Deseo compartir la insatisfacción intelectual que me provocan los análisis sobre la crisis capitalista, y sobre el capitalismo que se elaboran desde la economía (supongo que con excepciones :los economistas sustantivistas, etc). Para darme a entender, permitidme una referencia a un clásico de la historiografía: Edward P. Thompson. Sus estudios historiográficos. Es posible que alguno […]
Deseo compartir la insatisfacción intelectual que me provocan los análisis sobre la crisis capitalista, y sobre el capitalismo que se elaboran desde la economía (supongo que con excepciones :los economistas sustantivistas, etc).
Para darme a entender, permitidme una referencia a un clásico de la historiografía: Edward P. Thompson. Sus estudios historiográficos. Es posible que alguno entre nosotros, con buenas razones, alegue que Thompson nunca estudió el capitalismo, sino que tanto él como el conjunto de los historiadores británicos originarios de la céluda del PC y escritores en Past and Present, escribieron siempre sobre las clases subalternas y elaboraron una soberbia constelación de trabajos de historia desde abajo. Quizá -aceptará el amigo- se pueda tener en cuenta los trabajos del maestro lejano de ellos, el economista de inspiración marxista Maurice Dobb…
Es cierto que Thompson elabora una historiografía sobre las clases subalternas, sobre los de abajo. Podemos tomar como ejemplo su monumental obra, digna de un seminario, Los orígenes de la clase obrera en Inglaterra, libro de rigurosa historiografía, más apasionante que una novela -que una gran novela apasionante, claro-. Allí Thompson explica su noción de lo que es una clase social. Para él, -y lo prueba- una clase no es un «hecho estructural». Una clase no existe como resultado de una causalidad económica; no es ni estructura ni categoría. No es la consecuencia sociológica de unas determinadas estructuraciones de la producción. Además, las clases no pueden existir independientes las unas de las otras, son fenómenos relacionales. La clase obrera no surge pues como consecuencia de la fábrica , ni del vapor; nace entre 1795 y 1830, cuando la mayor parte de los trabajadores no trabaja en fábrica, ni con vapor, y un tercio de los mismos eran trabajadores a domicilio poseedores de su propia máquina de hacer calceta-. La clase es un «fenómeno» histórico. Un resultado de la propia acción de las personas que se organizan para luchar, porque desde su experiencia individual, construida a partir de los usos, las costumbres, las expectativas de vida, los valores defendidos, las instituciones en que el sujeto ha nacido -familia, comunidad, entramado societario- sienten que estos usos y hábitos, esas normas morales, esas instituciones de las que dependía su vida material, son agredidas y destruidas. Esa experiencia es una experiencia culturalmente construida. Las relaciones culturales -permitidme recalcar lo de «culturales»- reales, en las que los poderosos consiguen aniquilar esas culturas de vida para aprovecharse de ello, son las que generan esa experiencia: una experiencia, que por tanto se manifiesta en primer lugar como experiencia de consumidor. Los bienes que el individuo tenía antes a su alcance, gracias a que la comunidad se los proporcionaba, -cereales baratos, alojamiento, cuidado en la enfermedad, leña para la cocina, etc.-, ahora, emigrado forzoso fuera de su comunidad, ahora que ya no controla el precio local del cereal, ahora que…no existen. Su salario puede ser muy superior al ganado en su comunidad antaño,-y aquí se produce el pasmo del economista, con su empírica cuantificación- pero es insensato cuantificar así, porque lo que ha perdido en «cualidad de vida» no monetarizada es enorme. Pero esa experiencia de pérdida, de etnocidio de cultura material de vida, en sí misma, no integra «intereses» definidos nuevos. Esto es, la experiencia, es experiencia negativa; experiencia, es decir, percepción real significativa, reveladora, que ilumina, porque las expectativas íntimamente consideradas como lo normativo imprescindible, desde la cultura vivida anteriormente, son trituradas por la realidad. Pero las nuevas formas de actuar y proponerse, los nuevos fines, las nuevas pautas de hacer, los nuevos «intereses» no existen; deben ser construidos. El «estómago» no moviliza, porque no tiene objetivos, no sabe con qué, no sabe por qué, no sabe hacia qué. Fines, instrumentos, alianzas, medios, «intereses»… deben ser creados, construidos. La nueva cultura de vida debe ser reconstruida, a partir de los restos de la anterior, pero ha de ser nueva, las expectativas de vida en un mundo cultural arrasado, han de ser formuladas, se han de reelaborar nuevos valores, nuevas instituciones, nuevos lazos sociales: se ha de crear -y se crea- algo nuevo que permita vivir y salir al paso del enemigo; se crea en relación con los otros iguales: y surge una nueva cultura material: lo mental que orienta la praxis de vida, los valores e ideas, que orientan los nuevos usos y la organización de nuevas instituciones, nuevas formas de vivir, de solidarizarse, de divertirse, de rezar -hasta templos de la nueva cultura-, de consumir, de estudiar, de enfrentarse , de proyectar una alternativa política de sociedad. Se crea una nueva cultura, y esa nueva cultura material de vida y de proyecto es la «consciencia de clase». «Consciencia de clase»: esto es, el conjunto de nuevas ideas que orientan la vida cotidiana, , de nuevos valores vividos que construyen la clase desde dentro; ideas y saberes que están vivas y son operantes porque precisamente, la creación colectiva y el uso participante de los mismos como resultado de la praxis de vida, es lo que construye el sujeto culturalmente creado denominado clase.
