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Crónica de un curso de verano

El barco, los puentes, las terapias y la memoria

Fuentes: Rebelión

Desde la sucia y ardiente ciudad de Madrid de un miércoles cualquiera de un julio cercano tomamos rumbo hacia un pueblito de Ávila, cuyo nombre en breve recordaremos, dispuestos a encontrarnos con la historia y la memoria para, como si de una moderna terapia antiamnésica se tratara, ensayar algunos remedios contra el olvido en forma […]

Desde la sucia y ardiente ciudad de Madrid de un miércoles cualquiera de un julio cercano tomamos rumbo hacia un pueblito de Ávila, cuyo nombre en breve recordaremos, dispuestos a encontrarnos con la historia y la memoria para, como si de una moderna terapia antiamnésica se tratara, ensayar algunos remedios contra el olvido en forma de palabras.

Sobre el rocín flaco de Vocesenlucha troteamos a ritmo templado, alejándonos del mundanal ruido, por esos caminos del presente al que llamamos carreteras. Cámara y pluma al hombro como aldarga antigua y lanza en astillero, nos sale al encuentro el primero de los dilemas políticos a los que se enfrenta cada día todo sujeto de aspiraciones revolucionarias en medio de la vorágine neoliberal: ¿pagamos un peaje insólito por usar unas carreteras construidas con el dinero de todos o atravesamos el puerto de Somosierra? Resignados tomamos rumbo a las alturas de la sierra de Madrid, no para `rutear´ ni escuchar pajaritos bajo un árbol, ni siquiera para enfrentar gigantes como molinos de viento, sino para curvear a lomos de este viejo rocinante apellidado 206. Ya por las llanuras de la vieja Castilla, esa que nunca recorriera el Quijote, nos envuelven los abrasados campos de amarillo `trigueante´. Después de unas horas, bajo el sol del mediodía llegamos al pueblo de nuestro destino cuyo nombre, ahora sí, nos viene a la memoria: El Barco de Ávila.

Esta tarde comienza el curso de verano de la UNED «Justicia y memoria democrática». Tres días donde, de la mano de algunas hermosas cabezas pensantes, bucearemos en el pasado, en las memorias, en las impunidades de la historia, en los crímenes de la infamia, en las justicias del mañana. Entramos a El Barco buscando un lugar adecuado donde dar reposo a nuestro rocinante del siglo XX, sobreviviente en el siglo XXI, y almorzar algo bajo una sombra imprescindible. El pueblo está desierto en este mediodía bajo un `sol de injusticia´, que puede que algo tenga que ver con el sol al que cada mañana daban cara «con la sonrisa puesta» algunos seres no tan anacrónicos de nuestra historia. Es por eso que no nos extraña el vaciamiento generalizado de las calles. Sobre ellas avanzamos esquivando el centro y llegamos hasta las orillas del río Tormes. Para cruzarlo nos da la bienvenida un puente que fue construido por los romanos no se sabe cuándo y luego reconstruido con estilo románico. Dudamos si atravesarlo con este invento de la modernidad con el cual, por mucho que venga del pasado siglo, nos parece un ultraje pisar semejante reliquia histórica. Como usurpando los territorios de la memoria y el pasado, atravesamos este puente enmendado en el siglo XII. No hay remedio. El presente camina sobre el pasado. En ocasiones se olvida su huella. Aun así, la huella siempre queda, aunque no sea de piedra ni tome forma de puente románico.

Metiéndonos por fin en harina, ya con nuestras cámaras a punto, en la tarde de este miércoles cualquiera de un reciente julio, inaugura el curso el siempre fino analista Joan Garcés, que, siguiendo con los puentes, y en su estimulante costumbre de vincular pasado con presente, traza uno que conecta la impunidad en la guerra de España con la forma en que se está enfocando la crisis constitucional en relación con Cataluña, no sin antes señalar la «brutalidad» de la represión franquista, «de carácter generalizado y sistemático, y la impunidad absoluta que esa represión tuvo durante y después de la guerra en España». Una guerra a la que se niega a llamar guerra civil por la dimensión internacional del conflicto, donde las potencias fascistas italiana y alemana están involucradas desde el minuto uno y donde acaba implicándose (tarde) la Unión Soviética en apoyo al gobierno legítimo después de que éste recurriera en primer término a Francia e Inglaterra, quienes se lavaron las manos en el vergonzoso pacto de no intervención bajo la excusa de tratarse, dijeron, de un conflicto interno. De ahí, cuenta Garcés, nace el término guerra civil, pretendiendo obviar su carácter internacional. Sin embargo, «el gobierno de la República siempre habló de guerra de España», afirma. El mismo Garcés nos resuelve el misterio del porqué desde la llegada de la «democracia» al Estado español se materializa el deseo de algunas potencias, que «tenían mucho interés en que no se hablara en España sobre lo ocurrido desde el 36 hasta el 45, los años de la represión más sistemática». Quizás podamos entender algo si atendemos a cómo se desarrolló nuestra Transición. Para graficarlo recurre Garcés al General Monzón Altoaguirre, miembro de los servicios secretos del almirante Carrero Blanco, quien afirma que «la Transición se hizo antes de que Adolfo Suárez fuera nombrado presidente del gobierno, las pautas de la Transición estaban hechas de antemano con los servicios secretos de Carrero, con la colaboración muy directa de los servicios secretos alemanes y coordinados por EEUU». Quien quiera profundizar en estos hechos, y rastrear, entre otras cosas, el papel del PSOE, Felipe González y otros amiguetes sevillanos como Alfonso Guerra, antes, durante y después de la Transición, desde información de archivos nada menos que de la CIA, desclasificados en EEUU, nada mejor que acudir a un libro de cabecera como Soberanos e Intervenidos.

