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El Año Nuevo

Fuentes: Rebelión

Que de nuevo no tiene nada. Se repiten una y otra vez las mismas rutinas, promesas, conjuros, comidas, bailes y mascaradas. Hace poco celebramos el Día Internacional del Consumismo, más conocido como Navidad. Ahí las pasiones son controladas por el bozal religioso, por la correa social del espíritu navideño que indica que sería un momento […]

Que de nuevo no tiene nada. Se repiten una y otra vez las mismas rutinas, promesas, conjuros, comidas, bailes y mascaradas.

Hace poco celebramos el Día Internacional del Consumismo, más conocido como Navidad. Ahí las pasiones son controladas por el bozal religioso, por la correa social del espíritu navideño que indica que sería un momento de cavilación, no sólo de los mejores precios y ofertas sino que también de una especie de rito sagrado ecuménico apostólico místico, entre la comunión de los mortales y el nacimiento de una estrella de las superventas.

En resumen, como dicen sabias viejas lenguas populares. La navidad es para los niños y el Año Nuevo es para los adultos.

Entonces, gracias a los enroques realizados por la Iglesia católica en los Calendarios Romanos, (Juliano) y otros, de común acuerdo tenemos que; el día 31 de Diciembre es el último día del año.

La noche vieja se arrastra serena hacia el patíbulo de las horas venideras.

Los minutos van ahogando lentamente el cuello erguido de ese viejo año que se va. Y se levanta en pañal festivo, nacimiento fresco y burbujeante, entre champán, brindis, abrazos, deseos, besos y parabienes, el Día Internacional del Alcoholismo. También conocido como el año nuevo. Aunque, existe la polémica de que podría ser el Día Internacional de la Superficialidad.

Los Preparativos se desarrollan más o menos igual en casi todas las latitudes.

En la mañana del día D o tal vez un día antes, se esmeran los más, por limpiar aquellos rincones donde en todo un año jamás la aspiradora llegó.

El plumero, el estropajo, y el «pañito regalón» llegan a tierras vírgenes ocultas detrás del refrigerador, hasta el último rincón de algún mueble despreciado. Hasta el baño sufre un ataque de cloro, detergentes, jabón y otros amoníacos en cuestión.

Los pisos se frotan más que barco de esclavos aquella mañana. Todo debe relucir.

Por lo menos hasta como a eso de las 7 u 8 de la tarde hasta cuando sea motivo de una última «manito de gato» por los alrededores antes de que empiecen a llegar los comensales.

A esa misma hora empiezan las peleas por el baño. Las duchas relámpagos son gritadas por una multitud familiar, el sabotaje del calentador de agua, (calefont) los golpecitos en la puerta como que no quiere la cosa. Los llamados lastimeros, «hay más gente esperando apúrate» y esa voz vaporosa que trata de echar a perder todo escupiendo algún improperio, pero se serena y dice melindroso «ya voy, ya voy»

Los favorecidos con el primer turno viajan a distintos y públicos lugares comunes.

Otros, aquellos que las hacen todas, los histéricos de siempre, piensan que el día es extremadamente corto que todo pasa extremadamente rápido.

Lavar, fregar, limpiar, comprar, arreglar, cocinar, emperifollarse y poner cara de ángel del entendimiento en su constante lucha por no mandar a todo el mundo a las rechuchas de una puta vez e ir a acostarse, amurrado, molesto, embroncado y sin darle un abrazo ni a la almohada cuando den las doce de la noche.

Las peluquerías afinan y pulen tanto, descuadres pilosos, como opacos pelos para que hagan juego con el baile de lentejuelas que se avecina.

Ojos desorbitados observan palpan y miran las vitrinas buscando alguna prenda que lucir.

Corbatas, pañuelos, camisas, blusas, vestidos. Lo que sea.

El desodorante ambiental para que la casa luzca fresca y saludable. El incienso para que no deje entrar «malas vibras» la vela de la esperanza que ilumine el oscuro camino que se avecina.

