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Dos solos de tambor

Fuentes: Rebelión

Vengo de andar
de largo a largo,
más de mis propios días,
porque para llegar,
si no me alcanzan,
voy tomando prestadas las semanas.

(Dos solos de tambor de Cuamé Baba), Antonio Preciado Bedoya

Primer solo de tambor

Por alguna vorágine de tiempo, ocurrió en Ecuador este descalabro político, este trastocamiento semántico, esta burundanga sentimental o quizás esta sublime pasión autodestructiva de una mayoría ciudadana. O es apoliticismo de noche mala. ¿Funcionó, acaso, la aversión a la política como indecible maldad divina? Hay un ‘sí’ blando. Blandito y culposo, porque en el reconcomio popular la verdad es una dolorosa estaca. Se explica el swing: se invirtió el deseo de la política habitual como concepto factual, antes como mejora gradual de las condiciones económicas y ahora mismo la ciudadanía ecuatoriana viviendo a la maldita sea. De moderado optimismo a desaforado pesimismo, volví a escuchar aquella frase dicha para nadie: “¡a esta pendejada no la salva nadie!” Mayoría absoluta en ciudades y poblaciones rurales son quienes esperan un día peor que el anterior. Así está la caída anímica popular. A los predicadores pentecostales del próximo fin del mundo te los tropiezas en las esquinas, enarbolando la biblia y seriedad en el rostro te dicen que ya fuimos advertidos en sus páginas. O sea están en su papayal de inconsciencia religiosa. Desacreditar la actividad política es ejercicio de irracional desquite colectivo y cotidiano. Nihilismo puro y duro, bien templado como los tambores de Kwame Bamba. Cuando los derechos de la ciudadanía a la salud, al empleo o a la tranquilidad social son perennes calvarios, a pesar del dinero de la ecuatorianidad acumulado en donde sea, sobran las palabras precisas, del calibre grosero que sean, para formular preguntas necesarias al gobernante. El Gobierno de Roy Gilchrist diría que son disparates inaceptables en el “nuevo Ecuador”, mientras en las calles de Guayaquil, Durán, Manta o Esmeraldas son disparos de los malhechores. Mejor dicho los disparos no son disparatados. Y causan víctimas fatales. Aquello no es disparate. Suena a una fusión de alabao y blues.

Quizás por eso hablar de producir bienestar social por la gestión política del Ejecutivo noboísta perturba hasta la excepcionalidad emocional. Hay escasa credulidad, si acaso un alicaído “amanecerá y veremos”. Barrio adentro, entre los cachimbeos reales y simbólicos, la desesperanza es espesa y pegajosa. Y hasta la izquierda cimarrona pasa por horas bajas. O esa estúpida polarización le tiene alelada el ánima respondona, que hace unos años, llevó por calles, veredas, selvas y entidades gubernamentales aquella importación semántica cojonuda de seamos realistas: pidamos lo imposible. Ahora es más imposible que antes, porque los combates sociales y políticos son cognitivos, la ofensiva despótica es cultural (o semiótica) y la conflictividad es por la semántica de las clases sociales. En Ecuador, la plutocracia gobernante logró imponer esa burundanga sentimental paralizante. Una parte de la ciudadanía está enfrascada discutiendo cuál es el sexo de los ángeles y no el altísimo desempleo o el vertiginoso empobrecimiento de las barriadas y parroquia rurales. Muy válida la analogía. 

La izquierda consume neuronas para rebajar o darle la vuelta a la polarización mentecata, pero los resultados aún son magros. ¿Desconocimientos de tiempos y modos políticos y por aquello son equivocadas estrategias para las contiendas? Sí, así es. No es posible vencer ese torrente mediático ultra reaccionario de intensa irreflexión social que reduce la amplitud política a una sola persona. Y se responde con respuestas parecidas que para la subjetividad popular ecuatoriana son mal entendidas. Cuando no, equivocadas. (De acuerdo, gente de la RC[1], es más fácil odiar a uno en nombre de todas y todos. Y hasta facilita apedrear a una ideología híper personalizada). La verdad verdadera (pleonasmo imprescindible) de esta polarización, en nuestro país, es entre progresismo y conservadurismo, avances sociales o retrasos antisociales, empobrecimiento sin límites de una mayoría ciudadana o enriquecimiento desmedido de los grupos plutocráticos. O valga el convencionalismo, sin querer aportar a la pretendida confusión actual, es entre izquierda y derecha. ¿Cuál izquierda? Sería una buena pregunta.

