En este artículo se valoran los diferentes escenarios electorales que se abren en Brasil, cuyos resultados serían decisivos para el futuro de América Latina.
El próximo 2 de octubre, Brasil enfrentará una de las contiendas electorales más importantes de su historia reciente. Desde la destitución de Dilma Rousseff en el 2016, hasta el gran rechazo del pueblo brasileño a su actual presidente, Jair Bolsonaro, pasó mucha agua bajo el puente, y en el camino, ríos de pobreza derramada.
La esencia del bolsonarismo es el neofascismo
Jair Bolsonaro llega al poder luego de recorrer una carrera militar primero y política después, de claras características conservadoras, cercano a posiciones político- ideológicas de caracter neofascista, ultraconservador, racista, xenófobo.
Luego de una impresionante inyección de dinero por parte de ONG´s, iglesias evangélicas, y apoyado por la corporación mediática y financiera, Jair Bolsonaro no sólo se hizo presidente de Brasil, sino que además se convirtió en la personificación de una fracción de poder que tiende a expandirse en el mundo como un fenómeno de radicalización política de la extrema derecha: el neoconservadurismo y su expresión más radicalizada: el neofascismo.
Congresista por Río de Janeiro desde 1991, su fama política definitiva llegó cuando en abril de 2016, el por entonces diputado Jair Bolsonaro votó por la destitución de Dilma con un voto “por el recuerdo del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra”, un militar genocida brasileño acusado de más de 300 crímenes, entre ellos, haber sido el torturador de la por entonces presidenta, en los oscuros días de la dictadura brasileña.
El subimperialismo brasileño con el que se identifica ideológicamente el bolsonarismo, cuyo representante es Ruy Marina, se apoya en el fundamento de que las relaciones entre el capitalismo dominante y la economía dependiente implican una transferencia de valor de la segunda hacia la primera, llevando a las burguesías de subcentros como Brasil hacia la prosperidad. Esta corriente teórica con la que se identifica el bolsonarismo expresa la subordinación del gigante sudamericano a los intereses del Pentágono y el Departamento de Estado de EE.UU.
La victoria electoral de esta fuerza política y su asunción en el poder significó, en la órbita de la economía, la implementación de una ola de privatizaciones, con un “Programa Nacional de Desestatización” impulsado por su ministro de economía, el “Chicago Boy” Paulo Guedes, la casi nula intervención del estado en el “Libre Mercado”, que incluyó una dolarización de tarifas, y con políticas generales en permanente sintonía con los pedidos de la “Bancada BBB”, es decir, los parlamentarios armamentistas y ligados a las fuerzas de seguridad (B de «bala»), ruralistas (B de «buey») y evangélicos neopentecostales (B de «Biblia»).
El gobierno de Bolsonaro, se encuentra compuesto principalmente por las fuerzas militares brasileñas, en donde se consolida su principal punto de apoyo. Algunos analistas, como Aram Aharonian, sostienen que el Capitán retirado Bolsonaro funciona como mascarón de proa de un resurgir del Partido Militar de Brasil.
Bolsonaro llevó a cabo feroces represiones dirigidas a movilizaciones y manifestaciones populares, así como también permitió el acceso a armas por parte de su fuerza política y social. Entre los hechos que más resaltan dentro de esta política militarista se encuentra el crecimiento de aproximadamente un 100% en la tenencia de armas en manos de la población, en comparación con el 2018.
La legitimidad del gobierno bolsonarista, que llegó a tener una popularidad del 80%, se desplomó con la pandemia de la covid-19. La coyuntura sanitaria profundizó, por contexto, la “doctrina del shock” del programa neoliberal. El mismo presidente optó por una posición negacionista, que lo enfrentó hasta con más de un ministro de salud y sectores de las propias Fuerzas Armadas. Fue tal la crisis institucional que transitó su gobierno, que en tan solo un año, designó a cuatro ministros de salud distintos.
La gestión horrorosa de la pandemia, junto a la presión judicial, policial, política y de calle que el bolsonarismo ejerció durante su gobierno, ha radicalizado a su fuerza propia, pero ha debilitado sus alianzas, en un mundo donde los demócratas gobiernan, y un lulismo al poder pareciera resultar más útil.
Elecciones en EEUU y una mala pasada a Bolsonaro
El gobierno de Bolsonaro era el primer escolta del gobierno del presidente estadounidense Donald Trump en el mundo, cuidando la bandera del “American First” quizás incluso más que su propio abanderado. Sus vínculos son hasta familiares. Eduardo Bolsonaro, hijo y principal estratega del presidente, ha estrechado un fuerte vínculo con Steve Bannon, mentor de Trump y artífice de la “Alt-Right”, el movimiento global de extrema derecha que se hace fuerte desde el uso del territorio virtual como un “campo de batalla”.
