Con motivo de la apertura africana impulsada por Frédéric Fisbach, artista asociado este año a la programación del Festival, Aviñón decidió abrir las puertas de su edición 2007 a Dieudonné Niangouna, una de las plumas más aceradas de la joven literatura dramática africana. A sus 31 años, este autor, apenas conocido fuera de las fronteras […]
Con motivo de la apertura africana impulsada por Frédéric Fisbach, artista asociado este año a la programación del Festival, Aviñón decidió abrir las puertas de su edición 2007 a Dieudonné Niangouna, una de las plumas más aceradas de la joven literatura dramática africana. A sus 31 años, este autor, apenas conocido fuera de las fronteras de la República Popular de Congo, aceptó el reto de presentar un espectáculo con la misma audacia que caracterizan sus textos y montajes escénicos. Lejos de sentirse intimidado por la fama o el peso institucional del evento, interpretó en solitario cada noche en los Jardínes de Mons, uno de sus textos más radicales –Actitud Clando- apoyándose en un dispositivo cuyo minimalismo -aquí elevado a la categoría de manifiesto estético- contrastó con algunas de las macro-producciones del festival.
Nada más apagarse las luces, la voz de Dieudonné Niangouna brota con fuerza y rabia en la oscuridad, en medio del lecho de brasas ardientes donde se ha colocado el artista, convertido así en superviviente anónimo de un mundo en descomposición. Mientras una luz cenital va recortando en la penumbra caldeada su rostro fantasmagórico, el fuego de la hoguera recorre y abrasa literalmente el monólogo del personaje interpretado por Niangouna, hasta transformarlo en mensajero rescatado de los infiernos.
Actitud Clando parece en efecto resurgir de las cenizas mal apagadas de un país asolado por la corrupción endémica, la pobreza y las guerras civiles que en los 90 ensangrentaron Brazzaville, la capital de la República del Congo donde vive y trabaja el autor. Dieudonné Niangouna sabe lo que es ser un superviviente. En diciembre de 1998, cuando estalló la tercera guerra civil congolesa, los rebeldes del pastor Ntoumi que peinaban la capital, lo detuvieron sin motivo y se lo llevaron a la selva. Allí vivió recluido durante más de año y medio, sometido como los demás presos a las privaciones y a los bombardeos del ejército del presidente Sassou Nguesso. Cuando pensó que había llegado su hora frente al pelotón de ejecución, se produjo el inesperado milagro que le salvó la vida: uno de los milicianos le reconoció por haberle visto actuar en el escenario del Centro Cultural Francés de Brazzaville, con la compañía que Niangouna dirige desde 1997 junto a su hermano Criss, Les bruits de la rue (Los ruidos de la calle). Aquel miliciano logró convencer a los demás de que no le ejecutaran y así se salvó. Hoy, pese a todas las dificultades que acarrea un contexto de posguerra nefasto para la cultura, el dramaturgo ha conseguido levantar entre las ruinas de Brazzaville, un festival de teatro contemporáneo llamado Mantsina sur scène (Mantsina a escena) que existe desde 2003 y que constituye una verdadera vitrina de la vanguardia teatral africana en torno al que gravitan otras compañías de teatro y de danza contemporánea. Algo de esa misma energía y de esa rabia de superviviente se cierne indudablemente sobre el espectáculo que transmite, en una hora escasa, toda la furia y la frescura de un teatro que se construye y genera en la urgencia de la supervivencia.
En Actitud Clando, Niangouna se centra en la figura del inmigrante clandestino y en la posición marginal que ocupa entre las capas más ocultas y relegadas de nuestras sociedades. El clando del título remite al argot de la palabra clandestino. Para Niangouna, este concepto constituye «la gran invención del siglo XX, y sobrepasa el simple marco de las fronteras o de los continentes. Se ha creado una nueva categoría de individuos con cuerpos y cerebros distintos que siempre me hacen pensar en una fórmula a la que nos referimos a menudo en Congo :»Estoy muerto, no me queda más que pudrirme». La acción se sitúa a veces en Francia y en otros momentos, entre las paredes coronadas de alambres de un espacio ambiguo que bien podría ser un hospital, una cárcel o cualquier centro de retención de inmigrantes. Todos ellos son espacios de reclusión con los que nuestro clando mantiene un largo historial de evasiones y consecutivos re-internamientos. Una situación que le enfrenta a lo largo del monólogo a un interlocutor ausente – real o imaginario-, un médico, responsable paradójico de su reclusión y contra el que dirige toda la ira de su diatriba.
