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El anticorreísmo empedernido

Fuentes: Rebelión

“El hecho de que seas una personalidad no significa que tengas personalidad.” -Frase del filme Pulp fiction

El día que lo escuché decir aquello que dijo con sencilla brillantez, en el salón de actos de la Casa de la Cultura (Núcleo de Esmeraldas) coincidimos con un amigo que el man tenía clarísimas las ideas para ser presidente del Ecuador. Ocurre que ver fútbol y escuchar discursos de políticos, sean mujeres u hombres, afina la intuición para huir de los malos partidos y preocuparse de la mediocridad alebrestada en determinadas candidaturas. Electoralmente hablando, por supuesto. E igual huyendo de la epidemia mediocrática. La oferta, con algunos toques innovadores, es parecida a otras: análisis sesudos, complejos y recargados de bonitos hermetismos sobre las candidaturas del momento electoral; ejercicio surrealista de las ciencias sociales y tal, pero al final gana la banca. La que sea y como se la entienda. En política las profecías electorales y sus casi dibujadas consecuencias son inservibles porque perturbar entendederas de electores es una profesión respetada o solo son realidades advertidas si el candidato se desgañota gritando el desastre que va causar al país e igual la mayoría del electorado se convence que la calamidad prometida es chiste agridulce. Javier Milei al tope de la escala y Daniel Noboa [1] (por vocería de Verónica Abad), unos grados más abajo, ninguno utilizó publicidad engañosa. Ojo y oído vivos. En el 2006 Rafael Correa Delgado requinteó a las agencias de propagandas y venció con el verbo creíble a la vez el increíble martilleo publicitario: la Patria vuelve. ¿Por estos días, sugestiona esa consigna? 

Nadie previó el correísmo ni siquiera su invención. Rafael Correa estuvo solo tres meses en el Ministerio de Finanzas, en el Gobierno de Alfredo Palacios (2005-2007). Antes y ahora esa oficina ministerial la dirige quien tenga conciencia y sapiencia de verdugo con el dinero público y su mezquindad ajena gane elogios en la mediocracia del Ecuador, del Fondo Monetario Internacional y de la Embajada usaíta. Aunque a veces hay oasis en ese desierto insufrible aun así las excepciones son escasas. Pero la cuestión definitoria no es ese ministerio sino quien preside el Gobierno ecuatoriano, “ahí está el detalle”, Cantinflas dixit. Por supuesto, ¡el gran detalle! ¿Volvió la Patria? Si la restitución conceptual de ‘Patria’ fueron las políticas públicas efectivas y eficaces. Es decir cumplir la palabra y cumplirla con acierto. Cabe responder: sí. Aun así nadie hablaba de correísmo, aunque sí de correístas como marca partidaria. El efecto Correa obligó a las pesadas mediocridades de Gobiernos municipales y provinciales del país a convertirse en administraciones con algunos puntos de calidad. A alivianar sus desatenciones políticas. Ocurrió el sencillo prodigio: sectores de la ciudadanía tuvieron referencias comparativas. ¿Por qué aquel de allá puede hacerlo y él (o ella) acá no?, debió ser la pregunta. La respuesta correspondió a la cantidad favorable (o lo contrario) de votos en las urnas, por ejemplo, Esmeraldas (provincia y cantón), Guayas, Pichincha, entre otras. 

Mitología es el bembeteo historizante de los pueblos sobre sus liderazgos. El mito individual es la leyenda sin refinar de las personalidades y el entusiasta boca en boca también alcanzó a este jazzman. Que Rafael aparecía en horas impensadas para verificar avances de obras, que también convocaba a reuniones de urgencia al alba de los domingos por la premura de decisiones impostergables, que no despreciaba los pormenores antes de completar la explicación del todo, que si algo no le satisfacía el man era fosforito y que no se sabía cuándo dormía porque salía de una reunión de trabajo para aparecer en un evento político. Y aún no se inventaba el correísmo. No obstante, Rafael Correa se había inventado a sí mismo y esa invención propia arrastraba o empujaba, según la circunstancia, su mitología favorecida por las mediciones demoscópicas. En diez años de gobierno no pasó una semana que no fuera el alfa y omega de la mediocracia. Y también los acechos sin tregua a cualquier equivocación verbal o gestual para crear capital político para sus opositores sin importar tendencia partidista, rencor personal o simple gana de joder. Más que semillas ideológicas parecen desajustes glandulares. El anticorreísmo, sin dudas. Y no es inocentada.

