La influencia de las ideas autonomistas ha orientado las formas de organización y las aspiraciones del movimiento de las y los indignados. Aquí se analiza de forma crítica la convergencia entre las ideas de la izquierda autonomista y el movimiento 15M durante el último año. Merece la pena advertir que el autonomismo no es un […]
Merece la pena advertir que el autonomismo no es un planteamiento político homogéneo y muchas de las descripciones hechas en este artículo pueden ser válidas para una sección del autonomismo pero no para otras. Por ejemplo, caracterizaremos las ideas autónomas como contrarias a la participación electoral porque la mayoría del movimiento autónomo así se reivindica. Sin embargo, existen multitud de espacios autónomos donde sí se participa en la lucha política a través de candidaturas electorales.
Origen del autonomismo
El autonomismo tiene sus orígenes en la lucha de los y las trabajadoras italianas en los años 60. Un grupo de sindicalistas desarrolló una corriente crítica, llamada «obrerismo», basada en el rechazo del reformismo sindical y las concesiones de los partidos políticos de la izquierda institucional -sobre todo el Partido Comunista Italiano (PCI). En esta época proliferaron numerosas organizaciones autónomas de masas como Lotta Continua y Avanguardia Operaria. Argumentaban que la liberación del «obrero-masa» requería la separación total del capitalismo. Desarrollaron la estrategia de actuar de forma «autónoma» respecto del sistema y de sindicatos y partidos de todo tipo, creando un movimiento basado en asambleas «autónomas» con democracia directa.
Con tácticas contundentes, que en realidad estaban alejadas de gran parte de la población, mantenían contacto con un sector del movimiento obrero mientras éste iba en auge, pero a finales los 70 cuando bajaron las luchas, la organización desapareció ante el ascenso del reformismo. En estos años el PCI consiguió su mayor victoria histórica en las elecciones. Los y las obreristas creyeron que la radicalización de cierta parte de la clase obrera se extendía al resto de la sociedad, cuando, a pesar de que fuera cierto que había un incremento en la conciencia de clase, el reformismo seguía siendo la ideología dominante.
Tras el declive de las luchas, desde el autonomismo se desarrolló un nuevo análisis del sistema en el que la clase trabajadora ya no era el sujeto de cambio social. La corriente cambió su enfoque político del «obrero-masa» hacia el «trabajador socializado», es decir, otros grupos sociales que fueran capaces de realizar cambios revolucionarios en la sociedad, sobre todo estudiantes universitarios y sectores «marginales» de la sociedad como los y las desempleadas y precarias. Esta idea se definió en el término de «la multitud» de Toni Negri y Michael Hardt en su libro Empire.
Agrietando el sistema
El autonomismo actual está marcado por ideas de Toni Negri, Michael Hardt, y otros pensadores como John Holloway, y por experiencias como el levantamiento zapatistas de 1994 o la oleada anticapitalista de inicios de los 2000.
El autonomismo está marcado en base a su posición frente al Estado, al sistema político y a las formas de lucha que según este planteamiento ideológico tienen capacidad para desafiar al sistema.
La postura frente al Estado -en convergencia con las ideas anarquistas y anarcosindicalistas clásicas- podría resumirse en hostilidad y rechazo absolutos, así como ante cualquier tipo de liderazgo organizativo y de partido político, pues todo tipo de Estado representa la dominación de un grupo de la sociedad sobre otro y, por tanto, la negación de la libertad individual, al tiempo que las organizaciones políticas encorsetan la iniciativa espontánea de las y los trabajadores y otros sujetos políticos (precariado, estudiantes, inmigrantes, excluídos/as…) en su práctica de auto organización en la lucha. Por tanto, según el autonomismo, un movimiento que pretende cambiar radicalmente el sistema no debería enfocar la lucha sobre el Estado ni intentar «tomarlo» porque el resultado sería una replicación de una estructura igualmente represiva. No son válidos los instrumentos clásicos de organización -partido y sindicato- pues suponen una reproducción de los elementos jerárquicos y de control social sobre los que se asienta el sistema capitalista. Se descartan los intentos históricos de establecer un estado revolucionario como el de la Revolución Rusa, que según la interpretación tanto autónoma como «oficial», condujeron directamente hacia el estalinismo y sus horrores represivos.
