¿Cómo detectar el punto de inflexión que nos indica de modo fehaciente e inequívoco que la revolución está al caer? Se ha escrito hasta la saciedad sobre ello, pero no existe ningún manual infalible que nos permita seguir paso a paso y reconocer cada instante de un proceso revolucionario desde su presunto inicio a su […]
¿Cómo detectar el punto de inflexión que nos indica de modo fehaciente e inequívoco que la revolución está al caer? Se ha escrito hasta la saciedad sobre ello, pero no existe ningún manual infalible que nos permita seguir paso a paso y reconocer cada instante de un proceso revolucionario desde su presunto inicio a su desenlace, ya acabe éste en derrota o triunfo para los actores de la transformación radical de la sociedad.
Marx venía a decir de una forma sencilla, a la vez que paradójicamente críptica, que el antagonismo de clase crítico entre capitalistas y obreros sería el pistoletazo de salida de la revolución hacia una sociedad comunista. Que solo había que dejar hervir a fuego lento la realidad para que la historia alumbrara la buena nueva. Bien es cierto que habría que ayudarla un poco en el parto, con la voluntad política de la clase trabajadora, que en la lucha diaria por emanciparse de la dictadura del empresario iría elevando su conciencia de sí como colectivo explotado hasta cotas suficientes para emprender la aventura de alcanzar una sociedad comunista de iguales, de plena libertad que diera a cada cual según sus capacidades y a cada quien según sus necesidades.
La historia nos ha mostrado que esa maduración burguesa no nos llevó a una sociedad sin clases, antes al contrario el capitalismo se reinventó a sí mismo para continuar siendo la estructura básica social y económica de casi todo el mundo. Y contra lo que teorizó Marx, países atrasados con una fuerte presencia rural, Rusia y China principalmente, hicieron sus revoluciones nacionales saltándose párrafos de la ortodoxia marxista. La voluntad humana se burló del materialismo histórico y dialéctico. ¿Podía detenerse la revolución en marcha porque no coincidiese con las etapas diseñadas mentalmente?
Como observamos, teoría y realidad no suelen ir de la mano casi nunca, si bien hay que advertir que el materialismo dialéctico, e incluso la biología y la astronomía, nos previene y advierte contra este desajuste obvio: lo real siempre está en movimiento y ambos factores se influyen mutuamente. La historia no son momentos quietos que se puedan diseccionar y de los que sacar conclusiones definitivas. La historia es proceso, la vida siempre fluye.
A pesar de lo expuesto a grandes rasgos, sí se pueden aislar siquiera sea como instrumento útil de estudio instantes del proceso que nos ayuden a extraer resultados provisionales para aproximarnos a lo real de manera más fideligna. Marx no estaba equivocado en sus apreciaciones. Las condiciones materiales de la existencia forman un corpus de interpretación político denominado ideología. Pensamos lo que comemos y regurgitamos nuestras ideas a partir de cómo producimos mediante el trabajo humano obligado y cotidiano. Eso se llama conciencia de clase, pero también los capitalistas tienen sus propios intereses y su ideología original. Sucede que la clase dominante extiende a toda la sociedad sus valores confundiendo al trabajador en su esfuerzo diario por interpretar lo más fielmente posible el mundo que habita.
Cuando la conciencia de clase colectiva de los obreros se sitúa en su punto álgido, podría ser ese el momento exacto del salto adelante. El termómetro vital marcaría la ebullición social y política a través de huelgas y movilizaciones constantes que supusieran una ruptura con el sistema precedente. Hablamos de revolución, no de evolución natural de las cosas, que en la realidad no se da tal cual porque el ser humano es un ente cultural, dueño de sus iniciativas, errores y progresos intelectuales y tecnológicos.
Fácil parece el asunto, pero no lo es bajo ningún aspecto. La realidad histórica demuestra situaciones bien distintas y dispares. Ni en los países más industrializados y más cultos se han producido revoluciones socialistas o comunistas ni tampoco en los países más empobrecidos. Quedan pocas excepciones que merecerían explicaciones ad hoc más profundas y detalladas: Cuba, Corea del Norte, la China estajanovista, posmoderna y poscomunista… Poco más. Cuba representaría un caso positivo digno de estudio y conocimiento; Corea del Norte una farsa ahistórica; y China una perversión sádica de capitalismo estatal con mimbres confucionistas y maoístas, una mutación de síntesis muy diversas… Y Venezuela, un oasis peculiar merecedor de todo elogio, donde las estructuras capitalistas se están tocando levemente con políticas progresistas eficientes y discursos ideológicos populistas cercanos al sentir del pueblo llano. Parece una paradoja pero es lo mismo que sucede en el desarrollado Occidente: nadie gana unas elecciones con proclamas de derechas genuinas sin vetear sus discursos con ideas latentes de izquierda. Las reformas laborales no se anuncian a bombo y platillo ni los recortes ni la subida injusta y desigual de impuestos ni las amnistías fiscales ni los indultos a banqueros ladrones o policías maltratadores: se llevan a efecto de golpe y porrazo. Sin más aditamentos.
