No es lo mismo hablar del hambre que ser hambriento, descendiente de generaciones de personas hambrientas, y vivir entre miseria. Siento algo parecido a la vergüenza por escribir este artículo. Me estremecería -y tal vez no podría terminarlo-, si en este momento me miraran unos ojos casi secos, alguien que ya ni alcanza a sonreir, […]
No es lo mismo hablar del hambre que ser hambriento, descendiente de generaciones de personas hambrientas, y vivir entre miseria. Siento algo parecido a la vergüenza por escribir este artículo. Me estremecería -y tal vez no podría terminarlo-, si en este momento me miraran unos ojos casi secos, alguien que ya ni alcanza a sonreir, que tal vez no sepa qué responder si le pregunto por su hambre. Pero también siento cólera; y ella me mantiene aquí.
Nunca ha habido tantos hambrientos y hambrientas en el mundo, y las cifras siguen subiendo. El año pasado, la FAO hablaba de 925 millores, ahora, la directora del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Josette Sheeran, asegura que la cifra de habrientos es de 1,020 millones. También crecen las cifras de los cientos de millones de personas privadas de lo necesario para vivir (agua potable, salud, educación, etc). De los 6,500 millones de habitantes, cerca de la mitad, 2,800, sufren desnutrición.
Causa estupor el contraste entre esta masiva tragedia y la mínima disponibilidad de recursos de asistencia, un mínimo histórico, en el presente año. Esa falta de fondos afectará a programas que se vienen desarrollando en países como Guatemala, Kenia y Bangladesh, dice la señora Sheeran, y se atreve a añadir que con menos del 1% de las inyecciones económicas que han hecho los gobiernos para salvar al sistema financiero global, se podría haber resuelto el hambre en el mundo.
Resulta demasiado estridente que suceda esto en una sociedad construida sobre el rigor de las ciencias. ¿Acaso las ciencias no descubren las leyes de la realidad con la intención de predecir su comportamiento? ¿Acaso la economía no es experta en cáculos y previsiones? ¿No es la cultura occidental fanática de la planificiación? ¿Por qué, entonces, a la vez que crece la riqueza crece la miseria en el planeta?
No hace falta estudiar libros para entender que cuando los bienes abundan para unos y faltan para otros, el exceso y la escasez guardan relación de causa y efecto. El hambre, la pobreza, no son fenómenos naturales, sino sociales, aunque los medios de masas no lo presentan así: Las noticias del hambre aparecen en páginas diferentes de las que presentan los desmanes de los ricos. Hasta suena subversivo pronunciar estas dos palabras juntas, pobres y ricos; como si entre ellas no existieran intensísimas relaciones de causalidad.
Existen diez corporaciones transnacionales que controlan el 80% del comercio mundial de alimentos básicos. De ellas, destacan la suiza Nestlé SA., la francesa Groupe Danone SA. y la usamericana Monsanto Co. Sus prácticas especulativas, unidas a las de otras monstruosas corporaciones petroleras, les reportan ganancias descomunales, pasando por encima de la capacidad adquisitiva de cada vez mayores bolsas de población. No les interesa el bien social de los alimentos, sino el lucro. Nada les preocupa que cada vez más millones de personas queden fuera de los circuitos comerciales que ellos provocan. Fijan los precios atendiendo a la demanda especulativa de los mercados financieros, más que a la demanda del consumo masivo. Al fin y al cabo, esas masas desposeídas, que se multiplican en las periferias de Asia, África y América Latina, no reúnen los estándares del consumo básico… para generar rentabilidad. (Manuel Freytas, 18,09,09, socialismo-o-barbarie.org).
Para las corporaciones sobran las gentes, pero valen los recursos donde malviven o mueren. A partir del 9 de este mes, los medios locales anunciaban que el presidente había declarado, en presencia de diplomáticos estranjeros -y dicen que hasta urgido por el embajador USA-, el estado de calamidad en el llamado corredor seco del oriente del país. En los días siguientes aparecieron cifras de la solidaridad internacional para Guatemala.
En esos mismos días, los pobladores de la región más hambrienta del país, en los municipios de Jocotán y Camotán, trataban de presentar una reclamación que no tenía la misma cobertura mediática: A pesar de la hambruna y pobreza en que viven las comunidades del Área Ch’orti’, las autoridades gubernamentales han hecho caso omiso a las demandas de la población, aprovechándose de los recursos disponibles en la región, para concederlos a beneficio de intereses empresariales en detrimento de nuestros derechos y desarrollo colectivo… Manifestamos nuestro rotundo rechazo a la concesión del megaproyecto a la empresa «Las Tres Niñas, S.A.» quien en su estudio de impacto ambiental NO menciona los riesgos e impacto real sobre nuestras tierras, territorios y comunidades. (Comunicado publicado por Las comunidades ch’orti’s asentadas a las riberas del Rio Grande o Jupilingo del municipio de Jocotán, Chiquimula, 26/09/09).
Se refieren a la construcción de dos hidroeléctricas por parte de la Empresa Las Tres Niñas, S.A., que se está realizando sin haber consultado a la población afectada: trece comunidades, tres mil familias, 18,000 habitantes, casi la mitad del muncipio de Jocotán. Las grandes hidroeléctricas alterarán gravemente la geografía y las condiciones de vida de esta población, dejando a 20,000 habitantes sin tierras donde trabajar. También destruirán el canal de Pajcó, recientemente construído, y que desempeña un notable aporte al desarrollo de la región.
Recuerden que en esta región ya había sido declarado el estado de calamidad en 2001. Fue cuando un vicepresidente del que no quiero acordarme le dijo a un niño desnutrido: Vos estás gordito, y bien que caminás.
Son los efectos colaterales de capitalismo. ¿Qué dirían los medios que aquí controla la oligarquía, si todo esto sucediera en Cuba o Venezuela o Ecuador o Bolivia?