Hablando de soberanos e intervenidos, Garcés nos recuerda un artículo suyo de 2016 llamado «El derecho a decidir de los españoles», donde explica, de nuevo trazando puentes en la historia, la conexión entre el nombramiento de Franco como jefe de Estado en 1936, la coronación de Juan Carlos I como rey de España en 1975 y la proclamación de Felipe VI en 2014 como nuevo rey ante la abdicación de su padre. El material que une los tres hitos es que antes de ser proclamados jefes de Estado, los tres son nombrados previamente jefes de las Fuerzas Armadas. Franco por la Junta Militar que dirigía la sublevación contra República, Juan Carlos I por las órdenes dictadas por el mismo Franco, recientemente fallecido, y Felipe VI «ante la presencia de los jefes militares de los tres cuerpos del ejército». Es después de ese acto en el Palacio Real que Felipe «se traslada a las Cortes, donde es proclamado rey». Esto, según Garcés, es de una «carga simbólica y constitucional extraordinaria, y es una violación de la Constitución vigente, puesto que literalmente dice nuestra Constitución que el Jefe de las Fuerzas Armadas es el rey, es decir, es en la medida que es hecho rey que es jefe de las Fuerzas Armadas, y no al revés». De modo que ese histórico 19 de junio de 2014 Felipe VI presta juramento para cumplir unas funciones constitucionales que acaba de vulnerar. En los tres casos, «el mando supremo de las Fuerzas Armadas se transmite al margen de la soberanía popular, de la representación nacional y de la Constitución en vigor», afirmaba en el artículo. «Lo más deprimente para mí -continúa Garcés hoy- es ver en televisión a todos los cuerpos constituidos de España, desde el presidente del Tribunal Constitucional hasta la Corte del Tribunal Supremo, pasando por todos los senadores y parlamentarios, todos los grupos representativos de la soberanía española en esas Cortes aplaudiendo un acto que estaba en desafío a la lógica de una Constitución democrática». Con estos antecedentes, no es de extrañar lo que vendría después; nos referimos al papel del rey respecto a los hechos en Catalunya.

Del primero de los conversatorios, y ya que podemos echar mano de esa hermosa trampa del relato que son los puentes en la historia, sin pretender evadir el tema catalán saltaremos ahora hasta el último de los expositores. Si la harina con la que inauguramos este pan de la memoria era de fuerza, no le queda a la zaga la plática de quien cierra el curso, el filósofo Reyes Mate, quien despliega un brillante análisis filosófico en torno a la memoria y la justicia y nos plantea cuestiones tales como el de las visiones regionales de la justicia y el problema de cómo universalizar ese concepto de justicia. ¿Qué es la justicia, el reparto equitativo de la libertad, como pretenden las teorías modernas, propias de sociedades del bienestar o el reparto equitativo del pan, como defienden las teorías latinoamericanas, propias de países con profundas desigualdades? Efectivamente, la idea de justica es relativa, contextual y múltiple. Y así las teorías de la justica, que quedan «quebradas cuando aparece en escena la memoria, novedad que sacude todas las teorías de justicia», sostiene. «La memoria es un deber a partir de un momento, antes sólo era conocimiento. El deber de memora aparece cuando los campos de concentración nazis son liberados. Esto no puede repetirse más. La humanidad no se lo puede permitir. Hay que repensar la historia para que no se repita. Sorprende que para las víctimas la memoria tuviera tanta importancia… [Durante el III Reich] sucedió algo impensable. ¿Qué pasa cuando lo impensable ocurre?» Ahí nace el deber de memoria. Hay que «partir de lo que el hombre ha hecho aunque no seamos capaces de imaginarlo… Repensar la memoria a partir de la experiencia de la barbarie». Extraordinario.

Sin embargo, la charla de Reyes Mate nos deja un halo de preocupación que nos cuesta arrancarnos de otra forma que no sea echando mano a la terapia dialéctica de las palabras. Nos inquieta la importancia que Mate le otorga a un concepto como el de perdón, un término de gran ambigüedad que ha sido utilizado hasta la saciedad por aquellos que quieren convertir la voluntad de la humanidad en un remanso de agua inofensivo. Para nada creemos que el filósofo otorgue a ese concepto tal significado. No por nada apoya su posición en una filósofa y luchadora por los derechos humanos como Hannah Arendt, quien afirmó aquello de que «el perdón es la clave para la acción y la libertad». No obstante, y a pesar de lo impoluto de su argumentación, no terminamos de sacarnos de encima esa intranquilidad al pensar cuál puede ser el significado último del concepto perdón, tan manipulado por los dueños de verdades oficiales, y la consecuencia de tal actitud extendida a nivel social. Algo que ¿acaso no padecemos ya a día de hoy? Si todo es perdonable, ¿no favorecemos la lectura hoy impuesta de dos bandos iguales? Iguales en responsabilidades. Iguales en lo ético. Iguales en la infamia. Nos queda la inquietud del peligro de prescindir del análisis del histórico conflicto entre clases que se recrudece en suelo español desde el levantamiento del 18 de julio del 36. Una batalla política llevada al más terrible de los extremos, el del horror, el de la guerra. Una batalla entre dos fuerzas que encarnaron esa confrontación histórica que nos gusta caracterizar, cuasi infantilmente, sin miedo de ser tildados de moralistas, como las fuerzas del mal y las fuerzas del bien, representantes de esos valores universales que igualmente sintetizamos en la infamia o la dignidad. Más allá de que en nombre de esos entes universales, y apartándose de ellos, se hayan cometido de manera minoritaria, no representativa ni generalizada, los más horribles y censurables crímenes desde un lado o las más bellas muestras de amor a la humanidad desde el otro. Son esas dos fuerzas, esos dos valores, los que se enfrentaron en la guerra de España. Venció el mal, como bien sabemos. Y cuando la infamia vence, es implacable. Y fue implacable. El mismo Reyes Mate señala una diferencia, que no puede minimizarse, respecto los crímenes horrendos de ambas fuerzas enfrentadas, más allá de la puramente matemática, que es sustancial: mientras por el lado republicano esos crímenes fueron ilegales, no tolerados y censurados por el gobierno legítimo y popular, los crímenes del lado de la infamia sin embargo se llevaron a cabo por prescripción institucional, de esa institucional paralela e ilegal que fundaron los sublevados. No es baladí que más allá del fin de la guerra, esos crímenes contra la humanidad se convirtieran en orden dentro de la nueva legalidad impuesta a sangre y fuego. Es por eso que el poeta Marcos Ana, el preso político que más años pasó en cárceles franquistas, afirmó: «Una guerra civil es siempre una tragedia nacional, que sufrimos todas y todos; pero no se puede establecer un juicio salomónico y equiparar tres meses de descontrol (agosto-octubre, de 1936, en el área republicana) con un genocidio frío y sistemático que duró casi cuarenta años (desde 1936 hasta 1975 bajo el franquismo). Sin olvidar que no es igual luchar contra la libertad que defenderla».

