La Academia de Pediatría de Estados Unidos [1] publicó el 7 de julio de 2008 nuevas guías de práctica clínica con una destacada novedad: se urge la revisión del colesterol en la población infantil mayor de ocho años y, si fuera el caso, su control por medio de fármacos. Razones esgrimidas: dada la elevada tasa […]
La Academia de Pediatría de Estados Unidos [1] publicó el 7 de julio de 2008 nuevas guías de práctica clínica con una destacada novedad: se urge la revisión del colesterol en la población infantil mayor de ocho años y, si fuera el caso, su control por medio de fármacos. Razones esgrimidas: dada la elevada tasa de obesidad alcanzada -mayor del 30%- en menores del país americano es de temer una auténtica epidemia de diabetes o infartos en los futuros adultos jóvenes.
Por lo demás, se considera que el tratamiento con estatinas [2] es la única vía para evitar esta probable catástrofe en la salud pública norteamericana, situación que puede extenderse a otras poblaciones afines. Las costumbres alimentarias y vitales, sobre todo en sectores sociales empobrecidos, no son como es sabido radicalmente distintas.
La polémica acompaña a la recomendación de la Academia de pediatras. Para algunos sectores críticos, con sospechas y razones atendibles, las nuevas guías abren una puerta para que las grandes corporaciones farmacéuticas promocionen el uso de estatinas en un grupo poblacional para el que apenas, por lo demás, se han estudiado los efectos secundarios. Los defensores señalan que ya existe un fármaco de esta familia, específicamente para niños, que ha sido aprobado por las autoridades sanitarias y que los deseables datos de seguridad se pueden extrapolar a partir de los resultados obtenidos en adultos.
Recuérdese, por lo demás, que nadie enferma de colesterol, que el exceso de colesterol es un factor de riesgo que se trata en ocasiones como si fuera una enfermedad. Consecuencia (errónea) de ello: cada vez más gente es considerada enferma.
La sospecha de influencia de las corporaciones farmacéuticas no es infundada. Estamos viviendo años, por no decir décadas, de enfermedades inventadas: calvicie, falta de vigor sexual, osteoporosis (que es igualmente un factor de riesgo, no una enfermedad), envejecimiento, cansancio, menopausia, el trastorno infantil por falta de atención e hiperactividad, por no hablar de la menstruación o incluso, exagerando un centímetro, sólo un centímetro, de la propia maternidad. Sin ir más lejos, cruzando sólo el océano, la homosexualidad fue considerada una enfermedad mental en Estados Unidos hasta 1973. En otras zonas del mundo, se sigue considerando así o ha dejado de serlo algo más tarde.
Un ejemplo puede ilustrar el tema de las «enfermedades imaginadas». Las grandes compañías farmacéuticas patrocinaron casi todas las reuniones de los ‘expertos’ que definían la disfunción sexual femenina como una nueva enfermedad. Algunos de estos ‘expertos’ sugirieron -tomen nota del porcentaje- que un 43% de las mujeres sufren esa ‘enfermedad’. Es claramente absurdo, por no usar una expresión más directa, pero una afirmación así funciona o puede funcionar socialmente durante cierto tiempo.
De hecho, como han señalado reiteradamente Joan Benach y Carles Muntaner [3] , hace unos treinta años Henry Gadsden, entonces director de la compañía farmacéutica Merck, hizo unos comentarios sorprendentes -y candorosos a un tiempo- a la revista Fortune. Su sueño era producir medicamentos para las personas sanas. ¡Medicamentos para personas sanas! Aquel sueño, aquella ensoñación aparentemente absurda, se ha convertido en el motor de una, hasta ahora, imparable maquinaria comercial manejada por un grupo de industrias que están, como es sabido, entre las más rentables del planeta.
Sea como fuere, aceptemos el riesgo de la situación descrita por la asociación pediátrica usamericana. Vale la pena meditar sobre la relación y tratamiento de causas y efectos. La cronología de la situación podría ser la siguiente:
Se genera, se construye socialmente un segmento delimitado de población (adolescentes, jóvenes, niños entre 5 y 9 años, bebés menores que 2 años y sus mamás) hacia el que se lanzan, sin pudor, corporaciones y agentes publicitarios: come, consuma más, tome pizza doble o triple, comida rápida, lumínica y energética. Cine, televisión, famosos, son medios y procedimientos conocidos. La racionalidad subyacente al plan: conseguir clientes, consumidores compulsivos, y con escasas defensas, en nuevos sectores. En este caso, niños entre 4 y 10 años pongamos por caso. Un dato que alumbra lo que han conseguido: ¿cuántos niños o niñas, no digo americanos, sino portugueses, holandeses, españoles, franceses o italianos no ha estado nunca en un McDonald’s [4] o similar?
Conseguido el objetivo estrictamente económico, con derivadas culturales anexas no despreciables, sin mayor consideración y sin ninguna perspectiva global, surgen efectos, digamos, no deseados (externalidades dicen a veces) que pueden o no alarmar y pueden ser o no ser alarmantes. Puede intervenir entonces otra poderosa instancia con objetivos similares: en este caso las corporaciones farmacéuticas y la búsqueda del legítimo chelín. Se trata de extender la venta de un fármaco a un sector de la población hasta ahora no considerado. Es posible que, dada la situación existente pero que se ha sido generada a partir de finalidades y procedimientos previos, la medida tenga justificación médico-científica pero en ningún caso se piensa en causas globales: cómo atajar o disminuir sustantivamente las razones que provocan esa epidemia de obesidad. No, el enfoque nunca es ese. La libertad mercantil prohíbe o impide esa perspectiva. Se sigue consumiendo compulsivamente, se seguirá publicitando sin ninguna consideración (y, si existiera alarma social, con medidas restrictivas que apenas se cumplen) y se seguirá produciendo personas obesas que serán tratadas en otro ámbito y, en ocasiones, con intereses no siempre legítimos.
Puede ocurrir que el tratamiento del riesgo pueda tener efectos secundarios también de riesgo. El principio de precaución exigiría calma, sosiego, investigación, no dar pasos en falso, mayor detenimiento. No, no hay tiempo. La renovación del capital y sus beneficios no permite el descanso. En ningún caso, se introducen elementos globales, una perspectiva social que busque una sociedad mejor, una meta razonable de éxitos en el ámbito de la salud pública.
La microracionalidad crematística no atiende a razones externas a la búsqueda del propio beneficio. Si lo hace, es pura comedia, sofística estudiada. El dogma nunca discutido: se conseguirán beneficios globales a partir de la búsqueda racional procedimental de beneficios ilimitados en áreas parciales. El todo es la suma de sus partes aisladas; el bienestar social es la suma de los beneficios privados y minoritarios.
A costa de lo que sea, a costa de quien sea, la cuenta de resultados no debe dejar de crecer. También de niños y niñas del propio Imperio. Los otros niños, sabido es, sólo existen en algunos telediarios y en películas humanitarias, no siempre pensadas con buena intención, que han conseguido corromper e invalidar el mismo concepto de Humanidad y humanismo.
[1] Mi fuente: Público, 9 de julio de 2008, p 33.
[2] Las estatinas es un grupo de medicamentos que actúan reduciendo los niveles de lípidos, colesterol y triglicéridos de la sangre.
[3] Véase el excelente ensayo: Joan Benach y Carles Muntaner, Aprender a mirar la salud. El Viejo Topo, Barcelona, 2005.
[4] Recordemos, para nuestra vergüenza, las largas colas moscovitas la noche anterior a la apertura de un Mc Donald’s en el centro de la ciudad de Lenin, Bujarin y Maiakovski.