecnología. Aquellos sentimientos eran todavía mas fuertes, porque la declaración se situaba en contradicción mas antagónica posible con los principios que habían sido eje de la Revolución Cultural, viva hasta hace pocos años antes. Esta se caracterizaba, entre otros aspectos, por el intento de desmitificar del supuesto carácter neutro y no clasista de la tecnología, de la ciencia, de la cultura y de toda forma de saber.
Este nuevo abordaje de la tecnología apuntaba a destrabar su uso, en la búsqueda de acelerar el desarrollo económico. Evidenciaba también que terminaba de forma perentoria el período de la Revolución Cultural y que el nuevo período no solo daba vuelta aquella página conturbada de la historia china, sino que la negaría en sus mismos fundamentos.
Hoy los chinos conmemoran la fecha de 1978 como una nueva fundación de la revolución, en la que pretenden presentar las conquistas espectaculares con orgullo. Los datos son todos impactantes, sea del crecimiento del producto interno bruto, de la renta per capita, de la retirada de centenas de millones de personas de la zona de pobreza, de la expansión del comercio exterior, de la acumulación de divisas, del acceso de millones de personas a los bienes de consumo básicos y modernos, de los niveles de escolaridad, del ritmo de inversiones, de la construcción de casas y edificios, de la proyección, en fin, de China, como la segunda potencia económica del mundo.
Los chinos afirman su derecho a salir de la situación de pobreza y hasta de miseria en que vivieron por un buen tiempo, y avanzan para revertir la situación de inferioridad económica que pasaron a tener en los dos últimos siglos.
Hasta el siglo XVIII, China, mas avanzada que la Europa occidental, exportaba sus productos para ésta – especias, seda, té, entre otros produtos -, pero no le interesaba importar nada de Occidente. Al punto que el imperio británico desató la Guerra del Opio, invadiendo territorio chino, para inducir el consumo del opio, producto bastamente producido en la mayor de las colonias británicas, India, para poder reequilibrar su balanza comercial con China. Una guerra que solo terminó recientemente, cuando China impuso a Gran Bretaña la devolución inmediata de Hong Kong – que se había tornado colonia británica desde aquella guerra – a China.
Hoy China se muestra firmemente decidida a revertir esa situación, con un esfuerzo que ya le permitió superar las economías de todas las otras potencias capitalistas, salvo, por ahora, los Estados Unidos, con quien desarrolló un intenso proceso de dependencia mutua. Es acusada de hacerlo superexplotando a los trabajadores, deteriorando el medio ambiente, intensificando las desigualdades sociales. Pero como Inglaterra se industrializó, haciendo justamente eso y cosas mucho peores – como la esclavitud, la piratería, la explotación colonial? El tema es por lo menos polémico.
No espero tener respuestas definitivas en un primer viaje. Llevo conmigo la mejor de las lecturas que ya hice, – Adam Smith en Pekin, de Giovanni Arrighi (Boitempo), que supera los maniqueísmos, ni cae en la apología de que cualquier forma de expansión de las fuerzas productivas es buena, ni en el «denuncismo» que no valoriza el esfuerzo de China para superar la miseria y la pobreza.
Traducción: Insurrectasypunto
Texto en español: www.insirrectasypunto.org