Hay otro hecho fundamental en este asunto, que tiene que ver con las víctimas en sentido amplio, incluyendo a las que quedan tanto o más como a las que se fueron. Mientras las víctimas y familiares de los crímenes perpetrados por las tan ruidosas como amplificadas notas sueltas del lado republicano tuvieron reconocimiento, honor y gloria durante más de medio siglo por parte de una legalidad institucional todavía hoy en estado de continuidad, las víctimas producidas por el lado de la infamia nunca jamás han gozado de tal reconocimiento oficial, y muchas de ellas yacen aún perdidas y desaparecidas en las cunetas del olvido. ¿Se puede bajo estas circunstancias perdonar? Más allá de la inquietud, no tenemos una respuesta clara. Volveremos a ello.

Detrás de los panelistas de la sala de conferencias donde se inaugura el curso, que nos será «arrebatada» por otro curso de temática más de moda en estos días del cual luego hablaremos, nos mira un colorido cuadro con la estampa de El Barco de Ávila. Ahí está el río Tormes, y ahí está, observándonos, el viejo puente románico recordándonos un pasado donde burros, bueyes, campesinas y campesinos, habitaban un tiempo que ya no existe, un tiempo muerto en la historia. Una mancha emborronada en el pasado que no vemos cegados por las luces de neón de la modernidad. Ahí está el pasado con sus piedras y sus burros y sus puentes y sus campesinas y la tierra que nos grita para que la miremos agonizante. Ahí está el pasado gritándonos. ¡Estoy vivo en el presente! Y nosotros, más burros que los burros, sólo viendo presente. Inmaculado, plano, hueco, vacío, impreciso, ansioso, perdido, desubicado.

La mesa redonda «Memoria y represión en la provincia de Ávila» nos aterriza en el terror concreto, en lo gráfico de la memoria a pie de calle, de olor a pueblo, pólvora, e ignominia. Como la que sufrió la provincia de Ávila, que quedó dividida en dos. Al norte, la infamia, al sur, la dignidad. En la ciudad de Ávila se fusila al último gobernador civil, se clausura Correos, Telégrafos y la Casa del Pueblo, donde se queman libros. Ávila vive una pequeña guerra, casi de guerrillas, nos relata María del Mar González de la Peña, nieta de desaparecido por los crímenes del franquismo que expone un relato estremecedor. «Desde el primer momento se fusiló por ser sospechoso de ser republicano. Para el derecho penal franquista, la simple defensa de determinadas ideas era punible. Como Hitler, la policía te detiene antes de cometer el delito. Una guerra total». Guerra total que se proyecta hacia el futuro. Es por eso, que esta compañera bibliotecaria afirma categórica: «todos, incluso los nacidos en democracia, somos víctimas del franquismo». Si María del Mar hablaba de quema de libros, el siguiente ponente, Rafael Sánchez Gutiérrez, nos habla, como maestro que es, de la grave represión que sufrió el mundo de los maestros y maestras. «La provincia de Ávila es, después de León, donde más maestros fueron asesinados. ¿Por qué esa persecución al maestro?». La República emprendió grandes reformas educativas. Construcción de escuelas, universalización de la enseñanza, modelo laico, democratización del sistema educativo,… Algo que la infamia nunca puede tolerar. «Muchos maestros abulenses estaban sindicados para luchar por la escuela nacional y pública». Los maestros que quedan en la zona nacional sufren el terror. De julio a noviembre, nos cuenta Rafael, se desata el llamado «Terror caliente», cuando «se asesina a maestros con juicios sumarios realizados por dos falangistas y un cura. Las cruces en las listas son señaladas por el Obispo de Ávila». Bruno Coca Arenas, del Foro por la Memora de Ávila, cierra esta mesa, que comienza describiendo cómo «alrededor de 1.000 personas fueron asesinadas en la provincia de Ávila. Una represión que se ensañó con alcaldes, concejales y también jornaleros del Frente Popular. Algunos curas se enfundaron el mono azul [de los falangistas] y mataron. Se practicaron enterramientos vivos. Algunos patronos mataron a segadores para no pagarles los jornales». Curiosamente, hace unos días, caminando por Navaluenga, un pueblito de Ávila junto al río Alberche, nos topamos con Isaac, un campesino que vende sus productos de la huerta en un puestito, que devuelve a la tierra lo que la tierra le da y conversa con los árboles como buen poeta campesino que es. Al padre de Isaac y otros ocho compañeros se los llevaron unos falangistas porque el patrón no quería pagarles y les acusó de comunistas. Ya frente al paredón, a punto de ser fusilados, uno de los guardias civiles reconoce a uno de los jornaleros y les dice: «¿estos son los comunistas que vais a matar?». Gracias a semejante azar, pudieron seguir respirando.

Emilio Silva, Presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), nos habla, entre otras cosas, de la represión y la impunidad económica. Durante el franquismo, se aprueba un decreto «que se reserva el 80% de las plazas públicas a aquellos que limpiaron de marxistas España. La gente tenía que ser insignificante. No se podían significar. Podemos hablar de un apartheid español, donde los recursos y oportunidades eran sólo para los vencedores. Se llevaron por delante la vida de 55.000 personas. 9.700 republicanos españoles fueron deportados a los campos de concentración». Poco se cuenta en estas tierras desmemoriadas de los esclavos del franquismo. Como poco se cuenta de la Transición que nos vendieron, donde se aprobaron leyes vergonzosas como la Ley de Amnistía del 77. Ley de amnistía y de amnesia colectiva, debería llamarse. El intento de golpe de Estado del 23-F «tuvo un efecto psicosocial tremendo. Se hizo para ser visto. No es casualidad que las cámaras siguieran conectadas». De aquellos polvos, estos lodos. No es casualidad tampoco que «todos los gobiernos permitan la existencia de la Fundación Francisco Franco. Todos condecoraron a Billy el Niño. No existe un reconocimiento público a las personas que lucharon contra el fascismo». La memoria desdibujada deja rastro en la ciudad. Por eso el «Arco de la Victoria, que celebra la victoria de los fascistas en la ciudad de Madrid», sigue siendo un espacio de exaltación reaccionaria y no de señalamiento de la infamia. Como el actual Valle de los Caídos, tan presente en los medios estos días en que pone el grito en el cielo el franquismo explícito y el sociológico ante una decisión como trasladar a Franco de ese mausoleo construido por esclavos republicanos. «Tristes tiempos estos, en que hay que luchar por lo evidente». ¿A quién beneficia este escenario? ¿A la memoria de la dignidad?

