Una terrífica sombra desanda los cuatro puntos cardinales. Sus vacías cuencas oculares se dirigen hacia seres incautos, proclives a amedrentarse. Su cavernosa voz emite el mensaje en diversas lenguas «civilizadas»: ¡Ah!, esos cubanos terribles, ¡cómo violan los derechos humanos, caramba! El espectro se envalentona cada año, en Ginebra. Allí se han sumado al corro incluso […]
Una terrífica sombra desanda los cuatro puntos cardinales. Sus vacías cuencas oculares se dirigen hacia seres incautos, proclives a amedrentarse. Su cavernosa voz emite el mensaje en diversas lenguas «civilizadas»: ¡Ah!, esos cubanos terribles, ¡cómo violan los derechos humanos, caramba!
El espectro se envalentona cada año, en Ginebra. Allí se han sumado al corro incluso «exóticos» acentos conocidos a los pobladores de la isla caribeña. Claro, durante décadas resonaron en son de amigos en nuestras fábricas, en reuniones internacionales a donde nos convocaba el mismo credo. Gajes del oficio: ahora la palinodia se canta en ocasiones en viejos idiomas eslavos, situados a la par de otros en la arremetida contra gente que habla un español nervioso y de dulce cadencia.
Un sofisma se pasea por el orbe, y puja por aposentarse en la conciencia de la humanidad como hecho irrecusable, por no decir absoluto. Y afirmamos esto porque nada es secreto bajo el Sol. Toda persona medianamente informada y de buen corazón coincidirá con los juicios vertidos en Internet por el colega Emilio Marín acerca de la sexagésimo primera sesión de la Comisión de Derechos Humanos (CDH): «La reunión de los 53 países miembros se inició el 14 de marzo y se extenderá hasta el 22 de abril. Cualquier desprevenido podría pensar que, si las deliberaciones van a girar sobre los derechos humanos, se discutirá sobre las torturas de soldados norteamericanos contra presos en la cárcel de Abú Ghraib y los bombardeos contra Faluya. Error. Washington quiere condenar a Cuba, alegando derechos que George Bush es el primero en desconocer».
Lleva razón el colega. No en vano, ya en la audiencia de confirmación ante el Senado, el 18 de enero pasado, la secretaria del Departamento de Estado, Condoleezza Rice, cargaba contra la Isla, calificada por ella nido de «una de las tiranías que deben ser depuestas». Se trataba del pórtico de una campaña renovada cuya pelea más enconada transcurre, sin duda alguna, precisamente en el período de trabajo de la CDH, cuando se acrecientan las embestidas norteamericanas sobre delegaciones frágiles desde el punto de vista económico y político, con el fin de asegurarse los votos de reprobación. Reprobación que sirve de pretexto «ideal» para que nadie ponga en duda la necesidad de continuar con el bloqueo económico, comercial y financiero llamado embargo eufemísticamente por Washington.
Pero alto aquí, porque no nos proponemos batirnos a ultranza por el pequeño país asediado. Dios nos libre de insistir en lo obvio. Nos proponemos, más bien, destacar que de prioridades tendría que tratarse cuando se toque el tema socorrido, virtualmente vapuleado en la «apacible» Ginebra. Los ejemplares gobiernos de las ejemplares naciones primermundistas y sus acólitos que han señalado con índice enhiesto a Cuba, en pose de jueces infalibles e inapelables -los Estados Unidos de Norteamérica, en primer plano-, deberían dar preferencia a una situación que, a la corta o a la larga, podría tomar visos de conflictiva. Si no los ha tomado ya. La violación de los derechos humanos en sus propios predios no representa un mero entretenimiento de niños.
Imagen recurrente
Y hablando de niños, tengo ante mis ojos dos volúmenes de fotografías. Intento fijar la atención en cada una de las instantáneas, mas no puedo hacerlo en la medida que deseo. ¿Estaré hoy aprensivo, o será que la ira y la repulsión me juegan una mala pasada, y pugnan por estallar?
No son gráficas de las que se despliegan en subidos tonos y nos traen las últimas imágenes de Hollywood, o las hazañas de inclaudicables paparazzi. Confieso que muy poco me importan la vida amorosa de las princesas, los triunfos estudiantiles de los herederos, o el sismo en que se ha convertido la pasión que despierta en cierto cortesano una plebeya.
Las fotos a que me refiero constituyen la parte sombría de una realidad que algunos pintan color de rosa. Un pie, arrancado de cuajo, yace en el pasto. Verde e inocente telón de fondo. Restos pútridos de gente que nos figuramos bailando, gesticulando, feliz o cejijunta, amándose: viviendo. Un niño nos obliga a hurtar la vista; la sensibilidad nos sustrae de su pequeña cara incompleta. Del pedazo que la metralla borró de su rostro…
Son testimonios indelebles, nunca sobreseídos, de una matanza ejecutada con saña eficiente. Saña anglosajona, europea, «aliada». Son retazos aún humeantes de Yugoslavia.
