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Disputadas memorias del este

Fuentes: Quilombo

La visita que ha realizado el primer ministro ruso Vladimir Putin a Polonia con motivo del setenta aniversario del inicio de la invasión alemana de aquel país ha tenido una gran relevancia simbólica. Si en Polonia y Europa Occidental el evento clave que marca el comienzo de la Segunda Guerra Mundial es el ataque alemán […]

La visita que ha realizado el primer ministro ruso Vladimir Putin a Polonia con motivo del setenta aniversario del inicio de la invasión alemana de aquel país ha tenido una gran relevancia simbólica. Si en Polonia y Europa Occidental el evento clave que marca el comienzo de la Segunda Guerra Mundial es el ataque alemán que tuvo lugar el 1 de septiembre de 1939, para Rusia -como para la URSS- la fecha decisiva siempre ha sido la del 22 de junio de 1941, inicio de la Guerra Patriótica que marcó profundamente la identidad de los pueblos de la Europa Central y Oriental, así como los de aquellos que alguna vez integraron la extinta Unión Soviética.

La visita estuvo rodeada de una polémica sobre el papel de la URSS por la firma del Pacto Molotov-Ribbentropp una semana antes de la fatídica fecha. En algo tiene razón Putin: el pacto con la Alemania hitleriana no fue una exclusiva estalinista, y de hecho los intentos de apaciguamiento anglofranceses -que en febrero de 1939 ya habían reconocido el gobierno del general Francisco Franco- se explican en parte por la trágica memoria de la Gran Guerra y por unos cálculos donde primaban la hostilidad anticomunista, por un lado y, por otro, consideraciones geopolíticas sobre una alianza hegemónica en el heartland euroasiático.

Setenta años después del inicio de aquella conflagración, las diversas memorias que existen sobre un acontecimiento que también fueron muchos continúan peleándose por hacerse un hueco en el podio de la Historia. La interpretación ideológica y de clase sobre la guerra civil europea hace tiempo que ha cedido su lugar a otras representaciones, entre las que sin duda destacan la iconografía hollywoodiense del Día-D y sobre todo Auschwitz como evento total. En los últimos años, algunos olvidados han reivindicado su punto de vista: los pueblos colonizados por las potencias occidentales que nutrieron las filas de los ejércitos aliados y, tras el final de la guerra fría, el de los pueblos de la Europa Central y Oriental cuyo territorio fue escenario de las mayores atrocidades. Bien mirado, sus agravios comparten una raíz similar.

En un artículo reciente publicado en The New York Review of Books el historiador Timothy Snyder reivindica la necesidad de resituar geográficamente la narración histórica sobre la Segunda Guerra Mundial y el período que la precede.

«El énfasis en Auschwitz y el Gulag minusvalora la cifra de muertos europeos y desplaza el foco geográfico de las matanzas al Reich alemán y el este ruso. Si Auschwitz llama nuestra atención sobre las víctimas europeas occidentales del imperio nazi, el Gulag, con sus conocidos campos siberianos, también nos distrae del centro geográfico de las políticas asesinas soviéticas. Si nos concentramos en Auschwitz y el Gulag no podremos apreciar que a lo largo de un período de doce años, entre 1933 y 1944, unas 12 millones de víctimas de las políticas de matanzas colectivas nazi y soviéticas perecieron en una región particular de Europa, una definida más o menos por lo que hoy es Bielorrusia, Ucrania, Polonia, Lituania y Letonia. De modo más general, cuando contemplamos Auschwitz y el Gulag, tendemos a pensar en los Estados que los construyeron como sistemas, como modernas tiranías o Estados totalitarios. Y sin embargo tales consideraciones sobre el pensamiento y la política en Berlín y Moscú tienden a soslayar el hecho de que las matanzas masivas sucedieron predominantemente en aquellas partes de Europa situadas entre Alemania y Rusia, y no en las mismas Alemania y Rusia

Por lo que se refiere al Holocausto judío, Auschwitz-Birkenau como símbolo «excluye a quienes estuvieron en el centro del acontecimiento histórico.» Pese a estar localizado en lo que hoy es Polonia, la población judía que fue destinada a Auschwitz provino principalmente de Europa occidental. Sin embargo, el mayor número de víctimas judías del Holocausto lo constituyeron judíos polacos ortodoxos que hablaban yiddish, que culturalmente diferían bastante de los judíos europeos occidentales, y que perecieron en su mayor parte antes de finales de 1942 en los campos de Treblinka, Bezec y Sobibor. Por parte soviética, Snyder habla de un «imperialismo del martirio«, pues lo cierto es que muchos de los millones de víctimas que recuerda el nacionalismo ruso no eran tanto rusos en sentido estricto como bielorrusos, ucranianos y judíos. Pero como evidencia la occidentalización del relato que denuncia Snyder, dicho «imperialismo» fue practicado en realidad por todas las potencias vencedoras, .

No obstante, en la jerarquía racial siempre hay quien se lleva la peor parte. Un lector recuerda una omisión importante: la de los gitanos de las regiones del este, que carecen de un nacionalismo que les escriba. Recordatorio que, como admite el propio Snyder, es tristemente oportuno.

Fuente original: http://www.javierortiz.net/voz/samuel