A día de hoy, nos recuerda la magistrada Begoña López Anguita, «no existe una condena real y efectiva a la dictadura franquista. Existe un pacto de olvido. Hasta el año 2002, no llega la primera proposición no de ley para instar al gobierno a hacer algo». Sin embargo, se trata de algo «puramente simbólico, una declaración de principios». No existe un censo de los desaparecidos por desaparición forzada en España, pero se calcula que hablamos de «114.000 desaparecidos. El Estado es responsable de esos crímenes contra la humanidad. El Estado emprendió acciones para eliminar a un enemigo político». Reconocer eso «es una cuestión de voluntad política». ¿Existe hoy realmente, más allá de las bombas de humo?, nos preguntamos. «Parece que ahora la hay», afirma Begoña.

Cruzamos, esta vez caminando, el viejo puente románico junto al profesor Marcos Roitman. Hoy ese puente no está vacío. Un campesino con dos bueyes que parece congelado ahí desde hace cinco siglos pasa junto a nosotros constatando el ultraje que ayer cometimos al atravesar este puente con ese vestigio motorizado de la modernidad llamado 206 y confirmando que definitivamente vivimos en el pasado y que el presente es como una caja de pandora que contiene una única historia y muchas memorias. A pesar de que, sin embargo, cada vez recordemos menos y cada vez veamos en nuestros pueblos menos campesinos con bueyes congelados en el tiempo.

Siguiendo con los puentes, y regresando a la harina de los contenidos, volvamos a Garcés y retomemos aquel puente que, dibujándolo, no acabamos de transitar. En esa manía suya de conectar los hitos de la historia recordándonos la importancia del pasado para comprender el presente, Garcés pone el dedo en los paralelismos que se pueden trazar entre los hechos históricos del 36 y los de hoy, en concreto en relación a la actual crisis constitucional española, que, afirma, sería «reductivo pensar que está exclusivamente referida a la situación en Cataluña. No. Es anterior. Y arranca de nuevo por la impunidad en relación con no poder o no querer abrir los ojos para preguntarse qué pasó en este país entre el 36 y el 39». El puente que conecta el 36 con la crisis en Cataluña no es otro que el delito de rebelión. Un delito en procesamiento actualmente en el Tribunal Supremo para el caso catalán que nunca ha sido si quiera admitido a trámite para el caso de la sublevación del 36. Ese procedimiento jurídico en relación a la impunidad de los crímenes del franquismo lo inició Joan Garcés en el año 2008 en la Audiencia Nacional. Fue rechazado aludiendo que se trataba de delito de Rebelión, algo que nunca había sido competencia de la Audiencia Nacional. Sí lo fue sin embargo para esa misma sala de lo penal unos años después cuando surge el problema de Cataluña, que admite a trámite la querella presentada por la el fiscal general del Estado, José Manuel Maza, por delito de rebelión, lo que llevó al encarcelamiento de los políticos catalanes, hoy en prisión. Algo que «los jueces en Europa se niegan a entender que es rebelión. Para que haya delito de rebelión es necesario que haya violencia. Sacar un millón de personas a la calle donde no se rompe una papelera no es violencia, sino derecho a la manifestación. Un millón de personas que no rompen una farola no doblegan a un gobierno, de modo que ese gobierno no está en riesgo», insiste Garcés. Después de la negativa en 2008 por parte de la Audiencia Nacional, quien fuera amigo personal de Salvador Allende, le acompañara en La Moneda el fatídico 11 de septiembre del 73 y lograra años después sentar a Pinochet en el banquillo, no se da por vencido: «llevé la pelea contra esa resolución ante el Tribunal Supremo, que consideró que no era una cuestión constitucional, y lo llevé al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, y es muy interesante la respuesta de éste: no se toca el asunto español».

¿Y cuál es ese asunto español que no se toca? No otro que el de los crímenes de la infamia, el asunto de la memoria, el que se encargó de dilapidar una transición pactada cuyo modelo se exportó luego a América Latina. «¿Cómo se puede mantener un relato, una versión de la historia que impida a la gente hablar de lo que pasó hace tan poco tiempo?», se pregunta el magistrado Luis Carlos Nieto. Según éste, es fundamental el miedo que generó la represión, «un miedo tan brutal que paralizó las posibilidades de hablar durante varias generaciones. El miedo paraliza y entierra el relato democrático en nuestro país». Es por eso que cuando Luis estuvo en el Comisionado de la Verdad de Honduras, en las movilizaciones contra el golpe de estado, «una persona gritaba, ¿Quién dijo miedo? Y el grupo de manifestantes contestaba: ¡Nadie! Era esta una forma de conjurarse contra el pánico que había porque la represión era brutal». Ese, nos recuerda el profesor Roitman, era el propósito de dictaduras como la chilena, donde «uno de sus elementos clave fue poner los centros de tortura en sitios visibles para articularlo en el miedo, el miedo colectivo que genera el reconocimiento social de los sitios donde se asesina, se mata o se tortura. Los torturados eran torturados una, dos, tres, cinco, diez, veinte veces pero después se les dejaba libres para que contaran su historia. Es el elemento de la psicología del miedo».

Esa psicología del miedo perdura en los cuerpos como perdura en la psique colectiva de los pueblos. La parrilla cultural «democrática» y la sociedad de consumo despolitiza las conciencias, entumece los cuerpos y prescribe un silencio ayer impuesto, hoy consentido. La memoria se desdibuja, se manipula, se hace añicos. El poder la recompone a su antojo. Sin embargo, el miedo permanece en cuerpos y cabezas. Es por eso que proliferan las terapias del siglo XXI. La psicología o el Tarot pierden adeptos y crecen las nuevas técnicas de «liberación» y búsqueda del mundo feliz. Para muestra, un botón. Durante este curso de memoria histórica compartimos las instalaciones con otro curso de verano de la UNED. Su título habla por sí solo: «Talleres y técnicas de crecimiento personal. «Tú… y yo… primero»: La re-evolución del altruismo». Quedamos noqueados. La memoria entra en estado de shock.

