30 años después de su muerte, Philip K. Dick sigue siendo un referente de la cultura popular. Su obra estuvo marcada por los cambios en la sociedad de EE UU.
El 2 de marzo se cumplieron 30 años del fallecimiento de Philip K. Dick. Más conocido por las adaptaciones cinematográficas de su obra (Blade Runner, Desafío total o Una mi- rada a la oscuridad), su influencia en el imaginario colectivo se ha acrecentado con el tiempo, e incluso ha dado origen a un adjetivo, «dickiano», que se refiere a las situaciones en que dudamos acerca de la veracidad de lo que nos rodea.
En el momento de su muerte, Dick no era un autor mediático, aunque era objeto de un culto incipiente en Francia y entre la intelectualidad californiana heredera de la contracultura sesentera, sobre todo, a raíz de la entrevista de Paul Williams que apareció en Rolling Stone en 1975.
En su última entrevista, concedida el día antes del ataque al corazón que se lo llevó a la tumba, Dick se mostraba satisfecho con los veinte minutos de Blade Runner que había podido ver (un montaje preliminar sin sonido) pero ya había perdido el norte, convencido de la existencia de un nuevo Mesías nacido en Sri Lanka, y dispuesto a derrocar, él solo, a los gobiernos estadounidense y soviético si el Elegido no se había manifestado en mayo de 1982.
En una remota cercanía
Es difícil juzgar los escritos de Dick sin referirse a su vida. Incluso en sus obras de ciencia ficción más delirantes, Dick habla de su entorno inmediato, de la California beatnik de los años ’50, la cultura del LSD de los años ’60 y la dictadura encubierta de Richard Nixon en los años ’70. Los tres estigmas de Palmer Eldritch tiene connotaciones religiosas, pero también se inspira en las alucinaciones que había padecido en 1963. El hombre en el castillo plantea varias realidades paralelas (en la principal, el Eje gana la Segunda Guerra Mundial y somete a los Estados Unidos), pero también es un fiel retrato de la descomposición del tercer matrimonio de Dick.
Sencilla en el aspecto formal, la obra de Dick encierra infinitud de dobles sentidos, metáforas y referentes cultos tan caóticos y eruditos como él mismo. Dick es un buen hilo conductor de los Estados Unidos de la posguerra, de esa dicotomía entre la América profunda donde nació y la contestataria California donde residió durante casi toda su vida.
Lo crió una niñera afiliada al Partido Comunista y mantuvo correspondencia con un científico soviético para resolver una duda relativa a un relato que estaba escribiendo. Esto bastó para que el FBI lo fichase, y lo visitase para proponerle que espiara a su segunda esposa, militante del Partido Socialista de los Trabajadores. Dick declinó la oferta, pero el episodio acrecentó su paranoia antisistema. Eran los años finales de la caza de brujas de McCarthy, y del ascenso de Richard Nixon, azote de la progresía californiana. En Radio libre Albemut, su novela póstuma, Dick presenta una distopía perfecta en la que el Gran Hermano es un Nixon que ejerce un poder omnímodo.
La bestia negra de sus últimos años fue otro azote de la progresía californiana, Ronald Reagan, a quien culpaba del asesinato de John Lennon, que había querido adaptar Los tres estigmas de Palmer Eldritch. No es casualidad que su última novela, La transmigración de Timothy Archer, arranque con el asesinato de Lennon.
La fase política
El pensamiento de Dick siempre tuvo un fuerte componente social, que se manifiesta a lo largo de las tres etapas de su producción narrativa. Durante la «fase política» de los años ’50, Dick escribe novelas de literatura general que retratan esa California beatnik.
Al no poder publicarlas, Dick reaprovecha personajes o líneas argumentales en sus novelas de ciencia ficción como Lotería solar (metáfora del ascenso social, en forma de rigurosa lotería) u Ojo en el cielo (cuyos personajes deambulan por los mundos paralelos que se crean al hacerse realidad las fantasías de los demás personajes, entre ellos un comunista).
