La obra de teatro Greek representa la tragedia de Edipo pero ambientada en los bajos fondos ingleses y también en los bajos fondos de la sociedad británica bajo el gobierno de Margaret Thatcher. Una puesta política y poética con un sentido de la ironía y la autocrítica con gusto inglés.
En Greek (1980), el dramaturgo inglés Steven Berkoff se sirve de una versión contemporánea del mito de Edipo para dar cuenta de la «podredumbre inimaginable» en que se ha convertido Inglaterra bajo el gobierno de Margaret Thatcher. Situada en los años ochenta, la obra nos presenta a Eddy (Martín Urbaneja), un muchacho de los suburbios de Londres, hijo adoptivo de una familia de clase trabajadora, que lucha por sobrevivir en un ambiente marginal acechado por las violencias callejeras, las barras de fútbol, la xenofobia y otras hijas del capitalismo despiadado y que, a consecuencia de un crimen que marcará su acumulación originaria, terminará viviendo en la zona norte. Si bien el punto de vista de Berkoff es el de los sectores populares y ensaya una crítica feroz y violentamente política a las sociedades de clases, su visión de los trabajadores no es idealizada sino que se parece más bien a la de Ettore Scola en el film Feos, sucios y malos. Los proletarios reproducen a pequeña escala el modelo ideológico de las clases dirigentes que permiten su explotación («Hay un montón de admiradores de los nazis entre los ingleses más miserables») y el fascismo disfrazado de liberalismo se presenta particularmente en la figura del padre adoptivo (Horacio Roca) que llega a afirmar que «los trenes llegaban a horario en la época de Hitler» y que ejerce su despótico poder sobre su sumisa mujer (Ingrid Pelicori) y sobre su hija (Roxana Berco).
En la obra, todos los actores interpretan magistralmente dos y hasta tres personajes. Así, Martín Urbaneja el Eddy, el Edipo moderno y el narrador de su propia tragedia, Horacio Roca es el padre adoptivo y el padre biológico, Ingrid Pelicori es la madre adoptiva, la cantinera y la Esfinge y Roxana Berco es la hermana y la madre -esposa, quizás para reforzar la teoría freudiana de la novela familiar. Aquella brillante idea de que todos llevamos en nosotros una incestuosa constelación de personajes, las «personas del sexo» que parecen determinar a quién y cómo queremos u odiamos y que reproducen en cada encuentro con un amigo o un enemigo o con la autoridad las perversas huellas de la novela familiar. O, al decir de Harold Bloom, la idea de que «nunca abrazamos (en un sentido sexual o no) a una sola persona, sino que abrazamos a todo el conjunto de la novela familiar».
La acción avanza a través de una proliferación inusitada de palabras que adquieren un carácter performativo y cuya responsabilidad recae frecuentemente en la interpretación de Urbaneja cuya potencia no declina de principio a fin y que logra transmitir en una verdadera catarata de discursos diversas emociones que van desde la bronca y las ganas de triunfar a lo Julien Sorel hasta el erotismo, el horror y la piedad. Quizás el paroxismo de esta idea del carácter performativo de las palabras se manifiesta en el hecho de que Eddy -Edipo terminará matando a su padre biológico literalmente en un duelo verbal que le harán decir a la flamante viuda y futura esposa del victimario de su marido: «No sabía que las palabras podían matar».
En efecto, recogiendo una idea platónica presente en El Banquete, las palabras tan pronto pueden matar, como morder cual serpientes el corazón, como seducir. Después del crimen y como cada vez, Martín Urbaneja hace honor a la belleza de un texto que adquiere ribetes shakespearianos y recoge también, entre otras vertientes, la tradición rabelaisiana de la celebración corporal de la cultura popular, la reivindicación procaz del bajo vientre, del sexo y del buen comer, de los senos dulces y los genitales enormes: «Vendré derecho del trabajo a casa al caer el día y habré de reservarte todo mi semen para flagelarte con él por las noches tan suave y tibiamente como un chubasco veraniego / no desperdiciaré ni una sola de sus preciosas gotas en sauna de Camden (‘rápido, amor, que hay cola’) sino que verteré la plateada carga dentro tuyo en preciados chorros / hundiré en ti mi cetro / tus muslos apartaré y me zambulliré como la piedra caliente en la manteca / en un océano de éxtasis, porque eso es lo que eres para mí / éxtasis de carne y de sangre y de senderos aflautados, aceites de seda y aromas nunca antes destapados / te daré vuelta, de un lado para el otro / te desnudaré y me deslizaré bajo tu piel / estoy loco por vos».
El recorrido de Eddy sigue el camino clásico del antihéroe Edipo y lo lleva al enfrentamiento con la Esfinge, que siguiendo una tradición se presenta como el arquetipo de la madre oscura, como la representación tan pronto de las fuerzas de la naturaleza, como de la mujer contemporánea o de la feminista que pone en cuestión la sociedad héteronormativa. La conversión de la obediente mujer sujeta a la dominación patriarcal a monstruo mitad animal y mitad mujer, que infunde miedo y acusaciones al mundo de los hombres, encuentra en Ingrid Pelicori a la intérprete ideal: «Fabricas armas para que te den la fuerza de la que careces / esclavizas azotas pegas y tiranizas empleas tus fusiles, cadenas, bombas, aviones, napalm, estás tan solo y eres tan patético, el amor que de ti venga significa esclavitud, dar significa sacar, amar equivale a coger, ayudar es explotar, necesitan madres, hijos de puta, amar es esclavizar a una mujer para convertirla en una vaca preñada que produzca carne de cañón para seguir matando» . El monólogo brillantemente actuado parece constituir una obra aparte dentro de la obra.
En Greek, la peste -en este caso «británica»- no parece ser, como en el texto clásico, producto de que Edipo transgreda esas dos grandes prohibiciones sobre las que se funda la civilización occidental: el incesto y el parricidio. Sino que la peste es anterior a las transgresiones y parece más bien producto del neoliberalismo naciente, de la violencia capitalista presente desde las primeras líneas, del muchacho que parece condenado desde la cuna a un destino trágico porque es hijo de padres de sectores populares: «Desde chico estás metido en la violencia y papá mismo se encarga de meterte entre las excitadas orejitas que no hay que amar sino odiar todo/ él te ha dado de comer la historia de su bendito pasado para que tengas motivos».
Si el mundo está podrido y las sociedades y los individuos en descomposición, quizás la transgresión de las dos reglas básicas a partir de las cuales se crea la cultura permitan la regresión vuelta, construir nuevas ciudades y nuevas formas de amar, pensar, sentir y vivir. Por ello, allí donde el texto de Sófocles, antes de la revelación de la tragedia le permitía decir tímidamente a Yocasta: «Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, que lanza las peores a una especie de orden animal, y la posibilidad de barajar las cartas y dar de muchos son los mortales que antes se unieron a su madre en sueños», Berkoff radicaliza la propuesta y le hace decir a Eddy «Sí, quiero volver a entrar en mi mamá. ¿Qué tiene de malo? Es mejor que andar metiéndole un cartucho de dinamita a alguien en el culo y que encima te den una medalla. Así que vuelvo corriendo. Corro y corro con el pulso a mil y los pies molidos, es amor lo que siento, es amor, qué importa la forma que tenga, es amor lo que siento por tus senos, por tus pezones que he chupado dos veces, por tu vientre dos veces conocido».