Una suerte de pandemia colectiva recorre las calles, invade las canchas, las boutiques, los escaños, las empresas y hasta las escuelas. Una ensalada de misticismo oriental, meditación, naturismo de consumo y márquetin nos amenaza. Los cursos de autoayuda o coaching se proyectan como las nuevas religiones del mundo empresa, del mundo yo. Desmemoriados, los cuerpos se liberan bailando la danza de la posmodernidad. Como una metáfora de mal gusto, el ruido de los pies de cuerpos desinhibidos ensordece la construcción de otros relatos. De manera literal. Durante la exposición de Luis Carlos Nieto, una vez relegados a un aula común, una planta más abajo, comienza sobre nosotros un golpeteo de pies estrepitoso y eterno. Arriba muchos «yos» liberan su miedo en una clase llamada «¿Bailamos? Cooperación en movimiento», impartida por un bioenergista. Comprensibles ganas de movimiento, dado que llegan de otra dinámica: «¿Qué es el trauma? Un acercamiento biológico, emocional y relacional».

Para traumas, los vividos por los pueblos de América Latina y el Caribe. La mesa redonda «Memoria, violencia política e impunidad en América Latina» la abre Marcos Roitman, que con su verbo de metralleta destaca la importancia del contexto histórico en que se desarrolla cada proceso, y cómo la estructura social y de poder específica de cada país determina a dichos procesos de lucha por la emancipación y por la memoria. Por ello Marcos abre el fuego de las palabras disparando al concepto mismo de memoria: No es que no haya memoria, dice, «se impone una memoria. Hay una memoria, una memoria dominante, hegemónica, que construye y que define, que determina cuál es el papel de unos y otros». Es para construir esa memoria que el poder ataca siempre al «refugio de la memoria», los libros, los archivos de la memoria, los centros de la memoria como museos o bibliotecas. Fueron esos los primeros objetivos «en la guerra de Irak, en Chile, en Argentina o en España», nos recuerda. Por eso mismo, añade, un libro como Soberanos e Intervenidos no se enseña en las universidades, porque se enmarca en la lógica del «pensamiento subversivo, se criminaliza el pensamiento». «La memoria – y aquí viene la definición- es la relación viva del presente con el pasado. Siempre estamos interpretando y reinterpretando el pasado. El pasado y el presente se juntan en el ámbito de un relato histórico que se construye principalmente a partir de esa memoria. Por eso la memoria es un hecho vivo. Distinto de la historia, que es una representación del pasado. (…) Lo que se ha hecho es intentar romper la memoria colectiva, lo que se ha construido es una memoria parcial, desde el hecho hegemónico, que no identifica la lógica colectiva de los pueblos, y eso pasa en América Latina». Jesús González Pazos, de la asociación Mugarik Gabe, radicada en Euskal Herria, nos recuerda los estudios de Paco Etxeberria, de la Universidad del País Vasco, junto al Instituto de Criminología Vasco, que demuestran «más de 4.000 casos de torturas entre 1960 y 2014» sufridas por el pueblo vasco. «Esta es la impunidad de la democracia». Buen conocedor de América Latina, señala que «los pueblos indígenas distinguen entre la memora corta y la memora larga. Respecto a la memoria corta, en Bolivia hablaban de las dos últimas décadas del siglo XX, la época del neoliberalismo más ortodoxo. La memoria larga para los pueblos indígenas habla de 200 años, no de república, sino de colonialismo interno», dado que las independencias para ellos fueron criollas. «El colonialismo -cuenta Jesús- sigue siendo sufrido por la práctica totalidad de los pueblos indígenas. En algunos casos, con exterminio y desaparición, como es el caso de los mapuches en Chile y Argentina, continuando con las mismas dinámicas que habían sido aplicadas, siguiendo con la memoria larga, los 300 años anteriores de colonización sobre todo española». Guillermo Granado, del Instituto de Iberoamérica, rastrea la alargada sombra de un caso tan terrible como real, único en América Latina: el del grupo armado peruano «Sendero Luminoso», una de las experiencias, junto al terrorismo de estado, más traumáticas y lamentables de la región y que requiere un análisis de gran delicadeza. A ello ha dedicado su tesis este joven. Pone el broche final a esta mesa Alejandro Lerena, abogado colaborador en la «Querella argentina», quien nos habla de esta querella contra los crímenes del franquismo investigada por la jueza María Servini en Argentina, que «a día de hoy ha recibido alrededor de 350 querellas a través de los consulados». Cuenta Alejandro cómo el trabajo desde Argentina está siendo entorpecido por las autoridades españolas, por ejemplo con los conocidos casos como el torturador Billy el Niño o Jesús Muñecas o las órdenes de extradición contra Rodolfo Martín Villa o José Utrera, «peticiones entorpecidas de todas las maneras posibles». Sin embargo, también señala los logros: visibilización, presencia en la agenda política española, uso del discurso de los Derechos Humanos o reconocimiento del estatus legal de víctima, al incluir a las víctimas como parte del procedimiento.

Para cerrar el nutrido segundo día de curso, se proyecta el documental «Nos están matando», que aborda la compleja realidad colombiana, donde cada año se asesinan impunemente a manos del paramilitarismo y el narcoestado a cientos de líderes sociales populares o campesinos. Un protagonista del documental es Feliciano Valencia, a quien pudimos conocer personalmente a nuestro paso por los territorios del pueblo Nasa en el Norte del Cauca, Colombia, donde han conseguido tal autonomía y soberanía de sus territorios como para no permitir en ellos ninguna actividad extractiva. Feliciano es un referente de ese pueblo que sufre en sus carnes un proceso de judicialización que lo llevó a entrar en prisión y que hoy le mantiene en un estricto régimen de prisión domiciliaria. Persecución al movimiento social. «Criminalización del pensamiento».

