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Disección de un argumento de moda

Fuentes: Rebelión

Hace unos días en Gkillcity.com, Cristina Vera Mendiu defendía la idea de que para el próximoperiodo presidencial cualquier opción sería valedera con excepción del partido actual degobierno, Alianza País. En el desarrollo de sus argumentos se encontraba los beneficiosdemocráticos de un posible futuro de nuestro país si esto terminara por suceder el próximo año.Aunque tratando […]

Hace unos días en Gkillcity.com, Cristina Vera Mendiu defendía la idea de que para el próximo
periodo presidencial cualquier opción sería valedera con excepción del partido actual de
gobierno, Alianza País. En el desarrollo de sus argumentos se encontraba los beneficios
democráticos de un posible futuro de nuestro país si esto terminara por suceder el próximo año.
Aunque tratando primeramente de alejarse de posiciones impopulares como el retorno al poder
del Partido Social Cristiano (PSC) o la asunción al sillón presidencial de un banquero en funciones
durante el colapso financiero nacional a finales del siglo pasado u otros escabrosos futuros, es
innegable que el producto termina descafeinado por su propia ingenuidad.

Con esto no quiero presentar un alegato en contra de lo que Vera Mendiu particularmente
manifiesta, sino más bien por ser este tipo de argumentos los que cada vez más se van
encontrando en la discusión política y social ahora que el periodo electoral se va acercando más.
Es decir, el argumento se resume en que lo mejor para nuestro país es que el próximo gobierno
sea encabezado por cualquiera excepto Rafael Correa y Alianza País. Punto. La salida del poder
de actual partido de gobierno orgánicamente mejorará la democracia ecuatoriana.

Imannuel Wallerstein, el sociólogo estadounidense, planteaba que, en el terreno de la política y
las transformaciones sociales, en el corto plazo no podemos escaparnos de tomar decisiones
con el criterio del mal menor. Esto en el sentido que en un mundo desigual es casi imposible
tomar una decisión (como votar en unas elecciones) que nos permita reformar ese sistema de
golpe, que esto solo se lo podrá hacer en, al menos, en el mediano plazo con la suma de
decisiones y movimientos del corto plazo realizadas pensando en el mal menor. En el fondo, la
realidad que se quiere construir a partir de ciertas simplificaciones se basa en este criterio en
del mal menor. Partiendo desde este punto, tratar de construir un relato en el que los males de
este periodo de gobierno son mayores que los que las falencias de cada una de las opciones
políticas presentadas a día de hoy, incluyendo un hipotético candidato o candidata sorpresa que
pueda aparecer (y que esperarlo/a para la oposición debería hacérselo mejor sentado), es casi
un castillo de arena.

Proyectar un futuro político, para el corto y mediano plazo, no es una cuestión de imaginar una
democracia idealizada, dialogante y de fáciles acuerdos, porque se cambió de cabezas de
gobierno. Al final ese ejercicio terminaría solo por conjeturar un sistema maquillado para que
las clases medias puedan sentir que las cosas van bien porque ya nadie se pelea en la televisión
y en las redes sociales, y para unas élites históricas que obtendrían un respiro en sus pugnas de
poder que se desarrollan por debajo de la mesa. La construcción, y en este caso la concepción,
de una sociedad política debe empezar por la materia prima con la que contamos, y que es la
que es. Para pesar de muchos sectores, aunque los gobiernos de Alianza País podrán tener
muchos defectos, la oposición de derecha o de izquierda aún no ha evolucionado, por no querer
o no saber, al nivel que ha tratado de hacerlo la «izquierda» gobiernista que logró llegar al poder
en 2007. Situación que no solo ha acontecido en el Ecuador. Ahí podemos remitirnos a las
hemerotecas del pasado, reciente y no tan reciente, en donde las propuestas programáticas de
estas, especialmente las económicas, siguen siendo las mismas que las que de los primeros 25
años de democracia contemporánea ecuatoriana, es decir, la vuelta al recetario neoliberal.
Reducción de impuestos, reducción de costos energía para el sector industrial, retiro del Estado
en el control y la regulación de los mercados, entre otros, son solo algunos de los ejemplos que
podríamos citar.

