Es uno de los académicos marxistas más importantes de la actualidad, y acaba de presentar en Chile su libro Clases, plebes, multitudes, en el que revisa el panorama actual de los movimientos sociales y el rumbo que su resistencia está tomando, particularmente en América Latina. Se sienta en la pequeña mesa de la oficina, vacia […]
Es uno de los académicos marxistas más importantes de la actualidad, y acaba de presentar en Chile su libro Clases, plebes, multitudes, en el que revisa el panorama actual de los movimientos sociales y el rumbo que su resistencia está tomando, particularmente en América Latina.
Se sienta en la pequeña mesa de la oficina, vacia el agua sobre un vaso de plumavit y revuelve su café. No tiene prisa, no se ve nervioso, no posa de importante. Su visita a Chile termina al día siguiente de esta entrevista, luego de una semana con coloquios, encuentros y la presentación de su libro Clases, plebes, multitudes, que acaba de salir bajo el sello Palinodia. No se ve cansado.
Daniel Besaïd, uno de los filósofos marxistas más importantes de la actualidad, habla portugués y español perfectos y está inusualmente informado acerca de los procesos latinoamericanos, hasta el punto de conocer detalles específicos de cada país. A diferencia de otros académicos, no teme incluirse dentro de una opción política de manera abierta. «Estábamos preocupados», «logramos», «tenemos», dice, poblando el discurso de plurales en primera persona, que no pretenden objetividad, aunque tampoco proselitismo.
Defensor de los Foros Sociales y el movimiento altermundista, es consciente de los desafíos que le esperan a esta explosiva corriente planetaria si quiere dejar de ser una suerte de conciencia amplia y convertirse en un planteamiento político capaz de intervenir directamente en el desarrollo de las naciones. Especialmente en Latinoamérica.
-Usted plantea que el altermundialismo es una inspiración utópica que admite muchos universos posibles. Por contraposición, sin embargo, no ha definido su proyecto. ¿Es funcional un proyecto político-social que no procura el poder y que no está delineado? -Hay que ver. Cuando se inició la contrarreforma liberal en los 80 -con Thatcher y Reagan-, el movimiento social se encontró desorientado. Esto es un primer paso de resistencia y reorganización de los movimientos sociales, y es más de convergencia que de alternativas. En apenas siete años, ha recorrido bastante camino, cristalizando el movimiento altermundialista en torno a consignas como «el mundo no es una mercancía» y similares, que expresan rechazo al sistema. Y si bien es un momento que no ha agotado sus potencialidades, porque el movimiento que sigue extendiéndose, es cierto que -sobre todo en América Latina- el altermundialismo empieza a sentir sus límites: la resistencia social es un punto de partida, pero no un punto de llegada cuando se encuentra con el problema del poder.
Creo que es importante mantener un marco comunitario, pero sabiendo que hay varias opciones, desde quienes sólo quieren corregir los defectos del sistema hasta quienes quieren volver a políticas de Estado benefactor. Es difícil pensar las nuevas condiciones de lucha para el poder, pero creo que más vale reconocer que estamos en un momento de transición, donde hay que repensar muchas cosas, que teorizar el momento negando que el problema existe. En ese sentido, la retórica de John Holloway, de pretender cambiar el mundo sin tomar el poder, me parece totalmente mágica y vacía, porque el poder existe; se puede pretender ignorarlo, pero él no va a ignorar a los demás.
-Las fases por las que atraviesa el altermundismo en Europa y Estados Unidos son distintas. En Bolivia, por ejemplo, el movimiento que sustenta a Evo Morales tiene consenso respecto de lo que se rechaza, pero no de lo que se busca. Eso puede generar un problema en la toma de decisiones, es un riesgo. -Es un riesgo. Es un paso positivo, puesto que hubo muchas rebeliones que derrocaron tres gobiernos, hasta ganar las elecciones. Eso demuestra que si no hay cambios a niveles de instituciones de poder, el movimiento social se puede repetir, pero finalmente se cansa, y no cambia nada. Es un paso, pero que plantea problemas a otro nivel: ¿qué hacer con el gobierno, en su contexto regional y mundial? No es el todo o la nada, hay que modificar las correlaciones de fuerza, de modo de hacer posibles ciertos proyectos, sabiendo que si se radicaliza el proceso va a terminar en un enfrentamiento con el imperialismo y sus representantes en la región.
Crítico e hijo de la globalización
-El altermundismo es crítico de la globalización neoliberal. Sin embargo, es también hijo de ella, en algún sentido. ¿Cuál es su opinión respecto de las plataformas que se pueden aprovechar de la globalización, en lugar de negarla de plano? -Bueno, la lucha de los oprimidos siempre comienza con una definición negativa. El altermundialismo es una respuesta al proceso de mercantilización generalizada, de privatización del mundo. Es cierto que hay dos formas de oposición a la globalización -aunque no es la globalización en sí misma, sino la capitalista, o liberal-, una internacionalista, que busca crear solidaridades más allá de las fronteras, y otra es un rechazo desde el punto de vista conservador, nacional y hasta chauvinista. Es lo que pasó con el referéndum sobre el tratado constitucional europeo. Entre quienes apoyaban el «no» -que ganó- había un grupo de derecha nacionalista, hasta xenófobo, y otro de izquierda, que rechazaba la lógica liberal del tratado, y que estaba muy atento a desmarcarse del otro «no», en temas como los inmigrantes y la entrada de Turquía a la unión europea.
-Francia es como la rebelde de Europa, y eso se expresó en el referéndum del que habla, pero también en los incidentes de noviembre y en las manifestaciones, ahora, a propósito de la flexibilización laboral. Unos creen que Francia es la reaccionaria, la que se opone a la modernidad y sus flujos, y los que dicen que es un ejemplo de resistencia ante el neoliberalismo. -Creo que lo más importante es el aspecto que por razones históricas y culturales genera un punto de apoyo para la resistencia de la lógica liberal. Por ejemplo, la victoria del «no» en el referéndum es un aliento para gente en Grecia o España que no estaba entusiasmada con el marco constitucional, y lo vivía casi como una fatalidad. Lo que sucedió con el voto francés logró cambiar en menos de 15 días la mayoría de la opinión en Grecia. Estaban resignados, y 15 días después de lo que pasó en Francia, 65% de los griegos estaban en contra. Tener un país que resiste es positivo, aunque es cierto que todo puede ser ambiguo, y mezclarse consideraciones sociales con rasgos de prepotencia nacional y de mitología de ‘excepción francesa’.
-Diversidad, pluralismo, tolerancia. Fueron ideas fuerza de la campaña de Michelle Bachelet. ¿Qué piensa del futuro de esas promesas? -Hay mucho de retórica en esto. Toda retórica puede ser simpática a primera vista e impacta mucho. Por ejemplo, el tema del «sin fronteras»: médicos sin fronteras, abogados sin fronteras, reporteros sin fronteras. Hacen un buen trabajo, pero a la vez es un discurso ideológico muy ambiguo, porque legitima un cosmopolitismo de mercado, y en Europa los mismos militantes de médicos sin fronteras se han encontrado instrumentalizados -por ejemplo en la guerra de los Balcanes.
Circulan conceptos como «diversidad», «apertura», «sin fronteras», pero se están contruyendo muros de todos lados: Israel y Palestina, México y Estados Unidos, Ceuta y Melilla. La retórica de la diversidad tiene su lado positivo, pero el mundo real sigue segmentado, con fronteras, se construyen zonas de detención, barreras. El problema es qué tipo de unidad, de solidaridad construir; todo el problema está atrás.