Hablando de Colombia y de criminalización del pensamiento, a raíz de la difusión de los vídeos de estas charlas, nos escribía desde la prisión de Bellavista, en Medellín, un preso político colombiano del Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres Restrepo, del ELN. Cuando Jairo nos escribe, sentimos que nuestro trabajo ya ha valido la pena porque llega allá donde más se necesita. Pero en realidad no es así, porque compañeros como Jairo son los que menos necesitan recuperar la memoria dado que nunca jamás la perdieron. En fin, que nos comentaba a raíz de la visualización del conversatorio del magistrado Luis Carlos Nieto, que le confirmaba «todo lo que ya se sabe sobre las tácticas de las oligarquías mundiales, dictaduras o «democracias», para mantenerse en el poder mediante el miedo y la tergiversación de la historia. La memoria por lo tanto es fundamental para que tales hechos no se repitan y los responsables se vean obligados a asumirla, no necesariamente con castigos retaliativos, sino con la verdad que se debe conservar en la historia. Sin embargo, considero que la humanidad no se siente afectada con tales crímenes, más allá de los familiares, amigos y unas cuantas personas conscientes que entienden que así no hayan sido víctimas directas, los mismos no pueden caer en el olvido. Desafortunadamente -añadía nuestro amigo Jairo-, en la mayoría de los casos la historia queda como relato, pero no como experiencia». Sus palabras nos dejaron pensativos. «¿Qué quieres decir con eso de que queda como relato y no como experiencia?», le preguntamos. «Cuando nos acercamos a hechos como los de los crímenes nazis, los vemos como relatos pero no nos sentimos impresionados con toda la barbarie cometida. Es ahí cuando digo que la historia queda como relato, pero no como experiencia, máxime cuando los mismos hechos se repiten ahora en Palestina, Siria, Sudán, El Mediterráneo, Estados Unidos o Colombia, sin que se haya aprendido de esos hechos tan nefastos en la historia. Cuando de la historia no se saca la experiencia, ésta queda como simple anécdota». Para reflexionar.

Siempre que un grupo o una sociedad intenta tejer y construir otra realidad posible, y puede construir otra realidad posible, el poder dueño de las cartas históricas de la infamia ejerce su terror implacable utilizando todas las estrategias de la guerra: convencional, no convencional, de baja intensidad, psicológica. Una guerra que invade todos los ámbitos de la sociedad. Lo vemos hoy en Colombia pero también en la Venezuela bolivariana, como lo vimos ayer en el Chile de Allende y la Unidad Popular, como lo vimos antes en la España republicana y como lo vemos hoy igualmente, de distinta forma, en Catalunya. Para que no se nos acuse de esquivar el problema catalán, retomamos de nuevo a Garcés, que se pregunta sobre ¿cuál fue la reacción de los poderes del Estado español en Cataluña? «La reacción es en cierto modo hoy la que se intentó y no se pudo en el año 31». Se refiere a los días previos a la proclamación de la República, concretamente al 12 de abril, cuando el director general de seguridad, el general Mola (posteriormente cerebro del golpe del 36), ante la movilización popular, responde al jefe del estado diciendo que no había fuerza suficiente para controlar las calles. Así nace la II República el 14 de abril de 1931. No ocurre así en 2017, cuando en una decisión alentada por una declaración pública del rey, se ordena «restablecer el orden constitucional» con el despliegue de las fuerzas de seguridad en Cataluña, es decir, mediante la represión de ciudadanos pacíficos que el 1 de octubre de 2017 introducen papeletas en las urnas durante un referéndum censurado desde Madrid, donde el Gobierno no paraba de repetir que era ilegal pero sin embargo necesitó, para escándalo internacional, emplear la estaca. Quizás, para mantener L´estaca a la que se refiriera Lluís Llach en su ya mítica canción. Los hechos actuales preocupan soberanamente a Garcés, dado que «todo lo que está pasando hoy, hunde sus raíces en el pasado próximo».

Ahí radica la urgencia de rescatar la memoria de las fauces de la infamia. ¿Cómo recuperar este relato, esa «construcción de mundo»?, se pregunta Luis Carlos Nieto. Como herramienta para tal fin, subraya la importancia de «la utilización de las fuentes orales para la reconstrucción del relato de la historia reciente, en contra de la opinión de algunos historiadores. Las fuentes orales, sobre todo en períodos de gran miedo, son esenciales. El no reconocer la idea de fuente al testimonio oral es como decirnos a los jueces que no utilicemos los testigos», sostiene. «El espacio de memoria es reparador y es fundamental».

El último día de curso llega el turno de Andrés Sorel y del ya nombrado Reyes Mate. ¿Deja el hombre de ser humano cuando comete acciones tan perversas como la tortura? Sobre esto se cuestiona Sorel: «¿Son bestias esos hombres que torturan y a veces gozan torturando? No, es la evolución del ser humano, que no ha perdido sus instintos animales, aunque los animales no son tan malos como los hombres porque ellos matan cuando tienen hambre o para defenderse, pero no por placer», aclara Sorel. «Si no fuera por la memoria, las injusticias es como si no hubieran existido -señala Reyes Mate-. Sin memoria no hay injusticia y por tanto tampoco justicia». Sin embargo, añade más adelante: «la memoria no se puede construir sin el perdón y la reconciliación».

«¡Ni olvido ni perdón. Reparación!», hemos gritado acompañando a los viejos republicanos de la ronda de la dignidad en Sol, de todos los jueves. «¡Ni olvido ni perdón ni reconciliación!, hemos gritado acompañando a las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, de todos los jueves. Como siempre, llegan los filósofos para cuestionarnos sobre el uso de las palabras, sobre lo apropiado de los conceptos. Llega un Reyes Mate y nos dice que no, que hay que perdonar. Y para ello se basa nada más y nada menos que en Hannah Arent. El dilema político es ahora de mayor complejidad. Ya no se trata de elegir entre pagar un peaje injusto o subir un puerto. Ahora se trata de «perdón sí» o «perdón no».

Hay una parte del concepto perdón que nos preocupa, y es la que tiene que ver con la posibilidad de tolerancia hacia cualquier cosa. Y no todo puede ser tolerable. No se puede tolerar la tiranía. No se puede tolerar la infamia. No se puede tolerar aquello que nos roba la dignidad. Es por eso que nos preguntamos, ¿si todo se puede perdonar, todo se puede tolerar? ¿Una sociedad capaz de perdonar todo es una sociedad capaz de tolerarlo todo?

