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El baile de la derrota

Fuentes: Rebelión

La segunda vuelta de las elecciones en Chile será el baile del fracaso y la derrota. Si ganara Piñera, el escenario más grave para el pueblo, significaría el triunfo de la derecha por vía democrática por primera vez en cinco décadas, sería reencontrarse con los viejos fantasmas de la dictadura pinochetista, pero esta vez legitimados […]

La segunda vuelta de las elecciones en Chile será el baile del fracaso y la derrota. Si ganara Piñera, el escenario más grave para el pueblo, significaría el triunfo de la derecha por vía democrática por primera vez en cinco décadas, sería reencontrarse con los viejos fantasmas de la dictadura pinochetista, pero esta vez legitimados por la adhesión voluntaria y ciudadana. En concreto, la derecha volvería a hacerse con cuotas relevantes de poder, y su capacidad para entronizarse en el mismo durante varias legislaturas se vería acrecentada al poseer enormes posibilidades de recursos públicos, relaciones e influencias.

Si ganara Frei, (que necesariamente tendría que ser con los votos de Arrate y Enríquez Ominami), sería el reconocimiento tácito que la Concertación por sí sola es un completo fracaso, que como formación política entró en un proceso de degradación terminal y desesperada, tiene que recurrir a los mismos a los que siempre se esforzó en mantener distantes y excluidos. Sus propios «díscolos» socialistas, los comunistas y la izquierda extraparlamentaria. Una visión bastante oportunista de la política y de la vida, pero eso en Chile no es de extrañar. Como un patético duelo de boxeadores acabados, más que como púgiles que miran con la frente en alto al futuro, estas dos fuerzas políticas que ya cumplieron sus respectivas «misiones históricas», se esfuerzan por seguir en la lid más con argucias que con un sentido real y objetivo de futuro. Apenas se percatan, creo yo, de la verdadera situación y necesidades del país, no entienden que están jugando con fuego, que la política de los consensos está bien marchita, que se requiere audacia para dar los grandes saltos de la historia y no tratar de ir quedando siempre bien con Dios y con el diablo.

Chile ya está harto de «engrupidores y engrupidos» (1), de cuentacuentos de camino que tratan de adormecer a sus oyentes. Ya está cansado de ir a votar con el voto amuñado (2), estragado, por el mal menor, por el menos malo, como el entrenador que tiene una plantilla pobre y escasa y tiene que acomodar jugadores donde molesten lo menos posible o no hagan chapuzadas. (Por lo menos Pellegrini no tiene ese problema). El veinte por ciento de Enríquez y el siete por ciento de Arrate muestran que algo huele mal en Dinamarca, que quizás ya es tiempo de nuevas coaliciones que re encanten la imaginación y la pasión de las clases populares, o sea, que el país empiece a «popularizarse» aunque sea sólo un poco. Va siendo tiempo de pedir una nueva mano en la baraja, un reordenamiento del naipe.

Pero en la izquierda también hay que exigir que se dejen de personalismos y tiquismiquis, que estén a la altura y hagan el gesto de madurez que necesitan los tiempos. Recordemos que las vigas maestras de la estructura chilena son el sistema político, el sistema económico, y la Constitución y las leyes, ese es El Sistema, pero hay que insistir que se trata de una Constitución refrendada por nadie, una economía impuesta a sangre y fuego y una Democracia muy poco participativa, o sea, una democracia sin pueblo, o con el pueblo licenciado para los grandes debates nacionales. ¿Se modificaran estos asuntos con el nuevo gobierno?

Luego, es también el resultado de haberse «creído el cuento» de ser los jaguares sudamericanos, «los ingleses de América latina» y toda esa sarta de mensajes chovinistas con ridículas aspiraciones centroeuropeas. A esta situación se llegó por la constante arrogancia chilena de creerse superior a nuestros vecinos, de considerar nuestra democracia más acabada que la de Hugo Chávez o la de Evo, en definitiva, por restarnos a la lucha ni estar por la labor, de mirar en menos al barrio sudamericano como si alguna vez pudiéramos mudarnos solos al primer mundo. Es el resultado de haber absorbido como esponjas toda la inmundicia de la cultura yanqui, con toda su batería de «ismos» (individualismo, consumismo, pragmatismo, arribismo etc.), del culto a la apariencia, a los grandes «malls», al «retail» al dinero plástico, y todo eso que venera la cultura anglosajona.

