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El «antisemitismo no racista» de Alain Finkielkraut

Fuentes: Rebelión

La argumentación desarrollada por Alain Finkielkraut en su ensayo «En el nombre del Otro» (ed. Seix Barral) puede parecer extraña: el nazismo provocó en Europa una reacción antirracista, que ahora se dirige contra los judíos. La mala conciencia europea por las cámaras de gas se ha volcado en la defensa del Otro, en la solidaridad […]

La argumentación desarrollada por Alain Finkielkraut en su ensayo «En el nombre del Otro» (ed. Seix Barral) puede parecer extraña: el nazismo provocó en Europa una reacción antirracista, que ahora se dirige contra los judíos.

La mala conciencia europea por las cámaras de gas se ha volcado en la defensa del Otro, en la solidaridad hacia las minorías y los oprimidos. A esta mala conciencia se añade la culpa por la colonización. Todo lo que implica desprecio del Otro y de sus diferencias es tachado de racismo. En estas circunstancias, y frente a un Estado confesional judío como es Israel, acusado en la Conferencia de Durban del 2001 de practicar el apartheid, el humanitarismo europeo tiende a solidarizarse con los palestinos. Nos encontramos, entonces, que un sentimiento positivo surgido como rechazo del pasado antisemita europeo, es descrito como una nueva forma de antisemitismo.

Los EEUU permanecerían al margen de este fenómeno, por lo siguiente: dado que el genocidio de los judíos no sucedió en su tierra, ellos son sólo vencedores, sin mala conciencia. Por tanto, en los EEUU el «nunca más» no ha resultado en un sentimiento de solidaridad para con el Otro tan acusado. Por ello, los norteamericanos son de derechas y no tienen problemas de conciencia a la hora de invadir países en nombre de la democracia.

En resumen (según Finkielkraut), el antisionismo de la izquierda europea es el nuevo antisemitismo, oculto tras los velos de la solidaridad para con los palestinos.

Así pues, la Bestia no es ya el racismo manifiesto de la ultraderecha, sino el anti-racismo de todos aquellos que defienden a los oprimidos, luchan contra la exclusión social, por la justicia global y los derechos de los inmigrantes… todo aquello que constituye la base del movimiento altermundista deviene antisemita.

Finkielkraut lo dice explícitamente: cuando Chirac derrotó a Le Pen en las presidenciales, él no fue «de los que bailaron de alegría». Votó contra Le Pen, pero con un sentimiento de prevención hacia la buena conciencia y el espíritu universalista que ocupó el espacio público. El peligro, según dice, no está entre los que proclaman el lema «Francia para los franceses», sino entre aquellos que combaten el racismo.

En una entrevista publicada en el Diario La Nación (4 de enero 2004), admite la paradoja de que el nuevo antisemitismo «tiene un lenguaje antirracista. No se trata de presentar a los judíos como una raza, sino de presentarlos como racistas».

En este punto, vale la pena citar las palabras de Chaim Weizmann, primer presidente de Israel: «El destino de unos cuantos cientos de miles de negros en la patria judía es un asunto sin mayores consecuencias».

O las de Menahim Begin «Los Palestinos son bestias sobre dos patas», discurso al Parlamento, citado en Amnon Kapeliouk, Begin y las ‘Bestias’, New Statesman, 25 de Junio de 1982.

O las de Ariel Sharon, entrevistado por Amos Oz en 1982: «Si nuestros padres, en vez de escribir obras sobre el amor al género humano, hubiesen venido aquí y hubiesen masacrado a seis millones de árabes, o incluso nada más que un milloncillo (…) hoy nos encontraríamos aquí un pueblo de veinte, veinticinco millones de habitantes».

Estas son tres citas entre muchas. Si cualquiera de estas declaraciones hubiese sido pronunciada por un árabo-musulmán y se refiriesen a los israelíes en vez de a los palestinos… entonces todo el mundo recordaría a Hitler y los campos de exterminio. Sin embargo, calificar de racista la política de Israel (que no a los judíos como tales) es para Finkielkraut «una situación terrible, ya que los judíos son acusados de lo que ellos mismos consideran lo peor».

Esta contradicción condujo a Tariq Ramadán a escribir su artículo «Pensadores comunitaristas», donde acusaba a Finkielkraut, Henri-Levi, Glukssman y otros, de cambiar su discurso en lo que respecta al estado de Israel. ¿Porqué lo que es denunciado como un «crimen contra la humanidad» cuando se habla de la política rusa en Chechenia, es comprendido y hasta justificado al hablar de Israel? Según Tariq Ramadán, estos autores actúan movidos por un sentimiento «comunitarista» que les ciega, y no les permite mirar objetivamente el caso. Escriben como «judíos» y no como intelectuales comprometidos con la consecución de la justicia. Fue acusado, faltaría más, de antisemita… (Pienso que Tariq Ramadán hierra su análisis, pues no contempla el móvil económico).

