Un escritor chileno, Ariel Dorfman, escribió un libro titulado «El Terror Exorcista» que compara la muerte del gran luchador por los derechos civiles de los hombres de color norteamericanos, Martin Luther King, con la muerte del gran luchador social y político chileno el doctor Salvador Allende. No existe nada de malo en la comparación de […]
Un escritor chileno, Ariel Dorfman, escribió un libro titulado «El Terror Exorcista» que compara la muerte del gran luchador por los derechos civiles de los hombres de color norteamericanos, Martin Luther King, con la muerte del gran luchador social y político chileno el doctor Salvador Allende. No existe nada de malo en la comparación de estos dos grandes hombres del continente americano, más bien tienen mucho en común. Ambos fueron partidarios de la lucha pacífica para lograr los objetivos sociales, económicos y políticos de las clases oprimidas. Ambos podían asegurar que «tuvieron un sueño»; ambos creyeron en la justicia y en la institucionalidad impuesta por la clase burguesa al resto de sus connacionales, a través de lo que se ha llamado hasta aquí «el imperio de la democracia» y la lucha justa usando las leyes que han sido promulgadas por los que tienen el verdadero poder de nuestros países: los ricos. Y, desde luego, sus instrumentos que más les sirven a sus propósitos: los partidos políticos que defienden la tradición (aquella que mantiene las cosas como antes: el dinero para los ricos y el trabajo -si hay- para los pobres), las instituciones del Estado que sirven para esos mismos propósitos y las Fuerzas del Orden que también están para reprimir a los trabajadores y demás oprimidos por el sistema y para evitar que se levanten y tengan la osadía de reivindicar sus derechos y necesidades. En esta lucha que debiera ser a favor de la mayoría, porque se supone que somos los que más sufrimos por las injusticias sociales, una gran parte de nosotros se resta de la lucha cívica por sus derechos y lo hacen por diferentes motivos. Una parte importante, que no ha olvidado lo ocurrido en el pasado, hace ya treinta años, no cree y con justa razón en la «democracia», porque quedó demostrado que esas leyes, sólo en apariencia nos sirven a todos, afirmo que en apariencia porque es tan fácil tirarlas al tacho de la basura cuando a los ricos les conviene hacerlo.
Martin Luther King tuvo un sueño y por eso mismo fue asesinado. Y asesinado por esbirros del sistema «democrático», porque había mucho interés en mantener a esa gran masa de gente de color en la ignorancia y, por supuesto, en la condición de inferiores frente a la mayoría blanca y rica de ese país del norte. La igualdad de razas en ese país que dicen tiene la mejor de las democracias, recién vino a establecer el derecho de la gente de color en la década de los setenta en el siglo XX, cuando ya eso estaba resuelto en Chile en el siglo XIX, con más de 150 años de anterioridad.
A Salvador Allende lo llevaron a la muerte porque encabezó al movimiento popular, a las clases oprimidas en la defensa de todos sus derechos. El escritor se pregunta que es lo que vería hoy y diría Martin Luther King de su país después del 11 de septiembre en New York. ¿Cómo el imperio y Calígula II han manipulado estos hechos para destruir Afganistán e Irak, y cómo están preparándose para destruir Norcorea y otros países fuera del control económico, político y militar del imperio? Para nadie es un secreto que existen todavía abominables regímenes en todo el planeta y con el beneplácito del imperio, como por ejemplo el atroz gobierno del «carnicero» Sharon en Israel. Claro está, que allí no se tortura y se masacra a niños, ancianos y jóvenes europeos, sino, sólo palestinos, esa es la diferencia. Es sólo un problema racial, y cultural, porque no tienen nuestra cultura «occidental», tan buena para mantenernos en la mayor ignorancia y en una alienación que transforma al hombre de hoy, al trabajador latinoamericano (y también los otros del mundo capitalista) en un ser enajenado, en un ser más preocupado en el partido de futbol del domingo que en como va a ganar lo suficiente para darle de comer a su familia el resto del año. O de la teletón (programa televisivo de Chile), que en los niños que mueren del SIDA o de la falta de alimentos por las enormes y desastrosas sequías en el norte de África. Y, por supuesto, eso es lo que les conviene a los capitalistas, mucho circo, muchos programas aberrantes, con mucha violencia sin sentido y muchos programas de espíritus y almas en pena para mantener las mentes ocupadas en todas esas estupideces, en vez de pensar en lo que podrían hacer para cambiar este orden de cosas. Bueno, ese es el verdadero sentido de esta democracia.
