El 11de Septiembre de 2.001 El planeta entero quedo inmóvil frente a las pantallas de los televisores cuando ante sus perplejidades se desplomaron dos gigantescas moles de concreto llenas de gente. Minutos antes se pudo ver una secuencia de escenas que solo la ciencia-ficción y una buena dosis de imaginación cinematográfica habían logrado alcanzar hasta […]
El 11de Septiembre de 2.001 El planeta entero quedo inmóvil frente a las pantallas de los televisores cuando ante sus perplejidades se desplomaron dos gigantescas moles de concreto llenas de gente. Minutos antes se pudo ver una secuencia de escenas que solo la ciencia-ficción y una buena dosis de imaginación cinematográfica habían logrado alcanzar hasta entonces. Solo habían transcurrido unas horas cuando todos tenían su sospechoso particular. Desde Mohamed El Kadaffi hasta El subcomandante Marcos, pasando por el inefable Sadam Husseim y el novio homosexual del hijo mayor del Alcalde Rudolf Giuliani y por supuesto, el mismísimo Osama Bin Laden. (Con los sospechosos nos dimos algo de licencia literaria) Pero solo hasta hoy, cuatro años después me atrevo a decir e imprimir lo que dije solo entre mis allegados y a sottovoce. El culpable de semejante crimen es uno sólo: DIOS… El Único y Todopoderoso.
– I – No se trata de un Dios en particular, no se trata de Yahvé, Alá o Jehová, no se trata del innombrable de los judíos. Se trata de todos ellos en su condición de Dioses únicos de religiones monoteístas con la aspiración de gobernar sobre todas las almas del planeta y por si fuera poco negar la existencia de todos los demás.
El panteón de los dioses de religiones politeístas, siempre tiene un liderazgo, pero hasta eso es discutido y discutible. Cronos fue desplazado por su hijo Zeus, pero antes había devorado a muchos de los hermanos del dios del Olimpo por temor a perder su condición de dios principal. Los dioses gobernaban sobre aspectos particulares de la vida de los humanos: El amor, la guerra, la fertilidad, el fuego, la lluvia. Se disputaban los espacios, tendían trampas, cometían errores, se enamoraban de mortales y hasta tenían hijos con ellos… Pero se aceptaban, las mismas confrontaciones evidenciaban la aceptación de una diversidad de dioses, ni Zeus ni Júpiter, su alter ego latino dijo: «no me gusta ese dios menor, desde ahora no existe». Si los mortales eran suficientemente perseverantes, bellos, talentosos o inteligentes, no sólo lograban una actitud benevolente de algún dios, sino incluso su admiración y respeto. La verdad no parecía, en medio de tanta imperfección, un asunto de fe sino de inteligencia. Es decir no era asunto de dioses sino de filósofos, de hombres y mujeres, sin revelaciones a través de profetas, ni pecados de opinión. Si algún dios aspiraba obediencia absoluta, ninguno aspiraba el monopolio de la verdad y menos la existencia solitaria en su condición Divina.
– II –
De pronto, al margen de la civilización occidental, tan vilipendiada incluso por quien escribe, un pueblo de nómadas, pastores y sacerdotes (Fíjense que no he dicho intelectuales, filósofos y letrados), descubrió la existencia de un Dios, Único, Todopoderoso, pero además en ocasiones cruel y vengativo, y la descubrió para asustar, como el coco a los niños, a los desadaptados sociales que se salían de la norma. En lugar de crear un complejo compendio de normas, reglas y pactos de aceptación universal (Como el Derecho Romano) crearon un dios que expulsó del paraíso a quien osó desobedecerlo y destruyó dos ciudades enteras porque estaban llenas de maricos y gente sexualmente hiperactiva. Un dios que castigaba a los que adoraban cualquier otra cosa, la lluvia que reverdecía el pasto o el carnero que les daba de comer. Un dios que no aceptaba la existencia de un igual y se rodeaba de semidioses con alas, obedientes y fieles, cuyo poder solo existía en tanto tales. Uno cayó por de sobediente y hasta el nombre perdió; de Luzbel devino en Lucifer. Así pues, aunque hubo otras civilizaciones que lo ensayaron, ninguna logro con tanto éxito convertir la uniformidad y el miedo en religión. Así como hacer de la diferencia, la opinión y por tanto el disenso, el pecado mas rudamente castigado.
