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El año Freud

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En varias latitudes se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Sigmund Freud. El retorno a Freud, ya sea para denigrarlo o para retomarlo, es un fenómeno que se inició hace ya lustros y del que de algún modo da cuenta la edición de mi próximo libro sobre el sabio vienés, en la edición de […]

En varias latitudes se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Sigmund Freud. El retorno a Freud, ya sea para denigrarlo o para retomarlo, es un fenómeno que se inició hace ya lustros y del que de algún modo da cuenta la edición de mi próximo libro sobre el sabio vienés, en la edición de bolsillo que sacará a la luz Random House, Mondadori. Se trata de un ensayo acerca de sus posibles aportaciones a la psicología del arte, es decir a la «ciencia del arte» (Kunstwissenschaft) como él acostumbraba denominar la disciplina que intentamos practicar quienes nos dedicamos predominantemente a la historia y a la crítica de arte. En esto seguía, sin ser plenamente consciente de ello, los parámetros de la Escuela de Historia del Arte vienesa, tal y como la propuso, a fines del siglo xix y primeras dos décadas del xx, la Universidad de Viena. Su fundador, Franz Wickhoff (1853-1909), tres años mayor que Herr Profesor, propuso unir la experticia (connoisseurship) con la arqueología, la filosofía, el trabajo de campo y las disciplinas conjeturales, a efecto de llegar a análisis tan precisos como los que demandaban los gigantes de la escuela vienesa de medicina. Sus principios fueron estrictamente continuados por Alois Riegl (1858-1905), quien a su vez se había visto influido por Heinrich Wölfflin y por Edgar Wind. Todos estos autores continúan vigentes para el historiador del arte actual que no siempre acude a Freud, y que, en algunos casos, basa sus incursiones en este orden de cosas, no en los estudios de psicología aplicada que el padre del psicoanálisis llevó a cabo, sino quizá, y eso en el mejor de los casos, en los freudismos asumidos como parte de la cultura contemporánea.


El famoso diván de Freud

Quienes hemos estudiado a Freud somos testigos hoy día de un fenómeno bifronte. Por un lado, los cursos, conferencias y simposia sobre Freud y Lacan, o sobre el psicoanálisis, se multiplican año con año en las facultades de humanidades y en los institutos de cultura superior. A fines de 2005 varios participamos en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam en un simposio titulado Psicoanálisis y filosofía, coordinado por el filósofo Alberto Constante, en el que tomaron parte tanto psicólogos y psicoanalistas de tradición ortodoxa como historiadores y filósofos. Coincidiendo casi con la fecha de nacimiento de Freud, el 6 de mayo de 1856 en Freiberg, una aldea de Moravia que hoy día es Príbor, en la República Checa, se celebró cien años después otra reunión semejante, también en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras, coordinada por el profesor Herwig Weber y la Embajada de Austria.

La necesidad de insistir en que el edificio del psicoanálisis es hoy día parte inextricable de la episteme y los intentos por asimilarlo a la filosofía, a la antropología y en general a las ciencias sociales (ojalá también a la política), es a todas luces no sólo positivo sino necesario, debido a que, y pese a que las acciones llevadas a cabo quedan en el nivel de intento, la mera revisión de los textos básicos freudianos ya es en sí una ganancia, y más si se acompaña de revisiones apuntaladas a través de otros autores, y lo es más aún en épocas de políticas turbulentas, como lo fueron las de las campañas pre-electorales que acusaron en todos los casos dosis extremas de narcisismo primario. Pero dejemos eso en manos expertas.

El fenómeno concomitante a que hago alusión es la extensión del psicoanálisis como terapia al campo de la charlatanería. Ahora hasta por correo electrónico es posible psicoanalizarse, pagando desde luego la cuota correspondiente que nunca será tan alta como la implícita en el psicoanálisis de diván. Hay infinidad de escuelas, institutos y cursos que prometen la formación de psicoanalistas casi a partir de cualquier carrera, o incluso de ninguna. Esta «formación», en el mejor de los casos, toma unos cuatro años, aunque no «de tiempo completo». Y sin embargo resulta lógico que así sea. Los requerimientos de terapia por la palabra, de confrontación con uno mismo a través de la lengua, se han intensificado a grados inconcebibles. Incluso los psiquiatras mayormente organicistas, versados en bioquímica, no han podido abstenerse de involucrarse en este campo, y en no pocas ocasiones trabajan a sus pacientes en mancuerna con psicoanalistas o psicoterapeutas entrenados.