La carne que sea de la mejor calidad. Que no salga dura como el año pasado y no estar puteando al carnicero a título de parecer un amargado y desubicado que les amarga el pepino a los demás con nimiedades como esa.

Porque cuando está por llegar el año nuevo todos son buenos, todos son místicos, todos son así como metafísicos. Hay que mirar el nuevo año con nuevos ojos y miran por la ventana con la mirada perdida en el horizonte polvoriento del marco que olvidaron limpiar.

Después viene lo más importante. El alcohol.

Se supone que uno tiene que ser muy zopenco o gilipollas como para hacer un brindis de año nuevo con un vaso de jugo. Champán, vino, bigoteado, sangría, ponche, palomino, pero un brindis con agua mineral es como para darle el abrazo del oso a un despistado como ese.

En aquellos países que el mercado del alcohol cierra temprano, caminan largas hileras de zombis sedientos de alcohol por las calles. Interminables desfiles de seres humanos que transitan con la bolsita verde o azul distintiva de los negocios del estado repleta de los más diversos brebajes para recibir como se merece el nuevo año.

Si uno tuviera que nombrar que llevan en esas bolsas tendría que hacer un catalogo aparte con la mercadería líquida que flota lozana hamacada por esas manitos sedientas.

Aquellos con un poco más de «chic» no caerán en tamaña rotería y tiempo ha, han alquilado o reservado alguna distinguida mesa en algún distinguido restaurant con distinguidos invitados. En cambio del bocado de lentejas, darán una suave repasada con sus finos labios a una porción de caviar. La ropa interior color amarillo será reemplazada por la sunga color oro en los hombres y tangas color platino en rubias platinadas de última hora.

Al otro lado del río los invitados han llegado. Hijos pródigos, cuñados desagradables, primas tetonas y toda la fauna y flora de allegados para tan ansiado acontecimiento.

Los hombres preparan el asado a la parrilla, las mujeres preparan ensaladas, mesas, servicios, pellizcan y gritonean a los más pequeños en sus locuras pirotécnicas adelantadas.

El dueño de casa por lo general será el que decida como diablos se hace la parrillada, a pesar de los infinitos consejos dados por los asistentes.

Entre conversa y conversa, irán animando el fuego con algo para humedecer las lenguas en esa ardua ígnea tarea que realizan. En otras palabras, ya estarán medios entonados para cuando se sienten a la mesa.

Todo debe estar preparado rápido, mucho antes de las doce. Nadie quiere estar comiendo cuando lleguen las doce y soportar el festival de vecinos saqueadores, sinvergüenzas, bolseros, paracaidistas, sablistas, gorrones, pedigüeños que asaltarán la casa.

El hombre de la casa irá con su chaval a comprar fuegos artificiales a la esquina. El cabro chico para ese entonces irá con una sonrisa maléfica a vengarse del viejo del boliche que le negó todo el tiempo la compra de los fueguitos esos bajo la excusa de la inmadurez del pibe en cuestión.

Por supuesto que el papá fijará sus ojitos melancólicos en esa inofensiva cajita de estrellitas, esas que vienen con una porción de color plomo y una varilla metálica que lo harían lucir más que como Hada madrina de peluquero que como súper lanzador de cohetes multicolores.

El padre vuelve a la casa con un petardo enano y el niño carga bajo el brazo una batería anti-aérea.

Los jóvenes se esconden en sus cuartos si es que tienen, los otros cuentan los minutos uno a uno. No para dar el abrazo sino largarse a la fiesta o disco a la que está invitado junto a la novia o el novio.

A ratos la condición de pobreza e inopia se olvidan. Esa es la bendición efímera del año nuevo. Por un par de horas se renuevan las esperanzas. Existe un coro silencioso que golpea todas las puertas sin distinción de clases. Ha comenzado un nuevo ciclo.