Puede que estos volúmenes hagan daño. Me pregunto si no crearán un cisma en la capacidad de reflejar cabalmente; sí, una especie de rompimiento esquizoide entre mundo exterior y mundo interior, porque, según juran algunos, lo que vemos simplemente NO ES. Las desgarradoras imágenes no pueden erigirse en testigos silentes de una de las más flagrantes violaciones de los derechos humanos de los últimos tiempos, pues «no hubo violación».
Es decir, con la profusa utilización de sus armas de nueva generación, la OTAN, los Estados Unidos en las avanzadillas, no transgredieron ninguna legislación humana o divina, ningún principio básico de la convivencia.
Cosas veredes, Mio Cid, citaría un escéptico algo ilustrado, ante el alegato otanista. Uno más. Maquiavelo entonaría el conocido ritornelo: «Bah, el fin justifica los medios». Tartufo se encogería ruboroso, y tras una puerta atisbaría en dirección a ese teatro que denominamos vida, en tanto lo recomería el acto injusto de que lo superen en hipocresía. La OTAN, los Estados Unidos, caramba, susurro mientras me cercioro de que no estoy paranoico. Los volúmenes que ojeo se convierten en testimonio inigualable, la mejor higiene mental, el mejor recordatorio.
Cierro los libros y me dispongo a continuar escribiendo, aunque al principio casi no atino, pues mi mente intenta desesperadamente reconstruir el resto perdido de un niño serbio. Un niño de Kosovo.
Si la Comisión quisiera…
Sí, si la Comisión de Derechos Humanos estuviera interesada en debatir esa problemática en el mundo, no podría menos que convocar a Washington, por crímenes tales como los más de dos mil civiles muertos en el preludio de la ocupación de Kosovo, en aquella friolera de 78 días en que la población de esa provincia de Yugoslavia (hoy Serbia y Montenegro) recibió, más que bombardeos, un único, ininterrumpido y terrible bombardeo.
Pecaríamos de ilusos si pretendiéramos agotar los ejemplos que refuerzan la convicción de que las naciones del Primer Mundo y, al frente de la lista más que negra, endrina, los Estados Unidos, devienen espejo de primera mano cuando de violaciones de los derechos humanos se trate. Por tanto, limitémonos a la técnica periodística del resumen obligatorio, aunque en este caso -la ira impulsa- no logremos concretarnos a unas ralas líneas. Iraq duele, con sus cerca de 200 mil asesinados por la pólvora inmisericorde. Pólvora que se hizo proverbialmente célebre en el asedio y la toma de la rebelde ciudad de Faluya.
Escuece también rememorar las torturas de Abú Ghraib, y nos permitirán la cita propia: En imágenes de crudeza naturalista, los reclusos viajan en andas del escarnio. Arracimados, convertidos en pirámides de miembros entretejidos, yacen amarrados, encapuchados, desnudos… Soportando vejaciones que solo la mente de un aventajado discípulo del marqués de Sade podría concebir. Y subrayemos Sade, sadismo, porque en la ignominia a que están sometidos los prisioneros aflora clara la aberración sexual. La sargento que parece medir la virilidad de un preso con ademán harto desinhibido; el soldado que hace aguas o vierte otro tipo de eyección sobre el rostro de un hombre o una mujer -no se distingue con precisión- de boca abierta por la fuerza, en espera de la afrenta; la pareja de reclusos trenzados en equívoco encuentro gracias a un amarre propiciatorio… se erigen en signos de conocida decadencia. Recordemos que la Roma imperial padeció esos síntomas.
Pero si las torturas hubieran terminado allí, quizás estos síntomas no resultaran tan evidentes. Hace tres años llegaban a la Base Naval de Guantánamo los primeros prisioneros afganos, considerados por los sabuesos del Tío Sam terroristas en toda la significación del vocablo, o cómplices de estos. Y desde hace tres años, ni uno menos, se suceden las denuncias sobre el hecho de que esta área de 117,6 kilómetros cuadrados, ocupada ilegalmente a Cuba, ha devenido sitio de «honor» en «la macabra lista de instalaciones donde se violan la dignidad, los derechos humanos y el derecho internacional humanitario».
Así la describe una colega. Y agrega que los también nombrados «combatientes ilegales» proceden de varios países, y Washington les niega su condición de prisioneros de guerra, algo que les priva de las garantías legales establecidas al respecto en el Tercer Convenio de Ginebra de 1949, de esa misma Ginebra cuya mentada Comisión no ha reparado en algo tan simple como que EE.UU. maneja un campo de interrogatorios tal los creados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, los cuales «luego del conflicto fueron terminantemente prohibidos por la Convención de Ginebra de 1949».