Chile es uno de los países que menores niveles de asociacionismo y participación tiene en todo el continente latinoamericano, aunque sea para las cosas más elementales. Resultado: Mentalidad de nuevos ricos en un país que pelea la Copa Mundial de la desigualdad (Ver índice Gini). A esta situación se llegó además por la autocomplacencia de la clase política pero también de la sociedad civil, por faltar a la organización social, de decir que se ha hecho mucho cuando se ha hecho poco, de tratar de conducir mirando siempre el espejo retrovisor y no querer ir para adelante. Alguien tiene que decirles que en el pueblo también estamos hartos de ese neoconservadurismo ambiental que impregna con su hedor todas las facetas de la vida.

De la telebasura, la farándula retrógrada, y los medios de comunicación serviles a los grupos de poder, de la pavorosa estratificación social que hace recordar las castas estancas en el Ganges, de la discriminación y el racismo interno y externo, (como en la Sudáfrica del Appartheid pre- Mandela), en fin, de todo el modelo social al que muy poco se le ha quitado durante todos estos años. ¿Quién les dijo que su sistema era sacrosanto e inmutable? Unos y otros (Derecha y Concertación) lo veneran como si Moisés lo hubiese traído incluido en las Tablas de la Ley cuando bajó del monte Sinaí. Que se lo lleven, no lo queremos, y que aprovechen de llevarse a sus boys, esa epidemia de niñatos gerenciales que han jugado a dirigir negocios como halcones de Wall Street. Si no tienen capacidad para ofrecer condiciones dignas, el país puede relevarlos de su ardua tarea. El estado perfectamente puede hacerse cargo de sus empresas y dejar de ser un pasmarote; espectador «subsidiario» de todo lo que ocurre en la economía.

Pero para que no se diga que no somos propositivos, ¿que proceso queremos en la izquierda? Uno que restituya los sueños, pero los sueños de verdad, no el de los afiches y carteles de los actuales candidatos. Como decía Le Bon, los pueblos viven sobre todo de la esperanza, sus revoluciones tienen por objeto sustituir con esperanzas nuevas las antiguas que perdieron ya su fuerza. Cuando alguien hace trampas o se salta la fila se debe volver a la posición anterior. Esto lo saben hasta los niños que juegan al Ludo o al Parchís. Somos muchos los que pensamos que hay que retrotraer la jugada a Septiembre de 1973, no al 11 de Septiembre, evidentemente, pero si al espíritu de ese proceso que se interrumpió con la trampa y la salvajada.

Esto es lo que éticamente corresponde señores de la Concertación, por si este 17 de enero tienen la fortuna de que el pueblo inmerecidamente les regale su voto. Pero esto hay que decirlo así de claro. Queremos un proceso tan esperanzador, tan avanzado y tan profundo como el que tuvimos antes del golpe militar. De ahí para adelante, una transición que transite a un objetivo definido. En España, la izquierda tiene a la II República del Frente Popular como a su principal referente y paradigma y a nadie se la ha caído el pelo por ello. En Francia, el modelo ejemplificador sigue siendo la Comuna de París y tampoco nadie se rasga vestiduras. En el fondo, el baile de la derrota se produce en un país falto de audacia, atrevimiento y de otras tantas y muchas virtudes cívicas, un país que se está acostumbrando a convivir con la desidia. Ojalá que para el 2010, se alcance a recuperar en algo la osadía de los héroes del Bicentenario. Ha pasado mucho tiempo.

(1) Engrupidores y engrupidos : Engañadores y autoengañados.

(2) Amuñado: Apretado.