Frente a la reivindicación de reformas en el Estado y el sistema político, la proposición táctica consiste en crear espacios liberados independientes – «grietas» en el sistema, como dice John Holloway en su libro Agrietar el Capitalismo. Una grieta puede ser una manifestación, un grupo de consumo, una huerta urbana, una huelga o cualquier acción que desafía directamente a la lógica del sistema capitalista. Este teórico del autonomismo plantea que «mediante la creación, expansión, multiplicación y coalescencia de estas grietas de millones de diversos espacios podemos destruir la textura del sistema»1. Es decir, hay que crear espacios liberados del capitalismo, de jerarquías y opresión, que serán tan atractivos para la mayoría de la gente, induciendo un cambio en los estilos de vida y un abandono de la participación en el sistema hasta que se transforme la sociedad en su conjunto.
Muchas de estas ideas han calado profundamente en el 15M. Desde el principio, y un año después de su nacimiento, multitud de activistas dedican una gran cantidad de esfuerzos a la puesta en marcha de iniciativas libres que pretenden promover un espacio de vida al margen del capitalismo. El auge del cooperativismo «autónomo» o radical debe ser visto como un fructífero intento de ejemplificar las posibilidades de liberación de un modo de vida impuesto por el sistema, y que está conduciendo, en la práctica, a que muchas personas conecten con espacios alternativos y militantes, y que incluso muchas de estas alternativas representen una salida real a la situación de vulnerabilidad social y desempleo. La creación de «espacios liberados» representa una parte útil de la lucha que contribuye a politizar y ampliar el entorno de personas en contacto con los movimientos sociales y, por tanto, son iniciativas que deben ser apoyadas por todos los que queremos transformar el mundo. Sin embargo, debemos también ser conscientes de sus limitaciones para la transformación radical de la sociedad.
Espejismos, mayorías y consensos
La práctica autónoma de generación de espacios liberados -ya sean tanto espacios físicos como espacios organizativos- plantea el peligro de caer en el espejismo de una verdadera «liberación» y recreación de un modelo de sociedad post-capitalista. Por un lado, el sistema capitalista se define por ser un sistema que concentra, centraliza y privatiza la producción y el consumo de aquellos elementos básicos para el funcionamiento de cualquier sociedad. Cualquier iniciativa de generación de espacios libres nunca estará totalmente aislada del sistema y siempre conectará de una forma u otra con la imposición que realiza el capitalismo a través del control sobre ciertas producciones y servicios. Las iniciativas de liberación de espacios -especialmente en el ámbito del consumo- siempre estarán limitadas a sectores periféricos de la economía, no a los centrales, ofreciéndose así «islas liberadas» pero que en la práctica conviven con un sistema que sigue manteniendo el control sobre los sectores económicos claves.
En segundo lugar, los modos de actuación política asentados en la práctica de generación de espacios al margen del sistema siempre están destinados y pueden ser secundados sólo por una minoría. El sistema capitalista se fundamenta en que la mayoría de la gente debe ir a trabajar, realizar labores de trabajo reproductivo en el ámbito doméstico -limpieza, comida, cuidados físicos y emocionales- y depender del ingreso de un salario para continuar viviendo. Esta realidad vital bloquea la posibilidad de que la mayoría de la gente puede dedicarse a un modo de vida que requiere de la dedicación de muchas horas a los «espacios liberados». De esta forma, las acampadas del 15M -al igual que una casa ocupada o un centro social- sólo podían ser sostenidas a través de la presencia continua de personas cuya realidad vital les permitía permanecer allí (desempleados/as, estudiantes, jóvenes precarios, excluidos, etc.). El sostenimiento de las acampadas no podía ser secundado de forma activa por la mayoría de trabajadores y trabajadoras. Es por ello que el autonomismo está destinado a ser secundado por minorías con unas condiciones de vida muy concretas, pero no representa una alternativa de lucha para la mayoría de la clase trabajadora y las y los oprimidos.
La combinación del «espejismo» de la liberación y del enfoque de una lucha que sólo puede ser apoyada por pequeños sectores sociales avoca a los planteamientos autónomos a un callejón sin salida cuando es propuesto como medio de transformación social profunda y radical, aunque esto no elimina el importante papel de politización, radicalización e implicación en la lucha que muchas de estas iniciativas provocan.
