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“Robamos secretos”: Una lección magistral de propaganda

El asesinato de Julian Assange

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Acabo de ver «Robamos secretos«, el documental de Alex Gibney sobre WikiLeaks y Julian Assange. Si algo útil he aprendido es la diferencia entre la calumnia y la difamación. Gibney es demasiado listo para la calumnia y, por ello, su propaganda resulta más eficaz aún.

El argumento de la película es que Assange es un egoísta nato y que, aunque su proyecto inicial era noble, Wikileaks acabó no sólo alimentando su vanidad sino también acentuando en él las mismas cualidades -secretismo, capacidad de manipulación, deshonestidad y ansia de poder- que tanto desprecia en las fuerzas globales a las que se enfrenta.

Esto podría haber dado lugar a una tesis intrigante y posiblemente verosímil si Gibney se hubiera acercado al tema de discusión de forma más honesta y justa. Pero hay dos grandes defectos que desacreditan toda la iniciativa.

El primero es que tergiversa gravemente los hechos del caso sueco contra Assange de violación y acoso sexual hasta el punto de de tener que poner en tela de juicio sus motivaciones para hacer la película.

Para apuntalar su argumento central acerca de la debilidad moral de Assange, necesita presentar un caso convincente de que esos defectos no solo pueden apreciarse en el trabajo público de Assange sino también en su vida privada.

Así pues, llega a ofrecernos un relato extremadamente parcial de lo que sucedió en Suecia, sobre todo a través de los ojos de A, una de sus dos acusadoras, a la que se entrevista de forma increíblemente engañosa.

Gibney evita referirse a aspectos importantes del caso que habrían provocado dudas en la mente de la audiencia acerca de A y su testimonio. Por ejemplo, no menciona que A, durante una cena, aceptó las ofertas hechas por sus amigos en nombre de Assange para que el líder de Wikileaks se hospedara en su casa después de que se hubiera producido el ataque sexual del que ella le acusó.

La película hace caso omiso también de la estrecha relación previa entre A y el interrogador de la policía y su posible conexión con el hecho de que la otra demandante, S, se negó a firmar su declaración policial, lo que sugiere que no creía que ahí estuviera recogido su punto de vista sobre lo sucedido.

Pero la prueba más condenatoria contra Gibney es su fijación con un condón roto que A presentó a la policía, aceptando de forma incuestionable su significado como prueba del asalto. La película muestra repetidamente una imagen en blanco y negro del dañado profiláctico.

Gibney se permite incluso elaborar una teoría alrededor del condón por la que establece un importante defecto en la personalidad de Assange. Según este punto de vista, Assange, prisionero de su mundo digital, quería engendrar bebés de carne y hueso para dar a su vida un significado más concreto y permanente.

El problema es que los investigadores han admitido que no se encontró ADN de Assange en el condón. De hecho, tampoco se encontró el ADN de A en él. El condón, lejos de convertir a A en una testigo más creíble, sugiere que puede haber falsificado pruebas para reforzar un caso tan débil que los primeros fiscales a los que se sometió el caso lo desestimaron.

No es posible en modo alguno que Gibney no conociera esas preocupaciones, muy divulgadas, sobre el condón. Por tanto, la pregunta que cabe hacerse es ¿por qué decidió engañar a la audiencia?

Sin A, el caso de la película contra Assange refiere únicamente su lucha a través de Wikileaks para publicar los secretos de los santuarios más secretos del estado de seguridad. Pero es ahí donde se pone de manifiesto el segundo fallo más importante de la película.

Gibney se muestra cuidadoso a la hora de poner sobre el tapete las cuestiones principales relativas a Assange y Wikileaks, por lo que es difícil acusarle de tergiversar la historia. No obstante, aparte de las acusaciones de violación, su deshonestidad tiene que ver no con la ausencia de hechos y pruebas sino con dónde pone el énfasis.

La labor de un buen documentalista es sopesar el material de que dispone y después presentar la historia todo lo honestamente que pueda. Cualquier otra cosa es, en el mejor de los casos, mera polémica si es que se pone del lado de los que son débiles y han sido silenciados y, en el peor, propaganda, si se decanta del lado de quienes detentan el poder.

La película de Gibney trata a Assange como si él y el gigante corporativo-militar de EEUU estuviera enzarzados en un simple juego del gato y el ratón, dos jugadores tratando de ser el uno más astuto que el otro. Apenas se refiere a las inmensas fuerzas alineadas contra Assange y Wikileaks.

Solo aborda las acusaciones suecas para cuestionar el carácter moral de Assange. No hace ningún esfuerzo serio para poner de relieve los enormes recursos que el estado de seguridad estadounidense ha estado desplegando para moldear la opinión pública, sobre todo a través de los medios de comunicación. Ignora la campaña de odio contra Assange y el papel del asunto sueco a fin de echar más leña al fuego.

Nada de todo esto resulta muy sorprendente. Si Gibney hubiera puesto de relieve los esfuerzos de Washington para demonizar a Assange, podría haber dado a entender a su audiencia el papel que juega Gibney apoyando esta matriz de desinformación.

Es una lástima, porque hubiera sido muy interesante exponer que alguien que adquiere el poder de vigilancia y seguridad del imperio moderno, como es el caso de EEUU, tiene que proyectar a algún nivel sus fallos morales.

¿Cómo es posible seguir siendo transparente, abierto, honesto -incluso cuerdo- cuando cada dispositivo electrónico que posees está probablemente intervenido, cuando cada movimiento que haces queda registrado, cuando tus seres queridos están bajo amenaza, cuando las mejores mentes legales están tramando tu caída, cuando tus palabras son distorsionadas y relatadas por los medios para convertirte en un enemigo oficial?

Assange no está solo en esta difícil situación. Bradley Manning, la fuente de las revelaciones más importantes de Wikileaks, tuvo que mentir necesariamente a sus superiores en el ejército y utilizó subterfugios para conseguir los documentos secretos que nos revelaron los horrores desencadenados en nuestro nombre en Iraq y Afganistán.

Desde que fue capturado, ha estado soportando torturas en la cárcel y acaba de pasar por una farsa de juicio.

Otro de los grandes filtradores de la época, Edward Snowden, no fue más honesto con sus empleadores, los contratistas del estado vigilante de EEUU, mientras acumulaba más y más pruebas incriminatorias de las ilegales operaciones de espionaje emprendidas por la Agencia de Seguridad Nacional y otros. Ahora está confinado en un aeropuerto ruso intentado escapar de un encarcelamiento permanente o de la muerte. Si logra tener éxito, como le ocurrió anteriormente al huir de Hong Kong, es posible que se deba al secretismo y al engaño.

Este documental podría haber sido un estudio fascinante de los dilemas morales a que se enfrentan los informantes en la época del superestado vigilante. En cambio, Gibney ha escogido el camino más fácil y ha hecho una película en la que se pone del lado del problema en lugar del de la solución.

Jonathan Cook ha obtenido el Premio Especial de Periodismo Marta Gellhorn. Sus últimos libros son: Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East ( Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair ( Zed Books). Su nueva página web es: www.jonathan-cook.net .

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/07/29/the-assassination-of-julian-assange/