El autor de esta nota propone buscar modelos en el pasado de Ecuador, en sus próceres, como José Joaquín de Olmedo.
Ecuador vive una serie de explosiones de bombas, incendios, balaceras, asesinatos, saqueos, atentados, motines carcelarios…, que han desatado el terror en varias de sus ciudades, y de los que las autoridades responsabilizan a grupos de narcotraficantes. Muchos miembros de la policía han fallecido víctimas de una violencia nunca antes vista en el país, en particular en las provincias de Guayas, Esmeraldas y Santo Domingo de los Tsáchilas, lugares claves para que el narcotráfico distribuya drogas hacia EEUU y el resto del mundo. El gobierno ecuatoriano, por la grave conmoción interna y para resolver este problema, ha decretado el régimen de estado de excepción en las tres provincias mencionadas, además de un toque de queda.
El Presidente Lasso dijo: “Es algo que por primera vez sucede en la historia de la República del Ecuador, las mafias de narcotraficantes pretenden apoderarse del Estado ecuatoriano… La delincuencia organizada trasnacional es la responsable de los actos de sabotaje y terrorismo, que son una declaratoria de guerra abierta contra el Estado de Derecho, el Gobierno y contra todos ustedes, ciudadanos”. Para derrotar al crimen organizado instaló un puesto de mando unificado y activó a 1400 miembros de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional de Ecuador. Como los cabecillas de los grupos delictivos y otros delincuentes vinculados al crimen organizado operan desde las cárceles, ordenó a la fuerza pública realizar una serie de allanamientos en los centros penitenciarios y en las zonas de conflicto. Medida que permitió la captura de muchos delincuentes, así como la incautación de armas, municiones y explosivos.
Pese a que todo eso es cierto, también es cierto que sólo se ve la engañosa espuma de lo que pasa y no todo lo malo que subyace bajo la realidad, que ha madurado y ha estallado en Ecuador, que vive en la creencia vacua de una mala llamada Democracia, una forma mercantil de hipocresía, que no protege a la población pobre de los efectos de la doctrina política neoliberal, practicada por los dos últimos mandatarios. El neoliberalismo propone dejar en manos de particulares y empresas privadas el mayor número de actividades económicas estatales, eliminando restricciones y regulaciones; limitar el papel del Estado en la economía; reducir su tamaño y el porcentaje del PIB que administra y la apertura de fronteras para las mercancías, los capitales y los flujos financieros internacionales.
El neoliberalismo está asociado a privatizaciones y reformas que reducen el bienestar social, que permiten que las riquezas se acumulen en muy pocas manos, al mismo tiempo que la mayoría de la población sobrevive en condiciones precarias y la naturaleza se extingue. Se trata de un sistema basado exclusivamente en el lucro, en el que triunfa el que se apropia de los recursos comunes a como dé lugar, al mismo tiempo que devora lo bello del planeta, lo que es suicida.
También explota intensivamente los recursos naturales, el petróleo, el gas, el agua dulce y las tierras cultivables, lo que contribuye a la contaminación del aire, la tierra y el agua del planeta y parece que, también, al calentamiento global. Por eso, parte determinante de la crisis actual es la degradación del medio ambiente, pues el desastre climático que se vive es superior a todo lo conocido hasta ahora, cuando el deshielo de los glaciares y el crecimiento del nivel de los océanos y los mares han provocado el incremento del deterioro ambiental, y ojalá no se llegue al límite, en que estas deformaciones se vuelven irreversibles.
Es ruin que la sobre explotación de la naturaleza se atribuya a la irresponsabilidad del hombre, sin señalar al verdadero culpable, un sistema de producción autodestructivo de por sí. La crisis ambiental es consecuencia del capitalismo, sistema basado sólo en el lucro, que a su vez se sustenta en el consumo de recursos no renovables. Esta dialéctica macabra refleja la voluntad de los grandes intereses multinacionales.