Alguien se ha preguntado ¿cuántas familias chilenas fueron destruidas ese otro 11 de septiembre, en Chile, hace ya 31 años? ¿Cuántos de nosotros tuvimos que vivir en el exilio y perder nuestros trabajos, nuestra preparación profesional que levantamos con tanto esfuerzo? Y, verdaderamente, ¿cuántas personas fueron asesinadas por los esbirros de los burgueses? Esos burgueses que son tanto o más culpables que los que usando el uniforme de nuestra patria, asesinaron, violaron, torturaron de formas crueles y aberrantes, y que hoy tratan de hacernos creer que son buenos muchachos y que se vieron obligados a actuar como hicieron, no porque tuviesen mentalidad de asesinos, sino, porque Salvador Allende iba a traer tanques rusos y cubanos, nos íbamos a comer sus hijos en asados a la parrilla e íbamos a instalar un paredón en la plaza de armas y que usaríamos la catedral para torturar y encerrar a los señores burgueses, a sus familias y a los generales de la «patria», esos generales que siguieron cursillos vespertinos en 1973 para aprender a abrir cuentas en dólares en los bancos suizos y en el Caribe, y más tarde cursos de economía de mercado; a como convertirse de uniformados en directores de empresas aprovechando las bondades del sistema capitalista, de empresas con capitales del Estado, hábilmente trasladadas a sus cuentas particulares con ayuda del viejo criminal y de la «libertad y de la democracia occidental». Por supuesto que a todos estos bellacos y pillos de siete suelas NADIE los llama a rendir cuentas, sino que ahora hay que hacer borrón y cuenta nueva, hasta la próxima. Porque nadie, con tres dedos de frente, debe creerse que esta es la única vez. Están dispuestos a hacer lo mismo en cuanto así lo necesiten los dueños del país. Además, los que ahora están por llegar a generales se deben estar preguntando cuándo les tocará a ellos comprar empresas fiscales por un dólar y setenta y cinco centavos. Pero, aunque se legalice la ley del viejo crim inal, nosotros jamás hemos de aceptar ese hecho y espero que cuando ya no estemos, sigan firmes en esa idea nuestros hijos y nuestros nietos.
El señor Guastavino, antes un ideólogo convencido del partido comunista, escribió un libro titulado «Cuando se caen las catedrales». Es cierto que la desaparición de la URSS, de ese «comunismo» al más puro estilo estalinista, en un comienzo, y más tarde al estilo Kruchovista, de agarrar lo que se pueda y todo para los amigos y la familia, provocó un enorme sacudón en los que creían a ojos cerrados en lo que allí se estaba construyendo. A ellos se les cayeron las catedrales, entre otros, al señor Guastavino, porque recién se vino a dar cuenta de esas maravillas cuando le cayó un ladrillo de la catedral en sus propios callos… Y yo diría lo mismo del actual presidente, mal llamado socialista, el señor Lagos y sus secuaces del actual gobierno de la concertación. A agarrar lo que se pueda, porque esta teta pronto se va a acabar, y hay que estar bien con los generales de la «patria», porque después de perder el silloncito en la Moneda quedan todos de patitas en la calle. Por eso no quieren hacer olitas a los asesinos y sicópatas de uniforme y a los otros, los civiles de las tenebrosas bandas terroristas y asesinas del Estado. Esas bandas que siguen existiendo, ocultas bajo nombres no menos tenebrosos como Servicio de Inteligencia y otros. Uno debe preguntarse si todos estos «socialistas» que decían estar por el pueblo y decían defender sus intereses, ¿por qué no los defienden ahora? Se podrán escudar en que le temen a los generales de la «patria». Les temen porque sabemos todos lo que son capaces. Es como soltar un loco del Open Door en