Hay otra parte del concepto perdón que nos seduce y que afirma: cuando se puede perdonar, abrimos una puerta al cambio, una oportunidad a la transformación. Si visualizáramos la humanidad como un ente con un único cerebro, un mismo sistema nervioso y una sola voluntad, y lo condenáramos por sus acciones bajo una tradición protestante donde, a diferencia de la católica, no se acepta el perdón, la humanidad hace tiempo que estaría condenada a arder en el infierno. Sin embargo, si asumimos la culpa y la perdonamos, de acuerdo a nuestra tradición católica, albergaremos un margen de esperanza en el cambio, en la redención, en el aprendizaje hacia el camino de la nobleza de la humanidad, ese que persiguiera el Cristo revolucionario. La pregunta es, ¿se tratará en tal caso de perdonar a la humanidad, de exculparla de tan horrendos crímenes, o de entender ese ente como un ser moldeable con capacidad para ser reconducido pero no por ello exculpado de sus acciones pasadas? Hay debate para rato y preguntas para largo.

Hace unos días falleció la abuela argentina Chicha Mariani, una mujer que dijo que no podía darse el lujo de morirse porque tenía que encontrar a su nieta. Con ella tuvimos el placer de compartir mesa, te y merienda en su casa de La Plata. En el juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz, director de Investigaciones de la Policía de Buenos Aires durante la dictadura, testificó: «lo veo ahí, comisario y policía Etchecolatz, con el rosario, y yo quisiera pedir que en vez de rezar el rosario, alivie su conciencia diciendo dónde está Clara Anahí, porque él lo sabe».

La negación a perdonar tiene algo de rebeldía ante lo injusto, de inconformidad, de no tolerancia de cualquier tipo de injusticia. El perdón, en casos como el de los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado franquista, significa una suerte de descanso, una especie de paz, de tranquilidad. Sin duda reconfortante, aliviador. Sin embargo, ¿hay descanso sin reparación? ¿Se puede perdonar aquello que no se ha reparado? ¿Se puede perdonar a aquellos cuyos crímenes no han sido si quiera juzgados? ¿Se puede perdonar a aquellos que siguen sembrando el mundo de infamia, de dolor, de injusticia? ¿Se puede perdonar a aquellos que secuestran y maniatan la dignidad de los pueblos? ¿No será esa búsqueda de tranquilidad la que nos ha llevado al olvido? ¿No será la evasión del conflicto producto de los traumas que deja una guerra como la que asoló a los pueblos de España la que nos separa de la necesaria exigencia colectiva de la recuperación de la memoria?

Que nos disculpe Reyes Mate, dado que su exposición fue tan brillante como compleja. Simplemente, sus palabras nos dejaron pensativos y queríamos compartirlo para provocar la reflexión y el debate más que para cerrarlo. Por otra parte, el perdón al que se refiere Mate nada tiene que ver con la apatía y la no petición de responsabilidades ante los crímenes contra la humanidad. Todo lo contrario. Por eso afirma que el juicio «escenifica públicamente una experiencia traumática con un gran valor pedagógico y educativo. Al llegar a los campos de concentración nazis, lo primero que se decía a los presos era: aquí no se pueden hacer preguntas. En un juicio, sin embargo, las víctimas pueden hacer preguntas. Una vez resuelta la justicia legal, se puede pasar a lo demás», afirma, y continúa: «la memora es un proceso. Incluye la justicia, pero va mucho más allá de la justicia. El objetivo de la memoria es la paz o reconciliación».

No hay paz para Marcos Roitman, quien sigue disparando su verbo, ahora contra el concepto de la razón cultural de Occidente al preguntarse por los «500 años de olvido que fueron 500 años de violencia» contra los pueblos originarios americanos, a los cuales se pretendió borrar su historia, «las costumbres, la cultura, la lengua, los mitos, los ritos, los elementos que definían su propia concepción del mundo», convirtiéndolos en «pueblos sin historia». Algo saben efectivamente sobre usurpación de la memoria e injusticia los pueblos originarios, hoy víctimas de las nuevas formas de colonización, como la económica que señalaba Jesús González Pazos, la de las transnacionales, administradoras de esa actual forma del capitalismo llamada neoliberalismo. De nuevo con María del Mar, «la democracia sin memoria es mucho más frágil ante el neofascismo que se esconde en el eufemismo del neoliberalismo».

Vivimos en los tiempos del todo vale, en los tiempos del olvido. «Yo no creo que la sociedad esté enferma. No creo que la gente padezca de Alzheimer», nos comenta Roitman mientras pasamos por el puente románico. Con razón. Sin embargo, nunca cotizó tan alto la falta de respeto a la memoria, a la historia, al pasado en definitiva. Y por tanto, al presente, que viene a ser el hijo legítimo de ese pasado al que los amantes de la infamia pretenden convertir en hijo bastardo. ¿Tendrá esa falta de respeto algo que ver con el resultado de aquella guerra a la que Garcés se niega a llamar civil? Cada vez dedicamos menos tiempo a construir memoria, a entender el pasado, que volviendo a la poesía podríamos definir como el padre del ahora. ¿Vivimos tiempos desmemoriados, o cada sociedad construye su memoria a imagen y semejanza del sentido común hegemónico?

Hablando de sentidos comunes, sobre nosotros continúa el zapateo liberador de la desmemoria. Las alumnas y alumnos del curso de crecimiento personal, ya en su éxtasis final, se afanan contra el suelo: nuestro techo. Sus golpes resuenan en el aula como tambores de guerra. Afinamos nuestros oídos y sacamos punta a los micros de nuestras cámaras para intentar no emborronar la memoria, harta ya de tanta guerra. Sin embargo, el ruido avanza.

En el terreno del pensamiento, sobran hoy los Reyes Mate, los Garcés y los Roitman. En el terreno de la espiritualidad, sobran ya hasta las iglesias, las cruces, los altares, las sotanas. Faltan en cambio libros de coaching, cursos de crecimiento, clases de yo. Queremos vivir en cuerpos desinhibidos, expresivos, no traumados, bajo un sentido común desmemoriado. Sin embargo, crecen las enfermedades mentales y depresivas al mismo ritmo que los estantes de autoayuda en los modernos mercados del libro.

Llevado al terreno de la estética, nada para graficarlo como la frase del Nobel de medicina y oncólogo brasileño Drauzio Varella: «En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de grandes tetas y viejos con el pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven».

