Desde que los grupos humanos se establecieron en base a la agricultura y desarro llaron las primeras civilizaciones aparecieron los lugares de intercambio o mercados. En estos, a diferencia de en templos o lugares de rituales religiosos, la compra y venta de productos se hacía en un clima de informalidad, en estos contactos entre compradores […]
Desde que los grupos humanos se establecieron en base a la agricultura y desarro llaron las primeras civilizaciones aparecieron los lugares de intercambio o mercados. En estos, a diferencia de en templos o lugares de rituales religiosos, la compra y venta de productos se hacía en un clima de informalidad, en estos contactos entre compradores y vendedores que traían mercaderías, artefactos y metales, desde lejos eran una oportunidad para enterarse de lo que sucedía en otras partes y para recibir ideas nuevas.
A través de los siglos los lugares de compra y venta se fueron transformado lentamente, no fue sino hasta el siglo 20, que aceleró tantos cambios, en que los establecimientos de ventas se transformaron marcadamente y de alguna forma contribuyeron al cambiar en afectar al pequeño y mediano negocio a favor del gran negocio monopólico al punto que los pequeños tendieron a desaparecer y desaparecieron casi completamente. Abundan hoy los grandes negocios monopólicos, muchos totalmente obscenos y presentes en gran parte del mundo. Nos hablan sobre la grosera expansión de los negocios transnacionales, que ha tenido lugar particularmente en los últimos treinta años. Y que son, para algunos compradores o consumidores, una referencia automática en mente en el momento de decidir salir de compras. El mismo acto de comprar es quizás el más importante acto de la vida diaria de la mayor parte de la población fuera de trabajar.
En estas últimas décadas hemos llegado a muchos extremos nunca antes imaginados y el comercio establecido al detalle y al por mayor ha alcanzado su máximo crecimiento emergiendo en cadenas que controlan la venta de todo tipo de productos y servicios. Por dar un ejemplo de uno de estos monstruos deformes del post-modernismo, monstruos de futuro insostenible, visité uno de los más espantosos y grandes de entre los «paraísos» del consumo mundial llamado Costco Wholesale Corporation.
Cost co es la tercera mayor cadena de establecimientos de comercio al público en Estados Unidos y está entre las diez primeras del mundo. Fundada en 1983 con oficinas centrales en el estado de Washington, Estados Unidos, cuenta en su reino mundial con 598 establecimientos y con una venta total anual de cerca de 90 mil millones de dólares. Costo tiene presencia en un número de países como ser: Gran Bretaña, Canadá, Australia, México, Taiwan, Corea del Sur, Japón y Puerto Rico. Costco tiene además una particularidad que le distingue de muchas otras cadenas de comercio al detalle internacionales, cuenta con un sistema de clientes asociados, algo que también tienen dos de sus competidores, Sam´s Club y BJ´s Wholesale Club. Lo que esto quiere decir es que para acceder a Costco, consumir sus productos y servicios, uno tiene que ser miembro de su club y pagar una membresía anual de 55 dólares, miembro regular, o de 110 dólares, miembro ejecutivo. Costco cuenta con más de 56 millones de miembros internacionalmente, una membresía que no tiene similitud alguna con la membresía de una cooperativa, por ejemplo. Costco ofrece solamente el derecho a comprar artículos y servicios más baratos a sus miembros en sus almacenes.
Para visitar un local de Costco uno tiene que ser miembro o entrar con alguien que lo es porque efectivamente hay controles en las puertas, aunque el control puede ser flexible como comprobé en mi segunda visita al local, porque esa vez mi amigo miembro, con el que fui en mi primera visita, no pudo acompañarme. Esta segunda vez, iba con el propósito de prestar atención y pude observar que todos los clientes que van compran y compran bastante y me dio la impresión que uno que no compra les llama la atención. Más allá de la entrada me encontré con una especie de gigantesco hangar, de techos altos y del tamaño de un estadio de fútbol, en promedio las almacenes cuentan con unos 15 mil metros cuadrados de espacio, aunque imagino que hay sucursales más grande que esta.