Santiago y creer que no va a seguir cometiendo crímenes. Claro, dirán los defensores del sistema, esos no son crímenes. Asesinar por motivos políticos para salvar las cuentas en dólares de los ricos no es lo mismo que asaltar en la calle y robarse una cartera para poder alimentar la familia. Esos sí que son criminales, los otros sólo buenos muchachos. Y cuando llegaban a sus casas forrados en billetes de banco le di rían a sus esposas y a sus hijos que cuando salían de la iglesia les cayó un saco lleno de dólares, seguramente como el maná que relata la Biblia. Además, de la impunidad que defiende este gobierno de «izquierda», está la negativa a investigar a fondo los crímenes económicos que hicieron todos estos jefes militares. De un día para otro crecieron cuentas a cifras enormes en donde el día anterior no había un peso. ¿De dónde sacó los 18.000.000 de dólares el viejo Pinochet? De su sueldo dirán algunos. Ni siquiera así se hubiese pasado veinte años comiendo pan duro y tomando sólo agua habría podido juntar ni un 5% de todo ese dinero. Pero no todo puede ser obra del temor, creo, sin equivocarme, que la razón es más bien ideológica, la respuesta debemos más bien ubicarla en el plano de las ideas. Los que una vez fueron socialistas ya no lo son. Justifican de rodillas lo que ayer condenaron. El sistema que ayer combatían ahora lo apoyan. El antiimperialismo es ahora gran fan del im perio y de Calígula II. Los milicos que ayer les propinaron terribles golpizas en las cárceles secretas, ahora son sus amigos que se juntan con ellos a conversar del programa de la TV, del calor del día, de las moscas que vuelan sobre sus cabezas y de las idioteces de los programas televisivos y a servirse un trago en la fiesta de año nuevo. Hasta los hay, que ahora corren a la iglesia los domingos para cumplir con los mandamientos del diosito de los ricos.
El terror sistemático aplicado por estos «buenos muchachos» creó enormes traumas en familias completas que después de ocurridos más de treinta años todavía no pueden sobrepasar. Mujeres que eran llamadas en medio de la noche y la hacían escuchar los gritos de sus hombres en las prisiones secretas donde se torturaba y asesinaba día y noche. Otras, que eran amenazadas cada día de que serían encerradas, violadas y torturadas. Pero, esto ya no es noticia, me dirán. Y yo les diría: ¿Creen ustedes que esto ya no ocurre en Chile y en el mundo? Algunas personas dicen que en Chile ahora quieren vivir en paz, es decir, en buenas cuentas, dejar que los criminales sigan tranquilos después de todo el mal que han hecho y que con seguridad volverán a cometer más adelante, sobretodo, estimulados por la falta de honorabilidad de los gobiernos que han seguido después de la dictadura. El actual gobierno es en ese aspecto mucho más retrasado que el gobierno actual de Argentina. Allí, al menos, ha sido derogada la ley de amnistía a los criminales y terroristas de los servicios policiales secretos del Estado, ese gobierno ha remitido a España a uno de los peores criminales de uniforme y que aterrorizaron a la población, en cambio en Chile, los «socialistas» hacen mutis por el foro. Y de esa paz que hablan muchos, ¿cuál es? ¿Acaso la paz de sus conciencias cuando ven a tanta gente miserable por las calles pidiendo limosna para poder sobrevivir? Una paz ganada mediante la táctica del avestruz: Enterrar la cabeza en la arena y no escuchar nada ni ver nada ni enterarse de nada.
Salvador Allende fue profético cuando en su último discurso dijo que el hombre libre pasearía por esas grandes alamedas, pero eso todavía no ha ocurrido y para que ocurra, ha de correr mucha agua bajo los puentes del Mapocho.