El clando, en el texto de Niangouna, aparece por tanto como un fugitivo en situación de inseguridad permanente que lucha por acceder a la visibilidad y al reconocimiento de la existencia que se le niega. Esta lucha contra todas aquellas estrategias de control y de exclusión elaboradas para eludir la realidad de la emigración y de las causas que la motivan, se transforma así en la materia prima de una obra que pretende rescatar del olvido y del silencio la figura del que no tiene derechos ni papeles, del que soporta toda la violencia económica y deshumanizada de nuestra época en la indiferencia generalizada de la mayoría. Niangouna nos enfrenta literalmente al fantasma que no queremos ver, a esa otra cara de la prosperidad económica y de la escandalosa opulencia en la que se mueve el primer mundo frente a la miseria que empuja los clandos a emigrar. Una denuncia que acaba tomando evidentemente un relieve mucho más amplio al hacer también eco al olvido y al desinterés en los que se ve sumido el continente africano – en particular el África subsahariana- con su interminable lista de desgracias.
Pero según se despliega el discurso del Clando, Niangouna da la vuelta al concepto y a la situación de exclusión que conlleva, para recuperar el vocablo y reivindicarlo como base de un auténtico manifiesto libertario. Lejos de reclamar cualquier tipo de regularización o de integración: Niangouna lleva la paradoja al punto de mostrar la absoluta necesidad de mantenerse en los márgenes de la «regularidad» para poder ser libres. La Actitud Clando acaba de este modo transformándose en una oda radical a la libertad del individuo que rehuye de toda identidad social o nacional impuesta, y que reafirma el sinsentido de toda frontera. Ser un clando significa entonces no tener papeles, olvidar su nombre y su firma, sobre todo no tener trabajo ni horarios, tampoco móvil, ni dirección fija, aún menos tarjeta visa, ordenador, ni ninguna de todas aquellas necesidades creadas por nuestra sociedad que nos convierten en esclavos catalogados, numerizados, y clasificados, hasta perder la verdadera identidad de cada uno. Esos son los tipos «reglos» (correctos, legales) que Niangouna opone a lo largo de todo el monólogo a todos aquellos que son «clandos«:
Me gusta la gente asquerosa, pero no puedo trabajar sino me van a encontrar, clasificar, dosificar, encasillar, para a fin de cuentas convertirme en un tipo «reglo», pero un tipo «reglo» curra 24 horas al día,[…]y ha aceptado la lobotomización de las razas infectas. (Extractos de Actitud Clando)
Toda la violencia de esta pugna interior que cada uno debe librar consigo mismo por deshacerse de todo lo que limita nuestra individualidad, se expresa a través de un texto poético que no vacila en maltratar la sintaxis y el vocabulario. Niangouna inventa una lengua que se despliega con lirismo más allá de las fronteras académicas y estilísticas habituales, ofreciéndonos un auténtico trance verbal cuyo ritmo hipnótico envuelve a los espectadores en un raudal de palabras catártico y renovador. Las cenizas humeantes de los escombros de la historia que rodean al artista se transforman entonces en hoguera purificadora que devuelve al individuo a su esencia y a su verdadera identidad, liberado por el fuego de una palabra incandescente, de todas las escorias discursivas que le condicionan. El minimalismo reivindicado en el juego escénico, donde predominan un hieratismo del cuerpo, ajeno a toda gesticulación corporal naturalista, y los escasos pero acertados efectos de iluminación, ofrecen un contrapunto que da todavía más relieve a la fuerza del discurso. La oscuridad en la que se mantiene voluntariamente el escenario durante toda la función adquiere rápidamente una polisemia que supera la simple representación de la situación en la que evolucionan los clandos o el desinterés en el que se ve sumergida el Africa negra, simbolizando también la parte oscura del alma que nos habita y sin la que el individuo no puede aspirar a realizarse del todo, conjugando de este modo la preocupación social y política con la condición universal del hombre.
La Actitud Clando según Dieudonné Niangouna aparece entonces como el único método, la única tabla de salvación a la que puede agarrarse el hombre moderno para recuperar algo de su identidad perdida. Un método que el artista se aplica a sí mismo, proponiéndonos un explosivo autorretrato donde el autor/actor pone literalmente toda la carne en el asador, soportando las altas temperaturas de la hoguera, entregándose física y psicológicamente al espectáculo para reivindicar también la necesaria clandestinidad de la identidad inasible del artista en perpetuo devenir, siempre en busca de algo novedoso que por definición no puede identificarse con ningún movimiento para poder seguir siendo subversivo, reivindicando en suma la marginalidad como fundamento del acto artístico.