INTRODUCCIÓN
En las sociedades que viven en un régimen capitalista, existen personas y organizaciones que llegaron a la conclusión de que dicho régimen es la causa de la mayoría de los males sociales, debido a su naturaleza depredadora, del ser humano, del resto de seres vivos y en general del planeta que habitamos. Y este análisis les lleva a la conclusión de que es necesario acabar con este régimen, antes de que el capitalismo acabe con tod@s nosotr@s, mediante una revolución que permita el cambio radical de las estructuras sociales para construir una sociedad que tenga a la humanidad y su entorno en el centro de su proyecto. Son las y los revolucionarios.
La historia moderna ha sido testigo de revoluciones anticapitalistas, que lograron diversos grados de poder para lograr el desmantelamiento de las estructuras capitalistas y levantar otras en su lugar.
La evolución de cada una de estas experiencias ha permitido conocer las dificultades de los procesos revolucionarios, tanto en el proceso de pugna por el poder, como en la posterior construcción de la nueva sociedad.
Esta rica experiencia histórica me temo que no ha sido suficientemente aprovechada para extraer las pertinentes conclusiones y mejorar la perspectiva estratégica de lo que queremos, y de cómo lo podríamos conseguir.
No me considero un experto en lo que se refiere a los análisis y ensayos que se han podido escribir sobre estos procesos; pero sí conozco la trayectoria de las organizaciones que se consideran revolucionarias, y me atrevo a afirmar que no existe en estos momentos una estrategia consensuada y potente capaz de afrontar el reto de afrontar una revolución.
Para plantearse hacer una revolución, es preciso saber QUÉ quieres conseguir, y CÓMO lograrlo, todo ello de una manera realista, a la luz de la experiencia histórica. El siglo XIX alumbró dos grandes ideologías, el marxismo y el anarquismo, que, partiendo de la aspiración compartida de superar el capitalismo, daban respuesta a esos interrogantes, de maneras diferentes, como bien sabemos. El anarquismo ha inspirado puntuales experiencias revolucionarias de carácter local y poco duraderas. Basadas en el marxismo sí han tenido lugar procesos de mayor envergadura espacial y temporal, aunque con resultados de lo más dispar y discutibles respecto de sus intenciones iniciales.
Creo que no se ha construido una ideología sólida capaz de asumir los aciertos y errores de estas experiencias históricas; pero lo que sí es seguro es que no goza de un consenso potente como se daba a finales del siglo XIX y principios del XX. Parece que las personas y organizaciones revolucionarias han preferido ponerse una venda en los ojos, y se han instalado en la práctica de dar palos de ciego en lo que a la aspiración revolucionaria se refiere, deambulando en los espacios de resistencia digna o las aspiraciones de cotas de poder institucional.
Sin una estrategia y táctica revolucionarias, difícilmente podemos agrupar las necesarias fuerzas capaces de llevar a buen puerto las aspiraciones de superación del capitalismo. El presente texto, dividido en tres apartados (y correspondientes entregas), trata de exponer los dilemas a los que se enfrenten las personas y organizaciones revolucionarias en su propósito superador del capitalismo, dilemas a los que es preciso dar respuesta previa, al menos teóricamente, antes de iniciar el asalto transformador. Sin duda que en el proceso revolucionario surgirán nuevos interrogantes dialécticos, que requerirán del análisis pertinente para seguir adelante con éxito y hacia el horizonte trazado; pero estos que mostraré a continuación, son dilemas ya planteados por la historia y que por ello debemos superar y consensuar. ¿Lograremos salir de la pereza mental que nos tiene instalados en la contemplación resignada?
Empezamos con los dilemas estratégicos, aquellos que se refieren al QUÉ queremos; luego nos referiremos a los dilemas tácticos, los que afectan al CÓMO lo conseguimos; y finalmente se expondrán otros dilemas que podemos considerar transversales, que afectan a estrategia, tácticas y también a la cotidianeidad de la lucha de los movimientos sociales y organizaciones políticas.
En definitiva, considero una temeridad y una tremenda ingenuidad pretender o iniciar un proyecto revolucionario, o de transformación radical, sin antes haber conseguido un amplio consenso estratégico que supere los dilemas que la historia YA ha puesto encima de la mesa, y que, unos u otros, han hecho fracasar experiencias anteriores.
- Una temeridad porque derrochar las energías que conlleva un proceso revolucionario, sin saber qué es lo que se quiere implantar, es llevar a la gente a un callejón sin salida, con el coste en represión y vidas que sin duda conllevaría para nada.