Cabe añadir que la búsqueda constante de espacios liberados que las ideas autónomas promueven, de las que el 15M se ha hecho eco en muchos casos, conduce a poner el énfasis en los medios y las formas de lucha y no tanto en la posibilidad de obtener resultados o los fines que esos medios persiguen. Así es como se realiza una valoración positiva desproporcionada de ciertos métodos de toma de decisiones como el consenso. La idea de que el consenso refleja algún tipo de fin en sí mismo donde es posible el entendimiento sin mayorías que ganan votaciones frente a las minorías que las pierden -una imposición injusta según ciertos postulados del autonomismo- es una idea enormemente extendida. El consenso es un método de toma de decisiones alcanzable y deseable en ciertas situaciones pero extendido de forma inflexible en asambleas como las del 15M con cientos o miles de participantes es simplemente un despropósito que lastra la agilidad y la actuación práctica. Este énfasis en el «camino» -la forma en que se toman las decisiones- frente al «punto de llegada» -los resultados obtenidos de la lucha- refleja de nuevo las ansias de generar espacios libres de las ideas dominantes pero que en la práctica, el resultado puede ser asambleas interminables que acaban desanimando más que empujando a actuar y conseguir victorias. De nuevo, este planteamiento es sólo válido para unas secciones del autonomismo pues, como vimos durante los primeros meses del 15M, muchos activistas autónomos entendieron la importancia de realizar votaciones como método de toma de decisiones.
Incomprensión del papel de la lucha por las reformas
Del mismo planteamiento de rechazo absoluto al Estado descrito más arriba, la lógica de un sector del autonomismo suele renunciar a establecer cualquier tipo de demandas al sistema, pues se entiende que exigir reformas sólo refuerza la legitimidad del Estado. Sin embargo, esta cuestión es fundamental para crear un movimiento que realmente pueda acercarse a lograr sus objetivos de cambio social a través de la involucración creciente de la mayoría de la gente. Egipto constituye un ejemplo claro, pues fueron las demandas más básicas (derechos democráticos como el final de la dictadura y elecciones libres, un sueldo mínimo y mejores condiciones laborales) las que hicieron que la gente se identificara con el movimiento revolucionario que abordaba demandas que afectaban directamente a sus vidas. La gran mayoría de la gente se acerca a la política exigiendo reformas concretas, por ejemplo, un sueldo mejor o educación pública. En el proceso de estas luchas, que son reformistas, la gente se radicaliza, al darse cuenta de la posibilidad de luchar y ganar, del poder colectivo, así como al sufrir y ver las limitaciones democráticas del sistema.
Así, la «autonomía» total del sistema y el rechazo a la lucha por reformas limita a la hora de conectar con la mayoría de la gente pues se abstiene de los ámbitos formales/tradicionales de la lucha a los que la mayoría mira a la hora de implicarse políticamente. De esta forma, una estrategia correcta en el 15M debería haber debido priorizar las propuestas que involucraban activa o pasivamente al mayor número de personas posibles. Por ejemplo, una manifestación, huelga o piquete casi siempre será mucho más contundente y eficaz que hacer un «flashmob» o una huerta ecológica, y las peticiones por la protección del sistema público de sanidad y educación encontrarán mayor eco en la población que la lucha «aquí y ahora» por sustituir el sistema en su conjunto. Sin embargo, en las asambleas del 15M eran demasiado frecuentes los llamamientos a no caer en peticiones «reformistas» y mirar siempre a las aspiraciones máximas que, además de carecer de posibilidades reales de proliferar, alejaban al movimiento de la mayoría de la gente que sigue creyendo en la necesidad de una transformación «progresiva» de la sociedad.
Rechazo de los partidos
El rechazo a los partidos políticos y las organizaciones tradicionales de la izquierda ha sido una característica definitoria y positiva del 15M compartida por el autonomismo. Esta convergencia no es producto de una transformación ideológica radical hacia las ideas libertarias de miles de personas, sino más bien el resultado de la experiencia política de la población del Estado español durante los últimos 30 años. El mérito a la hora de extender este rechazo no es de los activistas del movimiento autónomo, sino más bien de las propias fuerzas tradicionales de la izquierda. No contamos con espacio aquí para describir la trayectoria contradictoria de organizaciones políticas como el PCE, el PSOE y sindicales como CCOO y UGT pero, en general, las decenas de miles de activistas que han constituido el 15M se han visto alejadas de ellas, ya sea por la deriva hacia la derecha y las medidas populares del PSOE o por el descrédito del burocratismo de CCOO y UGT. Sin embargo, podemos decir que las ideas antipartido llevaron al 15M a posiciones irracionales donde no existían diferenciaciones entre unas organizaciones y otras. Esta no diferenciación entre partidos que chocan frontalmente con los intereses de la clase trabajadora y aquellos que luchan por estos intereses condujeron a propuestas absurdas como «No les votes» o «Aritmética 20N» donde se pedía el voto para un partido españolista y de derechas como UPyD sólo para «dañar el bipartidismo».