Para la derecha ultra, a la cual se aproxima jubilosa la ecuatoriana, ya no hay rivalidad política al estilo clásico, eso es el pasado, hoy la gozosa finalidad es conseguir la desaparición de la izquierda, así sea tibia, radical, romántica, palabrera o dialoguista. El ‘zurdos de m…’ de Javier Milei, comunica en voz alta sentimientos grupales asumidos de raíz. Valga la insistencia: la izquierda progresista y aliados no tienen hasta ahora una estrategia efectiva, para enfrentar las arremetidas legales, propagandísticas y cognitivas; pero es solo duda aparente. La mía, por favor. En los Estados Unidos hay aquello que llaman deep state, acá parecería que hay algo parecido, aunque funciona como capitalismo angurriento. A falta de un adjetivo más preciso este lo vale y con algo adicional, para apresurar la acumulación económica piden, por favor, que EE UU colonice nuestros países. Diablos, en esta jam session no exageramos. Nunca jamás. (Aquí yace Ecuador 1830-2030. ¿Está escrito este epitafio?). ¡Ja!

Segundo solo de tambor

Exacto, en este momento, Ecuador es una tragicomedia política malinterpretada, con la peor puesta en escena que ha sido posible, más que por el libreto es por la gavilla actoral derechosa ultra. A veces la risa es mueca de amargura o el disgusto se disimula con un chiste agrio. (Esta idea proviene de un taxista que escuchaba el tango Cambalache, por su rostro malhumorado este pasajero curioso no hizo esta pregunta obligatoria y definitoria: ¿escucha usted un análisis de la realidad ecuatoriana?) Se viven episodios políticos como chistes desangelados, unas malintencionadas acciones gubernamentales cambalachadas como beneficios populares, la desviación de la atención de la ciudadanía con malvadas consultas para establecer el sexo de los ángeles. Stop. A qué seguir, si el caradurismo más soez de esta derecha ultra es aceptado con resignación religiosa por amplios sectores de la ciudadanía. El pesimismo, en este tiempo del nunca jamás, es un componente falaz de la ¿democracia? ecuatoriana. Y malea la subjetividad popular. ¿Por cuánto tiempo? La respuesta le corresponde a las izquierdas, sobre todo aquella que come candela. El radicalismo es inevitable e indispensable.

Este último capítulo de la historia política ecuatoriana (de la peor, no olvidar) no comenzó porque las matemáticas afectivas desfavorecieron a Guillermo Lasso. Estas verdades son narrativas de otros tiempos y parecía que no se volverían repetir. Precisión literaria inevitable: este tiempo político es realismo sucio del siglo XXI. Aquellos desesperados anhelos del banquero por colocar su retrato en la Casona del Barón de Carondelet fueron una broma pesadísima para el Ecuador. Ocurrió el asesinato de Fernando Villavicencio y el desequilibrio emocional de una parte del electorado favoreció la anticipación de D. Roy Gilchrist Noboa. Su primer deseo: Ahora Dejamos Nada (ADN), es un chiste, pero quién sabe, en estos días ya no lo parece.

A los electores de Roy Gilchrist se les cumplió el proverbio: una cosa es invocar al diablo y otra tenerlo al frente. Podría parecer una malhumorada sentencia, pero no es así. Este jazzman apenas indica significado y significante de esta cuestionada elección presidencial. Por qué no, es solo un episodio más de las narrativas cotidianas de barrio adentro, mientras se acumula energía comunitaria para reponer la consumida en episodios colectivos, familiares e individuales. El poder popular parecería que es más simbólico que real, por la pasividad frente a los devastadores impactos de negación de derechos constitucionales. Mejor explicado y precisado: la pérdida continua de la república. O res-publica. Aquello que es público o del pueblo. El grupo plutocrático mandante está instalando una falsa república mediante un crudo invierno de mentiras. O solo es una irrealidad política para empobrecer aquello que si es real: la verdad social trágica de las barriadas. Pero las angustias populares son colosales plusvalías para la plutocracia y por ahí mismo se va a las bodegas de por allá. La geografía de las guaridas monetarias. Así las llaman.

Este laberinto temporal de las izquierdas ecuatorianas está llegando a su final. Redundancia necesaria: la salida es por izquierda. Y no solo como bien mayor. Más que los años de duración del mal son los cuerpos de millones de empobrecidos que ya no resisten pesadez y pesadilla. La estrategia mayor y puntual es inventar otra narrativa con los contenidos emocionales favorables al posible vuelco impresionante. Están ahí los temas de las narrativas: dificultades para satisfacer el estómago, angustias por el familiar enfermo, el desempleo sin esperanza porque las posibilidades dejan de serlo por el mangoneo del Gobierno y de los bandidos. O sea el infiernillo emocional. Mejor dicho en la química del cabreo: catalizar el sentido común para rebeldizar a la gente inconforme. Este sentido común es la gestión del cimarronismo individual a procesos colectivos revolucionarios. Amén.        

Notas:   

[1] Partido de la Revolución Ciudadana. A mi juicio, odiosamente llamado correísmo. No por reconocer cualquier mérito a Rafael Correa Delgado y sí para sostener su narrativas de odiosidades.

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