Cuando ya la revolución parecía un espantajo fuera de contexto y de siglo, vuelve por sus fueros merced a algunos pensadores heterodoxos. Por ejemplo, Verstrynge, un viaje singular del fascismo a la izquierda extrema, estética o funcional, no viene a cuento sellar juicios inapelables. Tiene mérito su singladura. Dice el profesor Verstrynge que la austeridad y la pobreza subsiguiente nos llevarán a la revolución. Varias cuestiones al respecto se nos ocurren. ¿Sin sujeto histórico? No da la sensación que los sindicatos y los partidos políticos de la izquierda plural e institucional estén por la labor revolucionaria, más bien son agentes que frenan, lastran y reconducen las reivindicaciones y el grito de la calle a sendas contractualistas y de negociación clásica con las patronales y los poderes fácticos de turno. Se resisten a dar pasos audaces. La audacia reside en movimientos sociales espontáneos que luchan por problemas muy concretos sin un programa político elaborado que otorgue credibilidad y coherencia a los gritos dispersos en mil batallas. Cierto resulta que las condiciones materiales de existencia se están deteriorando a lo bruto, creándose bolsas de escombros humanos muy próximas a la indigencia absoluta. Cada vez se recorta más el futuro de todos. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato capitalista? Verstrynge realiza un análisis meramente socioeconómico de la actualidad, muy acertado en su perspectiva y conclusiones, pero al que le falta el elemento humano, el sujeto colectivo que emprenda el camino de esa revolución mítica muchas veces anunciada y pocas veces vista por estos lares occidentales de neoliberalismo a ultranza y globalización predadora. Es la voluntad de Verstrynge, la del intelectual comprometido emocionalmente con la realidad, la que le transporta a lugares de pensamiento demasiado idealizados.
No es nueva la actitud visionaria de Verstrynge en la historia hacia una sociedad de cuño comunista. En instancias intelectuales han germinado muchos liderazgos románticos que han querido ver atisbos de una revolución inminente. Su voz carismática ha servido para intentar acelerar el tiempo y empujar a las masas en la dirección correcta, pero casi siempre se han dado de bruces con la ideología omnicomprensiva del capitalismo en sus diferentes versiones históricas. Los pobres imbuidos de su sola precariedad han preferido aferrarse a sus culturas existenciales ligadas al capitalismo antes que romper las cadenas que les ataban a una vida de explotación y repetición constantes. Soltar amarras de la cultura dominante requiere hacer añicos esquemas mentales muy solidificados en la idiosincrasia de las personas. Las costumbres no se vencen tan solo con voluntarismo y riegos frecuentes de ética marxista y evangelio libertario. Salir fuera de lo que se es obliga a esfuerzos tremendos y desgarradores. Un esclavo recién liberado necesita adaptación para entender la nueva realidad en la que vive. No se cuecen de la noche a la mañana conceptos grandes como libertad e igualdad.
El líder camboyano de los Jemeres Rojos Pol Pot y el jefe supremo de los guerrilleros peruanos de Sendero Luminoso Abimael Guzmán son ejemplos históricos de finales del siglo XX por haber promovido soluciones intelectuales inmediatas para provocar, traer e instalar una nueva sociedad de corte más igualitario o justo, socialista o comunista. Intentaron imprimir velocidad a ambas sociedades donde la extrema pobreza alcanzaba cotas muy altas. Los pobres nada tenían que perder pero también poco o nada que ganar desde sus presupuestos ideológicos. Sus gritos desharrapados eran verdad absoluta pero era imposible que sus entrañables semillas pudieran brotar en mitad de un desierto capitalista plagado de bombas culturales consuetudinarias y tradicionales que como maleza crecían y se reproducían sin cesar en la vieja sociedad a la que reclamaban un apoyo masivo y entusiasta. Camboya terminó vencida por sus excesos idealistas y Sendero Luminoso por sus credos utópicos. Las inercias ideológicas del capitalismos son vigorosas aun en horas bajas.
Lo mismo se puede decir de la realidad social de hoy en día. El neoliberalismo está dejando en puro hueso explotable a la clase trabajadora. La pobreza enseña sus voraces dientes. Todo ello es cierto y también es verdad que la movilización y el cabreo aumentan a ritmo exponencial. Se detectan millones de gritos pero no se otea en el horizonte ningún sujeto histórico digno de tal nombre. El intelectual ve y puede desear la revolución desde sus premisas sociológicas y sus análisis teóricos. Está en su pleno derecho de hacerlo. Ahora bien, preguntemos a las gentes que se manifiestan un día sí y otro también: ¿qué queréis con sinceridad, volver a las andadas locas del consumismo compulsivo y del estado del bienestar que solapa la lucha de clases o tal vez pretendéis una sociedad nueva donde reine la igualdad, la libertad y la fraternidad? Hemos soslayado la palabra comunista para no sesgar en demasía la respuesta. En cualquier caso, ¿qué otro significado podría tener una sociedad de personales iguales, libres y fraternas? ¿Economía social de mercado? ¿Capitalismos social? Estas hipotéticas respuestas se inscribirían de lleno en las varias formulaciones habilitadas ex profeso por la academia oficial para camuflar y entender el régimen capitalista desde otras caras más amables y embaucadoras.
La revolución precisa unas condiciones materiales mínimas, un deterioro de las relaciones sociales y de los modos de producción muy acusados. Y también necesita la voluntad de poder y querer de Nietzsche. Ni poder implica querer ni viceversa. Solo se unen en un proceso dialéctico complejo y contradictorio. La realidad objetiva otorga poder al sujeto, mas ¿dónde está ese sujeto que empezaría la revolución que viene? Profesor Verstrynge, tiene la palabra.
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