Sin embargo, en las elecciones del 20N, muchos y muchas activistas del 15M que supuestamente rechazaban el ámbito político oficial estuvieron pendientes de las elecciones y muchos de ellos votaron. De hecho la mayoría del Movimiento, incluidas las personas autónomas, entendieron la victoria del PP como un retroceso que daría lugar a más pérdidas de derechos. Entonces, ¿influye la política oficial en la trayectoria de la lucha? ¿Son importantes las elecciones pese a representar esta falsa democracia?
Las elecciones, por lo general, no deben ser un objetivo central para los movimientos que aspiran a transformar drásticamente la sociedad. Sin embargo, ofrecen un espacio para desplegar la propaganda, así como una oportunidad de acercamiento hacía la mayoría de las trabajadoras que aún confían en el sistema electoral. No intervenir en ellas implica no dar alternativas y rechazar una herramienta que, sin ser un fin en sí mismo, puede ayudarnos en la extensión de ideas anticapitalistas.
Una vez más, la influencia de las ideas autónomas respecto a la lucha política contribuye a aislarnos más que acercarnos al grueso de la población que queremos movilizar.
El sujeto de cambio
Una de las características centrales del autonomismo contemporáneo y que constituye un asunto en liza dentro del 15M es el papel de la clase trabajadora en el cambio social. Como se explica al principio de este artículo, las derrotas obreras y el avance del neoliberalismo en los años 70 condujo a sectores de la izquierda autónoma a rechazar a la clase trabajadora como sujeto central en la lucha, apostando por sectores sociales excluidos y mucho más oprimidos que la clase trabajadora asalariada. Este planteamiento vio su resurgir gracias al concepto de «multitud» que representa el conjunto de individuos que tienen choques con el sistema no sólo por su identidad como trabajadores, sino en base a otras categorías como la de mujer, inmigrante, desempleado, etc. y cuya existencia refleja un capitalismo que ya no asienta su poder y su reproducción sobre el conjunto de los trabajadores y trabajadoras como clase sino sobre el conjunto de la población que realiza diferentes funciones para el sistema más allá del trabajo material. Este debate tenía una traslación clara en las asambleas del 15M cuando los sectores anticapitalistas y socialistas revolucionarios pedíamos una orientación de la lucha hacia la clase trabajadora. Más allá del debate en sí y las conclusiones parejas que lleva asociado sobre la relación con los sindicatos mayoritarios, parece que el 15M ha entendido de forma natural que la participación y movilización de las y los trabajadores representa una fuerza material de mayor envergadura que las manifestaciones, ocupaciones y asambleas. Así, el engarce del Movimiento con las movilizaciones laborales en los sectores de la sanidad y la educación o su apoyo a la huelga general del 29M ha neutralizado el núcleo duro del autonomismo que apostaba por aislarse de las y los trabajadores más activos y sus organizaciones sindicales.
Tras un año de 15M podemos decir que el desarrollo de la experiencia de lucha ha limado muchas de las posiciones ideológicas de las que el autonomismo es abanderado. Esta convergencia era más el resultado de la inexperiencia política de muchos activistas del 15M que del trabajo ideológico realizado por el sector autónomo organizado. Con la adquisición de experiencias se han revisado posiciones cerradas sobre la relación con las organizaciones (acudiendo a manifestaciones convocadas por CCOO, por ejemplo) y permitiendo mucho más oxígeno para aquellas que, como En Lucha, han estado en el Movimiento desde el principio y continúa apostando por él. Esta evolución y alejamiento de las posiciones del autonomismo en el 15M no resta validez al enorme y valioso trabajo realizado por las personas encuadradas en esta ideología, pero sí muestra hasta qué punto debemos dotarnos de posiciones ideológicas que nos habiliten para plantear un análisis correcto de la situación y una buena estrategia para luchar.