Lo primero que uno encuentra son los carros metálicos como en cualquier supermercado, claro que estos son más grandes y podrían entrar facilmente tres niños en cualquiera de ellos; esto tiene sentido porque las compras son contundentes y si uno compra algo de más volumen, pues, hay otros carros sin barandas y bajos, como los que se usan en las bodegas. Para los compradores debiluchos, me imagino, o para los mayorcitos en edad, hay unos carritos eléctricos (scooters) muy fáciles de conducir que le permiten al abuelito o la abuelita deslizarse por el espacio de consumo con facilidad y sin mayor esfuerzo.
Luego uno encuentra una especie de pasillo con estantes no altos donde se exponen una serie de televisores, unos cincuenta, de diferentes tamaños y debajito las cajas donde ellos vienen normalmente. Más adelante me encuentro varios corredores gigantes con estanterías metálicas divididas en tres, con una altura de unos ocho metros, la más baja está al alcance del cliente y las superiores contienen mercaderías todavía embaladas. Todo esto sobre plataformas de madera y dispuesto para la compra a granel. Hay en el almacén un desorden planificado, por un lado hay colchones y por el otro cajas fuertes, registradoras, cajas de 228 pañales desechables para niños pequeños, y así con otras mercadería, en una variedad increíble en particular donde están los muebles, las lavadoras de ropa, las computadoras, las joyas y los relojes, las herramientas de todo tipo. En fin de todo lo que uno pueda imaginarse en un desorden controlado y sumándole además alimentos. Por ejemplo, una caja con una docena de latas de vegetales, o un paquete de fiambre entre cientos de paquetes de fiambre. Una farmacia donde se puede comprar un frasco de plástico con 500 cápsulas de analgésicos. Y pan por kilos. Miles de CDs de música y de DVDs de películas, y libros de los más horrendos también por miles. Todo lo necesario y lo no necesario vendido en un sólo ambiente.
Los compradores, ese público, que frecuenta el lugar se ve más alborotado, en especial las mujeres, en el centro del local, donde se encuentra la sección de ropa. Aquí , da la impresión que los clientes alcanzan el clímax en su ejercicio de comprar, es como que se lo quieren llevar todo y temen que alguien lo haga primero. En general el local parece lleno de gente huraña, pero es quizás la actitud del comprador que piensa o teme que le quiten las cosas que piensa llevar. La gente ni se habla ni se mira demasiado, cada uno encerrado en lo suyo como que la tarea en la que están los consume totalmente. Pienso que piensan que están haciendo un gran negocio, comprando a muy buen precio y que cualquier socialización puede interrumpirlos en esta tarea y hacerles perder esta oportunidad.
Una vez que uno tiene el carro lleno tiene que partir a hacer la cola para pagar, y como el almacén no provee ni bolsas ni envoltorios, muchos levantan cajas vacías de un gran montón de cajas que tienen allí cerca de la línea de pago. En la línea los clientes acarrean cajas llenas, algunas con un colchón, otras con una mesa sobre un carro bodeguero. El cajero o la cajera, generalmente joven y trabajando a media jornada como la mayoría del personal y mal pagado (apenas un poco más que el salario mínimo), recibe a los clientes sin gran aspaviento. El acto de pagar es casi mudo, no se intercambia a veces ni una sola palabra como para no quebrar esa regla que adivino del auto silencio, silencio impuesto entre los consumidores.
Pasadas las registradoras aparecen los otros servicios, venta de seguros, óptica, agencia de viajes, créditos de hipotecas y hasta venta de ataúdes, así de surtida es la cosa. Pero tiene uno también oportunidad de recuperar energía sentándose en una especie de restaurante donde uno puede comerse un pancho o una salchicha polaca con una gaseosa, que se la rellenan sin problema hasta que le quede a uno colmada la capacidad de su barriga, todo por solo un dólar cincuenta centavos. El precio se ha mantenido desde 1985 y se hace público como un orgullo y como agradecimiento a la generosidad de Costco. La calidad del embutido no le corre a esta ganga!