El pesimismo colectivo es el velo falaz del anticorreísmo trabajado sin pausas por la mediocracia ecuatoriana haciendo de pregonera múltiple y sistémica del 1 % de la población del país, aquella que envía su dinero a cualquier paraíso menos al propio. Y se agrupa en poderosos, concentradores y excluyentes grupos económicos (es algo portentoso si es que paga impuestos). Es la verdad sin los estorbos de la pusilanimidad. David Chávez resumió el anticorreísmo con tres palabras, en una entrevista con Xavier Lasso [2], “odio de clases”. Exacto, es odio al personaje, en términos literarios y odio a la personalidad en esencia física. El odio es la prolongación subjetiva del miedo. El miedo como sucedáneo del desdén social. O de clase. El aborrecimiento clasista (y sus contagios aculturales) resumido en el ‘ismo’ del apellido de Rafael. Ancestros y Ancestras solían filosofar: El odio es cuchillo que corta aunque esté pompo. Dos finales electorales a la presidencia de la República perdidas confirman esa finura ancestral. Pero el espeso e inagotable borbotón  de mentiras deja costras de odiosidades en la conciencia colectiva, siguiendo la idea de los antiguos. Entonces, odio al progresismo como izquierdismo cool. Odio a la justicia social radical que es “como escupir para arriba con ganas de apagar alguna estrella” [3]. Odio, a veces sin disimulo, a las barriadas con nombretes sociológicos a la carta: guasmobarrio marginalbarrio bajo. Odio a la chusma que eligió a Rafael Correa y sostiene su aceptación política. Odio a las clases llamadas populares con todas sus clasificaciones: media alta, media-media y media baja. O proletarias, quizás lumpen.  Comenzaron con esta evidente demostración de despecho fraseológico: “…la culpa es de Correa”. Y devino en mantra exactamente al revés de su significado en las culturas asiáticas o mejor adjetivarlo: mantra indigno.

Los enemigos mortales de Rafael Correa tuvieron el acierto nigromántico de hacer circular su aversión a él hasta la absorción anímica por importantes sectores sociales del país. Y ya, el anticorreísmo como veneno o muralla. La caterva mediocrática cumplió a rajatabla con el manual goebbeliano [4]. Por ejemplo, en la simplificación de las ideas (progresistas) en un enemigo único e individual; categorizar al enemigo al contrario de sus principales aciertos (“hizo obra, pero con alta con corrupción”); transposición de los fracasos (“la culpa es de Correa”); exageración y desfiguración de la realidad social (“este alto nivel de violencia es porque Correa pactó con las mafias”); uso abusivo del cacumen ajeno hasta la cojudez: los mensajes siendo del tipo: Ripley’s Believe It or Not! [5], son creídos por multitudes a pesar de ser increíbles sin evidencia excepcional (“Correa se robó 70 mil millones de dólares”). Y no acaba aquí el manual de destrucción del progresismo ecuatoriano.

El oficio mediocrático de fabricar el anticorreísmo mediante la devastación mitológica de Rafael Correa en la memoria histórica y colectiva corresponde a un background económico malafesivo: la apropiación sin ningún costo de los bienes públicos ecuatorianos. ¿Cuáles? Por favor, la generación eléctrica, las refinerías, el IESS y obsequiar los pozos petroleros a cambio de exiguas regalías. A la vez cada familia ecuatoriana vea como educa a sus hijos, si la salud falsea ese es su problema y si no hay carreteras es culpa de… ya saben.

El anticorreísmo no es una doctrina ni de lejos, a pesar de las decenas de miles de horas dedicadas a estructurarlo se quedó en una vaina espesa que sirvió para dañar profundamente al Estado ecuatoriano. Tampoco el correísmo es algo doctrinario. Más bien es el feeling de variable intensidad hacia Rafael, por sus logros gubernamentales. La criatura (el anticorreísmo) produjo su otro ‘yo’ (el correísmo). El espejo cognitivo funcionó al revés, aunque se leen en clave de derrota los últimos ballotages electorales, observando la cordillera de falsedades dedicadas a desacreditar al correísmo y la infinidad de tiempo consagrado a perpetuar esas mismas falsedades, esas finalísimas también podrían ser triunfos de cierta rebeldía necia. Las ventajas del anticorreísmo apenas satisfacen por la enormidad propagandista y con ciertas funciones del Estado ecuatoriano falseando la legalidad si alcanzar legitimidad. Aunque tienen logros electorales, el país se va inexorablemente por el desbarrancadero. Decenas de miles de personas asesinadas, en los tres últimos años, son el testimonio macabro del anticorreísmo.

Notas:        

[1] Échenle una mirada a la Consulta regresiva en derechos constitucionales.

[2] #PalabraSueltaEcuadorEnDirecto, transmitido el 6 de febrero de 2024.

[3] Del poema Los cuatro generales y el poeta, de Antonio Preciado. “Yo sé que acribillaron la guitarra/ para que la canción se le muriera. /Pero en otro sentido,/ es como quien escupe para arriba/ con ganas de apagar alguna estrella,/ y se le viene el firmamento encima…”

[4] Por Paul Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Gobierno nazi, de Adolf Hitler. 

[5] Ripley, ¡aunque usted no lo crea!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.