Que importa si es la luna o el sol o el equinoccio o el solsticio o la aurora boreal o la austral. Esa sensación de no estar sólo se hace presente. Miles de brazos abrazan sus propios deseos.

Y los deseos individuales se hacen colectivos. Lamentablemente demasiado personales e individualistas. Pero que más da. En este manicomio social todos saltamos y nos alegramos de algo que no es cierto pero esa incertidumbre la ahuyentamos con un destello de ojos, con un par de palmadas que alejan las malas noticias. Somos felices. Engañados, pero felices.

Ojos que no ven, corazón que no siente. Cerebro que no piensa, dolor que no se siente.

El son de la cumbia va levantando la punta de los zapatos bajo la mesa, la salsa va relajando los músculos faciales, la cueca, la jota, el pop y el merengue van batiendo el merengue de los corazones.

La televisión trasmite los hechos más importantes acaecidos durante el año. En un parpadeo pasan hechos horrendos, injustos, penosos, triunfos y derrotas deportivas. En ese momento uno recuerda ciertas luchas olvidadas. Reflexiona un segundo y pasa a la otra noticia.

El programa envasado con anticipación comienza a contar los instantes.

Falta un minuto, y todos se preparan para abrazar a su ser más querido. Otros, no tienen escapatoria y tendrán que abrazar a un montón de aparecidos.

Cincuenta siete, cincuenta y ocho, cincuenta y nueve y…

Feliz Año Nuevo. Feliz Año…tanto y tanto… (Siempre es lo mismo, lo único que cambia es el número)

Y la gente adosa sus envoltorios a otros envases de sueños, añoranzas y anhelos.

En ciertos países no se necesita conocer a la víctima para que esta sea presa de un ataque de abrazos por desconocidos.

El caso más típico es de cuando uno sale a la calle con su peor es na´ y no falta el buen amigo que está con algún jote que no se le ha visto nunca antes y éste insiste en brindarle un cariñoso abrazo al o a la acompañante de uno.

Momentos tensos, incómodos y uno pone cara de que no ve lo que pasa para no empezar el año con atados.

Pero están los que ven y no les cae bien que por ejemplo;

La casquivana esa le haya dado un beso cerca de la boca al don Juan trasnochado.

¿Qué te pasa con mi marido? tal por cual..Y se armó la rosca dijo la mosca.

Le tocaste el culo a mi mujer hijo de una gran puta. Feliz tajo Nuevo.

Más de alguien habrá notado la representación, el trasfondo fálico que la navidad conlleva.

El inocente arbolito de pascua o navidad oculta un marcado estigma machista sexista.

Su forma puntiaguda, su perenne presencia eréctil al interior de las casas no denota más que un entrañable deseo lujurioso de los hombres que habitan el hogar.

Y si alguien cree que yo me debería ir a Buscar la Tumba de Freud a Viena y contarle mis penas, lo del año nuevo es mi prueba estrella que tengo contra todos mis detractores.

Los fuegos artificiales bien podrían ser el resumen exacto de nuestra sociedad y de nuestros valores.

Y la Pirotecnia no tiene culpa de ser espejo, la culpa es la imagen que se refleja en el.

Disímiles luces de todos los colores y formas surcan el aire. Hermosas luces vacías, fugaces, pasajeras, superfluas, superficiales. Igualito a ciertas personas que brillan en el cielo de las pasiones y las ambiciones y son sólo eso, efímeros cometas que después de un par de segundos se transforman en ceniza perdida olvidad y relegada. Un envase vacío que no sirve más que para ir a dar al tacho de la basura.

Casi me olvido de la relación libidinosa de los fuegos artificiales, el año nuevo y la sexualidad escondida y encriptada de la humanidad.

A la hora de hacer gala de nuestros dotes, el que lo tiene más grande será el mejor visto.

