Humboldt nos describió como seres extraños hasta el extremo. Según este sabio alemán: «Los ecuatorianos son pobres en medio de riquezas, viven tranquilos en medio del peligro y para alegrar su existencia cantan canciones tristes». Mucho hemos cambiado desde entonces: Ya no somos tan pobres; el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional nos alerta […]
Humboldt nos describió como seres extraños hasta el extremo. Según este sabio alemán: «Los ecuatorianos son pobres en medio de riquezas, viven tranquilos en medio del peligro y para alegrar su existencia cantan canciones tristes». Mucho hemos cambiado desde entonces: Ya no somos tan pobres; el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional nos alerta e instruye sobre los peligros que nos rodean y para alegrar nuestra existencia no sólo escuchamos lamentos musicales. Pero tenemos una extrañeza de la que Humboldt no se percató: estamos persuadidos de vivir en el peor país del mundo, el más corrupto, el peor gobernado y con menos libertades. Por buen sortilegio, esto no es así. Ecuador es un país bello por donde se lo mire, tiene Costa, Sierra, Selva y Galápagos, no le falta nada y sus habitantes tendrían con que sobrevivir si mañana el planeta se derrumbara.
Por otra parte, la corrupción es tan vieja como la sarna, ha florecido en toda época y lugar, además, el mundo que nos rodea es mucho más corrupto, por no decir podrido. Si se trata de libertades políticas, nadie ni nada nos impide criticar sin temor a todo gobernante; somos una sociedad de envidia porque aun los gobiernos más represivos de nuestra historia han sido benignos en comparación con los del resto del planeta, y nuestras leyes son buenas: la lacra social de la esclavitud la eliminó Bolívar desde la independencia; a partir de Alfaro no hay pena de muerte, tenemos divorcio y muchas libertades; somos el segundo país del mundo que promulgó el laicismo; el 6 de marzo de 1845, cien años antes que la ONU, José Joaquín de Olmedo declaró unos Derechos Humanos bastante progresistas; somos tolerantes con todo ideal político o religioso, y solamente por la prensa nos enteramos del terrorismo. Vale la pena recalcar nuestras virtudes, porque el fraude, que sí hubo en épocas pretéritas, en las pasadas elecciones no estuvo en el orden del día del CNE, pues el sistema electoral del país es limpio.
Esto no significa que todo esté bien, que nada deba cambiar. Al contrario, Ecuador es perfectible, pero hasta ahora nuestro progreso lo hemos conseguido en buena lid. Son muchos los problemas que tenemos, aunque no sean sólo por culpa nuestra: el mundo vive desde el 2008 una crisis que afecta a las exportaciones del país y el derrumbe del precio del petróleo, que tanto agobia, es el resultado de la guerra económica que se da entre las grandes potencias. A buena hora la situación se estabiliza de a poco, ojalá sea para largo plazo.
Para bien de todos, los dos candidatos a la presidencia fueron conscientes de que la única medida que no podían tomar, de ser electos, sería eliminar el dólar y emitir moneda propia, pues sabían que ese remedio es peor que la enfermedad y significaría el suicidio. Para ser competitivos se debe mejorar la productividad, pero crear una moneda nacional para poder devaluarla nos conduciría a una hiperinflación que lo empeoraría todo.
Así es que, ecuatorianos, eliminemos lo negativo de nuestra manera de ver las cosas, saquemos provecho de nuestras riquezas, arrimemos los hombros y boguemos en la dirección correcta para superar dificultades, que no son sólo nuestras, y estudiemos duro, porque en el conocimiento está la solución de todo problema.
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