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El asilo y el refugio en la era de la globalización: drama inocultable

Fuentes: Rebelión

Se calcula por parte de un grueso número de cientistas sociales que existe en el mundo globalizado de hoy por lo menos 40 conflictos armados. La mayoría se libran en el Tercer Mundo y tienen como eje dinamizador las más disímiles motivaciones. Así, algunos son de base étnica, otros involucran el componente religioso y cultural […]

Se calcula por parte de un grueso número de cientistas sociales que existe en el mundo globalizado de hoy por lo menos 40 conflictos armados. La mayoría se libran en el Tercer Mundo y tienen como eje dinamizador las más disímiles motivaciones. Así, algunos son de base étnica, otros involucran el componente religioso y cultural y otros en cambio se mueven en la deriva de una confrontación sociopolítica y económica. Ninguno de estos conflictos, empero, y eso hay la necesidad de dejarlo bien claro para evitar incómodos reduccionismos conservan una naturaleza o motivación única. Si he planteado esta aseveración lo he hecho más en virtud de privilegiar el esquema y ahorrarme la complejidad, pues lo sucinto y el no querer emborronar cuartilla se pone al orden de las circunstancias.

A lo mejor sobre la doxa antes emitida, no habrá, sin duda, un amplio y profundo consenso, sin embargo, si en algo podemos estar de acuerdo, como espero que así sea, es en el hecho que todos esos conflictos tienen como denominador común la violencia y el terror. Muchos de estos conflictos llevan ya décadas librándose y aún no se avizoran salidas que conjuren la corrosividad de los mismos. El número de muertos que han ocasionado todos estos conflictos no se sabe con exactitud, no lo sabremos nunca, quizá, pero lo que si sabemos es que sus nefastas e irreparables consecuencias recaen sobre la población más pobre y vulnerable, que es en esencia y sin equívoco alguno la que sufre y padece los embates de la guerra. De mantenerse la intensidad de los conflictos que hoy existen abiertos, especialmente en África, el drama de la muerte, la tortura, la desaparición forzada, el genocidio y el desplazamiento con todas sus manifestaciones y formas, serán, seguramente, fenómenos recurrentes con los cuales tendremos que tropezar siempre que encendamos la televisión o escuchemos el radio transistor.

Según importantes estudios desarrollados por Naciones Unidas, y en especial por el Alto Comisionado de este organismo para los Refugiados (ACNUR), se calcula que existe hoy la deplorable cifra de 22 millones de refugiados. Es decir que, es como si media España, media Colombia o un cuarto de la unificada Alemania estuviera viviendo fuera de sus habituales lugares de donde concurren sus normales quehaceres diarios. Esta cifra es espeluznante y debería causar rubor en un complejo societal como en el que hoy vivimos y que en su conjunto habla de manera machacona de los Derechos Humanos y de la democracia; con sus consabidas excepciones, obviamente, y se precia, por ende, de vivir en lo más alto del gradiante civilizacional.

Nunca habíamos asistido a tanta hipocresía acumulada como a la que asistimos cuando hablamos de los refugiados y de las consecuencias que genera este lamentable fenómeno. Es un secreto a voces que las principales potencias mundiales han alentado en virtud de sucios intereses esta trágica realidad que la sufren millones de personas en todo el orbe. Así fue en el pasado más inmediato y así lo es hoy. Acaso nos es difícil recordar el apoyo explicito proporcionado por los distintos Gobiernos americanos a Augusto Pinochet en su momento, y de quien sabemos fue capaz de las peores sañas, incluidas, por supuesto, y como no podría ser de otra manera, el haber propiciado que miles de chilenos salieran de su país sin el boleto de regreso. Pero si en Chile había un dictador que torturaba, desaparecía, mataba y producía refugiados como hongos después de la lluvia, en el resto del cono sur nada diferente acontecía. Y de África ni siquiera hablemos, porque personaje tan detestables como Idi Amín, Mobutu, Obiang y Butteflika, por citar sólo unos casos, se granjearon, los dos primeros, y granjean, los dos segundos hoy, el apoyo no sólo de los EEUU sino de muchas potencias europeas; lo cual no es nada diferente a concederles una patente de corso para arremeter contra sus pueblos y, por tanto, tolerarles el que un número importante de sus «ciudadanos» tengan que huir de sus países para poder salvar sus vidas.

Muchos huyen de sus países de la tortura, la desaparición forzada y el genocidio. Estas inaceptables violaciones a los Derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario se producen en no contadas ocasiones, huelga la pena decir, por acciones de Estados y Gobiernos o, en su defecto, por hordas asesinas de paramilitares que como en el caso de Colombia o de Sudán, actúan con total impunidad y con un apoyo explicito por parte de las autoridades legítimamente constituidas, quienes no sólo las alientan y protegen, en muchos casos, como así ha sido denunciado por importantes organismos internacionales defensores de los derechos humanos, sino que les permiten apoyos logísticos y militares para el logro de tan macabros fines.

Todo lo anterior ocurre, como he afirmado, bajo la mirada cómplice de importantes organismos Internacionales, por ejemplo, el Banco Mundial y el FMI, por citar sólo un par de casos; los que en su conjunto no hacen otra cosa sino promover en esperpénticos bacanales —-denominados para la ocasión «Foros Mundiales»— inteligibles formulas de buen Gobierno, las cuales en el plano de lo formal alientan el respeto por el otro y la diferencia, y, por tanto, el respeto a la dignidad de las personas, pero que esa misma jerga traducida al mundo de lo real es inacatable por muchos Gobiernos y Estados, sobre todo aquellos que podríamos tipificar como Dictaduras de Nuevo Tipo, las cuales no conocen otra práctica y prédica como no sea la de la violación sistemática de los Derechos Humanos.