El capitalismo es irracional porque en él sólo se planifica una rentabilidad que concentra la riqueza en muy pocas manos, al mismo tiempo que no preserva ni protege a la Tierra de este accionar depredador y destructivo. Según Marx, el capitalismo está basado en la apropiación de la plusvalía que se fundamenta a su vez en el axioma: comprar barato, vender caro y generar rentabilidad a partir del trabajo no remunerado que el trabajador asalariado crea por encima del valor de su fuerza de trabajo, aunque para ello se condene a la miseria a la inmensa mayoría de los seres humanos. Esta dinámica perversa produce las condiciones para el calentamiento global y la extinción de los recursos naturales no renovables, a lo que se debe añadir la sobre explotación del trabajo del obrero, la exclusión social, el desempleo, la expulsión de los pequeños agricultores de sus tierras ancestrales, así como también el hacinamiento urbano, la extrema pobreza y la violencia física y sexual contra las mujeres, como parte integral de la moderna sociedad, problemas que la mayoría de los gobiernos no toman en cuenta ni les interesa tratar.
¿Hay salida? Sí la hay. Se debe generar un cambio de consciencia, y comenzar con la nuestra, pues para que todo cambie, uno mismo debe cambiar. No es fácil, pero es indispensable. La revolución es espiritual. Ha llegado la hora de redefinir el lucro, el bien común, el beneficio individual y todo aquello que nos ha traído al borde de la hecatombe. Se hace indispensable formular un nuevo estilo de vida basado en la austeridad. Este nuevo paradigma, que conlleva el respeto a la naturaleza y a la biodiversidad, haría factible mejorar la calidad de vida, sin derrochar nada, y se expresa con sencillez: la Razón Evolutiva del Universo nos ha dado inteligencia para que lo conservemos y actuemos sin temor en tan importante empresa. Este paradigma debe dar la luz que permita distinguir el bien del mal, para derrotar al neoliberalismo, o sea, al control de los de arriba sobre la mente y las acciones de los demás miembros de la sociedad, que destruye al hombre y la naturaleza.
Este paradigma supera el pensamiento de antaño, el de los reformistas que fueron imbuidos de la idea de que se puede mejorar la democracia burguesa y que las conquistas sociales se debe alcanzar mediante la lucha por el derecho de los trabajadores a participar no sólo en la administración de empresas, sino también en la dirección política del Estado. Soñaron que las conquistas sociales podían lograrse mediante la evolución de la democracia representativa.
Esta idea influyó en los socialistas y los socialdemócratas, que hasta el siglo pasado fueron los mejores administradores del capitalismo. Sostenían que no hay conflictos entre la economía capitalista de mercado y la consecución de una sociedad del bienestar, si el Estado posee recursos suficientes para garantizar a los ciudadanos una debida protección social. Para ellos, en la economía mixta coexisten propiedad privada y propiedad estatal; el Estado debe subvencionar la sanidad, la educación, la seguridad social, asegurar pensiones dignas, proteger al desamparado de la pobreza y las enfermedades y al consumidor de los abusos de los monopolios y el capital financiero, también velar por el medio ambiente y la naturaleza.
¿Qué hacer cuando esta ideología fracasa, dónde encontrar la tabla de salvación? En Ecuador, en sus sabios próceres del pasado, es que los libertadores de Latinoamérica eran de una pasta muy especial. Así lo indica la vida, la acción y la obra de don José Joaquín de Olmedo, el mayor estadista del país; tal vez, a ningún otro patriota le debe tanto Ecuador. Para Olmedo las leyes deben no sólo proponer el benéfico fin que buscan sino que son sabias si “hacen felices a los pueblos”. He ahí lo moderno de su pensamiento: la felicidad del ser humano debe estar por sobre todo. Luego estampó estas ideas en el Acta de Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia Libre de Guayaquil. Las ideas de Olmedo iluminaron desde tempranas horas las leyes de Ecuador. En la Proclama a la Nación, suscrita por el Triunvirato que sustituyó a Flores luego de la Revolución Marcista de Guayaquil, y del que Olmedo fue su presidente, defendió los derechos del hombre, los que conducen a la auténtica libertad; fue también el primer y único Presidente de la Provincia Libre de Guayaquil.
Para don Aurelio Espinosa Pólit, Olmedo no sólo es prócer del Ecuador sino que es el “Hombre de América”, porque, además de ser el primer funcionario público que “legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional independizado”, en el que ocupó importantes cargos, “nunca por él apetecidos y desempeñados siempre con el máximo desinterés y la máxima pulcritud”, es también la voz de una América que lanza el grito libertador, la enfática proclama de una fase divisoria en el destino de las naciones independientes, “dueñas en adelante de su autonomía soberana y de su porvenir”. Así es que: Manos a la obra.
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