Por hoy se completa entonces la jornada, pronto volverán otros consumidores a saciar sus ganas de comprar. Cuanto habrán planeado para llegar aquí, eso no lo sé simplemente porque no soy uno de ellos y estoy como de contrabando mirando y tratando de entender los enganches de esta experiencia para los que la viven.
Cuando estas cadenas de comercio, como Costco, eligen un pueblo o una ciudad para establecerse, mucha gente se contenta aunque están muy lejos del antiguo mercado creado por la necesidad y mucho más humanizado. En la Falsimedia la propaganda explica las virtudes de este tipo de almacén, y pasan el mensaje que tenerlas es todo un privilegio, la llegada de los monstruos tiene un significado: el pueblo, la ciudad elegida tienen buena salud económica. Quienes han organizado con anterioridad la llegada del monstruo le consiguen al traerlo inmensos terrenos sin costo donde han de construir sus enormes elefantes blancos, fríos pero esperados, con sus enormes estacionamientos y con toda una gama de excepciones tributarias.
El crecimiento continuo y la inversión especulativa en un local nuevo cada año les permite disminuir impuestos y aumentar el valor de sus acciones. Enganchados al masivo consumo casi nadie comenta ni critica la destrucción que traen los gigantes, como hacen pedazo al pequeño y mediano comercio local que a diferencia de ellos contribuye a la comunidad y deja réditos en la zona y forma una red que emplea. Nunca se analiza en los medios de comunicación, ni la academia local como estas cadenas afectan sicológicamente a los humanos despertando en ellos la angurria de comprar y una adicción consumista. Menos se habla de cómo estos monstruos impiden la sindicalización y mantienen ejércitos de empleados a bajo sueldo.
En lo que se refiere al consumidor mismo, en este caso el canadiense, el miembro de Costco no es un trabajador de bajo salario, todos los que ganan el mínimo o cerca del mínimo no tienen margen como para consumir en las cantidades que requiere Costco, porque incluso ahora que las familias son pequeñas se trata de consumir a granel. Tampoco quien consume en Costco exige gran cosa con respecto al ambiente donde compra, una bodega gigantesca desprovista de todo atractivo. Pero como consumir es una adicción se acepta hacerlo en un lugar como Costco, rústico, frío, deshumanizado y hasta si se quiere indigno para el cliente. Los clientes que han aumentado su consumo estos dos últimos años, se han tragado sin cuestionar la propaganda gubernamental de extrema derecha que repite diariamente que Canadá es el país que mejor enfrenta la crisis que vivimos en todo el Primer Mundo, y hacerlo le ha llevado a grandes niveles de endeudamiento personal. Los hogares canadienses lleguen a su record de endeudamiento considerando que se endeudan en un 151 por ciento de sus entradas, pasan el billón de dólares en deuda personal.
Podríamos pensar que portamos un «gen cultural» que nos incita a sobrevalorar la abundancia de cosas y alimentos, quizás debido a nuestra historia de carencias -desde que privilegiados delincuentes de la civilización occidental han hecho pasar grandes necesidades y carencias básicas a la humanidad, por miles de años. Entonces este consumismo es como un paréntesis de los últimos cincuenta años, principalmente en el primer mundo, y ha servido de espejismo llevando a los compradores a la exageración, a una esclavitud, a una adicción de consumir. Se está repitiendo puertas s adentro de un bazar como Costco la metáfora de la vida que se vive normalmente puertas afuera todos los días. Sin duda esta locura ha de tener un final. Uno seguramente ligado al agotamiento de los recursos energéticos y a la viabilidad del sistema de explotación y acumulación que hoy vivimos. O quizás será un final mucho más cercano y que ha de tener que ver con la toma total del control por parte de esa misma élite que nos ha carenciado históricamente y que nos desprecia. El tiempo dirá.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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