Se espesa la trama contra Irán, al que se acusa de procurar armas nucleares so capa de un programa de enriquecimiento de uranio con fines pacíficos. Teherán insiste en que sólo quiere tener más energía eléctrica, pero Washington y Tel Aviv no le creen -o dicen que no le creen- y han comenzado a rodar […]
Se espesa la trama contra Irán, al que se acusa de procurar armas nucleares so capa de un programa de enriquecimiento de uranio con fines pacíficos. Teherán insiste en que sólo quiere tener más energía eléctrica, pero Washington y Tel Aviv no le creen -o dicen que no le creen- y han comenzado a rodar los mismos argumentos y amenazas que precedieron a la invasión a Irak. Norman Podhoretz, ex director de la revista Commentary que leen con fruición los neohalcones, declaró a fines de agosto: «No estoy abogando por invadir a Irán, aunque…». Los puntos suspensivos pueden llenarse con las afirmaciones sobre el tema del general Eliazar Shkedy, jefe del Estado Mayor de la fuerza aérea israelí: «Si el Estado resuelve que se requiere una solución militar, los militares deben proporcionarla», registra el número de Newsweek del próximo lunes 27. La revista agrega: «La semana pasada, funcionarios estadounidenses e israelíes intercambiaron ideas acerca de una posible acción militar, aunque algunos piensan que es muy tarde para impedir que Irán fabrique armas nucleares (si elige hacerlo)».
El asunto es complicado para el gobierno Bush y seguramente nada se decidirá antes de las elecciones presidenciales de noviembre. Los «halcones-gallina» instan a derrocar al gobierno iraní por la vía militar. La idea no es muy popular en las filas republicanas, donde cunden los ceños fruncidos ante ese gran pantano político-militar en que Irak se convirtió para la Casa Blanca. W. y alrededores creían que el traspaso a fines de junio de la Autoridad Provisional de Coalición, dirigida por los ocupantes, a un gobierno interino, digitado por los ocupantes, iba a socavar la base insurgente. Y no: el Washington Post contabilizó en primera plana que en julio y agosto fueron muertos por la resistencia iraquí más efectivos norteamericanos que durante la invasión de marzo-abril del 2003. El número de heridos duplicó, sólo en el mes de agosto, el de los heridos durante la invasión. The Wall Street Journal reconoce que la insurgencia está más organizada y no se explica de otro modo que ésta lleve a cabo un promedio de 80 ataques diarios, es decir, cuatro veces más que hace un año. Los insurgentes controlan territorio y no pocas ciudades del llamado triángulo sunnita, mientras los partidarios del chiíta Al Sadr combaten en las calles de Bagdad y no ahorran proyectiles de lanzagranada para sobresaltar la muy amurallada Zona Verde de la capital, asiento del virrey-embajador John Negroponte.
Las críticas por «el manejo desastroso» de la ocupación de Irak no sólo dimanan del candidato demócrata John Kerry. El sábado 19-9 cuatro senadores republicanos expresaron su alarma malhumorada por la situación, mientras el primer ministro provisional iraquí Iyad Allawi afirmaba por televisión «estamos ganando». «No, no creo que estemos ganando… tenemos problemas graves en Irak», declaraba a la CBS Chuck Hagel, miembro del comité de relaciones exteriores del Senado. Richard Lugar, presidente de dicho comité, confiaba a la cadena ABC que «hay incompetencia en el gobierno». Lindsey Graham pedía por la CNN que se enviaran más tropas y John McCain redondeaba que sólo se podía acabar con la resistencia iraquí poniendo «botas sobre el terreno», unos 90.000 pares o más. Tampoco ésa es una idea popular entre sus conciudadanos, que han perdido a más de mil de los suyos en la aventura iraquí. Una encuesta reciente del Pew Research Center encontró que el 51 por ciento de los interrogados temía que W., de ser reelecto, llevara al país a otra guerra. Es un temor con fundamento: en tal caso se necesitarían muchos más hombres de la reserva y de la Guardia Nacional que hoy viven en sus casas.
Las acechanzas contra Irán repiten sin pudor los prolegómenos de la invasión a Irak. Se acusó a Saddam Hussein de acumular armas de destrucción masiva que nunca se encontraron; se presume que Irán está a punto de fabricar armas nucleares. Los servicios diplomáticos y de inteligencia de EE.UU. estrecharon sus contactos con los exiliados iraquíes en busca de posibles sustitutos de Saddam; lo mismo hicieron el año pasado con los exiliados iraníes, aunque al parecer no encontraron entre ellos «grupos confiables» (The New York Times, 21-9-04). Como ocurrió con Irak, aliados europeos tan importantes como Francia y Alemania prefieren evitar otra «guerra preventiva». En tanto, Israel negocia con Washington la compra de 500 bombas BLU-109, bautizadas «rompe-bunkers» y capaces de destrozar las instalaciones subterráneas en las que Irán ocultaría centrifugadoras que producen uranio enriquecido. No parecen bombas que Tel Aviv ha de usar contra los palestinos: un vocero del Pentágono explicó en junio pasado que en realidad contribuyen «de manera importante al logro de los objetivos estratégicos y tácticos de EE.UU.» (Reuters, 21-9-04). ¿Cuáles objetivos? ¿Siria? ¿Irán?
Pero W. no gana para sustos. En medio de sus presiones para que la cuestión nuclear iraní sea examinada por el Consejo de Seguridad de la ONU con vistas a aplicar sanciones a Teherán -como antes a Bagdad-, inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) descubrieron que Corea del Sur estaba produciendo uranio enriquecido en el mayor de los secretos. Claro que Corea del Sur, como Israel, India, Pakistán y otros países con armas nucleares, no forma parte del «eje del mal» y su caso no será juzgado por el Consejo de Seguridad ni se le impondrán bloqueos económicos. El eje del bien ha de prevalecer y reinar sobre la Tierra.