En Colombia el drama de los refugiados internos no es menor. Las cifras conservadoras hablan de la existencia de dos millones y medio de desplazados, la mitad de ellos niños y niñas. La otra mitad la compone un grueso número de mujeres que han perdido a sus compañeros, lo que nos permite hablar de una feminización del fenómeno del desplazamiento interno en el país. En su mayoría los refugiados internos emigran de sus lugares de origen hacia las grandes urbes; donde de manera inequívoca terminan siendo rehenes del anonimato, el estrés postraumático, la descomposición social y apenas viviendo de las migajas que a cuenta gota hace llegar el gobernante de turno. Los responsables de tan repudiables hechos, los mismos actores de siempre y en su orden: narcoparamilitares, fuerza pública e insurgencias.

En la era de la globalización compleja y creciente muchas cosas funcionan mal. Una de ellas y con inocultable notoriedad la situación de los refugiados y asilados. Pocas instituciones y estados están dispuestos a redimirlos de su condición y mucho menos a aceptarlos. Éstos son indeseables en el primer y el Tercer Mundo. El primer mundo les cierra las puertas y cada vez con mayor ímpetu, para lo cual refuerza y sin marcha atrás su política antiinmigracionista. En especial, el acápite que habla de concederles el estatus de asilado a quien lo solicita. Así, ser asilado en el primer mundo es hoy un privilegio y a todas luces y en ascenso la sepultura de un derecho consagrado en la convención de Ginebra, cada vez más olvidada y pisoteada por quienes un día la suscribieron. En España la situación de los solicitantes de asilo es terrible y en el resto de Europa nada ajeno sucede.

En Estados del Tercer Mundo que comparten fronteras con países atravesados por conflictos internos se presta considerable atención a las mismas. Pocos Estados están dispuestos a aceptar que sus territorios se conviertan en una gran chabola, en un campo de refugiado. Muchos ya lo son porque están repletos de pobres a su interior. En el norte como en el sur los refugiados son huéspedes incómodos e indeseables. Así, en la «Europa civilizada, democrática y respetuosa de los derechos humanos»; virtudes de las que tanto se ufanan sus principales líderes políticos, por ejemplo, se conocen casos y cada vez crecientes en los cuales solicitantes de asilos han sido y son devueltos de un puerto o un aeropuerto. Del mismo modo acontece con muchos Estados en el Tercer Mundo que se niegan a aceptar que ingresen a su territorio personas que huyen de su país del espanto de la muerte. No obstante, los mass medias poco o nada dicen frente a este inmoral drama. Al fin de cuenta los protoasilados no producen reating, ni cotizan en bolsa, ni son una preocupación real para nadie, como no sea para quienes no los quieren en sus territorios. Son una carga para Naciones Unida y una vergüenza para el humanitarismo. El ACNUR denuncia esta violación al ordenamiento jurídico que protege a los protorefugiados, pero el hierro parece ser más duro contra Panamá, Venezuela o cualquier Estado del Sur, curiosamente, que cuando critica a los Estado del Norte por semejante arbitrariedad.

A manera de colofón, no sólo las riquezas en la era de la barbarie civilizada están repartidas de manera asimétrica. También el dolor y el sufrimiento social lo están. En este último apartado, con abismal diferencia y como algo paradójico, por demás, son los países del Sur, los más pobres, los más empobrecidos quiero decir, quienes deben cargar con la tragedia de los refugiados. Todavía no conozco al primer país del primer mundo que sea capaz de aceptar de un golpe a un millón de refugiados como si lo han hecho, y contra todos los pronósticos países como Sudán, Pakistán y la misma Etiopía. Me resisto a creer tal y como están las cosa que conozcamos a un país del primer mundo que emule este proceder. Así, no deja de resultar risible cuando menos que, ante una evidencia tan notable como la mencionada, un primer ministro europeo o cualquier otro funcionario, entrenado como están, muchos, en el desprecio y la inconciencia frente a este drama, manifiesten que Europa y el resto del primer mundo enfrentan una oleada de seres humanos con estas características.

Por todo ello se me antoja pensar que, en la Europa del Euro y la Unión, y en los EEUU y el Japón de hoy no existe un lugar privilegiado para quienes huyen del dolor y la muerte. Las puertas de aquí se han cerrado o están al cerrarse definitivamente para quienes quieren tocarlas con el fin de buscar protección a sus vidas. El mensaje es claro: Sálvese quien pueda y como pueda. El primer mundo ya empezó a protegerse, por eso en Europa hoy se habla y con gran vigor de construir campos de refugiados fuera de sus fronteras internas para quienes aspiren a ser admitidos como refugiados. El Gobierno de Tony Blair lo propuso en su momento y otros gobiernos lo secundaron. Ya otros gobiernos antes lo habían propuesto y estoy seguro que a muchos Estados y Gobiernos de Europa se les antoja conveniente y necesario la medida. En EEUU, sin duda, los más liberales sobre el particular hablan de la necesidad de crear un Nuevo Muro ¿Acaso otro muro de Berlín? Que los proteja, seguro, de la inmigración indeseable y en especial de los refugiados. Esto sólo ha comenzado. La tragedia, me temo, empeorará. Nada me mueve a pensar en lo diferente. Y si algo cambia, bienvenido.