Este sucinto resumen se podría alargar más y sería siempre enriquecedor y sorprendente -resumen enriquecedor y sorprendente siempre a cuenta de la riqueza de la obra de Thompson-. Pero doy por supuesto que el lector tras leer lo escrito, puede dar por bueno, siquiera provisionalmente y hasta que acuda a la obra de Thompson, las afirmaciones que he resumido. Ahora bien; esto es un resumen de un estudio sobre la construcción de la cultura que crea o genera la clase obrera. Aceptado, pues, que la clase obrera sea un fenómeno y un fenómeno práxico cultural. Que en unos lugares y periodos históricos, por tanto, como consecuencia de la pericia de sus propios formantes, esa cultura integrará, muchas más experiencias segmentarias y muchas más expectativas de vida en su construcción cultural y en consecuencia, será capaz de incluir y abarcar más sectores sociales «sociológicos» y en otros lugares, por la estrechez de miras de sus formantes, será capaz de incorporar menos, etc . Pero hasta aquí, lo definido como fenómeno histórico, fruto de la actividad social objetivada humana es la cultura formadora de la clase subalterna. Nada más.
Pero si aceptamos como válido el análisis de Thompson para el fenómenos histórico, de origen práxico, que es la construcción de la clase obrera como consecuencia de la creación de una nueva cultura práxica o material, estamos afirmando cosas no solo de la clase obrera sino de todo «fenómeno» histórico; estamos apostado por determinadas hipótesis heurísticas de cuño antropológico para la totalidad de la humanidad, para la totalidad de la actividad humana. Y lo que es válido para la clase subalterna, lo es para la clase dominante y para el capitalismo. El capitalismo, en consecuencia, no es un conjunto de relaciones productivas modelizadas en abstracto. Es una cultura construida, en el sentido antropológico del término, que abarca la totalidad de las pautas y actividades de vida. Son valores, es la praxis que inspira, y es en resumidas cuentas, un fenómeno empírico que acaece. «Este» acaecer -deixis-, que caracteriza una civilización concreta en un estadio concreto de la misma. Si, por el contrario y como suele ser usual en el análisis económico, reducimos el capitalismo a las relaciones de producción que se establecen en la empresa, provocamos una «reducción analítica» absolutamente empobrecedora. No solo porque , una vez hecha la abstracción, no se puede saber por qué la misma empresa es más invisible ahora que hace 30 años, con las mismas relaciones de producción salariales, sino porque elimina el capitalismo como la actual histórica y concreta cultura material capitalista, con sus expectativas, sus valores, sus pautas de actividad consagradas. Desde la readucción económica, un capitalista nazi, pongamos, Krupp, el padre de los Boodembruck, Dassault, capitalista de estado de bienestar de la posguerra mundial y cualquiera de los grandes financieros actuales de los EEUU son la misma cosa, con a lo sumo la diferencia de ser «capital industrial» y «capital financiero». Por tanto, lo que acaece ahora no es resultado de una determinada cultura de valores, de una nueva cultura capitalista, sino de un capitalismo que sería igual que el anterior de no ser por un grupo de gángsters, que se han aprovechado, y que son una perversión colateral del capitalismo, impropia de lo que constituye su núcleo intrínseco «histórico universal». Desde la hipótesis Thompson, la prioridad, sin embargo, la tiene ese fenómeno cultural, empírico, que se ha producido ante nuestros ojos y en nuestras vidas. La organización de una cultura material de consumo de masas, el deseo de comprar artículos superfluos, la especulación feroz, la euforia de la ostentación y la riqueza, etc. Hablar, con Thompson, de estas cosas entraña, sí, un grado de abstracción, es un modelo explicativo que se remite a una cultura empíricamente comprobable. Pero toda explicación que se aparta de esa referencia empírica a hechos de vida culturalmente determinados, es un modelo explicativo basado en abstracciones de, como mínimo tercer y cuarto grado, que además asumen la reducción de la historia -de la vida- a unas relaciones de producción supuestamente existentes tan solo en las empresas, que no tienen nada que ver con las formas de entender la vida, la producción, la cultura.
Cuando, además, el modelo abstracto así construido, una vez reducido a una constelación de hechos abstractos y separados de todos los demás que configuran una cultura material de vida, constelación de hechos que reciben la denominación de económicos -sean los de la producción fabril -como si solo se produjese en la industria-, o las relaciones comerciales, -como si solo se intercambiase en el comercio- trata de abarcar y dar explicación de períodos o ciclos históricos de 500 años, el grado de especulación, de abstracción, de cotejo de realidades altísimamente diferentes comparadas a partir de rasgos definidos por el modelo hipotético, es vertiginoso. Comparar a Pleberio, el padre de Melibea, con Cabarrús, con Cambó, el filántropo de los pistoleros del sindicalismo blanco, con Juan Marc, el golpista, o con cualquiera de los actuales banqueros y financieros actuales, de los especuladores de la vivienda cuya codicia ciega nos ha precipitado en una crisis sin precedentes, es un poco demasiado.
Vuelvo al comienzo; capitalismo es un nombre abstracto para diversas culturas explotadoras, surgidas de luchas concretas en correlaciones de fuerzas concretas, históricas. No la «Idea absoluta» en evolución. Y debe ser comprendido de esta forma si queremos ser capaces de estar en condiciones de crear entre todos, mediante nuestra deliberación y nuestra praxis, una nueva cultura, el socialismo