- Y es una ingenuidad porque, en definitiva, lo que llamamos “la gente” es mucho más inteligente que nosotr@s, y no apoya ni se involucra en proyectos a los que no ve salida o que simplemente ya han fracasado. A los comienzos del siglo XX había un enorme apoyo al comunismo y la revolución rusa triunfante. Nada comparable a la situación actual, en la que no somos capaces de lanzar proyectos revolucionarios ilusionantes, y, sobre todo, creíbles.
DILEMAS REVOLUCIONARIOS ESTRATÉGICOS
La distinción entre estrategia y táctica puede resultar algo subjetiva. En mi caso, y para el presente texto, englobo en estrategia a todo lo que se refiere al modelo de sociedad que superase al capitalismo, su funcionamiento, estructuras, relaciones.
Para ello me voy a detener en cuatro aspectos básicos del modelo social al que aspiramos, sabedor de que sin duda hay más aspectos; pero al menos creo que estos serían los básicos.
Anticipo que, salvo alguna excepción, no voy a proponer respuestas a estos dilemas, al tratarse de un texto de preguntas que puedan facilitar el debate y la investigación.
A) ¿Qué sistema económico?
Tradicionalmente anarquismo y marxismo aspiraban a un final comunista más o menos común, y su diferencia fundamental estaba en la fase de transición, que la primera ignoraba, y la segunda consideraba necesaria con un régimen socialista y fuerte presencia del estado.
La experiencia soviética alentó un debate entre economistas sobre el papel que desempeñaría en el funcionamiento de la economía socialista, por una parte el estado y su planificación, y por otro el mercado (que ocupa el centro de la economía capitalista, al menos en teoría). ¿Socialismo de Estado o socialismo de Marcado?, ese es el dilema ¿o hay más?
En este apartado económico, un aspecto esencial será determinar cuál será el sistema de propiedad de los medios de producción y distribución. ¿Propiedad única del estado, o combinada con otros tipos de propiedad, individuales, societarios, cooperativas, pequeños negocios? ¿Tendría cabida algún tipo de autogestión?, y un largo etcétera.
El derrumbe de la URSS con la irrupción de una camarilla forjada en la burocracia estatal, y los éxitos económicos del modelo chino, sin duda representan experiencias históricas de las que aprender mucho.
Al ya clásico dilema de “cañones o mantequilla” (para los más jóvenes aclarar que condensaba la duda en el bloque comunista de cuál debía ser el destino principal de los recursos acumulados, si a la producción de armas en un contexto de guerra fría, o a la alimentación y bienestar de la población), podríamos añadir otros, como desarrollismo ilimitado o decrecimiento que prime el respeto por el planeta y medio ambiente, por ejemplo.
La historia de las revoluciones realmente ocurridas nos ha brindado modelos diferentes, que, con sus aciertos y errores, nos debe brindar la oportunidad de sacar conclusiones sobre el modelo más justi y eficiente para conseguir la emancipación humana:
Ordenando un poco lo expresado hasta aquí:
a. ¿Socialismo de Estado? fue seguramente la primera de las opciones teóricas y prácticas, delegando en el Estado la propiedad de todos los medios de producción y distribución, la planificación del conjunto de la economía y la asignación de los precios de materias primas, energía, bienes y servicios.
b. ¿Socialismo de mercado?
Pronto se vio que el mercado parecía más eficiente que la planificación a la hora de asignar los precios, estableciéndose un debate temprano al respecto. Sin duda que se han dado muchas respuestas teóricas a este debate, pero me temo que estamos muy lejos de haber consensuado la síntesis más convincente.
c. El papel del estado. Es evidente que los sistemas basados en “todo el poder para el estado” han generado importantes focos de burocracia y corrupción, que, además de ser moralmente reprobables desde una ética socialista, suponen un freno importante para el desarrollo de la economía.
En mi opinión el incentivo del lucro capitalista estimula un gran potencial de energía productiva, que sin duda es muy superior al que pueda desarrollar una persona cuyas tareas le vienen ya fijadas por una dirección que a su vez posiblemente cumple directrices planificadas quinquenalmente y que no es posible ni cuestionar ni siquiera intentar mejorar.
d. La propiedad de los medios de producción y distribución.
Relacionado con lo que veníamos comentando, y por muy tópico que pueda parecer, no se devanea igual los sesos una persona autónoma que lucha todos los días (a veces hasta las tantas) por mantener a flote a su negocio, que una persona contratada para siempre y que por lo tanto sus ingresos regulares no peligran por coyunturas. Conscientes de la importancia de los estímulos en la actividad productiva, se han ido planteando diversas formas de propiedad de los medios de producción y distribución de bienes y servicios.
i. Autogestión. Sería el modelo del anarquismo, que rechaza cualquier injerencia del estado, estableciendo formas comunales de explotación y producción de los recursos.
ii. Cooperativas, que sería otro posible modelo parecido pero con determinadas concreciones en lo que se refiere a la propiedad.
iii. ¿Colaboración público-privado?