La bibliografía sobre estos temas y sobre otros que les son anexos es inconmensurable. En términos por demás generales se divide en tres rubros. La producida por los revisionistas antifreudianos, la que proviene del campo ortodoxo, que incluye el lacanianismo bien entendido, y la de los estudiosos-revisionistas de Freud que proporcionan visiones críticas con conocimiento de causa.

Al respecto, me es necesario mencionar algunos ejemplos. Uno muy típico está representado por el libro titulado El caso Freud. Histeria y cocaína, cuya primer y única edición castellana, en traducción de Julio Grande, apareció en 2002 auspiciada por la Foundation for the Production and Translation of Dutch Literature. El autor, Han Israëls, publicó la edición original en holandés en 1993, y la versión en nuestra lengua apareció bajo el sello de Turner y el Fondo de Cultura Económica. El tema de la cocaína ha sido tratado por varios autores, inclusive por el biógrafo oficial de Freud, Ernest Jones, pero sin duda el título, aunque «amarillo», resulta atractivo en la medida en que informa a posibles cocainómanos en vías de rehabilitación, que Freud también consumió el alcaloide. Desafortunadamente, pese a que el episodio de la cocaína está allí bien documentado, el autor no sólo es de mala leche, sino que introduce datos falsos. Respecto al tema de la histeria, es mejor pasarlo por alto si se conoce el magnífico estudio contemporáneo de Hannah S. Decker. Como elogio a la publicación castellana del libro de la cocaína, cabe decir que el diseño de la portada es magistral, la tipografía es la adecuada y las guardas de color negro aterciopelado son en extremo agradables. Por si fuera poco, la famosa fotografía de Freud a los poco más de sesenta años, sosteniendo con la mano derecha el habano fálico entre el pulgar y el índice, aparece en la sección inferior de la portada, pero cortada a la altura de la impecable camisa, con lo que la mirada penetrante del modelo aparece realzada, por lo que el crédito para el diseñador de la Colección Noema, Enric Satué, debe hacerse explícito.

Entre los libros ambiciosos y mentirosos que sobre Freud han aparecido, resalta el pergeñado, como editor y coautor, por Frederick C. Crews, titulado Unauthorized Freud. Doubters Confront a Legend, publicado por Viking (una rama del Penguin Group), en 1998.

Aquí, una serie de personalidades más bien enanas, se avocan a discutir una vez más el caso de Dora, o los overviews sobre la diferencia entre consciente e inconsciente, sin conocer en lo más mínimo la evolución de los tópicos freudianos al respecto, o la genealogía, bien establecida por el propio Freud, acerca de sus predecesores en la interpretación onírica. Llama la atención que el compilador y principal autor haya sido profesor de inglés en Berkeley (retirado desde 1994) y autor de valiosos ensayos sobre Henry James, E.M. Forster y Nathaniel Hawthorne.

Como ejemplo serio, documentado, llevado a casi a la perfección sobre la trayectoria de Freud, hay una monografía que sigue en tiempo a la de Peter Gay, quiero decir, es posterior a Sigmund Freud, A Life for Our Time. El autor es Louis Berger, profesor emérito de estudios psicoanalíticos en el California Institute of Technology y a la vez presidente fundador del Institute of Contemporary Psychoanalysis, además de contar con más de treinta y cinco años de práctica psicoterapéutica de raíz psicoanalítica.

Le guste a uno o no, esa monografía sí echa luces sobre las disidencias, sobre el poco tratado tema de la caracterología de la madre de Freud, Amalia, que no fue tan positiva con su amado Sigi, como se ha creído, y sobre los errores de apreciación freudiana respecto a las neurosis de guerra, entre otras cuestiones de indudable importancia. A eso se suma la trayectoria que este autor entrega sobre los hijos de Freud, quienes, excepto Sophie, sobrevivieron a su padre. El único reparo que le pongo es haber despachado al pintor Lucien Freud, el hijo de Ernst y de Lucie Brasch, en un par de renglones en los que sólo se le reconoce diciendo que se trata de uno de los más notables y conocidos pintores actuales.