Otra vez Ginebra, cuya Comisión no para mientes en que los prisioneros deben ser liberados inmediatamente después de una conflagración. Y que hace oídos sordos, ojos tapiados, ante las denuncias tumultuosas de que USA posee la mayor población carcelaria del planeta, aplica sin restricciones la pena de muerte y se manifiesta débil en la detención de la escalada de violencia que sacude sus entrañas.
Rey indiscutible de los derechos humanos, Washington, ¡cómo no! Cuando deje de apoyar los actos de Israel contra un pueblo al que se le ha arrebatado la tierra, por no decir la existencia; y cuando deje de obstaculizar, en el malhadado Consejo de Seguridad, proyectos de resolución sobre la libre autodeterminación de ese conglomerado árabe, y en el seno de la ONU, cualquier iniciativa relacionada con el derecho a la salud y a la alimentación; y cuando abandone el regusto que, al parecer, le causa no haber ratificado la Convención de los Derechos del Niño y la Convención sobre todas las Formas de Discriminación contra la Mujer; y cuando haga a un lado esa famosa ley Patriota que ha devenido control de los ciudadanos, con la connivencia de la gran prensa y con el pretexto de una lucha justa y cabal contra el terrorismo, a la manera de las más connotadas dictaduras que ha conocido la humanidad, empezando por la del Tercer Reich.
Vaya con la publicitada Patriot Act, aprobada por el Congreso en octubre del 2001, la cual, al decir de un analista, «otorga poderes excepcionales a la policía y los servicios de inteligencia, reduce el papel de la defensa en los juicios y cuestiona el habeas corpus, que garantiza las libertades (de las personas). Autoriza el arresto, la deportación y el aislamiento de los sospechosos. Bajo su cobertura legal se puede detener y retener indefinidamente a los extranjeros. En resumen, se recortan de un plumazo las libertades formales que proclama la Constitución de los Estados Unidos».
Claro que monarca de los derechos del hombre… cuando se abstenga de fabricar y aplicar armas químicas, biológicas y otras de exterminio masivo. Y cuando mejore la situación de los inmigrantes, los negros y los indios; se atenga a no inmiscuirse en los asuntos internos del gobierno (constitucional y más que refrendado en las urnas) de Venezuela; se repliegue de Haití, donde instrumentó el más desfachatado golpe de Estado, que derrocó al mandatario elegido por sufragio popular, Jean Bertrand Aristide. Y cuando cese el avituallamiento creciente y el entrenamiento constante a las fuerzas armadas colombianas y el asedio a las guerrillas de ese país, como vía expedita para extenderse con mayor vigor por toda Sudamérica. Y cuando acepte firmar el Protocolo de Kyoto, y se convenza de que ella misma, la soberbia Norteamérica, resulta el más formidable de los contaminadores del ambiente. Y cuando ceje en su empeño por adueñarse de América Latina hasta el último sorbo de sangre, mediante esa pavorosa Asociación de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Y cuando sea no más que recuerdo la presión suprema para que los países no lleven a los militares gringos a tribunales internacionales por «crímenes de guerra». Y cuando…
Tantas cosas
El expediente criminal del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica aumenta tanto como el orgullo desmedido y la sinrazón de líneas políticas estratégicas cual la de las «guerras preventivas» en todos los «oscuros rincones del planeta», para tomar solo un botón de muestra de la paranoia de Bush II y sus seguidores internos y de allende el Atlántico. Porque de que en Europa los hay, los hay.
Bástenos aludir, junto con un afamado analista, a la no cuantificable cantidad de muertes que ha causado en el Sur la deuda externa, fomentada por el FMI y la banca comercial privada, entidades atizadas y defendidas por EE.UU. a capa y espada. «Estos instrumentos del Departamento del Tesoro y otras tesorerías del Grupo de los Siete hicieron que Latinoamérica pagara su deuda externa de los años 80′ unas siete veces y pese a ello aún debe cinco veces lo que en ese momento, 30 mil millones de dólares».
¿Quién entre los «condenados de la Tierra» -para decirlo con Fannon, el gran pensador anticolonialista- endosaría a Cuba, y no al Primer Mundo con USA al frente, los más de mil millones de seres humanos con hambre e iletrados en el orbe? Ahora, quizás pocos de esos analfabetos sepan que, si en 1970 las naciones industrializadas se comprometieron a un aporte del 0,7 por ciento de sus ubérrimos Productos Internos Brutos al desarrollo, a la altura del presente ese compromiso representa papel mojado y rasgado, y la América prepotente, los Estados Unidos, es quien menos cotiza: un irrisorio 0,15 por ciento.