Durante la exposición de Andrés Sorel, el alumnado de esa otra realidad paralela de una planta más arriba asiste a la clase «Meditación Monástica de la Atención Amorosa: Descubrir que amar al otro forma parte de mí». Es más urgente que nunca recuperar el elemento fundamental en que Sorel basa su exposición: la imprescindible relación entre ética y memoria histórica. «Si algo ha faltado en España y falta en el mundo, precisamente es la ética, el respeto al ser humano por encima de todas las violencias», afirma Sorel justo antes de traernos las palabras de Martin Luther King que dicen: «yo no ataco a los canallas, yo ataco a los que quedan en silencio o miran para otra parte», y añade de nuevo Andrés: «el silencio ha sido una marca consustancial en la historia, el silencio que afecta no solo a los intelectuales, sino también al pueblo». Es lo que define como «la banalidad del mal», que se resume en estas lapidarias palabras: «el hitlerismo no era Hitler, o Goebbels, el hitlerismo, el nazismo, eran catedráticos, arquitectos, profesores, escritores, y la población». El terror consentido.

Sin educación ética, sin una formación ética y popular acompañada de una minuciosa labor de recuperación de la memoria histórica, de las memorias colectivas, de la experiencia colectiva, que diría nuestro amigo Jairo, estamos condenados al eterno silencio cómplice, a mirar para otro lado, al estrabismo social, a la tolerancia de la infamia. Para esa educación, para esa formación popular, es fundamental recuperar instrumentos divulgativos y creadores de conciencia y de sentido común como son los medios de comunicación, esos que, nos explica Rafael Guerrero, estuvieron intervenidos durante el franquismo, pero no solo. Resalta este periodista director de un programa de memoria en el Canal Sur andaluz, lo difícil que resultaba hacer comunicación durante la Transición, lo difícil de posicionar un relato sensato sobre la memoria histórica antes, durante y después de la Transición. «Ahora hay otro tipo de censura», resalta Sorel, a quien el ministro de Propaganda de Franco, Fraga Iribarne, le censuró varios libros. «Ahora no prohíben los libros. Ahora lo que hay es una censura del ninguneo». La censura del silencio.

El mismo silencio de ese pensamiento eurocéntrico que mira para otro lado mientras el desastre nos salpica en forma de pateras, de mujeres, hombres y niños que huyen de las guerras que no solo toleramos, sino impulsamos mediante esa alianza del terror y la infamia llamada OTAN. «El Mediterráneo hoy se ha convertido en una gran fosa común», afirma el magistrado Luis Carlos Nieto. Sin embargo, ese nuevo gobierno del PSOE, emula las políticas migratorias de su compañero «democrático» en el poder: el Partido Popular. Donde dije digo, digo Diego. Ya habitual, tratándose del PSOE, partido sobre el que queda elaborar un nuevo relato colectivo que rescate esas otras memorias sobre su papel histórico desde su XIII Congreso, Suresnes, 1974.

Es imprescindible entender, volviendo a la definición de Roitman, la memoria como «parte de la lucha política, una lucha que es desigual, asimétrica, entre quienes tienen el poder y pueden construir el relato hegemónico y quienes no lo tienen. Pero si la lucha por la memoria es parte de la lucha política», es imprescindible «la lucha por la apropiación del lenguaje, de la realidad, de la construcción de mundo». Sin embargo, continúa, «podemos tener jueces muy buenos,… pero si no tenemos capacidad política para cambiar del parlamento la legislación, si no tenemos ese poder desde el punto de vista de la transformación del orden, de modificar el espacio de acción de esa memoria, no sirve». Eso implica construir formas de acceso a cotas de poder institucional hoy copadas por aquellos que administraron impunidades y recetaron el miedo, la amnesia, el silencio. Eso implica otro debate imprescindible. El eterno ¿qué hacer? Es hoy una tarea ineludible desde todos los espacios, organizaciones y movimientos sociales de horizonte emancipador, abordar la tarea de construcción de nuevos relatos históricos que edifiquen a su vez un nuevo sentido común hegemónico. Hoy estamos lejos de eso, pero necesitamos seguir caminando.

El curso finaliza a la vez que el otro paralelo, de técnicas de crecimiento personal. Recogemos nuestras cámaras, guardamos el trípode y pensamos que, como suele pasar, nos vamos con muchas respuestas pero más preguntas. Y, aunque satisfechos por el extraordinario nivel del curso y los ponentes, igualmente nos llevamos más desazones que felicidades. Y pensamos que no les pasará igual a nuestros vecinos, quienes quedarán felices después de su semana de crecimiento del yo y el espíritu. Mucho más después de su última materia: «Mindfulness y Compasión: la práctica de la empatía y el altruismo». Y nos preguntamos por qué avatares del destino acabamos nosotros en un curso de memoria histórica y no en uno de técnicas de crecimiento personal con el apéndice: «Tú… y yo… primero» ofertado por una universidad pública del Estado. ¿Acaso porque somos mejores que estas compañeras y compañeros en busca de algo tan digno como vivir mejor? No lo creemos. Más bien los anómalos somos nosotros, casuales merodeadores de relatos minoritarios. Todo es cuestión de sentidos comunes, que diría nuestro amigo Gramsci.

Dado que habitamos el tiempo de la búsqueda infinita de la felicidad, nada como ir concluyendo con otra frase de Hannah Arendt: «nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político».

Ya que este texto está plagado de remedios antiamnésicos en forma de citas y citas de citas, no queremos cerrarlo sin añadir un remedio más, esta vez de cosecha propia, para intentar enmendar un poco la plana a tan vasta usurpación de las palabras de otros, si acaso las palabras le pertenecieran a alguien más que al común de la humanidad: «El olvido es como una mancha en la historia de donde brota la infamia del presente».

Bajo otro sol, que esperamos sea esta vez «de justicia», abandonamos El Barco en nuestro viejo rocinante temiendo que las carreteras que nos conectan con la realidad desmemoriada de la gran ciudad sean como océanos de olvido y que disipen quijotes y oculten lo dicho y lo recordado en este Barco de la Memoria. Para eso estas palabras y para eso nuestra cámara. Para no olvidar lo que allí se dijo. Para recordarlo siempre.

Vocesenlucha. Espacio de comunicación social sobre las luchas de América Latina y el Caribe y el Estado español

Todas las conferencias de este curso de verano de la UNED podrán visualizarse en el siguiente enlace: http://vocesenlucha.com/2018/08/07/curso-justicia-y-memoria-democratica/

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