Aunque se trata de un modelo denostado en las sociedades capitalistas, por lo que significa de poner los servicios públicos en la esfera del beneficio particular, en países socialistas conocidos empresas muy potentes están en manos de particulares. Cuba también abrió la mano hace muchos años a la actividad de empresas privadas internacionales, bajo determinadas condiciones.
En todos los casos habría que definir cómo se ponen en el mercado, o en manos del estado, los frutos de la producción de estos diferentes modelos de empresa o colectivo productivo.
Sin duda que la implantación de estos posibles modelos de propiedad estará condicionada al tipo y envergadura de la actividad del centro productivo, ya que no es lo mismo el cultivo y producción agrícola de un pequeño o mediano terreno, que la gestión de un servicio básico (sanidad, educación, protección social, etc.), de mayor complejidad y sujeto a protocolos que garantizan la prestación universal de ese servicio. Eso no excluye que la gestión pueda y deba ser más participativa y corresponsable, limitando o eliminando las formas dirigistas del modelo autoritario capitalista.
B) ¿Qué sistema político?
La definición del tipo de sociedad que se pretende sustituya al capitalismo, debe afrontar, además del modelo económico que consiga abolir la explotación, el modelo político que facilite el funcionamiento de la economía, y además promueva la participación y el ejercicio pleno de las libertades y derechos políticos de la ciudadanía.
Ya se ha comentado que la gran diferencia entre las dos ideologías principales del S XIX no estaba en el destino final, una sociedad comunista (aunque estuviera poco concretada), sino en cómo debía ser el período intermedio hasta llegar a ese final feliz. El marxismo acuñó el concepto de dictadura del proletariado, en respuesta a la dictadura de la burguesía disfrazada de democracia liberal, con un fuerte componente estatal, mientras que el anarquismo aborrecía de cualquier existencia estatal.
Este debate sobre el modelo político se refiere por tanto, no a la etapa final, en la que supuestamente ya no sería necesaria la intervención del estado, sino a este período intermedio, del que sin duda la historia nos ha brindado muy ricas experiencias de intervenciones militares, golpistas, bloqueos económicos, sabotajes y todo tipo de recursos que sin duda la burguesía derrotada pone en marcha nada más se sienta amenazada.
Estos son a mi juicio algunos de los dilemas sobre los que, hoy por hoy, las personas y colectivos que se consideran revolucionarios, distan mucho de haber logrado un consenso.
a. ¿Partido único? Un amplio espectro de las personas y colectivos con aspiraciones revolucionarios que viven en democracias liberales burguesas, siendo conscientes de las limitaciones que tiene el sistema político, están demasiado apegadas ya a este sistema electoral, y en gran medida aborrecen un modelo de partido único, como el que funciona en algunos de los países con revoluciones realizadas.
Ya se sabe que otros grupos se mantienen fieles a la ortodoxia en su defensa de la dictadura del proletariado, pero sin una reflexión sobre la interpelación que la historia ha hecho de las experiencias de implantación de este modelo. El poco eco y militancia de estos grupos hacen ver que estaríamos muy lejos de haber alcanzado un consenso en el mantenimiento de esta teoría.
Quienes reniegan de un sistema de partido único, tampoco han presentado un modelo convincente que, al mismo tiempo que defiende los derechos democráticos del conjunto de la ciudadanía, sea eficaz para protegerse de los virulentos ataques a los que sin duda se verá sometida la revolución en marcha.
b. La estructura del poder y del posible Estado es otra de las cuestiones que deberán contemplarse.
¿El modelo socialista mantiene la tradicional división de 3 poderes de las democracias liberales o crea un modelo diferente de relación entre dichos poderes y funciones.
c. ¿Sistema parlamentario liberal?
Abundando en los mismos aspectos que se vienen exponiendo, conviene destacar que si bien existe un cierto patrón común en los modelos parlamentarios occidentales (partidos políticos, cámaras legislativas con procesos electorales diversos, jefaturas del estado elegibles o no), existe una amplia variedad, en muchos casos desconocida y menos estudiada, por intereses concretos. Ni que decir tiene que la democracia representativa realmente existente en muchos países llamados democráticos, tienen en realidad muy poco de democráticos; no sólo hay muchos casos todavía de jefaturas del estado hereditarias, sino que los procesos electorales distan mucho de representar la voluntad popular, principalmente en los sistemas llamados mayoritarios. Además, es muy frecuente comprobar cómo determinadas decisiones adoptadas en parlamentos no reflejan el criterio de la ciudadanía, tal como comprobamos a menudo en encuestas o referéndum celebrados. Con las nuevas tecnologías sería muy sencillo que las leyes pudieran aprobarse por voto directo y no por delegación a través de diputados que, una vez elegidos, obedecen a las consignas de sus partidos y no al sentir de quienes les han votado.