– III –
Nacido en el desierto se quedó allí por mucho tiempo y no lograba convencer a nadie, de otras latitudes. Un joven profeta de Belén, tuvo que hacer maromas para convertir al único, todopoderoso, cruel y vengativo en Amor. Lo que logro fue un híbrido que no lo salvó de la furia de los altos sacerdotes de la antigua religión. Sin embargo, en el largo plazo fue exitoso, pues logro que un imperio en decadencia, el mismo que inventó el complejo Derecho Romano, ahora comprara la eficiencia del Coco, es decir, del dios único. En medio del desastre, los romanos practicando el deporte de la cópula, los bárbaros entrando y saliendo a su antojo, la mediocridad minando las instituciones antes respetadas y respetables, ¿quien tenia tiempo de pensar? El miedo y la uniformidad estaban a mano y Constantino tomó lo que suponía devolvería el orden. Esta adquisición de la civilización occidental traída desde la calidez del oriente, fue un paso importantísimo en la construcción de la durader a Edad Media, tan amiga de la hoguera, la intolerancia, las verdades incontestables, las guerras santas y otras especies hijas de un dios que niega la existencia de cualquier otra divinidad, que considera todo disenso pecado y todo disidente merecedor del mas duro de los castigos.
En el camino, el dios único se convirtió en tres dioses: uno para los Judíos, los que tienen el mérito de la «originalidad»; otro para los cristianos, que se han subdividido en muchos subgrupos; otro para los musulmanes, que en la Edad Media fueron el reservorio de la tradición cultural Clásica y hoy aparecen como los mas aguerrido defensores de su particular visión del mundo. Esta «trifurcación» del camino no sería tan grave si los conglomerados humanos que se unificaron en cada visión particular de la divinidad no hubieran intentado en diversos momentos de la historia imponerse al resto con toda la fuerza de la fe… y de las armas.
Es lógico que sociedades cuyo cemento, cuyo aglutinante fundamental, cuyo rasgo cultural mas profundamente característico no es la razón (como en la polis griega) sino la fe monoteísta, asuman que el otro no merece ser en tanto que ha dado la espalda al dios verdadero, es decir el mío. La existencia misma de esa noción de, Un Dios verdadero todos los demás falsos, es profundamente negadora de toda cultura distinta a la nuestra y por supuesto del elemental derecho a decidir en relación con algo tan íntimo e interior como lo Sagrado.
En nombre de esos «dioses únicos» se ha ido a la guerra, se ha torturado, asesinado y segregado a pueblos enteros. En nombre de ellos se han cometido los actos heroicos y de arrojo más hermosos de la literatura y la historia, pero también los más detestables crímenes que conozcan los seres humanos. La existencia de un dios único con su consecuente intolerancia supone grandes escarmientos a quienes osan vivir bajo cánones diferentes a los que el dios verdadero impone. Los grandes escarmientos pueden ser la destrucción de ciudades enteras, como ocurrió a Sodoma y Gomorra ó a Sabra y Shatila, ó a Bagdad Pero también puede ser la destrucción de los símbolos del poder de una sociedad que vive ignorando los designios de mi Dios y agrediendo a los que creen en Él. Poco importa si en este gesto de escarmiento mueren niños e inocentes, dios recompensará a los fieles que mueran en el acto y castigará a los infieles.
Sin pretender exculpar a los hombres que cometieron los actos del 11 de Septiembre de 2001, desde esta perspectiva Bin Laden aparece como un simple instrumento de una intolerancia fraguada en muchos siglos de aspiración autoritaria de imponer una visión única de lo sagrado y lo divino. Los aviones chocando una y otra vez contra las torres. Todas aquellas personas saltando desde las alturas hacia el concreto, todas aquellas visiones infernales que no vimos pero imaginamos, el desplome de los edificios envuelto en polvo, pero sobre todo, Todas las muertes de ese día 11 de Septiembre, las de los trenes de Madrid y Londres, otras similares que ocurrieron y las que están por ocurrir, se justifican en la los designios de un Dios Único que aspira obediencia absoluta, y si no la obtiene puede ser cruel y vengativo.
Como dijo alguna vez Sartre, gracias a Dios yo soy ateo. Pero no vendría nada mal el redescubrimiento de religiones politeístas con su consecuente dosis de tolerancia y aceptación de la existencia de otros dioses y otras gentes, distintas y con derecho a existir.