Este movimiento se encuentra asociado a think tanks como la Red ATLAS y la Fundación Libertad, y a articulaciones políticas como la “Carta de Madrid”, suscrita por el bolsonarismo y dirigentes como Santiago Abascal del Partido Vox de España, Fernando Doval del PAN de México, José Antonio Kast del Partido Republicano de Chile, Pablo Viana del Partido Nacional de Uruguay, y Javier Milei de La Libertad Avanza de Argentina.
Las elecciones de Estados Unidos de 2020, con la victoria de Joe Biden y la derrota de Donald Trump, marcaron un antes y un después en la política brasileña. Bolsonaro fue el penúltimo presidente del mundo en reconocer la victoria electoral demócrata.
A la crisis política y económica producida por la pandemia se sumó la alteración en las correlaciones de fuerzas a nivel internacional que resultaron en el cambio de titular de la Casa Blanca, lo que profundizó un acorralamiento cada vez más pronunciado de Bolsonaro y de su fuerza política nacional.
La solicitud de impeachment contra Bolsonaro, la renuncia del ministro de Educación, los cambios en el directorio de Petrobras, junto a la renuncia de Rodolfo Landim a la presidencia de la petrolera, son algunos ejemplos del debilitamiento del gobierno bolsonarista, a lo que se suma la liberación y anulación de las causas contra su principal rival político, Lula da Silva.
A seis meses de las elecciones presidenciales
En junio del año pasado, Bolsonaro intentó cambiar la modalidad con la que se llevan a cabo las elecciones en Brasil, planteando que “sin la adopción de la papeleta impresa, en las elecciones del próximo año, Brasil puede tener un grave problema, una convulsión social”.
Estos intentos culminaron con el rechazo de la Cámara de Diputados de Brasil ante la presentación del presidente de un proyecto que pretendía debatir el cambio del voto electrónico por un voto impreso, pero que no alcanzó los 308 sufragios necesarios para ser discutido.
Encontramos así, por un lado, a un Bolsonaro atrincherado en su base política neofascista, de afiliación al Partido Liberal de Brasil (PL), con un fortalecimiento de su relación con los evangelistas y con los grupos parapoliciales que azotan las favelas con sus “escuadrones de la muerte”. Según el analista Luiz Eduardo Soares, en el año 2020, en Río de Janeiro ocurrieron 1814 muertes provocadas por operaciones policiales, representando el 40% de los homicidios totales de esa ciudad (Clarín, 27/10/2020).
Del otro lado, encontramos una fuerza heterogénea, encabezada por el expresidente y ya candidato Lula Da Silva y el Partido de los Trabajadores-PT, en una alianza ya consolidada con el exgobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, que será su candidato a vicepresidente por el Partido Socialista Brasileño-PSB, estructura a la que se afilió recientemente tras abandonar las filas del Partido de la Social Democracia Brasilera-PSDB, el tradicional partido de centroderecha del gigante de América del Sur.
Se suman a esta alianza el Partido Comunista de Brasil-PCdoB y el Partido Verde, y restan definiciones de estructuras relativamente importantes como el Partido Socialismo y Libertad-PSOL.
Por último, se encuentra en disputa una “tercera fuerza”, el Centrao. Conformado en octubre de 2021 por la integración del PSDB con el Partido Unión Brasil y Demócratas, con la presencia del protagonista de la guerra jurídica (“Lawfare”) y exministro de justicia de Bolsonaro, Sergio Moro.
Posibles escenarios
Las diferentes encuestadoras brasileñas marcan el liderazgo de intención de voto de Lula por sobre Bolsonaro.
A seis meses de la contienda, la coyuntura nos deja tres posibles escenarios, de más a menos probables. De no mediar ninguna operación mediático- judicial que cambie radicalmente las correlaciones de fuerza, las elecciones en el vecino país podrían dar alguno de los siguientes resultados:
1) Lula gana las elecciones
Con la alianza con Alckmin, Lula consigue arrastrar tras de sí a la Gran Burguesía Paulista, articulada en la Federación de Industriales del Estado de San Pablo-FIESP, al tiempo que consigue alinear tras de sí a sectores de izquierda como el PSOL y el Partido Comunista Brasilero-PCB, y a los movimientos sociales como el MST (campesinos) y el MTST (sin techos).
El ex sindicalista metalúrgico y su propias fuerzas deberán tener la capacidad de dar respuesta de calles y aprovechar el escenario, sin tapujos, para poner nuevamente en rumbo al gigante latinoamericano en la construcción de un Brasil con justicia social, protagonista de la integración económica y política regional.
