No oculto unas de las claves de lo que pretendo señalar a continuación. Ha sido la lectura de lo dicho -y la forma de expresarse- de Albert Rivera durante la calculada visita a sus amigos de la derecha extrema venezolana; los datos del INE sobre las condiciones de vida en España: uno de cada tres […]
No oculto unas de las claves de lo que pretendo señalar a continuación. Ha sido la lectura de lo dicho -y la forma de expresarse- de Albert Rivera durante la calculada visita a sus amigos de la derecha extrema venezolana; los datos del INE sobre las condiciones de vida en España: uno de cada tres de nosotros corre riesgo de pobreza y exclusión social, y un artículo de Mikel Ormazabal: «Una tienda con acento social», en torno a la gestión de un supermercado de Azapeitia. Dicho brevemente:
Sabemos que algunas palabras nos hacen mejores. Estas por ejemplo: fraternidad, solidaridad, amor, ayuda mutua, comprensión, República democrática, federalismo, prudencia, indignación, etc.
Otras palabras, leídas con precisión, son un insulto a los desfavorecidos, a las clases trabajadoras en general: clases bajas, mano de obra, costes salariales, trabajador no cualificado, empleadores, emprendedores, ley y orden, vagancia obrera, falta de productividad, ausencias laborales injustificadas, incompetencia demostrada, etc. Hay legión. También la lucha de clases deshumanizada agita (no digo que explique en su totalidad) las aguas lingüísticas.
Otras nos hacen peores, mucho peores. Una de estas últimas: los discapacitados. Física y/o mentalmente añadimos en ocasiones. Olvidémonos de ella, abandonémosla. ¿La eliminamos incluso?
¿Por qué? Porque discapacitados lo somos todos. Todos y todas (sobre todo los primeros en muchas tareas necesarias de la casa, nosotras tenemos experiencia de ello). Está en nuestra naturaleza, en nuestros memes, en nuestros genes y en nuestro estar aquí. ¿Está usted capacitado para explicar las consecuencias filosóficas y lógicas del gran teorema de incompletitud de Kurt Gödel? ¿Está usted capacitado para arreglar la cisterna de su lavabo cuando el desperfecto no es elemental? ¿Está usted capacitado para hablar un alemán que sea hermoso oír? ¿Esta usted capacitado para diseñar y organizar una nueva instalación eléctrica en su casa? ¿Cómo se le da la pintura de su casa o la limpieza semanal de baños y cocina? ¿Muy, bastante o muy poco capacitado? ¿Qué tal se mueve cuando explica la noción de mundos alternativos tras explicar lo básico de la mecánica cuántica? ¿Está capacitado, se le da bien? ¿Se maneja bien con el arreglo de persianas y puertas? ¿Está capacitado para explicar las nuevas teorías que dan cuenta del ADN-basura y no basura? Y así siguiendo, hasta el infinito y más allá.
¿Está usted capacitado para todos estos trabajos y para miles más? Tal vez no. Tal vez todos estemos o seamos discapacitados para algo que suele ser mucho. Está, por decirlo con innecesarias pretensiones filosóficas, en nuestro estar-en-el-mundo.
Usando este odioso término para hablar de algunos de nosotros no nos llenamos de gloria, y acaso, sin pretenderlo, nos señalamos y nos cubrimos de estigmas. Otro más en una situación que para algunos de nosotros no siempre es fácil. Lo contrario es más verdadero.
¿Una palabra o palabras alternativas? No las tengo por el momento. ¿Y ustedes? Busquémoslas entre todas, entre todos quiero decir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.