¿Y de los Cinco, qué?
Derechos Humanos a la norteamericana. Ni más ni menos. Apología de esa situación mientras la corte de Atlanta continúa sin emitir fallo después de 11 meses de efectuada la audiencia pública del juicio de apelación de los cinco cubanos antiterroristas infiltrados en la contrarrevolución de Miami, la archiconocida mafia, para conjurar acciones agresivas contra nuestro país.
Cinco jóvenes que deben de soñar de manera recurrente la martiana sentencia de que «patria es humanidad», porque arriesgaron la vida incluso por los ciudadanos estadounidenses que podrían haber muerto en aquelarres de dinamita y otras sustancias ígneas levantados por terroristas cubano-americanos que no discriminan nacionalidad alguna para, en el propio territorio que los acogió como titanes anticastristas, ultimar a cualquier sospechoso de odiado izquierdismo.
Arriesgaron la vida, esos jóvenes presos, también evitando, con su vigilia, cualquier pretexto surgido de esa derecha de frijoles negros, plátano frito y ¡hamburguesas! para una guerra entre los Estados Unidos y Cuba. Guerra en la que no solamente sufrirían y perecerían los hijos de la Isla, por supuesto.
Y punza vivamente la violación de los más elementales derechos de los Cinco, algunos de los cuales han sido sepultados durante meses en esos sórdidos instrumentos de tortura llamados «huecos» con eufemismo sarcástico, sin contar que han recibido castigos como la supresión de las visitas de familiares, a los que se les ha negado visa. Punza también enterarse de que, mientras el caso de una ciudadana de origen chino juzgada recientemente en California por espionaje ha resultado cerrado por falta de certeza, la apelación de los abogados de estos muchachos, con madera de héroes aunque no lo reconozcan, por humildad, continúa sin respuesta.
Sí, la apelación de quienes son objeto de inconcebibles condenas, de por vida y más allá -las cadenas perpetuas se multiplican-, sin que les ocuparan ni un solo documento que los incriminara, ni les probaran el cargo de espiar contra los Estados Unidos. Eso, para no insistir demasiado en que la vista derivó en amañada al extremo, pues una fiscalía ultrapolitizada y fantasiosa, que se «lució» frente a un jurado amedrentado por gánsteres de café con leche, no pudo presentar las «evidencias» que pregonó a los cuatro vientos. Además, el juicio se celebró en territorio parcial, la Miami-estercolero…
Forman legiones los elementos que calzan la aseveración de que USA sí que deviene campeona de la trasgresión de los derechos humanos. Sobre nuestra mesa de trabajo estos se arremolinan, en forma de cables noticiosos, informes disímiles, fragmentos de libros, artículos y otras herramientas del pensamiento correcto y del miocardio apasionado en su verdad, la verdad. Mas el redactor no pretende atiborrar de cuartillas impugnadoras. Porque huelga la prolijidad en cuestiones consabidas.
Consignemos, eso sí, que al inefable Tío Sam le molesta lo indecible que la «maldita», la «malévola» Cuba haya sido promovida a un equipo especializado de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU -ah, cuando no solo votan los poderosos-. Y que, portavoces por medio, la Casa Blanca no cesa de sangrar por la herida, mientras sus seguidores y alabarderos de aquí, allá y acullá no descansan en el intento infructuoso de restañar la sangre. Sus seguidores y alabarderos, sí, los que olvidaron que «Roma paga a los traidores pero los desprecia». Aquellos que han contribuido a que la señorial Comisión de Derechos Humanos de la ONU apunte hacia Cuba con gesto adusto.
Y en ese contexto que aspira a repetir, USA se ufana del «triunfo de la civilización sobre la barbarie», sin percatarse de que no hace más que evocar páginas inmarcesibles de la historia universal. El estratega Pirro, sentenciando que con otra victoria como ésta estoy perdido -cito de memoria; sabrán perdonarlo-. Porque el orbe en pleno ha podido apreciar el escandaloso conciliábulo orquestado en los pasillos de la sede de una Comisión que se ha ofertado al mejor postor. El chantaje, la presión, constituyen armas cuando el fin se desea con saña.
Pero lo cierto aflora a despecho de ímprobos empeños de ocultarlo. Tiempo al tiempo. Y que conste, lejos está el articulista de asumir los derechos humanos como acto rotundo, dado de una vez por todas. La integridad intelectual y la ética incitan a concluir que la perfección siempre será un proceso, un camino.
Un camino que aquí, en la Isla, transitamos con paso seguro y por el que avanzamos aún más que quienes se atreven a teorizar, aconsejar y hasta adoctrinar en idiomas «civilizados», desde naciones tales como los Estados Unidos -el principal acusador-, con techo de vidrio y vestimentas de oropeles.