Esto de alguna manera responde a la visión demasiado extendida y edulcorada de cómo debería
funcionar una democracia según el liberalismo político. Esta visión se basa en que la deliberación
política es suficiente para diluir los antagonismos sociales y poder encontrar soluciones
racionales en la que solo existan ganadores. Son conceptualizaciones sociales que se basan en
la idea de que siempre se podrá encontrar una solución técnica para cada problema que
satisfaga los intereses de todos los actores. Es decir, invisibilizar la pluralidad de posiciones en
una sociedad y las relaciones de poder que las determinan. Ambiente en la que todos y todas
habitamos y en el que todas esas decisiones han de ser discutidas y tomadas, y que
fundamentalmente, afectarán a unos y beneficiará a otros. Entonces, a lo que me refiero es que
para argumentar a favor de un nuevo gobierno debería partirse desde posiciones en las que se
sea consciente de que existen varias alternativas para elegir, pero que cada uno de ellas viene
con diferentes consecuencias, y más que todo no puede beneficiar a todo el mundo por igual.
Así qué priorizar la alternabilidad como argumento político para el momento actual no es
necesariamente lo mejor para nuestra democracia, en el sentido de ser lo suficientemente
consciente sobre a quienes nos referimos como alternativas.

Con esta argumentación no quiero defender la permanencia eterna de la Revolución Ciudadana
en el poder. La alternancia política es una de las bases de la democracia moderna, pero es un
error de análisis medir las etapas políticas en periodos de gobierno. Es decir, las
transformaciones políticas que se han venido dando de un modo relativamente acelerado desde
2006 no se acoplan solo a estos lapsos institucionales. Es verdad que a AP le vendría bien tener
vida política en la oposición. En varios municipios desde 2013 ya lo está viviendo y no les será
fácil a nivel nacional. Pero construir un futuro que se fundamente solo en retirar de la cabeza de
las instituciones gubernamentales al partido que ha logrado una estabilidad democrática que no
se ha visto en los últimos 20 años simplemente porque a nuestra democracia necesita más
diálogo es una postura que carece de profundidad política al no tomar en cuenta cuál ha sido el
historial democrático de las opciones al actual gobierno para pensar que al llegar nuevamente
al poder lo harán diferente.

Así que, a día de hoy las preguntas de fondo son, ¿diálogo con quién? ¿Para debatir qué
propuestas? ¿Las que se están lanzando este momento? ¿Neoliberalismo noventero o
capitalismo correísta? Acaso, por un ciego recelo al Presidente y su partido ¿una mala oposición
se puede convertir de repente en un buen gobierno? Con esto en cuenta, incluso el discurso del
mal menor, que cada vez prima más como argumento estrella del debate nacional, cae por su
propio peso. Para bien o para mal, hoy en día todavía nos encontramos ante la decisión de un
malo conocido que otro malo ya conocido.

Uno de las fundamentos con los que los gobiernos de Alianza País, han logrado su éxito más allá
de su líder carismático, ha sido el de tener una visión articuladora y estructurada del Ecuador, y
su ímpetu en llevarlo a cabo. Algo que no solo se ha reducido al ámbito de infraestructura, sino
también al plano cultural y simbólico nacional. Que esta visión y su ejecución no hayan gustado
a todo el mundo no es el debate, es natural que sea así, sino el mismo hecho de poseer un plan.
Algo que ninguna de las oposiciones medianamente ha logrado articular en estos casi 10 años.
El único plan con el que cuentan es deshacer lo que Alianza País ha construido. Poco hablan de
usar lo que se ha hecho como punto de partida, incluso existía un precandidato que planteaba
reescribir la constitución por ser el big bang de todos nuestros males actuales. Y en este punto,
estoy de acuerdo con lo que escribió también hace poco en el mismo medio, Iván Ulchur Rota,
cuando argumenta que lo que hace daño a misma oposición, política y mediática, es tratar de
retratar al Presidente y su gobierno como villanos unidimensionales de películas, haciéndoles
parecer que su objetivo vital es hacerle daño a este país. Esta absurda simplificación abunda en
las discusiones políticas de hoy en día, pero que descubre el problema de fondo, la inexistencia
de un verdadero plan para el país. Es decir, no tener nada nuevo que ofrecer.

La política, como planteaba más arriba, es un espacio de diálogo sí, pero plural. Y aquel grupo
con la mayor capacidad de convencimiento para ganar esa correlación de fuerzas social será
quien tenga las mayores chances de llegar al gobierno. Pero ¿cuál es el argumento base con el
que la oposición quiere dar el salto? Básicamente el que lo realizado en esta última década es
intrínsecamente malo, sin propuesta real de mayor calado a partir de esa premisa. Solo retazos
de ideas sin articular. Entonces, podría ocurrirles lo mismo que el perro que persigue un carro,
cuando termine por alcanzarlo ya no sabrá qué hacer con él. Seguir ese camino tiene sus riesgos,
y no estoy seguro que valga la pena recorrer ese camino de aprendizaje democrático, otra vez.
Ahora mismo le está pasando a Quito, le puede pasar al Ecuador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.