La solución propuesta por Finkielkraut para acabar con el «antisemitismo de la solidaridad» es simple. Los europeos deberían mantener su sentimiento de culpa hacia los judíos, pero no hacerlo extensivo hacia la humanidad en su conjunto, y mucho menos hacia los inmigrantes musulmanes, presentados una vez más como invasores. Se trata de diferenciar entre un racismo injustificado (hacia los judíos) y uno justificado (hacia los inmigrantes musulmanes, llamados «negros», «indios»).

Con esto, se comprende su admiración por Oriana Fallaci, expresada en Le Point, 21 de mayo 2002. Se comprende también su defensa a ultranza de la ley del velo, y su participación en el linchamiento mediático de Tariq Ramadán, el pensador que más ha hecho por la participación de los ciudadanos musulmanes en el movimiento altermundista.

El intento de identificar antisionismo y antisemitismo no es nuevo, y ha sido mil veces rebatido desde dentro del propio judaísmo. Hemos escuchado y leído a numerosos pensadores judíos de renombre criticar el sionismo, de modo que esta identificación no se sostiene. Una cosa es el judaísmo, religión milenaria, y otra el movimiento político surgido en la Europa del siglo XIX. No todos los judíos son sionistas, del mismo modo que no todos los musulmanes son wahabbies. Atacar el wahabismo o la política interna de Arabia Saudí no es islamofobia. Tampoco atacar la política de Israel es necesariamente antisemitismo, aunque es cierto que en muchas críticas a Israel se asoma el antisemitismo.

Ahora, la tesis de Finkielkraut implica otra vuelta de tuerca en la misma dirección. Al transformar el anti-racismo de los movimientos sociales en anti-semitismo, se está retorciendo la lógica de un modo perverso. Intelectualmente, un salto en el vacío, que tiene la particularidad de entorpecer la verdadera lucha contra el antisemitismo, encarnado por el auge de la extrema derecha en toda Europa.

Sorprende este discurso por parte de alguien que se proclama discípulo de Hanna Arendt y de Emmanuel Levinas, dos de los más grandes pensadores judíos del siglo XX, y que mucho tienen que ver con el sentimiento humanitario que a Finkielkraut le parece antisemita.

Finkielkraut apenas esconde su racismo. Su discurso se basa en la premisa de que las comunidades árabo-musulmanas de Europa son antisemitas. Tal y como se puso de manifiesto en el «Seminario sobre antisemitismo, cristianofobia e islamofobia», convocado por el Relator de la ONU sobre racismo Dodou Diène, y celebrado el pasado noviembre en Barcelona, esta tesis es problemática en un triple sentido:

1. Los informes de la UE sobre los ataques antisemitas de los últimos años demuestran que en su mayoría han sido realizados por grupos de ideología neo-nazi.

2. Existe antisemitismo entre las comunidades árabo-musulmanas, y hay que combatirlo. Sin embargo, las generalizaciones del tipo «los musulmanes (o los judíos) son racistas» son en si mismas racistas. No se es racista por el hecho de ser árabo-musulmán, cristiano-europeo o judío-ashkenazi. Precisamente, el racismo pasa por generalizaciones de este tipo.

3. Al tratar de vincular la causa palestina con el antisemitismo, se está corriendo una cortina de humo sobre el verdadero problema que acecha a las sociedades europeas: el auge de los movimientos neo-nazis destila el mismo odio hacia musulmanes y judíos.

En su conjunto, el discurso de Finkielkraut es preocupante, pues cae en el racismo hacia los árabo-musulmanes con la excusa de combatir el antisemitismo. Del mismo modo, cuando ciertos políticos en el mundo islámico señalan a «la prensa judía» como origen de la islamofobia, están fomentando el antisemitismo. Con esto, entramos en un círculo vicioso. Hacer la lista de los agravios recibidos para acusarse mutuamente no es ninguna solución, sino todo lo contrario.

Tal y como sugerimos en el mencionado Seminario, creemos que la única manera de atajar este problema es unir la lucha contra el antisemitismo a la lucha contra la islamofobia, y comprometer en ello a los dirigentes de ambas comunidades. No se trata de algo diferente, sino de dos aspectos de un mismo problema. La islamofobia es el antisemitismo clásico europeo con un rostro nuevo. Separar uno de otro y tratar de jerarquizar el odio religioso puede resultar contraproducente. Desde una concepción humanitaria (la de Levinas y Hanna Arendt), debemos ver el odio contra las razas y las religiones como un fenómeno unitario.