Y así vemos a nuestros vecinos agarrando a dos manos el gran cohete que se prepara a disparar. Exacto, el vecino tiene el cohete más grande. Complejo peniano.

El fuego, la fricción hace que se «levante» que se «eleve» el aparato. Preludio amoroso.

Después que llegué a «cierto punto» estallará en una eyaculación incandescente preñando nubes, estrellas, y algún pájaro extraviado.

Eso será el éxtasis, la multitud estallará en un orgasmo colectivo social que se verá coronado y salpicado de cientos de luces en su corrida por el firmamento.

Las pupilas se dilatan, los músculos se tensan, un zumbido ronca abrupto en los estómagos, un cosquilleo recorre los ligamentos, se erizan los bellos y los vellos y un grito y gemido se mezcla entre las personas.

Los pirómanos llorarán en sus escondites de emoción, abrazarán sus velas y encendedores.

Nadie promete en Año nuevo que no beberá alcohol el próximo año.

Pocos son los que piden Salud, dinero y Amor para los pobres del mundo, a lo más para los vecinos cercanos y por supuesto todo el espectro que circula en torno a su aura más inmediata.

Las doce uvas, no fueron más que arreglines económicos realizados por terratenientes dueños de inmensos viñedos.

Los barriles que corren encendidos en Escocia la noche del año nuevo no son más que neumáticos que corren en cada protesta pasada, presente y futura.

Las maletas en cada mano no son más que el grito silente de salir del cuchitril donde vivimos.

Las monedas apañadas en la jaula de nuestros dedos no son más que el corolario ó de necesidades inexorablemente insatisfechas o de ambiciones incontroladas por aquellos que quieren más y más.

¿Qué sentirán los Niños palestinos al Escuchar el estruendo de cientos de fuegos artificiales?

¿Apagarán las luces y se irán a esconder a los sótanos de las casas?

¿Cuánto se gasta en Sydney, en Valparaíso, en la Torre Eiffel, en el Times Square la noche del año nuevo en fuegos artificiales?

Mientras existan hambrientos y necesitados en el mundo, mientras sepamos que por una bengala lanzada es igual que lanzar un mendrugo de pan a las cloacas ¿Qué es lo que tanto celebramos? O celebramos todos o no celebra nadie.

En Etiopía el año nuevo se celebra el 11 de Septiembre, interesante fecha para refrescar sensaciones.

El 24 de Junio el Pueblo Mapuche celebra el año nuevo. Lamentablemente bajo el Gobierno semi-colonial bajo el cual viven, no tienen nada que celebrar.

El grito acunado de antiguas culturas, de lejanas civilizaciones ha llegado a nuestros oídos a pesar del tiempo transcurrido.

Los cambios de ciclo, de las estaciones, en donde hombres, mujeres y niños buscaban, primero a su alrededor alguna señal cierta sobre la incertidumbre que los cobijaba y después vertían sobre sus mesas, camas y patios ritos ancestrales, ceremonias marcadas de paganismo en busca de certezas y buenos augurios.

Hace siglos que el Año nuevo ha significado la celebración de un triunfo imaginario.

Una supuesta Victoria sobre algo que aún no ha acontecido.

El Año nuevo no es más que la confirmación y el auto convencimiento de mejores oportunidades en el futuro en ciernes.

La apología de la fe pagana, mezclada de bastante alcohol, votos, sexo y rock and roll.

Aquel que invente una mejor frase que «Feliz Año Nuevo» deberían postularlo al premio Nobel, al parecer no existe otra manera de referirse a esta festividad de manera distinta. Yo he buscado por años la piedra filosofal de esta frasecita con resultados más que penosos.

Acertado Año Nuevo. Gozoso Año Nuevo.

Alborozado Año Nuevo. Colosal Año Nuevo.

Tarea para el próximo año.

(De lo que estoy seguro es que los yanquis gritan, «Feliz Daño Nuevo») Último día nadie se enoja.