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Sobre el sorteo (II)

División técnica, división social y división política del trabajo

Fuentes: Hexis: filosofía y sociología

Vayamos con nuestra segunda entrada sobre los fundamentos filosóficos del sorteo. Comencemos por la diferencia entre competencias técnicas y competencias políticas. En un momento del Protágoras, Sócrates se lamenta ante el gran sofista de que los hombres de bien sean incapaces de asegurar que sus hijos sean virtuosos. Protágoras, defensor del sistema democrático ateniense, considera […]

Vayamos con nuestra segunda entrada sobre los fundamentos filosóficos del sorteo. Comencemos por la diferencia entre competencias técnicas y competencias políticas. En un momento del Protágoras, Sócrates se lamenta ante el gran sofista de que los hombres de bien sean incapaces de asegurar que sus hijos sean virtuosos. Protágoras, defensor del sistema democrático ateniense, considera que el moralismo extremista (una suerte daltonismo ético que solo ve blancos y negros) confunde a Sócrates. Justos del todo tal vez no sean, pero en la medida en que conozcan leyes y tribunales, y participen en su elaboración, son mejores que los bárbaros. Incluso si se comportan mal, al menos sentirán alguna vergüenza, por poco que interioricen las normas que bañan su ciudad, por poco que alguien se las haya recordado.

La vergüenza es clave y ésta surge de las instituciones. Una democracia con participación política masiva no puede, señalaba en un pasaje anterior Protágoras, asegurarse de que todos sus miembros sean buenos. Lo que sí puede es dotarse de un sistema de instituciones que los confronte al ejercicio constante de la discusión y la justicia. Los malos son mejores que en un régimen tiránico u oligárquico: al menos han experimentado la responsabilidad, han tenido que confrontarse con quienes la ejercen. Obrarán mal si quieren pero algo les quedará dentro. Eso ya los hace mejores que los malos que solo conocen la orden y el látigo y, como poco, les permite un camino de mejora.

Previamente, Protágoras, en el mito de Epimeteo, sienta la tesis de que las capacidades políticas se han repartido por igual a los hombres. La clave del mito  -Protágoras en dioses no creía mucho, pero le sirve para transmitir su idea- era que las capacidades técnicas se han distribuido de manera desigual (unos saben de una cosa y otros no), mientras que las políticas se han repartido por igual a todos los hombres. En lo primero hay jerarquías, en lo segundo no.

Quien siga este blog sabe ya que esa idea es uno de los fundamentos filosóficos del sorteo. En la entrada anterior, insistimos en que el sorteo daba el poder a quienes no lo querían, lo cual tenía la enorme virtud de poner barreras a los más peligrosos de nuestros congéneres, aquellos que colocan su libido en la dominación y utilizan todas los ardides que les permite su inteligencia para conseguirla. Ahora insistimos en otra, lógicamente conectada con la anterior: todos los seres humanos disponen de idénticas capacidades políticas, incluso o sobre todo los menos cualificados técnica o culturalmente. La división técnica del trabajo es una cosa, justificada, la división política otra muy distinta.

Antes de seguir conviene aclarar -recomendando la lectura de Manuel Sacristán en «La universidad y la división del trabajo», Panfletos y materiales III, Barcelona Icaria, 1985- que eso de que haya gente sin cualificación técnica no está claro. Los regímenes de dominación celebran arbitrariamente ciertas actividades (tocar el violín o ser un futbolista profesional) y degradan otras (recoger la basura o gestionar un hogar). Pero todas ellas requieren especialización técnica. Pasa que la división social del trabajo convierte a unas en importantes (y las considera mejor) y a otras en banales (y las maltrata, socialmente hablando). Incorporando esta dimensión, la tesis de Protágoras, la tesis del sorteo, consiste en decir: los malhadados en la división social del trabajo pueden asumir las funciones políticas tanto como los favorecidos.

Incluso mejor. En un libro fundamental, al que volveremos, Yves Sintomer (Petite histoire de la expérimentation démocratique. Tirage au sort et politique d’Athènes à nos jours, París, La Découverte, 2011) recuerda los argumentos de Cleón, el controvertido líder radical de Atenas. En medio del debate, reportado por Tucídides, sobre si había que pasar por las armas a los habitantes de Mitilene (debate que Cornelius Castoriadis, con justicia, considera una joya de filosofía política), Cleón explica que son mejores para la ciudad los ignorantes que quienes se tienen por excelsos. Como no se encuentran carcomidos por la obsesión de distinguirse, no «quieren parecer más listos que las leyes y quedar por encima de las propuestas de la colectividad, como si no pudiesen exhibir su inteligencia en cosas más importantes».

La división política del trabajo y el nacimiento de un grupo especializado consagrado a la política, explica Sintomer, es moderna. Supone la tesis de que el progreso exige la división creciente de funciones, como pasa en la actividad económica. Para conjurar el fantasma de la democracia radical se extendió una lectura sesgada de su historia. Las sociedades modernas no viven de los esclavos, explicaba Benjamin Constant, y por lo tanto los ciudadanos no tienen ocio para dedicarse a la política, así que la política debe ser asunto de especialistas. Hannah Arendt, que odiaba la especialización política, mantendrá desgraciadamente una variante de la tesis de Constant en La condición humana y muchos la creerán contra toda evidencia: la política es una actividad desligada de lo social y fue posible en Atenas gracias a que no se preocupaban de problemas sociales -en parte, gracias a la esclavitud. Sucede que la tesis es falsa, como ya se ha explicado: Atenas no vivía de la esclavitud y, si lo hacía, eso no explica la democracia asamblearia. Esclavismo había por todas partes, democracia sólo en algunos lugares, democracia con sorteo y participación de los pobres, solo allí donde las condiciones sociales lo permitieron. Condiciones sociales que las luchas arrebataron a quienes se creían naturalmente destinados a mandar.

Contra el sorteo, entonces, se pueden oponer tres argumentos: la división técnica del trabajo -que otorga capacidades de manera desigual- condiciona las capacidades políticas. En segundo lugar, la división social del trabajo establece una jerarquía que debe retraducirse en política: los que están arriba, las profesiones importantes, deben gobernar: las cocineras a los fogones. En tercer lugar que la división política del trabajo consagra a una profesión específica en tareas de gobierno -y el resto a votarles de cuando en cuando y a dedicarse a su beneficio privado.

Si se aceptan tales criterios sortear y rotar los puestos políticos resulta un disparate. Pero tales criterios son muy discutibles. Protágoras es nuestro contemporáneo (pues sus argumentos aún nos interpelan), la división social del trabajo se encuentra trucada y mala luz puede ofrecer para la política, los efectos de la división política del trabajo, con sus profesionales a perpetuidad, han sido nefastos: la prueba son las aristocracias rojas, reclutadas en los partidos obreros, teóricamente dedicadas en cuerpo y alma a representar a los de abajo y, buena parte de ellas, en los hechos, consagradas a mantener sus cuotas de poder y cueste lo que cueste.

Fuente: http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2013/04/sobre-el-sorteo-2-division-tecnica.html