2) Gana Bolsonaro las elecciones y/o ensayo de golpe de Estado institucional
Si nos basamos en las encuestas y los hechos recientes, este escenario es menos probable que el anterior. La debilidad política y la creciente impopularidad del presidente, como así también la falta de fuerzas de sus aliados internacionales -neoconservadores y libertarios-, no le darían marco para sostenerse mediante la puesta en marcha de un Golpe de Estado institucional, a lo Fujimori en Perú en 1992.
Por supuesto, las fuerzas bolsonaristas no descansan y buscan apoyos internacionales. Así fue como Fabio Faria, Ministro de Comunicaciones de Brasil, concurrió el pasado 9 de enero a un encuentro evangélico en Florida (EEUU), junto a Allan dos Santos, un conocido bloguero brasileño. Desde allí señaló que quien no vote al presidente Jair Bolsonaro “estará votando por el Partido de los Trabajadores Brasil. El mayor coste para nosotros es el de las personas que morirán de hambre si el comunismo vuelve a Brasil”.
Si la diferencia de votos no es tan notoria, como hoy marcan las encuestas, es probable que el bolsonarismo realice una serie de denuncias de fraude, activando sus poderosísimas milicias digitales, con las calles ganadas por las fuerzas parapoliciales y las iglesias neopentecostales. Para ello, es preciso tener en cuenta los antecedentes que culminaron con la toma del Capitolio en EEUU por parte del trumpismo, como así también las movilizaciones impulsadas por el bolsonarismo el pasado 7 de septiembre, durante las celebraciones del 199º aniversario de la emancipación del dominio portugués, con fuertes consignas contra el Tribunal Supremo del país y con una evidente complicidad militar en la movilización.
Para contrarrestar este escenario, el pasado 19 de enero se supo que el Tribunal Superior Electoral (TSE) de Brasil estaba estudiando tomar medidas para prohibir las operaciones desde la aplicación de mensajería Telegram, como parte de una serie de acciones para combatir las noticias falsas durante las elecciones del 2022. Telegram se uniría a las grandes plataformas tecnológicas que ya han tenido algún vínculo con el TSE para promover unas elecciones libres, limpias y seguras. La medida golpearía centralmente sobre Bolsonaro, con más de un millón de suscriptores en su canal en dicha plataforma, mientras que Lula Da Silva ni llega a los 50 mil seguidores.
3) Gana el Centro
Este escenario es el menos probable. Sólo alguna operación mediática judicial concreta podría aumentar sus posibilidades. Esta fuerza tiene gran control político en diferentes estados, con partidos históricos de Brasil, como también el apoyo en sectores del poder judicial, el poder mediático y el poder financiero transnacional.
Una eventual candidatura del ex juez Sergio Moro, que últimamente viene declinando su candidatura, del actual gobernador de San Pablo, João Doria, del ex gobernador de Rio Grande do Sul, Eduardo Leite, y de la Senadora por Mato Grosso do Sul, Simone Tebet, deberían ser acompañadas por la acción unitaria y decidida del ya mencionado PSDB y del Partido del Movimiento Democrático Brasilero-PMDB, el histórico “partido del Estado”, que co-gobernó el Brasil tanto con el neoliberal Fernando Henrique Cardozo (1995-2002), como con Lula -a partir de su segundo mandato- y Dilma hasta que rompió para jugar al golpe institucional contra el PT (2006-2016).
Sin dudas, el resultado de las elecciones en Brasil tendrá fuertes repercusiones en el escenario geopolítico latinoamericano. Brasil es el gran péndulo. Para el lado que se mueva, moverá a toda la región.
Aún en sus contradicciones, el triunfo de Lula pondría en una misma línea a México, Argentina y Brasil, las grandes economías de la región, junto con Bolivia, Venezuela, Honduras, Nicaragua y Cuba, con un ya diezmado “arco del pacífico” -la otrora articulación regional neoliberal en contra de la UNASUR de Lula, Chávez y Kirchner-, donde las fuerzas progresistas tienen ganado Chile, disputado Perú y conquistable Colombia -con una eventual triunfo electoral de la fórmula de Gustavo Petro y Francia Márquez-.
Un giro geopolítico de carácter progresista en Latinoamérica puede resultar por demás interesante al desarrollo y profundización de la lucha de las grandes mayorías y sus fuerzas políticas organizadas para alcanzar mejores condiciones de vida. Pero, en tiempos de enormes cambios como el que nos toca vivir, posicionamientos lineales pueden hacernos caer en una utopía idealizadora, con procesos de integración que no tienen relaciones de fuerza para ser sino emergen desde abajo.
Los gobiernos progresistas deben ser un instrumento para conquistar y garantizar más y mejores derechos, pero las tareas emancipatorias, siempre, sin excepciones, le corresponden a los pueblos.
Paula Giménez es psicóloga y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Matías Caciabue es politólogo y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor y de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.