Nada es lo que parece, ¿o sí lo es? Esa es la cuestión que se preguntan los historiadores sobre el mariscal Grigory A. Potemkin, el gran valido de la zarina Catalina II. Al parecer, en 1787 la emperatriz rusa emprendió un viaje fluvial por Crimea en compañía de altos dignatarios y diplomáticos europeos. Potemkin preparó […]
Nada es lo que parece, ¿o sí lo es? Esa es la cuestión que se preguntan los historiadores sobre el mariscal Grigory A. Potemkin, el gran valido de la zarina Catalina II. Al parecer, en 1787 la emperatriz rusa emprendió un viaje fluvial por Crimea en compañía de altos dignatarios y diplomáticos europeos. Potemkin preparó por adelantado, a modo de decorado teatral, una serie de aldeas fantasmas a orillas del río Dnieper, pobladas por figurantes. Pasada la comitiva, las fachadas simuladas y los actorzuelos se trasladaban río abajo para seguir la farsa. Cierto del todo o no, desde entonces ha quedado la expresión «pueblo Potemkin» para designar este tipo de engaños y espectáculos en la política de ficción.
De regreso de un congreso en Madrid me pregunto si no vivimos un efecto similar en la economía de cartón piedra que diseña el Directorio Europeo de la troika liberal y que los gestores de la Marca España se empeñan en implementar y disfrazar con cifras inútiles. Ahora sabemos que aquellos bloques de viviendas e infraestructuras del Estado del bienestar solo eran decorados que escondían un tejido productivo ausente y una corrupción codiciosa amparada en el ladrillo y el turismo. Aquellas proclamas de los derechos democráticos de la Europa social no eran más que la tramoya de un proscenio hueco y falsario. Todo el boom inmobiliario no fue más que un gigantesco escenario de cartón piedra, y ahora las casas se quedan vacías, desahuciadas, porque son fachadas sin habitantes reales. Es el fantasma de la economía Potemkin.
Había asistido a Madrid para participar en un grupo de trabajo dirigido por dos buenos profesionales y amigos, Marta y Josep Maria, del Collegi d’Economistes de Catalunya, dentro del congreso del CONAMA de este año. El propósito del grupo era desarrollar la posibilidad de un PIB verde, alternativo, que supere la contabilidad de la economía negra que nos rodea. No es un asunto fácil, porque toda la economía está orientada hacia el Producto Interior Bruto, que es un indicador problemático y, sobre todo, muy bruto, pues no distingue si las pérdidas de unos son las ganancias de otros. Desde luego, el PIB es incapaz de medir o descifrar la acumulación por desposesión.
Al finalizar el congreso salí a dar un paseo nocturno para despejarme. Unos cuantos estudiantes transitaban alegres por la Puerta del Sol. Casi a medianoche llegaba hasta la Plaza Mayor, donde una turista italiana despistada me preguntaba por la calle Atocha. En los zaguanes y soportales de la plaza unas cajas de cartón formaban hileras de improvisados habitáculos. Como efímeros artesanos del reciclaje urbano, los indigentes se acurrucaban en ellas, con la mirada exangüe en la penumbra, al tiempo que dos voluntarios les repartían bebidas calientes. La economía de cartón, la que esconde el PIB, estaba allí también. No eran figurantes, no. Eran espectros sin nombre en la Europa Potemkin, antes de que la capital de la Marca España se llame Eurovegas.
Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2012/12/16/sociedad/economia-de-carton