La fase metafísica
La «fase metafísica» de los años ’60, investiga la esencia de la realidad. Dick aúna filosofía griega, gnosticismo, religión y drogas. Lee a Castaneda y Huxley, consume LSD y frecuenta a Timothy Leary. La actitud de Dick ante la política es ambivalente: critica cada vez con mayor acritud el imperialismo estadounidense -firma el manifiesto en contra de la guerra de Vietnam, que lo enfrenta con el núcleo conservador de escritores de ciencia ficción-, pero equipara marxismo con fascismo. Odia a Hitler, pero admira a Mussolini (en quien se inspira el Gino Molinari de Aguardando el año pasado).
La preocupación social se ve en La penúltima verdad -una obra en la que el gobierno crea pruebas falsas de guerras ficticias para acrecentar el control social-, Los tres estigmas de Palmer Eldritch -que es uno de los primeros retratos del calentamiento global-, Tiempo de Marte -en la que la ONU es un brazo neocolonialista al servicio de las potencias capitalistas- o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que fue la base de la película Blade Runner, y su revuelta de los nuevos proletarios, los androides, contra el capitalismo humano.
La fase religiosa
La «fase religiosa», que abarca sus últimos años, es manifiestamente mística, aunque su paranoia contra Nixon lo lleva a escribir la ya citada Radio libre Albemut. Perdido ya el norte en lo personal, achaca a la CIA y a los neonazis la explosión que destrozó su casa en 1971, pero al mismo tiempo se siente perseguido por el KGB -en su opinión, Stanislaw Lem, que lo consideraba el único escritor estadounidense de ciencia ficción que merecía la pena, «un visionario entre charlatanes», trabajaba para la inteligencia soviética – y se ofrece de manera incondicional como confidente del FBI.
Cuatro pildorazos de su «fase política»
Los relatos de los ’50 de Philip K. Dick dejaron un buen puñado de historias en las que aparece un cuestionamiento de la sociedad en que vivió.
¿Qué es ser humano?
Una de las constantes de la obra que plantean los relatos de K. Dick es la duda sobre el concepto de humano. El hombre dorado (1954) plantea esa cuestión, que también aparece en la novela que dio lugar a Blade Runner. El hombre dorado, un semidios o un ani mal, según quienes le tratan en el relato, es un nuevo escalón en la evolución de la vida sobre la tierra, una fase en la que el instinto prevalece frente al razonamiento. El cuento fue adaptado en una olvidable película de Nicolas Cage llamada Next.
Inteligencias eternas
Más allá se encuentra el Wub (1952) plantea un problema ético en el marco de una conversación que evoca explícitamente el mito del regreso de Ulises. Antes de ser sacrificado, un wub (una especie de cerdo) filosofa sobre energía y materia mientras come algo, en un cuento en el que Philip K Dick luce sentido del humor, en este caso negro, puesto que el matarife de la nave se llama Franco. El relato tuvo una secuela No por su cubierta y el personaje del wub ha dado nombre a una emisora de radio en internet.
Risas en el fin del mundo
En 1956, EE UU cambió su lema nacional, «In god we trust» sustituyó a «E pluribus unum» («De muchos, uno»), escogido para reafirmar la identidad de las colonias en su independencia. El viejo lema es lo que encuentra el piloto de una agencia estatal en su viaje a un planeta devastado en el relato El planeta imposible (1953). Uno de sus méritos es la creación por parte de K. Dick de una escena bufa (Walter Mathau encarnaría perfectamente al capitán Andrews) para presentar un planeta tierra tipo MadMax.
Obsolescencia y deseo
En sus notas, K. Dick reconoce que el final de Campaña publicitaria (1953) es «superdeprimente» y esboza un final alternativo que hoy resulta mucho menos gracioso. El relato presenta veladamente una constante en la obra de K. Dick: el poder de las empresas sobre la vida y su configuración como un poder casi omnímodo. La esclavitud que genera la publicidad en los deseos humanos, y aspectos relacionados, como la obsolescencia planificada, aparecen en otros relatos de K. Dick como El Padre-Cosa o La niñera.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/El-beatnik-que-escribia-novelas-de.html