La Venezuela bolivariana, tan denostada ella, sin embargo desarrolló otros dos ámbitos de ejercicio de la democracia: además de la representativa, la participativa y la revocatoria, algo no contemplado en sistemas parlamentarios que presumen de ser más avanzados.
Parece obvio que conviene tener claro cómo queremos organizar la estructura del nuevo poder político antes de ser capaces de alcanzarlo.
C) Las relaciones internacionales
Por último, y en lo que se refiere a los dilemas que hemos definido como estratégicos, que forman parte del modelo de sociedad que queremos, en lo económico y en lo político, es preciso tener una idea clara de las relaciones que debe establecer el nuevo país en el concierto mundial.
a. Pertenencia / salida del marco europeo (UE, moneda) Sabemos que el marco de la Unión Europea y su moneda única limita, cada vez más, la soberanía del Estado; pero, en el actual concierto mundial, ¿hay alternativa viable fuera de ese marco? Se trata de un club de países basado en las reglas de la economía capitalista, y que por lo tanto obstaculizará o impedirá, de hecho y de derecho, cualquier avance hacia un modelo de economía socialista. Pero tampoco hay que ignorar las dificultades de desanclar la economía de las estructuras comerciales y la moneda que ahora rigen su desarrollo. Tendremos que prever lo que va a suceder desde los inicios, bien sea por decisión propia o ajena, y creo que el debate en estos momentos dista mucho de tener una respuesta clara y de amplio consenso.
b. Cómo afrontar el bloqueo internacional
No habrá que extrañarse de que un nuevo país socialista sufrirá todo tipo de presiones y bloqueos de carácter internacional, que sin duda complicarán, y mucho, el desarrollo económico en sus inicios y posteriormente. ¿Qué decisiones habría que adoptar frente a este escenario más que previsible?
Como decía anteriormente, una de las grandes dificultades para conseguir apoyo popular para un proyecto revolucionario está en lo poco creíble que resulta dicho proyecto cuando ignora las dificultades por las que atravesaría; y si no que se lo pregunten a Cuba, donde el criminal e ilegal bloqueo norteamericano supone que no se cubran las expectativas de bienestar económico prometido por la revolución, sin negar, por supuesto, los avances que en servicios como sanidad y educación, muy por encima de países considerados más avanzados.
¿Qué tipo de alianzas conviene tejer en el concierto internacional, para sobrevivir y avanzar? ¿Qué tipo de servidumbres conllevarán los nuevos alineamientos? Aunque hace 100 años la globalización no tenía el alcance que hoy tiene, uno de los retos era cómo impulsar el socialismo en un solo país, cuando el marxismo había previsto la revolución a escala mundial. Ahora hay algunos países llamados socialistas, pero también sabemos que a veces es más complicado entenderse con países supuestamente alineados ideológicamente que con otros (no olvidemos las pugnas chino-soviéticas de antaño).
D) Sistema de defensa ¿Ejército profesional / movilización popular?
Otro de los bloques sobre los que hay que tener una estrategia clara previa a iniciar cualquier proceso revolucionario es el que se refiere a la política de defensa. Aunque en la tercera parte de estas reflexiones se plantea el dilema sobre el grado de rechazo, radical o pragmático, hacia el militarismo en la acción política y social, nuestro estado dispone ahora de un ejército profesional cuyo destino y funciones conviene tener claro. ¿Se mantendría el ejército profesional, habría que reformarlo o simplliemente hacerlo desaparecer?
En la izquierda es recurrente el debate sobre si habría que incentivar la entrada de personas de su ideología, o la alternativa es la desaparición del ejército.
Sabemos que la amenaza de ataque militar siempre está presente, y más cuando se cuestionan intereses comerciales de otros países: la actualidad nos lo vuelve a recordar. Pero también hay que hacerse la pregunta de si un ejército de las dimensiones de nuestro país, tendría capacidad para repeler el ataque de una potencia mundial. Una vez más el ejemplo de Cuba es ilustrativo: un pequeño país socialista sobrevive bajo las fauces del imperio, sin plantearse la quimera de intentar conseguir un ejército tan poderoso como el de su enemigo.
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