No quiero pasar por alto la aparición en Pre-Textos de un librito bellamente editado y traducido del italiano por Mariano Maresca. Se titula El doctor Freud y los nervios del alma. Apareció a fines de 2004 y está integrado por la sabia y entendida entrevista que la psicoanalista italiana Cecilia Albarella, autora también de la introducción, hace al filósofo Remo Bodei, catedrático de historia de la filosofía en la Escuela Normal Superior de Pisa. Entre ellos tocan sólo tres puntos, suficientes para afianzar la mancuerna filosofía-psicoanálisis. Están referidos a psicoanálisis y sociedad, relaciones entre filosofía y psicoanálisis y, por último, al puente entre hermenéutica y ciencia.

Cecialia Albarella se refiere a la incesante actividad de los críticos facciosos, cuyos criterios resultan contradictorios porque «lo normal es que no tengan como base un conocimiento profundo del discurso psicoanalítico… Hablar mucho, o incluso demasiado del psicoanálisis, no parece contribuir a aclarar los problemas relativos a los modelos teóricos del funcionamiento mental y a los presupuestos de la psicoterapia psicoanalítica».

Bodei, por su parte, repara en algo que resulta indispensable asumir por parte de quienes ejercemos actividades docentes: «A ninguno que tenga una cierta responsabilidad para con otros, le sirve de nada abdicar de la propia autoridad para ponerse al mismo nivel de incertidumbre, desorientación e inexperiencia de quienes provisionalmente (si se quiere) confían en él. Cada uno de nosotros -bien porque desempeña un rol institucional, bien sólo por motivos particulares- debiera tener el valor de hacer frente abiertamente a los más jóvenes sin camuflarse como colega y, al mismo tiempo, tener la sabiduría de aprender de aquellos que están dotados de antenas más sensibles.»

También aclara, de manera contundente, que el psicoanálisis no puede convertirse en «una especie de descarga de detritos psíquicos individuales», por lo tanto, la terapia psicoanalítica no es o no debe aspirar a convertirse en una válvula de escape de los sufrimientos, una praxis que tenga por objeto la mera evacuación del dolor.

A pesar de que este librito, que me puso de manifiesto tanto la valía de la psicoanalista Albarella, su valentía y su profesionalismo, como el pesimismo un tanto realista del filósofo Bodei (abordando asimismo cuestiones relacionadas con las sectas religiosas), no contiene una sola palabra sobre arte, es tal vez, de todas las publicaciones recientes que he leído sobre este tema, la que más me ayudó a encontrar una luz respecto a cuestiones a las que mi profesión me enfrenta: tener la mente abierta, conocer teorías, observar in situ, sí, pero no por ello aceptar el consumismo artístico y globalizado del que hace lustros somos testigos, incorporando todo aquello que aparentemente se propone como nuevo.

En resumen, y desde mi punto de vista, el psicoanálisis como método de enfrentarse con uno mismo a través de la lengua y del oído profesional del o la psicoanalista, sigue siendo un método válido al que puede y debe acudirse. No es una anestesia contra las penas y las vicisitudes que toda vida trae consigo. Pero sí es un medio que permite mayor flexibilidad y tolerancia hacia uno mismo y hacia sus próximos. Empero, más que eso, y al margen del contexto socio-histórico del que surgió, el psicoanálisis ha desarrollado una serie invaluable de metodologías, experiencias, teorías y comentarios que facilitan la comprensión de uno mismo y de la otredad en las relaciones sociales. En el terreno de la sicopatología, no puede, sin embargo -ni debe-, intentar ocupar el lugar de la bioquímica, sino coadyuvar con los avances que el estudio de los neurolépticos ha acarreado consigo para el alivio de los trastornos mentales, muchos de los cuales fueron calificados por Freud de «neurosis», si bien él mismo declaró que algún día los avances de la medicina -en este caso la bioquímica- acarrearían soluciones más prometedoras y rápidas que la psicoterapia psicoanalítica. Probablemente dos de los más avezados discípulos de Freud, Víctor Tausk y Herbert Silberer, no se hubieran suicidado debido a «impotencia psicológica» (depresión severísima) de haber vivido hoy día. Y lo mismo quizá puede decirse de otros: Walter Benjamin, el pintor Nicolas de Stäel o Virginia Wolf.